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Argumentos a favor de la existencia de Dios: #5 Argumento arqueológico e histórico




Arqueología

El cristianismo es una fe histórica basada en sucesos reales registrados en la Biblia. Por lo tanto, la arqueología ha jugado un papel clave en los estudios bíblicos y la apologética cristiana de diferentes formas.
Primero, la arqueología ha confirmado la exactitud histórica de la Biblia. Ha verificado muchos sitios y civilizaciones antiguos y personajes bíblicos cuya existencia era cuestionada por el mundo académico y descartada a menudo como mito. La arqueología bíblica ha silenciado a muchos críticos a medida que nuevos descubrimientos han apoyado los hechos de la Biblia.
Segundo, la arqueología nos ayuda a mejorar nuestra comprensión de la Biblia. Si bien no tenemos los escritos originales de los autores, hay miles de manuscritos antiguos que confirman que tenemos una transmisión precisa de los textos originales.{1} La arqueología puede ayudarnos también a entender con mayor precisión los matices y usos de palabras bíblicas, como fueron usadas en su tiempo.
Tercero, la arqueología nos ayuda a ilustrar y explicar pasajes bíblicos. Los sucesos de la Biblia ocurrieron en cierto tiempo, en una cultura específica, influenciados por una estructura social y política específica. La arqueología nos da perspectivas de estas áreas. La arqueología suplementa, también, temas no cubiertos en la Biblia. Gran parte de lo que sabemos de las religiones paganas y el período intertestamentario proviene de la investigación arqueológica.
Al encarar este estudio, debemos tener en mente los límites de la arqueología. Primero, no prueba la inspiración de la Biblia. Sólo puede confirmar la exactitud de los sucesos. Segundo, a diferencia de otros campos científicos, la arqueología no puede recrear el proceso bajo estudio. Los arqueólogos deben estudiar e interpretar la evidencia que quedó. Todas las conclusiones deben permitir la revisión y la reinterpretación basadas en nuevos descubrimientos. Tercero, la forma de entender la evidencia arqueológica depende de los presupuestos y la cosmovisión del intérprete. Es importante comprender que muchos investigadores son escépticos en cuanto a la Biblia y hostiles a su cosmovisión.
Cuarto, se han descubierto miles de archivos, pero se ha perdido una enorme cantidad de material. Por ejemplo, la biblioteca de Alejandría tenía más de un millón de volúmenes, pero todos se perdieron en un incendio en el siglo VII.
Quinto, sólo una fracción de los sitios arqueológicos disponibles han sido relevados, y sólo una fracción de los sitios relevados ha sido excavada. De hecho, se estima que menos del dos por ciento de los sitios relevados han sido trabajados. Una vez que comienza el trabajo, sólo una fracción del sitio se examina realmente, y sólo una pequeña parte de lo que se examina se publica. Por ejemplo, las fotografías de los Rollos del Mar Muerto fueron retenidas del público durante cuarenta años, luego de ser descubiertos.
Es importante entender que las Escrituras siguen siendo la principal fuente de autoridad. No debemos elevar a la arqueología al punto en que se vuelve el juez de la validez de las Escrituras. Randall Price dice: “Hay, ciertamente, casos en que la información que se necesita para resolver una cuestión histórica o cronológica falta, tanto de la arqueología como de la Biblia, pero es injustificado suponer que la evidencia material tomada del contenido más limitado de las excavaciones arqueológicas pueda ser usada para disputar la evidencia literaria del contenido más completo de las escrituras canónicas”.{2} La Biblia ha demostrado ser una fuente de historia precisa y confiable.
El destacado arqueólogo Nelson Glueck escribe: “De hecho, sin embargo, podría decirse categóricamente que ningún descubrimiento arqueológico ha rebatido una sola referencia bíblica. Se han hecho muchísimos hallazgos arqueológicos que confirman en un claro bosquejo o con detalles exactos afirmaciones históricas hechas en la Biblia”.{3}

El descubrimiento de los hititas

Los hititas jugaron un papel destacado en la historia del Antiguo Testamento. Interactuaron con personajes bíblicos tan antiguos como Abraham y tan tardíos como Salomón. Se los menciona en Génesis 15:20 como un pueblo que habitó la tierra de Canaán. 1 Reyes 10:29 dice que compraron carrozas y caballos al rey Salomón. El hitita más destacado es Urías, el esposo de Betsabé. Los hititas fueron una fuerza poderosa en el Oriente Medio desde 1750 a.C. hasta 1200 a.C. Antes de fines del siglo XIX, no se sabía nada acerca de los hititas fuera de la Biblia, y muchos críticos alegaban que eran un invento de los escritores bíblicos.




En 1876, un descubrimiento dramático cambió esta percepción. A. H. SAYCE, un estudioso británico, encontró inscripciones talladas en rocas en Turquía. Sospechó que podrían ser evidencia de la nación hitita. Diez años más tarde, se encontraron más tablas de arcilla en Turquía, en un lugar llamado Boghaz-koy. El experto en escritura cuneiforme alemán Hugo Winckler investigó las tablas y comenzó su propia expedición al sitio en 1906.
Las excavaciones de Winckler descubrieron cinco templos, una ciudadela fortificada y varias esculturas enormes. En un cuarto de almacenaje encontró diez mil tablas de arcilla. Uno de los documentos resultó ser un registro del tratado entre Ramsés II y el rey hitita. Otras tablas mostraron que Boghaz-koy era la capital del reino hitita. Su nombre original era Hattusha, y la ciudad cubría un área de 300 acres. ¡Se había descubierto la nación hitita!
Menos de una década después del hallazgo de Winckler, el estudioso checo Bedrich Hronzny demostró que la lengua hitita es un familiar primitivo de las lenguas indoeuropeas: griego, latín, francés, alemán e inglés. La lengua hitita ahora ocupa un lugar central en el estudio de la historia de las lenguas indoeuropeas.
El descubrimiento confirmó también otros hechos bíblicos. Se encontraron cinco templos que contenían varias tablas con detalles de los ritos y ceremonias que realizaban los sacerdotes. Estas ceremonias describían ritos para la purificación del pecado y la purificación de un nuevo templo. Las instrucciones resultaron ser muy elaboradas y largas. Los detractores alguna vez criticaron las leyes e instrucciones que se encuentran en los libros de Levítico y Deuteronomio como demasiado complicadas para el tiempo en que fueron escritos (1400 a.C.). Los textos de Boghaz-koy, junto con otros de sitios egipcios descritos en el Pentateuco judío, son coherentes con las ceremonias de las culturas de este período de tiempo.
El Imperio Hitita hacía tratados con las civilizaciones que conquistó. Se han traducido dos docenas de estos, y brindan una mejor comprensión de los tratados del Antiguo Testamento. El descubrimiento del Imperio Hitita en Boghaz-koy ha hecho progresar significativamente nuestra comprensión del período patriarcal. El Dr. Fred Wright resume la importancia de este hallazgo con relación a la historicidad bíblica:
“Ahora el cuadro de la Biblia de este pueblo encaja perfectamente con lo que sabemos acerca de la nación hitita a partir de los monumentos. Como imperio, nunca llegó a conquistar la tierra de Canaán misma, si bien las tribus hititas se asentaron allí a una edad temprana. Nada que han descubierto los excavadores ha desacreditado de ninguna forma el relato bíblico. La precisión de las Escrituras, una vez más, ha quedado demostrada por los arqueólogos”.{4}
El descubrimiento de los hititas ha demostrado ser uno de los grandes hallazgos arqueológicos de todos los tiempos. Ha ayudado a confirmar el relato bíblico y tuvo un gran impacto en el estudio arqueológico del Oriente Medio. Gracias a él, hemos obtenido una mayor comprensión de la historia de nuestro idioma, así como de las prácticas religiosas, sociales y políticas del antiguo Oriente Medio.

Sodoma y Gomorra

La historia de Sodoma y Gomorra fue considerada por mucho tiempo como una leyenda. Los críticos suponían que fue creada para comunicar principios morales. Sin embargo, a lo largo de la Biblia esta historia es tratada como un suceso histórico. Los profetas del Antiguo Testamento se refieren a la destrucción de Sodoma en varias ocasiones (Deuteronomio 29:23; Isaías 13:19; Jeremías 49:18), y estas ciudades juegan un papel clave en las enseñanzas de Jesús y los apóstoles (Mateo 10:15; 2 Pedro 2:6 y Judas 1:7). ¿Qué ha encontrado la arqueología para establecer la existencia de estas ciudades? Los arqueólogos han buscado en la zona del Mar Muerto durante muchos años tratando de encontrar las ciudades de Sodoma y Gomorra. Génesis 14:3 da su ubicación, en el valle de Sidim, conocido como el Mar Salado, otro nombre para el Mar Muerto. Del lado este, seis lechos de ríos secos fluyen hacia el Mar Muerto. A lo largo de cinco de estos lechos secos se descubrieron ciudades. La que está más al norte se llama Bab edh-Drha. En 1924, el renombrado arqueólogo, el Dr. William Albright, excavó en este sitio en busca de Sodoma y Gomorra. Descubrió que era una ciudad fuertemente fortificada. Si bien relacionó esta ciudad con una de las “ciudades de la llanura” bíblicas, no pudo encontrar evidencia concluyente que justificara esta suposición.

Se hicieron más excavaciones en 1965, 1967 y 1973. Los arqueólogos descubrieron un muro de 60 cm. de ancho alrededor de la ciudad, junto con numerosas casas y un gran templo. Fuera de la ciudad había grandes sitios de sepultura donde se desenterraron miles de esqueletos. Esto reveló que la ciudad había estado bien poblada durante la baja Edad de Bronce, alrededor del tiempo en que habría vivido Abraham.
Lo más intrigante fue evidencia de un gigantesco incendio que había destruido la ciudad. Yacía sepultada bajo un manto de cenizas de más de un metro de altura. Un cementerio a un kilómetro de distancia de la ciudad contenía restos carbonizados de techos, postes y ladrillos enrojecidos por el calor.
El Dr. Bryant Wood, al describir estas sepulturas, dijo que un fuego comenzó en los techos de estos edificios. Luego los techos se derrumbaron y cayeron hacia el interior y se difundió el fuego dentro del edificio. Esto ocurrió en el caso de cada casa excavada. Una destrucción tan enorme por fuego coincidiría con el relato bíblico de que la ciudad fue destruida por fuego que cayó del cielo. Wood dice: “La evidencia sugeriría que este sitio de Bab edh-Drha es la ciudad bíblica de Sodoma”.{5}
Se mencionan cinco ciudades de la llanura en Génesis 14: Sodoma, Gomorra, Adma, Zoar y Zeboim. Los restos de estas otras cuatro ciudades también se encuentran a lo largo del Mar Muerto. Siguiendo un camino sur desde Bab edh-Drha hay una ciudad llamada Numeria. Siguiendo hacia el sur está la ciudad llamada es-Safi. Más al sur están las antiguas ciudades de Feifa y Khanazir. Los estudios en estas ciudades revelaron que fueron abandonadas al mismo tiempo, alrededor de 2450-2350 a.C. Muchos arqueólogos creen que, si Bab ed-Drha es Sodoma, Numeria es Gomorra, y es-Safi es Zoar.
Lo que fascinó a los arqueólogos es que estas ciudades estuvieron cubiertas por las mismas cenizas que Bab ed-Drha. Numeria, que se considera que es Gomorra, tenía más de dos metros de ceniza en algunos lugares. En casa una de las ciudades destruidas los depósitos de ceniza convirtieron al suelo en un carbón esponjoso, lo que hizo que fuera imposible la reconstrucción. Según la Biblia, cuatro de las cinco ciudades fueron destruidas, permitiendo que Lot huyera hacia Zoar. Zoar no fue destruida por el fuego, pero fue abandonada durante este período.
Si bien los arqueólogos aun cuestionan estos hallazgos, este es un descubrimiento acerca del cual oiremos más en los próximos años.

