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Los que piensan no necesitan a Dios y otros mitos



por el profesor Allister McGrath

El reciente libro de Richard Dawkins The God Delusion (El espejismo de Dios) ha señalado a su autor como el polemista ateo de más alto perfil del mundo. Este divulgador científico, transformado en cruzado ateo, está lejos de convertir a sus lectores. “Si este libro funciona como yo pretendo”, nos dice, “los lectores religiosos que lo abran serán ateos cuando lo terminen”. No es que él piense que esto es particularmente probable. “Los jefes religiosos testarudos son inmunes a la discusión”. Yo tampoco creo que sea lo más probable. Pero puede que sea la causa de sus débiles, reciclados y obsoletos argumentos, muchos de los cuales parecen ser prendas usadas del siglo diecinueve. El dogmatismo de la obra ha atraído muchas críticas, reflejando una creciente alarma dentro de la comunidad secularista acerca del daño que Dawkins está haciendo a su reputación pública. Muchos de quienes podría haberse esperado que apoyaran a Dawkins se están poniendo a cubierto, tratando de distanciarse de esta vergüenza. 

A juzgar por las opiniones de los principales medios de prensa americanos, El Espejismo de Dios ha ocasionado una grave desazón cultural e intelectual a la izquierda laica. Les ha dejado preguntándose si el proceso contra Dios es realmente tan malo. ¿Podría alguien explicar esto? Sin embargo, mientras leía este libro, me sentía extrañamente nostálgico. Me retrotrajo directamente a los días en que yo también era ateo; “un individuo que odiaba a Dios” arrogante y dogmático, que estaba convencido de que las personas creían en Dios porque estaban locos, enfermos o tristes. Recuerdo haber estado esperando el triunfo de la Ciencia y la muerte de la religión con un cierto placer sombrío. 

A finales de la década de los sesenta, todo el mundo estaba seguro de que la religión estaba agonizando. En cuestión de décadas, nos decían, estaría extinguida, relegada a los libros de texto de la historia. Un amanecer secular estaba a la vuelta de la esquina. Pero las cosas no se desarrollaron así. La religión ha hecho un inesperado regreso. Es ya un elemento tan significativo en el mundo de hoy, que parece extraño pensar que hace tan solo una generación se pronosticó su muerte con tanta confianza. El ateo americano Michael Shermer, director de “Skeptics Society” (la Sociedad de los Escépticos), nos dijo que jamás en la historia había habido tanta gente que creyera en Dios. Lejos de extinguirse la creencia en Dios ha repuntado, y parece que va a ejercer una influencia todavía mayor tanto en la esfera pública como en la privada. El Espejismo de Dios refleja esta profunda ansiedad. Puede que ésta sea la causa de que Richard Dawkins se haya convertido en un individuo tan irritable y malhumorado. Yo soy uno de los que han experimentado personalmente esta revitalización de la religión. 

Crecí en Irlanda del Norte y entonces, a finales de la década de los sesenta, me formé la opinión de que cualquier clase de creencia religiosa era solamente un vestigio del pasado, algo que se apagaría durante mi generación. Había leído a Sigmund Freud y a Karl Marx y estaba convencido de que la religión era alguna clase de desorden patológico. Era una ilusión infantil que nos protegía de las realidades de la vida. Después descubrí el cristianismo, cuando estudiaba Ciencias en la Universidad de Oxford. Empecé a darme cuenta de que la causa a favor del ateísmo era mucho más débil de lo que había supuesto. Comencé a alarmarme ante el tono despectivo y estridente de algunos escritos ateístas, los cuales parecían más interesados en poner la religión por los suelos que en buscar la verdad. Pero sobre todo, hallé algo en Oxford que no había conseguido descubrir en Irlanda del Norte; allí encontré cristianos articulados e inteligentes que fueron capaces de desafiar mi ateísmo y exponerme su debilidad. No pasó mucho tiempo antes de que descubriera dos cosas que cambiarían mi mundo personal. Primero, el cristianismo tenía mucho sentido. Me proporcionó una nueva manera de ver y comprender el mundo, sobre todo, las Ciencias Naturales. 

Como mi compatriota Ulsterman C. S. Lewis dijo una vez: “Creo en el cristianismo como creo que ha salido el sol: no únicamente porque lo veo, sino porque mediante él, veo todo lo demás”. Segundo, el cristianismo realmente funcionaba, dando un sentido de significado y propósito a mi vida. No era solamente un conjunto de ideas interesantes, sino algo que llevaba propósito y dignidad a la vida. Este es un punto importante. Actualmente, nuestro criterio de la cultura de la aceptabilidad no es ¿es correcto?, sino ¿funciona? Y es obvio que la creencia religiosa funciona para muchas, muchas personas, dándoles dirección, propósito y estabilidad a sus vidas. Las ventas masivas y el impacto del libro de Rick Warren The Purpose-Driven Life (Una Vida con Propósito) es un signo evidente de este desarrollo. Continúo estudiando las Ciencias, que todavía me encantan, obteniendo un doctorado de investigación en biofísica molecular. Pero mi corazón y mi mente han sido seducidos por la teología: el sistemático estudio de las ideas cristianas. Aún hoy, me emociona y me entusiasma. El principal argumento de El Espejismo de Dios consiste en que la religión conduce a la violencia y a la opresión. Este es un buen punto de partida y debe tomarse con la máxima seriedad. Como alguien que se ha criado en Irlanda del Norte, tengo muy claro que la religión puede generar violencia. 

