El libro que hoy comentamos es uno más de los testimonios procedentes de los más destacados representantes del stablishment científico que vienen a poner de manifiesto la definitiva falta de consistencia del paradigma neo-darwinista. Muchas son las razones para hacerlo y Koonin nos va desgranando algunas de ellas, como por ejemplo la dificultad para enfrentarse desde el modelo gradualista tradicional a las estructuras biológicas complejas “evocadas”, nos dice el autor, como estructuras irreduciblemente complejas. O bien, la incapacidad del modelo para justificar el proceso de la macroevolución más allá de la simple justificación de la emergencia de variedades de ya conocidas especies que es, según Koonin, lo máximo que alcanzó a explicar en sus ejemplos el bueno de Darwin, sin llegar ni siquiera a justificar la emergencia de nuevas especies y mucho menos de superiores categorías taxonómicas. En concreto señala (p.19) que “la Síntesis Moderna da un gran salto de fe al extender los mecanismos y modelos establecidos para la microevolución a los procesos macroevolutivos”.
El libro de Koonin es un libro para especialistas que resulta difícil de seguir para los no profesionales de la biología; sin embargo su decidida apuesta por postularse como un paradigma alternativo lo hace merecedor de un interés por parte del público generalista. Y es que Koonin nos habla sin recato de que el conocimiento científico actual nos permite abordar una “meta-revolución”, un cambio importante en todo el marco conceptual de la biología, en una transición hacia una visión posmoderna de la vida. Nos habla en definitiva de un cambio de paradigma (paradigm shift) y no se corta en anunciar “una nueva síntesis evolucionista que yo estoy tratando de desarrollar aquí” (p. ix).
La particularidad de este nuevo enfoque que Koonin nos aporta estriba en el papel y significación que otorga a las categorías de causalidad clásicas en el proceso. La Síntesis Moderna se apoya sobre el papel protagonista del azar (chance) como responsable de las novedades biológicas, y el papel prácticamente exclusivo de la necesidad, en este caso de la mano de la selección natural (SN), para generalizar dichas novedades según el modelo de la genética de poblaciones. El discurso de Koonin a lo largo de sus 500 páginas de exposición se centra por lo tanto en revisar, desde una óptica esencialmente naturalista adoptada como un marco explicativo irrenunciable de la realidad, el peso específico de ambas explicaciones causales en el proceso y aportar novedosas interpretaciones al mismo. Koonin rechaza abiertamente un modelo que consideraba dogmático en su génesis y que se impuso en su forma “dura” obviando las observaciones evidentes a favor de un mayor protagonismo de los procesos estocásticos en la generalización de las novedades biológicas en el seno de las poblaciones tal como pusieran de manifiesto los trabajos, por ejemplo, de Sewall Wright. Así, el discurso adaptacionista terminó por imponerse como un mantra obligado dotando, en la perfecta armonía y equilibrio que otorgaban azar y necesidad al proceso, de elegancia y contundencia al modelo.
En realidad la propuesta de Koonin termina siendo francamente decepcionante ya que nada, aparte de la consabida crítica al paradigma dominante, puede ofrecernos como explicación alternativa. A diferencia del reciente libro de James Shapiro, ampliamente comentado no hace mucho en estas páginas y que nos ofrece una visión claramente finalista del proceso de cambio de las formas vivas, Koonin proyecta en su trabajo una mera exaltación del azar como justificación principal de todo el proceso, no solamente de la emergencia de las variaciones sino también como motor de las generalizaciones de dichas novedades entre la población. Considera el autor que el discurso adaptativo carece de base y que la evidencia científica procedente de las observaciones no resulta en absoluto concluyente en su favor. La SN apenas pasa, para Koonin, de aportar su carácter “purificador”, es decir, de explicar la desaparición de los organismos menos aptos o defectuosos (tal como por otra parte había sido siempre, hasta su deformación conceptual por parte de Darwin). De esta forma, el fantasioso carácter “creativo” de la SN según el discurso darwinista tradicional queda relegado al mero papel conservador del statu quo que Koonin considera oportuno recuperar.
Todo es azar para Koonin, y el azar todo lo explica, lo que en definitiva se traduce en que nada es explicado y en que frente al sólido y rotundo (aunque perfectamente falso) paradigma neo-darwinista, la crítica del modelo y la puesta en evidencia de sus inconsistencias no se concreta en una propuesta alternativa que merezca la consideración de “teoría”. Frente al discurso gradualista y uniformitarianista de Darwin, Koonin sólo nos ofrece que el proceso evolutivo es una amalgama de acontecimientos de diversa naturaleza, sobrevenidos en virtud de procesos estocásticos y según un discurrir de eventos que no pueden ser enmarcados en una propuesta teorizante alternativa que dote de sentido y claridad conceptual al modelo. Frente a la idea darwinista de que las variaciones surgen siempre fruto de mutaciones fortuitas Koonin nos apunta que tales variaciones pueden, por el contrario, proceder de episodios de cambio de muy distinta naturaleza y no meras variaciones en los nucleótidos de las secuencias génicas. Lo cual no es decir mucho. Esta falta de criterio y de modelo explicativo no le impide sin embargo exclamar con entusiasmo que, más allá del dictum ya mítico de Dobzhansky, cabe decir con rotundidad: “Biology is Evolution!”