Los muros de Jericó

Según la Biblia, la conquista de Jericó ocurrió alrededor de 1440 a.C. La naturaleza milagrosa de la conquista ha hecho que algunos estudiosos descarten la historia como algo folclórico. ¿Apoya la arqueología el relato bíblico? Durante el último siglo, cuatro arqueólogos destacados han excavado en el sitio: Carl Watzinger (1907-1909), John Garstang (fines de la década de 1930), Kathleen Kenyon (1952-1958) y, actualmente, Bryant Wood. El resultado de estos trabajos ha sido notable.

Los muros de Jerico en la actualidad


Primero, descubrieron que Jericó tenía un sistema de fortificaciones impresionante. Un muro de retención de cinco metros de altura rodeaba la ciudad. Encima del muro, había un muro de ladrillos de unos dos metros y medio, fortalecido por detrás por un murallón de tierra. Se encontraron estructuras domésticas detrás de este primer muro. Otro muro de ladrillos circundaba el resto de la ciudad. Las estructuras domésticas que se encontraron entre ambos muros son consistentes con la descripción del alojamiento de Rahab en Josué 2:15. Los arqueólogos también encontraron que, en una parte de la ciudad, había grandes pilas de ladrillos en la base tanto del muro interno como del interno, lo que indicaba un desmoronamiento repentino de las fortificaciones. Los eruditos piensan que un terremoto, que podría explicar también la detención del flujo del Jordán en el relato bíblico, causó este colapso. Los ladrillos del desmoronamiento formaban una rampa mediante la cual un invasor podría entrar fácilmente en la ciudad (Josué 6:20).
Con relación a este sorprendente descubrimiento, Garstang dice: “En cuanto al hecho principal, entonces, no queda ninguna duda: los muros cayeron hacia fuera tan completamente que los atacantes podrían haberse trepado sobre las ruinas de la ciudad”.{6} Esto es notable, porque cuando son atacadas las ciudades, los muros caen hacia adentro, y no hacia fuera.
Una espesa capa de hollín indica que la ciudad fue destruida por fuego, según se describe en Josué 6:24. Kenyon lo describe de esta forma: “La destrucción fue completa. Los muros y pisos quedaron ennegrecidos o enrojecidos por el fuego, y cada habitación estaba llena de ladrillos caídos”.{7} Los arqueólogos también descubrieron grandes cantidades de trigo en el sitio. Esto, nuevamente, es consistente con el relato bíblico de que la ciudad fue capturada rápidamente. Si hubiera caído como resultado de un sitio, el trigo hubiera sido usado. Según Josué 6:17, a los israelitas se les prohibió saquear la ciudad; tenían que destruirla por completo.
Si bien los arqueólogos estaban de acuerdo en que Jericó fue destruida violentamente, no concordaban con la fecha de la conquista. Garstang sostenía la fecha bíblica de 1400 a.C., mientras Watzinger y Kenyon creían que la destrucción ocurrió en 1550 a.C. En otras palabras, si la última fecha es correcta, Josué llegó a una Jericó que había sido destruida previamente. Esta fecha más temprana plantearía un serio desafío a la historicidad del Antiguo Testamento.
El Dr. Bryant Wood, que está excavando en el sitio actualmente, encontró que la fecha más temprana de Kenyon estaba basada en suposiciones erróneas sobre la alfarería que se encontró en el sitio. Su fecha más tardía también está basada en el descubrimiento de amuletos egipcios en las tumbas al noroeste de Jerció. En estos amuletos estaban inscritos los nombres de faraones egipcios entre 1500 y 1386 d.C., mostrando que el cementerio estaba en uso hasta fines de la Era de Bronce (1550-1400 a.C.). Finalmente, una pieza de carbón fue encontrado en los restos que fue fechada en 1410 a.C. La evidencia lleva a Watson a esta conclusión: “La alfarería, las consideraciones estratigráficas, los datos de escarabajos y carbono 14 apuntan todos a la destrucción de la ciudad cerca del final de la Edad de Bronce, alrededor de 1400 a.C.”{8}
Por lo tanto, la evidencia arqueológica actual apoya el relato bíblico sobre cuándo y cómo cayó Jericó.

La casa de David

Uno de los personajes más queridos de la Biblia es el rey David. Las Escrituras dicen que fue un hombre conforme al corazón de Dios. Es venerado como el mayor de todos los reyes de Israel, y el pacto mesiánico se establece a través de su linaje. A pesar de su papel clave en la historia de Israel, hasta hace poco no había ninguna evidencia, fuera de la Biblia, que atestiguara de su existencia. Por esta razón, los críticos cuestionaban la existencia del rey David.
En el verano de 1993, un arqueólogo hizo lo que se considera es un descubrimiento fenomenal e impactante. El Dr. Avraham Biran y su equipo estaban excavando en un sitio llamado Tell Dan, ubicado en el norte de Galilea, al pie del monte Hermón. La evidencia indica que este es el sitio de la tierra de Dan del Antiguo Testamento.
El equipo había descubierto una impresionante plaza real. Al quitar los escombros, descubrieron entre las ruina una estela o un pedazo de piedra de basalto negro que contenía inscripciones en arameo. La estela contenía trece líneas de escritura, pero ninguna de las frases estaba completa. Algunas de las líneas tenían solo tres letras, mientras que la más ancha contenía catorce. Las letras que quedaban estaban grabadas claramente y eran fáciles de leer. Dos de las líneas contenían las frases “el rey de Israel” y “casa de David”.
Esta es la primera referencia del rey David que se encuentra fuera de la Biblia. Este descubrimiento ha hecho que muchos críticos reconsideraran su punto de vista sobre la historicidad del reino davídico. La alfarería que se encontró en las cercanías, junto con la construcción y el estilo de escritura, llevan al Dr. Biran a argumentar que la estela fue erigida en el primer cuarto del noveno siglo a.C., alrededor de un siglo después de la muerte del rey David.
El equipo de traducción descubrió que la inscripción hablaba de guerras entre los israelitas y los arameos, que menciona la Biblia durante este período. En este hallazgo, un líder de los arameos, probablemente Hazael, es victorioso sobre Israel y Judá. La estela fue erigida para celebrar la derrota de ambos reyes. En 1994, se encontraron dos piezas más con inscripciones que hacen referencia a Joram, el hijo de Acab, el rey de Israel, y Ocozías, que fue rey sobre la “casa de David”, o Judá. Estos nombres y hechos se corresponden con el relato que aparece en 2 Reyes, capítulos 8 y 9. El Dr. Hershel Shanks, de Biblical Archaeological Review,dice: “La estela da vida al texto bíblico de una forma muy dramática. Nos da también más confianza en la realidad histórica del texto bíblico”.{9}
El hallazgo ha confirmado varios hechos. Primero, el uso de la expresión “casa de David” implica que hubo una dinastía davídica que gobernó Israel. Podemos concluir, entonces, que existió un rey David histórico. Segundo, los reinos de Judá e Israel fueron entidades políticas destacadas, según describe la Biblia. Durante mucho tiempo, los críticos consideraron que las dos naciones eran simplemente estados insignificantes.
El Dr. Bryant Wood resume la importancia de este hallazgo de la siguiente forma: “En nuestro tiempo, la mayoría de los estudiosos, arqueólogos y eruditos bíblicos tomaban una visión muy crítica de la precisión histórica de muchos de los relatos de la Biblia . . . Muchos estudiosos han dicho que jamás existió David ni Salomón, y ahora tenemos una estela que menciona a David”.{10}
Si bien muchos arqueólogos permanecen escépticos en cuanto al registro bíblico, la evidencia a favor de la precisión bíblica de la Biblia sigue creciendo.

LA ARQUEOLOGÍA en si es una ciencia útil para el estudiante de la Biblia porque amplía sus conocimientos de las condiciones de vida, las costumbres y las lenguas en tiempos bíblicos. Proporciona asimismo datos valiosos sobre el cumplimiento de profecías, como las que anunciaron la desaparición de las antiguas ciudades de Babilonia, Nínive y Tiro (Jeremías 51:37; Ezequiel 26:4, 12; Sofonías 2:13-15). No obstante, esta ciencia también tiene sus límites: sus hallazgos deben ser interpretados, y las interpretaciones están sujetas a errores y modificaciones.
La fe del cristiano no se sustenta en vasijas rotas, ladrillos desmoronados y muros derruidos, sino en el conjunto armonioso de las verdades espirituales contenidas en la Biblia (2 Corintios 5:7; Hebreos 11:1). Sin duda, la coherencia interna, la franqueza de sus escritores y la realización de sus profecías son una prueba fehaciente de que “toda Escritura es inspirada de Dios” (2 Timoteo 3:16). Dicho esto, analicemos algunos descubrimientos arqueológicos interesantes que confirman el relato bíblico.
Durante las excavaciones practicadas en Jerusalén en 1970, un equipo de arqueólogos descubrió unas ruinas calcinadas. “Para el ojo experto no había dudas —escribió Nahman Avigad, jefe del equipo—. El fuego había devorado la edificación, y las paredes y el techo se habían desplomado.” En una de las habitaciones se encontraron los huesos de un brazo con la mano todavía extendida intentando aferrarse a un escalón.
Diseminadas por toda la habitación había unas monedas, de las cuales la más reciente tenía grabada la fecha del cuarto año de la rebelión judía contra Roma: el año 69 de nuestra era. Los objetos habían sido desparramados por el suelo antes de que la casa se derrumbara. “Aquello nos evocó la imagen de los soldados romanos saqueando las casas después de haber tomado la ciudad, tal como lo describió Josefo”, comenta Avigad. Los historiadores fechan el saqueo de Jerusalén por las tropas romanas en el año 70.
Los análisis revelaron que los huesos pertenecían a una joven veinteañera. Una revista especializada dice: “Atrapada por el fuego cuando los romanos atacaron, una joven que estaba en la cocina de la Casa Quemada se desplomó en el suelo y murió tratando de alcanzar un escalón cerca de la salida. El fuego se propagó tan rápido [...] que no pudo escapar y quedó sepultada bajo una pila de escombros” (Biblical Archaeology Review).
Esta escena nos recuerda la profecía de Jesús lanzada contra Jerusalén unos cuarenta años antes: “Tus enemigos [...] te arrojarán al suelo, a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra” (Lucas 19:43, 44).
Entre los descubrimientos arqueológicos que confirman las narraciones de las Escrituras figuran también los nombres de personas mencionadas en ellas. Varios de estos descubrimientos han silenciado a los críticos que sostenían que los escritores bíblicos inventaron ciertos personajes o exageraron su fama.