Pero no está sólo en esto. Seamos claros. Todos necesitamos trabajar para la eliminación de la violencia en nuestro mundo cada vez más peligroso. Odio la violencia de cualquier clase, ya sea religiosa, política o racial. Pero es irremediablemente simplista pretender que la religión es su única, o incluso su suprema causa. La respuesta está en la reforma de la religión, no en su eliminación forzada. Una de las características más preocupantes de El Espejismo de Dios es su exclusión sistemática de la memoria histórica. Nunca debemos olvidar que el siglo XX ha mostrado de qué forma los extremismos políticos pueden causar una enorme violencia. En Latinoamérica, millones de personas parece que han desaparecido como resultado de campañas despiadadas de violencia desencadenadas por los políticos de la derecha y sus milicias. En Camboya, Pol Pot eliminó a sus millones en nombre del socialismo. Y, ¿qué decir de la historia de Unión Soviética? Lenin consideró la eliminación de la religión como el elemento central de la revolución socialista y puso en marcha medidas destinadas a erradicar las creencias religiosas mediante el “prolongado uso de la violencia”. 

Una de las mayores tragedias de esta oscura época de la historia de la humanidad fue que aquellos que trataron de eliminar la creencia religiosa a través de la violencia y la opresión juzgaban que estaban justificados para hacerlo. No eran responsables ante ninguna autoridad más alta que el estado. El resurgimiento masivo de la religión en la Unión Soviética nos dice mucho acerca de lo que ocurre cuando se intenta suprimirla. En una de sus más sorprendentes afirmaciones, Dawkins insiste en que no hay “la más pequeña evidencia” de que el ateísmo influya sistemáticamente en la gente para hacer cosas malas. Dawkins es claramente un ateo en una torre de marfil, desconectado del mundo real y brutal del siglo XX. Quizás deberíamos recordarle que las autoridades soviéticas destruyeron y eliminaron de forma sistemática la vasta mayoría de iglesias y sacerdotes durante el período 1918-41. Esta violencia y represión se llevó a cabo siguiendo un programa ateísta: la eliminación de la religión. 

La religión y la anti-religión pueden fomentar la violencia. Lo que todos necesitamos es trabajar para la eliminación de los extremismos que conducen a las personas, ya sean religiosas o anti-religiosas, a perpetrar acciones malvadas en el nombre de su cosmovisión. El problema real del ateísmo es que la renovación del interés por la religión ha levantado serios interrogantes acerca de la credibilidad del mismo ateísmo. Esta no es la senda por la que se supuso que marcharían las cosas. ¿Puede ser que el resurgimiento inesperado de la religión haya persuadido a muchos de que el propio ateísmo es fatalmente imperfecto como una cosmovisión? Esto es lo que preocupa realmente a Dawkins. La retórica estridente y agresiva de su Espejismo de Dios enmascara una creciente inseguridad acerca de la credibilidad pública del ateísmo. El Espejismo de Dios parece más bien diseñado para tranquilizar a los ateístas cuya fe es vacilante que para comprometerse equitativa y rigurosamente con la religión. Así pues ¿Qué haremos con este chirriante y petulante manifiesto de fundamentalismo ateísta? Consciente de la obligación moral de una crítica de la religión para tratar con este fenómeno en la forma más persuasiva, muchos ateos han sido perturbados por los crudos estereotipos de Dawkins, los hombres de paja y la aparentemente patológica hostilidad hacia la religión. Tal como el conocido filósofo ateo Michael Ruse comentó recientemente: “El Espejismo de Dios me hace sentir incómodo de ser ateo”. ¿Puede ser que este libro haya sido contraproducente y haya acabado persuadiendo a la gente que el ateísmo es precisamente tan intolerante, doctrinario y desagradable como lo que pueda ofrecer lo peor de la religión? Quizás esto nos ayude a comprender porque el Nuevo Ateísmo está perdiendo credibilidad cultural con tanta rapidez desde su llegada en el año 2006. Esto plantea algunas grandes preguntas. Pero sus respuestas son insuficientes. Permitidme terminar con una historia verídica. 

Acababa de dar una conferencia en Londres a principios de 2010. Un joven se dirigió hacia mí y me solicitó que le dedicara un ejemplar de mi libro Christian Theology: An Introduction (Teología Cristiana: Introducción). Le pregunté qué le había llevado a estudiar Teología. Me respondió qué había leído, hacía algo más de un año, El Espejismo de Dios de Richard Dawkins. Le pareció tan injusto y unilateral que sintió la necesidad de escuchar la parte contraria. Por tanto, empezó a ir a la iglesia. Pasado un tiempo se apercibió que no podría sustentar su fe en la parodia cuando la confrontó con la realidad. Se convirtió al cristianismo. “Sin Dawkins”, me dijo, “nunca le habría dedicado a Dios un segundo pensamiento”.

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