Esta falta de consistencia de la propuesta de Koonin se pone más claramente de manifiesto cuando pasamos revista a sus interpretaciones de los fenómenos más relevantes de la historia de la vida y comprobamos su incapacidad para explicarlos en el seno de un modelo que aspire a poder presentarse como una nueva síntesis posmoderna de la biología. Comenzamos por el origen de la vida en nuestro planeta. Para Koonin se trata de un fenómeno tan fantásticamente improbable que representa una sorprendente muestra de lo que el puro azar es capaz de conseguir en contra de toda previsión razonable. La forma en cómo aborda Koonin una justificación racional de este proceso merece artículos aparte que seguirán al presente.
Un segundo episodio crucial en la historia de la vida es la aparición de las células eucariotas. La eucariogénesis se nos ofrece en este libro igualmente como un evento de tan extraordinaria rareza que no podemos sino felicitarnos por la, de nuevo, fantástica capacidad creativa de la Naturaleza sometida al azar no dirigido y a las constricciones que conocemos como leyes físico-químicas. Koonin no duda en admitir que la organización celular de las células modernas nos muestra tal intrincada complejidad que es comprensible que para algunos evoque la condición de complejidad irreducible, ya que “para la mayoría de los sistemas funcionales de tales células no podemos señalar ningún sistema evolutivo intermedio” (p. 221). Koonin concibe la simbiogénesis como el escenario más probable para la aparición de las células eucariotas pero no olvida que muchas incógnitas sobre la naturaleza del proceso permanecen sin resolver: “la genómica comparativa de momento no ha resuelto el enigma de la eucariogénesis ni tampoco nos ha ofrecido una exposición definitiva de la primitiva radiación de los principales linajes de eucariotas” (p. 221).
Koonin no nos ofrece tampoco ninguna justificación para encajar en su modelo el problema de la naturaleza y el origen de la información biológica, un desafío crucial para cualquier intento de construcción de una “nueva síntesis” y sobre el que este autor pasa de puntillas. Además, por lo que se refiere al problema de la emergencia de la complejidad creciente en el transcurso del tiempo de los organismos vivos y que el propio Koonin califica como de “un problema central” (if not THE central problem in biology) (p. 250), Koonin nos relata cómo este problema central ha sido justificado tradicionalmente mediante su remisión al discurso adaptativo y al poder creativo de la selección natural. Koonin rechaza que tal explicación pueda derivarse de un honesto conocimiento científico de la realidad y prefiere apuntarse a la hipótesis de que “dado el suficiente tiempo” los procesos estocásticos de cambio en los seres vivos pueden acabar generando incrementos de complejidad en los organismos. Koonin secunda así la famosa metáfora popularizada por Stephen Jay Gould de los dos borrachos dando tumbos a la salida de un bar para llegar al fin, zigzagueando, a un destino cualquiera. Él mismo se apresura a decir (y desde aquí le secundamos con fervor) que tal modelo explicativo es demasiado general para poder ser considerado una teoría solvente.
Pero hay un dato especialmente llamativo en el libro de Koonin; la forma en que abiertamente declina pronunciarse sobre uno de los episodios más definitivos en la historia de la emergencia de la complejidad de la vida. En efecto, en el propio prefacio de la obra (p. xii) declara lo siguiente en relación al contenido de su libro: “Muchos importantes y populares temas, como el origen de los organismos pluricelulares o la evolución del proceso de desarrollo embrionario han sido completa e intencionalmente ignorados”. No nos explica el autor el motivo de esta omisión, algo difícilmente comprensible en quien pretende ofrecer un paradigma alternativo a la biología contemporánea si tenemos en cuenta que nos enfrentamos aquí al más principal de los enigmas, el de la información prescriptiva capaz de conducir al organismo en su dinamismo a alcanzar una forma biológica concreta.
Sin embargo este olvido no es del todo incomprensible. Koonin demuestra a lo largo de su libro que es un reduccionista de postín y que todo su modelo explicativo de la biología gira en torno a la genómica comparativa y a la búsqueda de mecanismos que puedan justificar, aunque sea bajo el socorrido paraguas del azar, la conformación de las diferencias presentes en los genomas de los distintos organismos mediante episodios de deleción, duplicación, transposición o transferencia genética horizontal principalmente. Koonin comprende que las viejas letanías darwinistas que basaban la explicación del proceso evolutivo en la acumulación de variaciones en las secuencias de nucleótidos en los genes ya han pasado a la historia. Lo que debemos explicar no son los cambios en los genes sino los cambios en los genomas y sus profundas reorganizaciones que definen las diferencias entre los distintos organismos. El problema es que el salto a los organismos pluricelulares y el proceso de desarrollo embrionario que los caracteriza nos enfrenta a realidades que no pueden explicarse únicamente desde el estudio de la genómica comparada. La información secuencial y digital de los genomas resulta insuficiente para explicar la naturaleza del proceso de desarrollo embrionario hacia la conformación de un modelo ideal de forma viviente. La información prescriptiva que gobierna el proceso exige planteamientos que superan por completo el enfoque puramente mecanicista y Koonin parece haber preferido huir del campo de batalla eludiendo un problema que, simplemente, desde su prejuicio naturalista es incapaz de comprender.
Por Felipe Aizpún | Darwin o DI
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