Inscripciones de nombres bíblicos

En un tiempo, destacados expertos afirmaban que el rey Sargón II de Asiria, cuyo nombre aparece en Isaías 20:1, nunca existió. Sin embargo, en 1843 se descubrió sobre un afluente del río Tigris, cerca de la moderna ciudad iraquí de Jorsabad, el palacio de Sargón, situado sobre una plataforma de casi 10 hectáreas (25 acres). Rescatado del anonimato seglar, Sargón II es hoy uno de los reyes asirios más conocidos. En uno de sus anales se atribuye la captura de Samaria. Según la cronología bíblica, esta ciudad israelita cayó ante los asirios en 740 antes de la era común (a.e.c.). Sargón también registra la captura de Asdod, lo que confirma aún más las palabras de Isaías 20:1.
La exploración de las ruinas de la antigua ciudad de Babilonia en la moderna Irak, cerca de la Puerta de Istar, puso al descubierto alrededor de trescientas tablillas escritas en caracteres cuneiformes que se remontan al reinado de Nabucodonosor. Entre la lista de nombres que contienen aparece el de “Yaukin, rey de la tierra de Yahud”. Estas palabras aluden a Joaquín, rey de la tierra de Judá, que fue llevado cautivo a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén por primera vez, en 617 a.e.c. (2 Reyes 24:11-15). Las tablillas también mencionan a cinco hijos de Joaquín (1 Crónicas 3:17, 18).
En el año 2005, las excavaciones realizadas con la esperanza de descubrir el palacio del rey David sacaron a la luz una monumental construcción de piedra que, según los arqueólogos, fue destruida cuando los babilonios desolaron Jerusalén hace más de dos mil seiscientos años, en la época del profeta Jeremías. Si se trata de los restos del palacio de David, no lo sabemos. Sin embargo, la arqueóloga Eilat Mazar halló algo de particular interés, a saber, la impresión de un sello de arcilla, de un centímetro (0,4 pulgadas) de diámetro, con la inscripción: “Pertenece a Yehujal, hijo de Schelemyáhu, hijo de Schoví”. Al parecer, esta leyenda se estampó con el sello de Yehujal (también Jehucal o Jucal), funcionario judío mencionado en la Biblia como adversario de Jeremías (Jeremías 37:3; 38:1-6).
Mazar dice que Jehucal es el “segundo funcionario real” cuyo nombre aparece en una impresión de sello hallada en la Ciudad de David; el primero es Guemarías, hijo de Safán. La Biblia dice que Jehucal, hijo de Selemías (Schelemyáhu), era un príncipe de Judá. Antes de este hallazgo, era un desconocido en el ámbito extrabíblico.

¿Conocían la escritura?
La Biblia indica que los israelitas eran un pueblo alfabetizado (Números 5:23; Josué 24:26; Isaías 10:19). Sin embargo, los críticos disentían y afirmaban que la historia bíblica se había transmitido por tradición oral, un método poco confiable. Su teoría sufrió un gran revés en 2005 cuando los arqueólogos descubrieron en Tel Zayit, a medio camino entre Jerusalén y el Mediterráneo, un alfabeto arcaico inscrito en piedra caliza, quizás el alfabeto hebreo más antiguo jamás hallado.
Fechado en el siglo X a.e.c., este hallazgo indica la existencia de instrucción formal para escribas, un alto nivel cultural y una burocracia israelita de rápido crecimiento en Jerusalén. Así pues, contrario a las opiniones de los críticos, parece que al menos para ese siglo ya los israelitas conocían la escritura y, por tanto, estaban en condiciones de consignar su propia historia.

Los hallazgos realizados en Asiria se suman al testimonio

Asiria, que en su día fue un poderoso imperio, es mencionada con frecuencia en la Biblia, y los numerosos hallazgos arqueológicos realizados allí atestiguan la exactitud de las Escrituras. Por ejemplo, las excavaciones en el emplazamiento de la antigua Nínive, su ciudad capital, dejaron al descubierto una losa esculpida del palacio de Senaquerib que muestra a los soldados asirios llevando cautivos a los judíos tras la caída de Lakís, en 732 a.e.c. El relato se recoge en 2 Reyes 18:13-15.
Los anales de Senaquerib, hallados en Nínive, narran su campaña militar llevada a cabo durante el reinado de Ezequías, rey de Judá, a quien mencionan por nombre. Inscripciones cuneiformes de diversos emperadores asirios también incluyen los nombres de Acaz y Manasés, reyes de Judá, y los de Omrí, Jehú, Jehoás, Menahem y Hosea, reyes de Israel.
En sus crónicas, Senaquerib se jacta de sus victorias, pero —curiosamente— no menciona en absoluto que haya tomado Jerusalén. Este hecho añade credibilidad al registro bíblico, que dice que este rey nunca sitió la ciudad, sino que sufrió una gran derrota a manos de Dios en sus cercanías. Humillado, Senaquerib volvió a Nínive, donde cuenta la Biblia que fue asesinado por sus hijos (Isaías 37:33-38). El informe de su asesinato aparece en dos inscripciones asirias.
Debido a la maldad de los ninivitas, Jehová mandó a los profetas Nahúm y Sofonías que les anunciaran la total destrucción de su ciudad (Nahúm 1:1; 2:8–3:19; Sofonías 2:13-15). Sus palabras se cumplieron cuando las fuerzas conjuntas de Nabopolasar, rey de Babilonia, y Ciaxares, rey de los medos, sitiaron y capturaron Nínive en 632 a.e.c. El descubrimiento y la excavación de sus ruinas corroboraron una vez más el relato bíblico.
Nuzi, antigua ciudad situada al este del río Tigris y al sureste de Nínive, fue excavada entre 1925 y 1931. Entre los abundantes objetos encontrados figuran unas veinte mil tablillas de arcilla escritas en el lenguaje babilónico, las cuales contienen un caudal de detalles sobre prácticas legales muy semejantes a las costumbres patriarcales descritas en el libro de Génesis. Por ejemplo, hacen referencia a los dioses domésticos (terafim), figurillas de arcilla cuya posesión se consideraba comparable a un título de propiedad, pues daban a su dueño el derecho a la herencia. Esto explicaría por qué Raquel hurtó los dioses de su padre, Labán, cuando la familia de Jacob se marchó, y el gran empeño de aquel por recobrarlos (Génesis 31:14-16, 19, 25-35).

La profecía de Isaías y el cilindro de Ciro

El antiguo cilindro de arcilla que se ve en la fotografía confirma otro relato bíblico. Este documento, escrito en caracteres cuneiformes y conocido como el cilindro de Ciro, se encontró en el lugar donde estaba la antigua Sippar, en el Éufrates, a 32 kilómetros (20 millas) de Bagdad. En él se relata la conquista de Babilonia por Ciro el Grande, fundador del Imperio persa. Sorprende poderosamente que dos siglos antes Jehová hubiera predicho mediante Isaías lo siguiente acerca de un rey que se llamaría Ciro: “‘Es mi pastor, y todo aquello en que me deleito él lo llevará a cabo por completo’; aun en mi decir de Jerusalén: ‘Será reedificada’” (Isaías 13:1, 17-19; 44:26–45:3).
También es destacable el hecho de que el cilindro mencione la política de Ciro de permitir que los pueblos deportados por la potencia anterior regresaran a su patria, política que contrasta marcadamente con la de otros conquistadores de la antigüedad. Tanto la historia bíblica como la seglar dan testimonio de que Ciro liberó a los judíos, quienes después reconstruyeron Jerusalén (2 Crónicas 36:23; Esdras 1:1-4).
A pesar de ser una ciencia relativamente nueva, la arqueología bíblica constituye un importante campo de estudio que ha sacado a la luz información muy valiosa. Como hemos visto, muchos hallazgos confirman la autenticidad y exactitud de la Biblia, a veces hasta en los mínimos detalles.


Algunos lugares y hallazgos más importantes. La arqueología ha servido para confirmar muchos aspectos históricos del relato bíblico en relación con estas tierras y para apoyar cuestiones que en algún tiempo pusieron en duda los críticos modernos. Ha sido posible demostrar que hoy carecen de fundamento tanto el escepticismo mantenido respecto al relato de la Torre de Babel, como la negación de la existencia del rey babilonio Belsasar y el rey asirio Sargón (cuyos nombres no se hallaron en fuentes extrabíblicas al menos hasta el siglo XIX) y hasta la crítica adversa que se ha hecho de diversos aspectos de estas tierras mencionados en la Biblia. Se ha desenterrado un verdadero caudal de prueba material que concuerda por completo con el texto bíblico.
Babilonia. Las excavaciones efectuadas en la antigua ciudad de Babilonia y en sus alrededores han sacado a la luz la ubicación de varios zigurats o templos en forma de pirámides escalonadas, como el templo en ruinas de Etemenanki dentro del recinto amurallado de Babilonia. Los registros e inscripciones que se hallaron concernientes a estos templos a menudo contienen las palabras: “Su cima llegará a los cielos”. Hay registro de que el rey Nabucodonosor dijo: “Elevé la cúspide de la Torre escalonada de Etemenanki de modo que su cumbre rivalizara con los cielos”. Un fragmento hallado al N. del templo de Marduk, en Babilonia, relata la caída de un zigurat semejante con estas palabras: “La edificación de este templo ofendió a los dioses. En una noche derribaron lo que se había edificado. Los esparcieron a otros países e hicieron extraña su habla. Impidieron el progreso”. (Bible and Spade, de S. L. Caiger, 1938, pág. 29.) Se descubrió que el zigurat ubicado en Uruk (la Erec bíblica) estaba construido con arcilla, ladrillos y asfalto. (Compárese con Gé 11:1-9.)
Cerca de la Puerta de Istar de Babilonia, se desenterraron alrededor de trescientas tablillas cuneiformes que se remontan al período del reinado de Nabucodonosor. Entre las listas de nombres de trabajadores y cautivos que entonces vivían en Babilonia y a los que se daban provisiones, aparece el de “Yaukin, rey de la tierra de Yahud”, es decir, “Joaquín, el rey de la tierra de Judá”, llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en 617 a. E.C., pero a quien liberó de la casa de detención Awel-Marduk (Evil-merodac), sucesor de Nabucodonosor, y a quien se prescribió una porción designada de alimento. (2Re 25:27-30.) En estas tablillas también se menciona a cinco de los hijos de Joaquín. (1Cr 3:17, 18.)
Ciertos hallazgos han puesto al descubierto una gran cantidad de información sobre el panteón de dioses babilonios, entre ellos el principal dios, Marduk —más tarde llamado Bel—, y el dios Nebo, ambos mencionados en Isaías 46:1, 2. Mucha de la información sobre las inscripciones del reinado de Nabucodonosor tiene que ver con su amplio programa de construcción, que hizo de la Babilonia de su día una espléndida urbe. (Compárese con Da 4:30.) El nombre de Awel-Marduk, su sucesor (llamado Evil-merodac en 2Re 25:27), aparece en una vasija descubierta en Susa (Elam).
Las excavaciones realizadas cerca de la actual Bagdad en la segunda mitad del siglo XIX aportaron muchas tablillas y cilindros de arcilla, como la hoy famosa Crónica de Nabonido. Todas las objeciones levantadas en contra del capítulo cinco del libro de Daniel, en cuanto a que Belsasar gobernara en Babilonia al tiempo de la caída de esta ciudad, se desvanecieron gracias a este documento, que probó que Belsasar, el mayor de los hijos de Nabonido, era corregente con su padre, quien en la parte final de su reinado, confió el gobierno de Babilonia a su hijo.
Ur, el que fuera antiguo hogar de Abrahán (Gé 11:28-31), dio prueba de haber sido una metrópoli prominente con una civilización muy avanzada. Esta ciudad sumeria se encontraba situada sobre el Éufrates, cerca del golfo Pérsico. Las excavaciones que hizo sir Leonard Woolley indican que dicha ciudad estaba en la cúspide de su poder y prestigio cuando Abrahán partió de allí hacia Canaán, antes de 1943 a. E.C. Su templo en forma de zigurat es el mejor conservado de todos los que se han encontrado. Las tumbas reales de Ur proveyeron una enorme abundancia de objetos de oro y joyas de un gran valor artístico, así como instrumentos musicales, entre ellos el arpa. (Compárese con Gé 4:21.) Además, se encontró un hacha pequeña de acero, no meramente de hierro. (Compárese con Gé 4:22.) También en este lugar, miles de tablillas de arcilla revelaron muchos detalles en cuanto a cómo se vivía hace unos cuatro mil años. (Véase UR núm. 2.)
En el lugar donde estaba ubicada la antigua Sippar, en el Éufrates, a unos 32 Km. de Bagdad, se encontró un cilindro de arcilla del rey Ciro, el conquistador de Babilonia. Este cilindro relata la facilidad con que Ciro capturó la ciudad y también da cuenta de su política de repatriar a los pueblos cautivos que residían en Babilonia, lo que armoniza con el registro bíblico que había profetizado que Ciro sería el conquistador de Babilonia y quien repatriaría a los judíos a Palestina durante su reinado. (Isa 44:28; 45:1; 2Cr 36:23.)
Asiria. En 1843 se descubrió sobre un afluente septentrional del río Tigris, cerca de Jorsabad, el palacio del rey asirio Sargón II, situado sobre una plataforma de casi 10 Ha. Los trabajos arqueológicos allí efectuados sacaron a este rey mencionado en Isaías 20:1 de la oscuridad en la que se encontraba y lo elevaron a un lugar de importancia histórica. (GRABADO, vol. 1, pág. 960.) En uno de sus anales, Sargón II se atribuye la conquista de Samaria (740 a. E.C.). También registra la captura de Asdod, referida en Isaías 20:1. Aunque en un tiempo muchos destacados escriturarios pensaron que Sargón II no había existido, hoy es uno de los reyes asirios más conocidos.
Nínive, la capital de Asiria, fue donde se hicieron las excavaciones que desenterraron el inmenso palacio de Senaquerib, que tenía unas 70 habitaciones con 3.000 m. de paredes cubiertas de losas esculpidas. En una de ellas se representa a prisioneros judaítas llevados al cautiverio después de la caída de Lakís, en 732 a. E.C. (2Re 18:13-17; 2Cr 32:9; GRABADO, vol. 1, pág. 952.) Más interesantes aún resultaron ser los anales de Senaquerib hallados en Nínive y que estaban inscritos en prismas de arcilla. En uno de ellos Senaquerib narra la campaña asiria contra Palestina durante el reinado de Ezequías (732 a. E.C.), pero —y esto es muy notable— el jactancioso monarca no alardea de haber tomado la ciudad de Jerusalén, lo que da apoyo al registro bíblico. (Véase SENAQUERIB.) El informe del asesinato de Senaquerib a manos de sus hijos también se registra en una inscripción de Esar-hadón, su sucesor, así como en una inscripción del siguiente rey. (2Re 19:37.) Además de la mención que Senaquerib hace del rey Ezequías, también aparecen en los registros cuneiformes de diversos emperadores asirios los nombres de Acaz y Manasés, reyes de Judá, y los de Omrí, Jehú, Jehoás, Menahem y Hosea, reyes de Israel, así como el de Hazael, rey de Damasco.
Persia. Cerca de Behistún, en Irán (la antigua Persia), el rey Darío I (521-486 a. E.C.; Esd 6:1-15) hizo grabar una inscripción monumental en lo alto de un despeñadero de caliza, en la que narraba la unificación del Imperio persa que había logrado y atribuía el éxito a su dios Ahura Mazda. Es de valor primordial el que la inscripción se registrara en tres idiomas: babilonio (acadio), elamita y persa antiguo, pues esta fue la clave para descifrar la escritura cuneiforme asirobabilonia, ininteligible hasta ese entonces. Como resultado de este trabajo, ahora es posible leer miles de tablillas de arcilla e inscripciones en lenguaje babilonio.
Entre 1880 y 1890, arqueólogos franceses excavaron en Susa, el escenario de los acontecimientos registrados en el libro de Ester. (Est 1:2.) Una vez desenterrado el palacio real de Jerjes, que abarcaba una superficie aproximada de una hectárea, se descubrió el esplendor y la magnificencia de los reyes persas. Los hallazgos confirmaron la exactitud de los detalles mencionados por el escritor del libro de Ester concerniente a la administración del reino persa y la construcción del palacio. El libro The Monuments and the Old Testament (de I. M. Price, 1946, pág. 408) comenta: “No hay nada descrito en el Antiguo Testamento que pueda recomponerse tan vívida y exactamente por medio de las excavaciones actuales como ‘Susa el palacio’”. (Véase SUSA.)
Mari y Nuzi. Desde 1933 se han venido realizando excavaciones en la antigua ciudad real de Mari (Tell Hariri), ubicada cerca del Éufrates y a unos 11 Km. al NNO. de Abu Kemal, en el SE. de Siria. Con el tiempo se desenterró un enorme palacio de unas 6 Ha. que tenía 300 habitaciones, en el que se encontraron unos archivos con más de 20.000 tablillas de arcilla. En el recinto palaciego se hallaban las estancias reales, habitaciones administrativas y una escuela de escribas. Muchas paredes lucían grandes pinturas murales al fresco, en los cuartos de baño había bañeras y en las cocinas del palacio se encontraron moldes de pastelería. Según parece, la ciudad fue una de las más sobresalientes y brillantes que hubo hacia el inicio de la andadura del II milenio a. E.C. Las inscripciones en tablillas de arcilla contenían, entre otras cosas, decretos reales, asuntos públicos, cuentas y dictámenes para la construcción de canales, esclusas, diques y otros proyectos de riego, así como correspondencia aduanera y de política exterior. Hay registro de frecuentes censos tomados con motivo de la aplicación de impuestos y el alistamiento militar. La religión ocupaba un lugar destacado, en particular el culto a la diosa de la fertilidad, Istar, cuyo templo también se encontró. Se practicaba la adivinación del mismo modo que en Babilonia: mediante la observación del hígado, la astrología y métodos similares. El rey babilonio Hammurabi destruyó prácticamente esta ciudad. Fue de particular interés el hallazgo de nombres como Péleg, Serug, Nacor, Taré y Harán, todos anotados como nombres de ciudades del N. de Mesopotamia y que correspondían a nombres de familiares de Abrahán. (Gé 11:17-32.)
En Nuzi, una ciudad situada al E. del Tigris y al SE. de Nínive que fue desenterrada entre 1925 y 1931, se encontró un mapa grabado en arcilla —el más antiguo que se ha descubierto— y también pruebas de que hacia el siglo XV a. E.C. ya se efectuaban allí operaciones de compra-venta por pagos aplazados. Se sacaron a la luz unas veinte mil tablillas de arcilla que, según se cree, escribieron en lenguaje babilonio escribas huritas. En este conjunto de documentos había un caudal de información sobre la jurisprudencia de la época, en relación con cuestiones como la adopción, contratos matrimoniales, derechos de herencia y testamentos. En algunos respectos se aprecia una estrecha similitud con las costumbres patriarcales referidas en el relato de Génesis. Cuando una pareja no tenía hijos, existía la costumbre de adoptar uno para que atendiese al matrimonio en su vejez, le diese sepultura y heredase el patrimonio familiar, costumbre que guarda relación con las palabras de Abrahán en Génesis 15:2 acerca de Eliezer, su esclavo de confianza. Se cuenta también la venta de un derecho de primogenitura que recuerda el caso de Jacob y Esaú. (Gé 25:29-34.) Además, en estos documentos se hace referencia a la posesión de pequeñas figuras de arcilla, dioses familiares cuya tenencia se consideraba comparable a la posesión de un título de propiedad, de tal modo que al que los poseía se le consideraba como aquel en quien recaía el derecho a la propiedad o a la herencia. Esto podría explicar el hurto de Raquel de los terafim de su padre y el gran interés de este por recuperarlos. (Gé 31:14-16, 19, 25-35.)
Egipto. El relato de la ida de José a Egipto, seguida de la llegada de toda la familia de Jacob y su estancia en esa tierra, suministra la descripción bíblica más detallada de ese país. Los hallazgos arqueológicos ponen de manifiesto lo muy exacto que es este cuadro, tanto que no lo hubiera podido presentar de esa manera un escritor que hubiera vivido mucho tiempo después, como algunos críticos han afirmado. J. G. Duncan dice en cuanto al escritor del relato de José en su libro New Light on Hebrew Origins (1936, pág. 174): “Utiliza el título correcto, tal como se usaba en la época de la que se habla, y en los casos en que no hay una palabra hebrea equivalente, sencillamente adopta la palabra egipcia y la translitera al hebreo”. Los nombres egipcios, la posición que ocupaba José como administrador de la casa de Potifar, las casas de encierro, los títulos “jefe de los coperos” y “jefe de los panaderos”, la importancia que los egipcios daban a los sueños, la costumbre de los panaderos egipcios de llevar las canastas de pan sobre su cabeza (Gé 40:1, 2, 16, 17), la posición como primer ministro y administrador de alimentos que el Faraón otorgó a José, la manera de investirlo de tal poder, el aborrecimiento que sentían los egipcios hacia los pastores de ovejas, la notable influencia de los magos en la corte egipcia, el asentamiento de los israelitas como residentes temporales en la tierra de Gosén, las costumbres funerarias egipcias: todos estos puntos y otros muchos mencionados en el registro bíblico los verifica con claridad el testimonio arqueológico desenterrado en Egipto. (Gé 39:1–47:27; 50:1-3.)
En Karnak (la antigua Tebas), situada a orillas del Nilo, hay un enorme templo egipcio en cuya pared S. aparece una inscripción que confirma la campaña del rey egipcio Sisaq (Sesonq I) en Palestina, mencionada en 1 Reyes 14:25, 26 y 2 Crónicas 12:1-9. El relieve gigantesco en el que se narran sus victorias muestra a 156 prisioneros de Palestina maniatados, cada uno de los cuales representa una ciudad o aldea, cuyo nombre aparece en caracteres jeroglíficos. Entre los nombres identificables se cuentan los de Rabit (Jos 19:20), Taanac, Bet-seán y Meguidó (donde se ha desenterrado una porción de una estela o pilar inscrito de Sisaq) (Jos 17:11), Sunem (Jos 19:18), Rehob (Jos 19:28), Hafaraim (Jos 19:19), Gabaón (Jos 18:25), Bet-horón (Jos 21:22), Ayalón (Jos 21:24), Socoh (Jos 15:35) y Arad (Jos 12:14). En esta relación incluso se menciona el “campo de Abrán” como una de sus capturas, lo que constituye la referencia más antigua a Abrahán en los registros egipcios. También en esta zona se encontró un monumento de Merneptah, hijo de Ramsés II, que contiene un himno en el que aparece la única mención del nombre Israel en textos egipcios antiguos.
En Tell el-Amarna, situada a unos 270 Km. al S. de El Cairo, una campesina descubrió por accidente unas tablillas de arcilla que condujeron al hallazgo de un buen número de documentos escritos en acadio, pertenecientes a los archivos reales de Amenhotep III y su hijo Akhenatón. Las 379 tablillas, cuyo contenido se publicó, son parte de la correspondencia que enviaron a Faraón los príncipes vasallos de las numerosas ciudades-reinos de Siria y Palestina, incluso alguna del gobernador de Urusalim (Jerusalén), y revelan un cuadro de luchas e intrigas que concuerda por completo con la descripción bíblica de aquellos tiempos. Algunos han relacionado con los hebreos a los “habiru”, contra quienes se presentan muchas quejas en estas cartas, pero todos los indicios tienden a indicar que se trataba más bien de diversos pueblos nómadas que ocupaban un nivel social muy bajo en la sociedad de aquel tiempo. (Véase HEBREO, I [Los “habiru”].)
En Elefantina, una isla del Nilo de nombre griego situada en el extremo S. de Egipto (cerca de Asuán), se estableció una colonia judía después de la caída de Jerusalén en 607 a. E.C. Allí se encontraron en 1903 gran cantidad de documentos escritos en arameo, en su mayor parte en papiro, que datan del siglo V a. E.C. y de la época del Imperio medopersa. Los documentos mencionan a Sanbalat, el gobernador de Samaria. (Ne 4:1.)
Es indudable que los hallazgos más valiosos desenterrados en Egipto son los fragmentos y porciones en papiro de los libros bíblicos, tanto de las Escrituras Hebreas como de las Griegas, algunos de los cuales se remontan al siglo I a. E.C. El clima seco y el suelo arenoso convirtieron a este país en un almacén idóneo para la conservación de tales documentos en papiro. (Véase MANUSCRITOS DE LA BIBLIA.)
Palestina y Siria. En este territorio se han excavado unos seiscientos lugares cuyos restos pueden fecharse. Muchos de los datos obtenidos son de carácter general, es decir: más bien que referirse a acontecimientos específicos, apoyan el registro bíblico en un sentido amplio. Por ejemplo, en el pasado se hicieron esfuerzos por desacreditar el relato bíblico de la desolación completa de Judá durante el cautiverio babilonio. No obstante, las excavaciones verifican en su conjunto el relato bíblico. En este sentido W. F. Albright dice: “No conocemos ni un solo caso de que una ciudad de la Judea [Judá] propiamente dicha estuviera ocupada sin interrupción durante todo el período exílico. Para subrayar el contraste, señalaremos que Betel, que en los tiempos preexílicos se hallaba precisamente al otro lado de la frontera norte de Judea [Judá], no fue destruida en esa época, sino que prosiguió ocupada hasta finales del siglo VI [a. E.C.]”. (Arqueología de Palestina, 1962, pág. 144.)
En la antigua ciudad fortificada de Bet-san (Bet-seán), que guardaba el acceso al valle de Esdrelón por el E., se hicieron excavaciones de gran importancia que revelaron la existencia de dieciocho niveles, lo que exigió que se cavara hasta una profundidad de 21 m. (GRABADO, vol. 1, pág. 959.) El registro bíblico muestra que Bet-san no era una de las ciudades que en un principio ocuparon los israelitas y que para el tiempo de Saúl, la habitaban los filisteos. (Jos 17:11; Jue 1:27; 1Sa 31:8-12.) Las excavaciones apoyan en general este registro e indican que Bet-san sufrió destrucción algún tiempo después de la derrota de los israelitas cerca de Siló. (Jer 7:12.) Fue de particular interés el descubrimiento en esta ciudad de ciertos templos cananeos. En 1 Samuel 31:10 se dice que los filisteos pusieron la armadura del rey Saúl “en la casa de las imágenes de Astoret, y su cadáver lo fijaron en el muro de Bet-san”, mientras que 1 Crónicas 10:10 lee: “Pusieron su armadura en la casa del dios de ellos, y su cráneo lo fijaron en la casa de Dagón”. Dos de los templos descubiertos pertenecían a la misma época, y uno de ellos al parecer era el templo de Astoret, mientras que se considera que el otro correspondía a Dagón. Esto armonizaría con los textos citados antes, que hablan de la existencia de dos templos en Bet-san.
Ezión-guéber fue la ciudad portuaria de Salomón situada en el golfo de ʽAqaba. Es posible que corresponda al Tell el-Kheleifeh (desenterrado entre los años 1937 y 1940), donde se hallaron pruebas de la existencia de una antigua fundición de cobre, puesto que en un montículo poco elevado de esa región se encontró escoria de cobre y restos de ese mismo mineral. Sin embargo, el arqueólogo Nelson Glueck modificó radicalmente sus conclusiones originales concernientes al lugar en un artículo publicado en The Biblical Archaeologist (1965, pág. 73). Su punto de vista de que allí había habido un sistema de altos hornos de fundición se basó en el descubrimiento en el más importante de los edificios excavados de lo que —para él— eran “agujeros de chimeneas”. Más tarde llegó a la conclusión de que estas aberturas en los muros del edificio eran el resultado del “deterioro o la quema de vigas de madera que estaban colocadas a lo ancho de los muros y que servían de soportes”. Ahora se cree que el edificio que antes se había considerado una fundición era en realidad una estructura que servía de almacén y granero. Si bien todavía se sostiene que en esa ciudad se llevaban a cabo actividades metalúrgicas, hoy día no se piensa que hayan sido de la envergadura que antes se creyó. Esto subraya el hecho de que los datos arqueológicos dependen en primer lugar de la interpretación individual del arqueólogo, interpretación, por otra parte, que en ningún caso es infalible. La Biblia misma no habla de industrias de cobre en Ezión-guéber, en tanto que alude a la fundición de artículos de este metal en una localidad del valle del Jordán. (1Re 7:45, 46.)
En tiempos de Josué se dijo que la ciudad de Hazor, en Galilea, era “la cabeza de todos estos reinos”. (Jos 11:10.) Las excavaciones practicadas en la zona han demostrado que en su día la ciudad ocupó unas 60 Ha. y debió tener una población numerosa, por lo que debió ser una de las ciudades más importantes de la región. Salomón la fortificó, y, por otra parte, el testimonio de aquel período manifiesta que pudo ser una de las “ciudades de los carros”. (1Re 9:15, 19.)
Con motivo de tres expediciones diferentes (1907-1909; 1930-1936; 1952-1958), la ciudad de Jericó pasó por varios períodos de excavaciones. Las interpretaciones que siguieron a los hallazgos ponen de manifiesto una vez más que la arqueología, como ocurre con otros campos del saber humano, no es una fuente de información absolutamente estable. Aunque cada una de las tres expediciones sacó a la luz información, fueron distintas sus conclusiones respecto a los antecedentes históricos de la ciudad y, en particular, a la fecha de su caída ante el ejército israelita. En cualquier caso, es posible afirmar que, en su conjunto, los hallazgos de estas tres expediciones presentan un cuadro general como el que se ofrece en el libro Arqueología bíblica (de G. E. Wright, 1975, pág. 113), que dice: “La ciudad sufrió una terrible destrucción o una serie de destrucciones durante el segundo milenio antes de Cristo y [...] permaneció prácticamente desierta durante varias generaciones”. La destrucción estuvo acompañada de un gran incendio, como lo muestran los restos desenterrados. (Véase Jos 6:20-26.)
En 1867 se descubrió en Jerusalén un viejo túnel de agua que salía de la fuente de Guihón y penetraba en la colina situada a sus espaldas. (Véase GUIHÓN núm. 2.) Este descubrimiento puede arrojar luz sobre el relato de la toma de la ciudad por David, registrado en 2 Samuel 5:6-10. Entre 1909 y 1911, se despejó el entero sistema de túneles conectados con la fuente de Guihón. Uno de ellos, conocido como el túnel de Siloam, tenía un promedio de unos 2 m. de altura y estaba labrado en la roca sólida a lo largo de unos 533 m., desde Guihón hasta el estanque de Siloam, en el valle de Tiropeón (dentro de la ciudad). Así que parece tratarse del proyecto del rey Ezequías mencionado en 2 Reyes 20:20 y 2 Crónicas 32:30. Resultó de gran interés la antigua inscripción hallada en la pared del túnel, escrita en hebreo primitivo, y que narra la perforación de dicho túnel e informa de su longitud. Esta inscripción se usa como punto de referencia para fechar otras inscripciones hebreas que se han encontrado.
A unos 44 Km. al OSO. de Jerusalén, se hallaba Lakís, importante fortaleza del sistema defensivo que protegía la región montañosa de Judá. A este respecto, el profeta menciona en Jeremías 34:7 que “las fuerzas militares del rey de Babilonia estaban peleando contra Jerusalén y contra todas las ciudades de Judá que quedaban, contra Lakís y contra Azeqá; porque estas, las ciudades fortificadas, eran las que quedaban entre las ciudades de Judá”. Las excavaciones realizadas en Lakís han demostrado que en el transcurso de muy pocos años la ciudad fue pasto de las llamas en dos ocasiones, lo que parece indicar que sufrió dos ataques babilonios (618-617 y 609-607 a. E.C.); después permaneció desolada por un largo período de tiempo.
Entre las cenizas del segundo incendio se encontraron veintiún ostraca (fragmentos de vasijas de barro con escritura grabada), que, según se cree, forman parte de una correspondencia mantenida poco antes de que Nabucodonosor destruyese la ciudad en su último ataque. Estos documentos, conocidos como las Cartas de Lakís, reflejan una situación crítica y angustiosa, y parece que se escribieron a Yaós, el comandante del ejército de Lakís, desde un destacamento de las fuerzas judaítas. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) La carta IV dice lo siguiente: “Haga Yahvé que mi señor reciba, aun en esta hora, buenas noticias [...] estamos a la espera de las señales de Laquis, conforme a todas las órdenes que ha dado mi señor, porque no podemos ver Azecá”. Este informe recoge con notable parecido la misma situación referida en el pasaje de Jeremías 34:7, citado antes, y parece que deja entrever que o bien Azeqá ya había caído o por alguna razón no se comunicaba por medio de las señales de humo convenidas.
La carta III, escrita por Hosaya, contenía el siguiente comunicado: “Haga Yahvé que mi señor escuche nuevas de paz [...]. Se ha informado a tu siervo, diciendo: ‘El comandante del ejército, Konías, hijo de Elnatán, ha regresado para marchar a Egipto; y ha enviado aviso a Jodavías, hijo de Ajías, y a sus hombres para obtener [alimentos] de él’”. El fragmento bien podría referirse al hecho de que Judá buscase la ayuda de Egipto, algo que los profetas habían condenado. (Isa 31:1; Jer 46:25, 26.) Los nombres de Elnatán y Hosaya, que se hallan en el texto de esta carta, también se encuentran en Jeremías 36:12 y Jer 42:1. Otros nombres que figuran en esta colección de cartas aparecen asimismo en el libro de Jeremías: Guemarías (Jer 36:10), Nerías (Jer 32:12) y Jaazanías (Jer 35:3). Cierto es que no se puede afirmar que estos nombres correspondan a las mismas personas, pero si se tiene en cuenta que Jeremías vivió ese agitado período, la coincidencia es en sí misma notable.
Llama la atención el uso frecuente del Tetragrámaton en estas cartas, pues pone de manifiesto que los judíos de esa época no tenían aversión alguna al empleo del nombre divino. También es de interés la impresión en arcilla de un sello con la inscripción: “Guedalías, que está sobre la casa”. Guedalías era el nombre del gobernador de Judá que nombró Nabucodonosor después de la caída de Jerusalén, y para muchos es probable que la inscripción del sello se refiera a él. (2Re 25:22; compárese con Isa 22:15; 36:3.)
Meguidó era una ciudad fortificada con un emplazamiento estratégico que dominaba un paso importante al valle de Jezreel. La reedificó Salomón y se la menciona junto con las ciudades de depósitos y las ciudades de los carros de su reino. (1Re 9:15-19.) Excavaciones hechas en el lugar conocido como Tell el-Mutesellim, un montículo de algo más de 5 Ha., pusieron al descubierto lo que para algunos eruditos parecen haber sido establos con capacidad para unos 450 caballos. Al principio se pensó que estas construcciones pertenecían a la época de Salomón, pero después los expertos dijeron que eran de un período posterior, tal vez del reinado de Acab.
La Piedra Moabita fue uno de los primeros hallazgos de especial importancia en la zona que queda al E. del Jordán. (GRABADO, vol. 1, pág. 325.) Descubierta en 1868 en Dibón, al N. del valle de Arnón, presenta la versión del rey Mesá sobre su alzamiento contra Israel. (Compárese con 2Re 1:1; 3:4, 5.) La inscripción dice en parte: “Yo (soy) Meša, hijo de Kemoš-[...], rey de Moab, el Dibonita [...] En cuanto a Omrí, rey de Israel, humilló a Moab muchos años (lit.: días), pues Kemoš [el dios de Moab] se había enojado con su país. Y su hijo le siguió y dijo también: ‘Humillaré a Moab’. En mi época habló (así), pero ¡he triunfado sobre él y sobre su casa, al paso que Israel ha perecido para siempre! [...] Y Kemoš me dijo: ‘Ve, ¡toma a Nebo de Israel!’. Por lo tanto, fui de noche y combatíla desde el alba hasta el mediodía, conquistándola y matando a todos [...]. Y tomé de allí los [vasos] de Yahweh, arrastrándolos ante Kemoš”. (La Sabiduría del Antiguo Oriente, edición de J. B. Pritchard, 1966, pág. 248.) Puede verse, por consiguiente, que la estela no solo menciona el nombre del rey Omrí de Israel, sino también el Tetragrámaton: las cuatro letras hebreas del nombre divino.
La Piedra Moabita también hace referencia a muchos topónimos mencionados en la Biblia, como por ejemplo: Atarot y Nebo (Nú 32:34, 38); el Arnón, Aroer, Medebá y Dibón (Jos 13:9); Bamot-baal, Bet-baal-meón, Jáhaz y Quiryataim (Jos 13:17-19); Bézer (Jos 20:8); Horonaim (Isa 15:5), y Bet-diblataim y Queriyot (Jer 48:22, 24). En consecuencia, apoya la historicidad de todos estos lugares.
Las excavaciones realizadas en Ras Shamra (la antigua Ugarit) en la costa N. de Siria, frente a la isla de Chipre, han aportado información sobre la existencia de un culto muy parecido al de Canaán: deidades de ambos sexos, templos, prostitución “sagrada”, ritos, sacrificios y oraciones. Entre un templo dedicado a Baal y otro consagrado a Dagón, se encontró una habitación en la que había una biblioteca con centenares de textos religiosos que según se cree datan del siglo XV y principios del XIV a. E.C. Los textos poéticos mitológicos han puesto al descubierto muchos datos relacionados con las deidades cananeas El, Baal y Ashera, y las prácticas idolátricas degradadas que conformaban el culto a estos dioses. Merrill F. Unger dice en su libro Archaeology and the Old Testament (1964, pág. 175): “La literatura épica ugarítica ha contribuido a revelar el alto grado de depravación que caracterizó a la religión cananea. Por tratarse de un modelo politeísta grosero en extremo, sus ritos cultuales eran bárbaros y totalmente licenciosos”. En las excavaciones también se encontraron imágenes de Baal, así como de otros dioses. (Véase DIOSES Y DIOSAS [Deidades cananeas].) Los textos hallados estaban redactados en una escritura cuneiforme alfabética desconocida hasta entonces, diferente de la escritura cuneiforme acadia. Se escribía de derecha a izquierda, como en hebreo, aunque el alfabeto tenía algunas letras más, treinta en total. Al igual que en Ur, en este yacimiento se encontró un hacha de guerra de acero.
Samaria, capital sumamente fortificada del reino septentrional de Israel, se edificó sobre una colina que se elevaba a más de 90 m. desde el fondo del valle. Los restos de sus macizas murallas dobles, que en algunos puntos formaban un baluarte de casi 10 m. de ancho, dan prueba de su fortaleza para resistir sitios prolongados, como los mencionados en 2 Reyes 6:24-30 (en el caso de Siria) y en 2 Reyes 17:5 (en el caso del poderoso ejército asirio). La mampostería de piedra encontrada en el lugar —que, según se cree, pertenece al tiempo de los reyes Omrí, Acab y Jehú— es de una artesanía espléndida. Lo que parece ser el embasamiento del palacio tiene una medida aproximada de 90 por 180 m. En el recinto del palacio se ha encontrado una gran cantidad de fragmentos, placas y paneles de marfil, que podrían tener relación con la casa de marfil de Acab mencionada en 1 Reyes 22:39. (Compárese con Am 6:4.) En el extremo NO. de la cima de la colina se descubrió un gran estanque revestido de cemento de unos 10 m. de largo por 5 de ancho, que bien pudiera tratarse del “estanque de Samaria” en el que se lavó la sangre del carro de Acab. (1Re 22:38.)
Han resultado de gran interés los sesenta y tres fragmentos de vasijas (ostraca) con inscripciones en tinta, que probablemente datan del siglo VIII a. E.C. El sistema israelita de escribir los números usando trazos verticales, horizontales e inclinados, aparece en los recibos de embarques de vino y aceite a Samaria desde otras ciudades. En un recibo típico leemos lo siguiente:
En el décimo año.
A Gaddiyau [probablemente, el encargado del tesoro].
De Azzo [quizás el pueblo o distrito desde donde se enviaba el vino o el aceite].
Abibáal, 2
Ahaz, 2
Seba, 1
Merib-báal, 1
Estos recibos también revelan el uso frecuente de la palabra Baal como parte de los nombres, ya que por cada once nombres que contienen alguna forma del nombre Jehová, unos siete incluyen el de Baal, lo que con toda probabilidad indica la infiltración de la adoración a Baal, como se explica en el registro bíblico.
La Biblia también da cuenta de la ardiente y violenta destrucción de Sodoma y Gomorra, así como de la existencia de pozos de betún (asfalto) en aquella región. (Gé 14:3, 10; 19:12-28.) Son muchos los eruditos que opinan que en aquel tiempo el nivel de las aguas del mar Muerto debió experimentar una inesperada subida, y se extendió así el extremo meridional de este mar por una distancia considerable y anegó con ello el lugar donde debieron estar emplazadas estas dos ciudades. Las exploraciones llevadas a cabo en la zona demuestran que se trata de una tierra calcinada debido a la presencia de petróleo y asfalto. A este respecto, Jack Finegan hace el siguiente comentario en su libro Light From the Ancient Past (1959, pág. 147): “Un minucioso examen de los testimonios literarios, geológicos y arqueológicos conduce a la conclusión de que las depravadas ‘ciudades de la llanura’ que fueron destruidas (Gé 19:29) se hallaban en una franja de tierra hoy sumergida [...], y que su destrucción tuvo lugar a causa de un gran terremoto que probablemente estuvo acompañado de explosiones, descargas eléctricas, combustión de gases naturales y fenómenos ígneos”. (Véase también SODOMA.)
La arqueología y las Escrituras Griegas Cristianas. El hallazgo de un denario de plata con la imagen de Tiberio puesto en circulación alrededor del año 15 E.C. (GRABADO, vol. 2, pág. 544) confirma el relato del uso que Jesús hizo de un denario que llevaba la efigie de ese césar. (Mr 12:15-17; compárese con Lu 3:1, 2.) Una losa encontrada en Cesarea con los nombres Pontius Pilatus y Tiberieum corrobora el hecho de que por aquel entonces Poncio Pilato era el gobernador romano de Judea. (Véanse PILATO; GRABADO, vol. 2, pág. 741.)
El libro de Hechos de Apóstoles —que, según todos los indicios del propio texto, escribió Lucas— contiene numerosas referencias a ciudades y a sus provincias respectivas, así como a oficiales de distinto rango y con diversos títulos que estaban en funciones en un tiempo determinado (compárese con Lu 3:1, 2), pormenorización esta que se presta a que el escritor incurra en muchos errores. No obstante, el testimonio arqueológico disponible demuestra a un grado notable la exactitud de Lucas. Por ejemplo, en Hechos 14:1-6, Lucas sitúa Listra y Derbe dentro de la región licaónica, pero da a entender que Iconio estaba en otro territorio, mientras que varios escritores romanos, como es el caso de Cicerón, situaron Iconio en Licaonia. Sin embargo, una inscripción descubierta en 1910 muestra que a Iconio se la consideraba una ciudad de Frigia, más bien que de Licaonia.
Asimismo, una inscripción hallada en Delfos corrobora que, seguramente hacia el 51-52 E.C., Galión era procónsul de Acaya. (Hch 18:12.) Unas diecinueve inscripciones que datan del siglo II a. E.C. al siglo III E.C. confirman el uso apropiado que hace Lucas del título gobernantes de la ciudad (singular, po·li·tár·kjēs) aplicado a los oficiales de Tesalónica (Hch 17:6, 8), y en cinco de estas inscripciones se alude específicamente a dicha ciudad. (Véase GOBERNANTES DE LA CIUDAD.) De manera similar, la referencia a Publio como el “hombre prominente” (prṓ·tos) de Malta (Hch 28:7) es el título exacto que ha de usarse, como lo atestiguan dos inscripciones aparecidas en Malta, una en latín y la otra en griego. En Éfeso se han descubierto los restos del templo de Ártemis, así como algunos textos de magia. (Hch 19:19, 27.) Las excavaciones efectuadas allí también sacaron a la luz un teatro con capacidad para unas 25.000 personas e inscripciones que hacen alusión a los “comisionados de fiestas y juegos”, como los que intervinieron a favor de Pablo, y también a un “registrador”, como el que aquietó a la chusma en la ocasión citada. (Hch 19:29-31, 35, 41.)
Algunos de estos hallazgos impulsaron a Charles Gore a escribir en A New Commentary on Holy Scripture lo siguiente en cuanto a la exactitud de Lucas: “Por supuesto, debe reconocerse que la arqueología moderna prácticamente ha obligado a los críticos de san Lucas a pronunciarse a favor de la extraordinaria exactitud de todas sus alusiones a hechos y sucesos históricos” (edición de Gore, Goudge y Guillaume, 1929, pág. 210).
Valor relativo de la arqueología. La arqueología ha sacado a la luz información provechosa que ha ayudado a la identificación, a menudo tentativa, de emplazamientos bíblicos. De igual manera, ha desenterrado documentos escritos que han contribuido a un mejor entendimiento de los idiomas originales en los que se escribió la Biblia; también ha esclarecido las condiciones de vida y las actividades de los pueblos antiguos, así como de los gobernantes a los que se hace referencia en las Escrituras. No obstante, en lo que respecta a la autenticidad y veracidad de la Biblia, así como a la fe en ella, en sus enseñanzas y en su revelación de los propósitos y promesas de Dios, es preciso decir que la arqueología no es un complemento esencial ni una confirmación necesaria de la veracidad de la Palabra de Dios. El apóstol Pablo se expresa al respecto del siguiente modo: “Fe es la expectativa segura de las cosas que se esperan, la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen. [...] Por fe percibimos que los sistemas de cosas fueron puestos en orden por la palabra de Dios, de modo que lo que se contempla ha llegado a ser de cosas que no aparecen”. (Heb 11:1, 3.) “Andamos por fe, no por vista.” (2Co 5:7.)
Esto no significa que la fe cristiana no tenga base alguna en lo que se puede ver o que tan solo trate de lo que es intangible. Lo cierto es que en todas las épocas, las circunstancias del entorno de las personas, sus propias vidas y sus experiencias personales han suministrado pruebas abundantes que permiten convencerse de que la Biblia es la verdadera fuente de revelación divina y que no contiene nada que no esté en armonía con los hechos demostrables. (Ro 1:18-23.) El conocimiento del pasado a la luz de los descubrimientos arqueológicos es interesante y tiene cierto valor, pero no es indispensable. El conocimiento del pasado a la luz de la Biblia es, por sí solo, suficiente y absolutamente confiable. La Biblia, con o sin la arqueología, da verdadero significado al presente e ilumina el futuro. (Sl 119:105; 2Pe 1:19-21.) Débil, sin duda, será la fe que necesite de ladrillos desmoronados, vasijas rotas y muros derruidos para sustentarse en ellos como si de una muleta se tratase.

Conclusiones arqueológicas poco fiables. Si bien es cierto que los descubrimientos arqueológicos a veces han refutado las críticas de quienes cuestionan los relatos bíblicos o la historicidad de ciertos sucesos y han ayudado a personas sinceras afectadas por dichos argumentos, no han silenciado a los críticos de la Biblia ni son un fundamento verdaderamente sólido del que depende la confianza en el registro bíblico. Las conclusiones que se extraen de la mayor parte de las excavaciones dependen principalmente del razonamiento deductivo e inductivo de los investigadores, quienes, al igual que los detectives, reúnen las pruebas en las que se basan para apoyar unas conclusiones. Aun hoy día, aunque los detectives descubran y reúnan una cantidad impresionante de prueba circunstancial y material, cualquier caso fundado tan solo en dicha prueba, pero que carezca de testigos presenciales dignos de crédito, sería considerado muy débil si se presentara ante un tribunal. Cuando las sentencias solo se han basado en este tipo de prueba, se han cometido injusticias y errores graves. Por consiguiente, es razonable esperar que sea más probable incurrir en este error cuando entre la investigación y el acontecimiento han transcurrido dos o tres mil años.
El arqueólogo R. J. C. Atkinson trazó un paralelo similar, al decir: “No puedo por menos que imaginar lo difícil que les resultaría a los arqueólogos del futuro la tarea de reconstruir el dogma, el ritual y la doctrina de las iglesias cristianas solo a partir de las ruinas de los edificios eclesiásticos, sin la ayuda de algún documento escrito o inscripción. Nos hallamos, por lo tanto, ante una situación paradójica para la arqueología: siendo el único método que el hombre tiene en ausencia de registros escritos— de investigar su pasado, se convierte gradualmente en un medio de estudio impráctico al aproximarse a los aspectos de la vida más específicamente humanos”. (Stonehenge, Londres, 1956, pág. 167.)
Pero el que a los arqueólogos no les sea posible presentar el pasado antiguo más que con una exactitud aproximada no es el único problema. A pesar de su deseo de mantener un punto de vista puramente objetivo al estudiar las pruebas que desentierran, están —al igual que otros científicos— sujetos a las debilidades humanas, así como a las inclinaciones y ambiciones personales, lo que puede llevarlos a un razonamiento equivocado. El profesor W. F. Albright menciona este inconveniente en el siguiente comentario: “Por otra parte, hay peligro en buscar nuevos descubrimientos y novedosos puntos de vista, hasta el grado de menospreciar unas obras más antiguas que tienen más valor. Esto es particularmente cierto en campos como el de la arqueología y la geografía bíblicas, en donde el dominio de los instrumentos y métodos de investigación es tan arduo que siempre existe la tentación de descuidar un método preciso, substituyendo con hábiles combinaciones y brillantes suposiciones una obra más lenta y sistemática”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, edición de G. E. Wright, 1956, pág. 9.)

Diferencias en la datación. Al considerar las fechas que los arqueólogos asignan a sus hallazgos, es muy importante tener en cuenta lo expuesto con anterioridad. A este respecto, Merrill F. Unger dice: “Por ejemplo, Garstang fecha la caída de Jericó c. 1400 a. E.C. [...]; Albright apoya la fecha de c. 1290 a. E.C. [...]; Hugues Vincent, el acreditado arqueólogo de Palestina, defiende el año 1250 a. E.C. [...]; mientras que para H. H. Rowley, Ramsés II es el Faraón de la opresión y el éxodo aconteció bajo su sucesor, Marniptah [Merneptah], alrededor de 1225 a. E.C.”. (Archaeology and the Old Testament, pág. 164, nota 15.) A la vez que argumenta en favor de la fiabilidad del proceso y del análisis arqueológico moderno, el profesor Albright reconoce que “a los no especialistas todavía les es muy difícil abrirse camino entre los datos y las conclusiones contradictorias de los arqueólogos”. (Arqueología de Palestina, pág. 258.)
Con el fin de fechar los objetos descubiertos, se ha empleado el reloj de radiocarbono y otros métodos modernos. No obstante, el siguiente comentario de G. Ernest Wright en The Biblical Archaeologist (1955, pág. 46) pone de manifiesto que este método carece de una total exactitud: “Puede advertirse que el nuevo método de carbono 14 para fechar ruinas antiguas no ha estado tan exento de error como se esperaba. [...] Algunas pruebas han dado resultados que sin duda eran erróneos, probablemente por diversas razones. Por el momento, solo es posible confiar en los resultados, sin cuestionarlos, cuando se han hecho varias pruebas con resultados casi idénticos y cuando mediante otros métodos de cálculo parece confirmarse la fecha [cursivas nuestras]”. Más recientemente, The New Encyclopædia Britannica (Macropædia, 1976, vol. 5, pág. 508) comentó: “Cualquiera que sea la causa [...], parece fuera de duda que la datación con carbono 14 carece de la exactitud que los historiadores tradicionalistas quisieran que tuviese”. (Véase CRONOLOGÍA [Fechas arqueológicas].)

Valor relativo de las inscripciones. Se han encontrado miles y miles de inscripciones antiguas que se están interpretando. Albright dice: “Los documentos escritos forman, y con mucho, el más importante cuerpo singular de material descubierto por los arqueólogos. De ahí que sea extremadamente importante lograr una clara idea de su carácter y de nuestra habilidad para interpretarlos”. (Atlas Histórico Westminster de la Biblia, pág. 11.) Estas pueden estar escritas en trozos de alfarería, tablillas de arcilla, papiros, o esculpidas en granito. No obstante, cualquiera que sea el material utilizado, ha de sopesarse y probarse en cuanto a valor y fiabilidad a la información que transmiten. El error o la falsedad intencional pueden ponerse por escrito —y con frecuencia así ha sucedido— tanto en piedra como en papel. (Véanse CRONOLOGÍA [Cronología bíblica e historia seglar]; SARGÓN.)
Por ejemplo, el registro bíblico relata que Adramélec y Sarézer, hijos de Senaquerib, mataron a su padre, y que Esar-hadón, otro de sus hijos, le sucedió en el trono. (2Re 19:36, 37.) No obstante, una crónica de Babilonia decía que a Senaquerib lo había asesinado su hijo en una revuelta el día vigésimo de Tebet. Tanto Nabonido, rey babilonio del siglo VI a. E.C., como Beroso, sacerdote babilonio del siglo III a. E.C., presentan la misma versión en sus escritos, a saber, que Senaquerib murió a manos de uno solo de sus hijos. Sin embargo, en un fragmento del Prisma de Esar-hadón descubierto más tarde, este hijo de Senaquerib que le sucedió en el trono —el propio Esar-hadón— afirma con claridad que sus hermanos (plural) se rebelaron y mataron a su padre, después de lo cual huyeron. Al comentar sobre este asunto en Universal Jewish History (1948, vol. 1, pág. 27) Philip Biberfeld dice: “La Crónica de Babilonia, Nabonido y Beroso estaban equivocados; solo el registro bíblico demostró ser fidedigno. La inscripción de Esar-hadón lo confirmó hasta en los mínimos detalles, así que demostró ser más exacto en lo que respecta a este suceso de la historia asirobabilonia que las propias fuentes babilonias mismas. Este es un hecho de máxima importancia, incluso para la evaluación de fuentes contemporáneas que no estén en concordancia con la tradición bíblica”.

Problemas para descifrar y traducir. Asimismo, es necesario que el cristiano demuestre la debida cautela antes de aceptar sin reservas la interpretación que se da de las muchas inscripciones halladas en los diversos idiomas antiguos. En algunos casos, como el de la Piedra Rosetta y la inscripción de Behistún, los especialistas han adquirido un amplio conocimiento de un lenguaje desconocido hasta ese momento, gracias a comparar relatos escritos en dicho lenguaje con otros paralelos escritos en otro idioma conocido. Sin embargo, no debería esperarse que tales aportaciones resolviesen todos los problemas o permitiesen obtener un entendimiento pleno del lenguaje con todos sus matices y expresiones idiomáticas. Incluso el entendimiento de los idiomas bíblicos básicos —hebreo, arameo y griego— ha progresado de manera considerable en tiempos recientes, y todavía son objeto de estudio. En lo que atañe a la Palabra inspirada de Dios, es lógico esperar que el Autor de la Biblia nos capacite para obtener el entendimiento correcto de su mensaje por medio de las traducciones que están disponibles en los idiomas modernos. Pero no ocurre lo mismo con los escritos de las naciones paganas.
En la obra El misterio de los hititas (de C. W. Ceram, Destino, 1981, págs. 103, 107), se recoge un comentario sobre un prestigioso asiriólogo que contribuyó a descifrar el idioma “hitita”, con el que se ilustra bien la necesidad de ser precavidos y se pone de manifiesto una vez más que las dificultades existentes para descifrar las inscripciones antiguas a menudo no reciben un tratamiento tan objetivo como cabría esperar. Ceram dice: “En [su] obra, que es un verdadero prodigio, las revelaciones de capital importancia se entrelazan con ingeniosos errores [...] [;] contiene errores de bulto, pero como están apoyados por argumentaciones que a primera vista parecen irrebatibles, se ha tardado muchos años en poder descubrirlos y eliminarlos”. A continuación, pasa a hablar sobre la fuerte obstinación de este docto ante cualquier intento de modificar sus hallazgos. Después de muchos años, finalmente consintió en hacer algunos cambios, y como resultado, ¡modificó aquellas lecturas que, como más tarde se demostró, eran las acertadas! Al relatar la violenta disputa cargada de recriminaciones personales que surgió entre este docto y otro erudito de la escritura cuneiforme “hitita”, Ceram escribe: “Quien tilde de impertinente el tono de esta polémica, olvida que un gran problema [...] exige un abandono total por parte del investigador, que a su solución debe consagrar toda una vida”. En consecuencia, a pesar de que el tiempo y el estudio han eliminado muchos errores en la interpretación de las inscripciones antiguas, hacemos bien en tener presente que es probable que las futuras investigaciones resulten en otros ajustes.
Estos hechos realzan la superioridad de la Biblia como fuente de conocimiento confiable, de información veraz y guía segura. Este conjunto de documentos escritos —llegado hasta nosotros no por excavación, sino preservados por su Autor, Jehová Dios— nos ha legado el cuadro más claro del pasado del hombre. La Biblia es “viva, y ejerce poder” (Heb 4:12), y es la “palabra del Dios vivo y duradero”. “Toda carne es como hierba, y toda su gloria es como una flor de la hierba; la hierba se marchita, y la flor se cae, pero el dicho de Jehová dura para siempre.” (1Pe 1:23-25.)

He aquí un resumen de los diez grandes descubrimientos arqueológicos biblícos

# 1.- Mosaico de la historia de Sansón: el hallazgo ocurrió en julio, en unas excavaciones arqueológicas en Huqoq en Galilea, Israel, donde se descubrió una monumental sinagoga que se remonta a los siglos IV y V, bajo el Imperio Romano.
Las excavaciones fueron realizadas por Jodi Magness, de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, David Amit y Súa Kisilevitz, ambos de la Autoridad de Antigüedades de Israel, bajo el patrocinio de la UNC, la Universidad Brigham Young en Utah, la Universidad Trinity en Texas, la Universidad de Oklahoma y la Universidad de Toronto en Canadá.
El piso de mosaico encontrado en esta sinagoga tiene una impresionante decoración.
El mosaico, está hecho de pequeños cubos de piedra de colores de la más alta calidad e incluye una escena que representa la colocación de las antorchas de Sansón en las colas de unos 300 zorros (como se relata en el libro de Jueces 15).
# 2) Santuarios del Culto de los tiempos del rey David: Estos santuarios fueron descubiertos en el 2011, pero las excavaciones, fueron anunciadas en la primavera del 2012 por el arqueólogo Yosef Garfinkel del Instituto de Arqueología de la Universidad Hebrea de Jerusalén.
El descubrimiento de objetos revelaron luz sobre cómo se organizó un culto en Judá en la época del rey David. Durante las últimas excavaciones arqueológicas en Khirbet Qeiyafa, una ciudad fortificada en Judá, junto al valle de Elah, Garfinkel y sus colegas descubrieron ricos conjuntos de cerámica, piedra y herramientas de metal, y numerosos objetos de arte y culto.
Estos incluyen tres grandes habitaciones que servían como capillas de culto, que por su arquitectura y hallazgos se corresponden con la descripción bíblica de un culto en la época del rey David.
Este descubrimiento es extraordinario, ya que es la primera vez que han sido descubiertos los santuarios de la época de los primeros reyes bíblicos. Debido a que estos santuarios son anteriores a la construcción del templo de Salomón en Jerusalén en unos 30 a 40 años, proporcionan la primera evidencia física de un culto en la época del rey David, con implicaciones significativas para los campos de la arqueología, la historia, la Biblia y estudios de la religión.
# 3) Depósito de agua del período del Primer Templo de Jerusalén: Arqueólogos israelíes descubrieron en septiembre, un depósito de agua del período del Primer Templo de Jerusalén que arroja luz sobre los modos y usos de la vida en la ciudad santa hace unos 2.500 años.
Hallado a los pies del muro occidental de la explanada donde se alzaba el templo, conocido como de las Lamentaciones, el depósito recibía el agua desde el estanque de Siloé, a unos cientos de metros fuera de las murallas, según la Dirección de Antigüedades de Israel.
“Está absolutamente claro ahora que Jerusalén no se abastecía de agua únicamente del manantial de Gihón, sino que tenía otros recursos de uso público”, afirma en un comunicado el arqueólogo Eli Shokrón (arriba en la foto) que dirige el proyecto en nombre de la Dirección de Antigüedades.
Esta cisterna se encuentra cerca de la esquina suroeste del Monte del Templo, bajo el Arco de Robinson. Con sus 66.000 galones de capacidad, este descubrimiento proporciona nueva información sobre el consumo de agua en la época del Primer Templo de Jerusalén.
# 4) Antiguo sello con el nombre de la ciudad de Belén en Jerusalén: Mientras se investigaba el suelo en las excavaciones arqueológicas que la Autoridad de Antigüedades de Israel llevaba a cabo en la Ciudad de David, en los “muros alrededor del Parque Nacional de Jerusalén”, se descubrió una bulla que lleva el nombre de la ciudad de Belén, según la antigua escritura hebrea.
Es el primer artefacto antiguo que constituye una prueba tangible de la existencia de la ciudad de Belén, mencionada en la Biblia.
Una bulla es un trozo de arcilla que se utilizaba para el sellado de un documento u objeto. La misma era impresa con el sello de la persona que enviaba el documento u objeto, y su integridad era una prueba de que dicho documento u objeto no había sido abierto por cualquier persona no autorizada para hacerlo.
# 5) Sello hebreo con el nombre de ‘Matanyahu’ de período del Primer Templo: Los restos fueron descubiertos en el edificio más cercano al Primer Templo, expuesto hasta ahora en las excavaciones arqueológicas, un sello hebreo con el nombre de ‘Matanyahu’.
Tras el trabajo arqueológico de la Autoridad de Antigüedades de Israel en el canal de drenaje de hace 2.000 años entre la Ciudad de David y el Jardín Arqueológico de Jerusalén, ocurrió este descubrimiento.
Este era un sello hebreo personal del final del período del Primer Templo fue descubierto en el piso del antiguo edificio. El sello está hecho de una piedra semi-preciosa y está grabada con el nombre de su dueño: “Lematanyahu Ben Ho…” (“למתניהו בן הו…”, que significa: “Perteneciente a Matanyahu Hijo de Ho…”). El resto de la inscripción esta borrada.
De acuerdo con Eli Shukron, director de las excavaciones en nombre de la Autoridad de Antigüedades de Israel “el nombre Matanyahu, al igual que el nombre de Netanyahu, significa dar a Dios. Estos nombres se mencionan varias veces en la Biblia. Son típicos de los nombres en el Reino de Judá, a finales del período del Primer Templo.
# 6) Un escarabajo egipcio: Esto se encontró en Jerusalén poco antes de la Pascua del 2012. Representa la imagen de un pato, que es el nombre del dios sol Amón-Ra. Está fechado en el siglo 13 Antes de Cristo, justo después del período de Amarna.
# 7) La Kiryat Gat: Este tesoro fue encontrado cerca de Ashkelon y contiene 140 monedas romanas de oro y plata que datan de finales del siglo primero y principios del segundo. El tesoro incluye un pendiente de oro y un anillo con un sello que representa a una diosa alada. Los magníficos artefactos fueron enterrados en un patio y envueltos en una tela de paño, presumiblemente ocultados por un habitante rico.
Las monedas de oro y aproximadamente 140 de plata, llevan imágenes de los emperadores Nerón, Nerva y Trajano, y habrían sido acuñadas entre el 54 y 117 d.C., décadas antes de la revuelta judía de Bar Kokhba contra los romanos.
El arqueólogo Sa`ar Ganor sugiere que este “es probablemente un escondite de emergencia en el cual una mujer rica, ante el peligro inminente, escondió sus joyas y dinero envueltas en un paño y en lo profundo de la tierra antes o durante la revuelta de Bar Kokhba.
# 8 ) La escultura hitita Neo en Tel Tayinat: Los registros de inscripción son del reinado de Suppiluliuma, que probablemente antecede a Salmanasar III en el año 858 Antes de Cristo. Se trata de una excavación importante en Turquía, a 22 millas al este de Antioquía (antigua Antioquía) en el camino a Aleppo. Tim Harrison, quien es un arqueólogo de la Universidad de Toronto cree que este es el reino neohitita, que también puede ser el Calno mencionado en Isaías 10:9-10.
# 9) Trigo con 3400 años de edad en Hazor: El trigo fue descubierto en 14 jarras de arcilla, fue quemado, pero no destruido hace 3400 años. Esta es una de las excavaciones en curso más relevantes de Israel, en una de las ciudades más antiguas e importantes de Israel.
# 10) Puerto de Akko: Arqueólogos expusieron los restos del puerto, correspondiente a los siglos tercero y segundo Después de Cristo. Este fue el puerto más importante de Israel en los siglos inmediatamente anteriores al nacimiento de Cristo. 

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Historia
Pruebas de que Jesucristo vivió en la Tierra
¿CREE usted que alguna vez existió el hombre llamado Albert Einstein? Quizás responda enseguida que sí, pero ¿por qué lo cree? La mayoría de la gente no lo conoció personalmente. Sin embargo, los datos confiables acerca de sus logros demuestran que sí existió. Su influencia se ve en la aplicación científica de sus descubrimientos. Por ejemplo, muchos se benefician de la electricidad producida por la energía nuclear, la cual se pudo liberar gracias a la aplicación de la famosa ecuación de Einstein: E=mc2 (la energía es igual a la masa por la velocidad de la luz al cuadrado).
El mismo razonamiento es aplicable a Jesucristo, a quien se le conoce como el hombre que mayor impacto ha tenido en la historia. Lo que se escribió de él y la notoria influencia que ejerció demuestran su existencia más allá de toda duda. Por interesante que sea el reciente hallazgo arqueológico con la inscripción respecto a Santiago, mencionado en el artículo anterior, la historicidad de Jesús no depende ni de ese ni de ningún otro objeto. La realidad es que hallamos pruebas de su existencia al examinar lo que los historiadores escribieron acerca de él y sus seguidores.

El testimonio de los historiadores
Por ejemplo, analicemos el testimonio de Flavio Josefo, fariseo e historiador judío del siglo primero, que se refirió a Jesucristo en su obra Antigüedades Judías. Aunque algunos dudan de la autenticidad de la primera referencia, en la que Josefo dice que Jesús es el Mesías, el profesor Louis H. Feldman, de la Universidad Yeshiva, dice que pocos han dudado de la veracidad de la segunda referencia, en la que Josefo afirmó: “[Anán, el sumo sacerdote] reunió el sanedrín. Llamó a juicio al hermano de Jesús que se llamó Cristo; su nombre era Jacobo [o Santiago]” (Antigüedades Judías, libro XX, cap. IX, sec. 1, [200]). Sí, un fariseo, un miembro de esa secta repleta de enemigos declarados de Jesús, reconoció la existencia de Santiago, “hermano de Jesús”.
La influencia que ejerció Jesús se reflejó en las actividades de sus seguidores. Cuando el apóstol Pablo fue encarcelado en Roma alrededor del año 59 E.C., los hombres prominentes de los judíos le dijeron: “En lo que toca a esta secta nos es conocido que en todas partes se habla en contra de ella” (Hechos 28:17-22). Llamaron a los discípulos de Jesús “esta secta”. Si se hablaba en contra suya en todas partes, es muy probable que los historiadores escribieran acerca de ellos, ¿verdad?
Tácito, nacido hacia el 55 E.C. y considerado uno de los mejores historiadores del mundo, mencionó a los cristianos en su obra Anales. En el relato acerca de la ocasión en que Nerón acusó a los cristianos del gran incendio de Roma del año 64 E.C., escribió: “Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba cristianos, aborrecidos por sus ignomi[ni]as. Aquel de quien tomaban nombre, Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato”. Los detalles de este relato corresponden a la información acerca del Jesús de la Biblia.
Otro escritor que hizo comentarios respecto a los seguidores de Jesús fue Plinio el Joven, el gobernador de Bitinia. Cerca del año 111 E.C., Plinio escribió al emperador Trajano para preguntarle cómo tratar con los cristianos, y le señaló que los acusados falsamente de ser cristianos demostraban que no lo eran al repetir una invocación a los dioses y adorar la estatua de Trajano, “cosas todas que”, según indicó Plinio, era “imposible forzar a hacer a los que son de verdad cristianos”. Esto da testimonio de que Cristo realmente existió y de que sus seguidores estaban dispuestos a sacrificar su vida por creer en él.
Después de resumir las referencias a Jesucristo y sus discípulos por parte de historiadores de los primeros dos siglos, The Encyclopædia Britannica (edición de 2002) concluye: “Estos relatos independientes demuestran que en la antigüedad ni siquiera los opositores del cristianismo dudaron de la historicidad de Jesús, que comenzó a ponerse en tela de juicio, sin base alguna, a finales del siglo XVIII, a lo largo del XIX y a principios del XX”.

El testimonio de los seguidores de Jesús
“El Nuevo Testamento suministra casi toda la prueba necesaria para hacer una reconstrucción histórica de la vida y la muerte de Jesús y para entender la importancia que le atribuían los primeros cristianos”, comenta The Encyclopedia Americana. Puede que los escépticos no acepten la Biblia como prueba de la existencia de Jesús; sin embargo, hay dos líneas argumentales basadas en relatos bíblicos que ayudan a establecer el hecho de que Jesús sí vivió en la Tierra.
Como ya se ha explicado, las grandes teorías de Einstein dan prueba de su existencia. De igual manera, las enseñanzas de Jesús prueban que él realmente existió. Tomemos como ejemplo el Sermón del Monte, un famoso discurso que pronunció Jesús (Mateo, capítulos 5 a 7). El apóstol Mateo escribió lo siguiente respecto a su impacto: “Las muchedumbres quedaron atónitas por su modo de enseñar; porque les enseñaba como persona que tiene autoridad” (Mateo 7:28, 29). Tocante al efecto que dicho sermón ha tenido en la gente a lo largo de los siglos, el profesor Hans Dieter Betz observó: “La influencia del Sermón del Monte por lo general trasciende con mucho los límites del judaísmo y del cristianismo, o hasta de la cultura occidental”, y añadió que este sermón tiene “un atractivo excepcionalmente universal”.
Fijémonos en los siguientes principios concisos, prácticos y llenos de sabiduría que se hallan en el Sermón del Monte: “Al que te dé una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra”. “Cuídense mucho para que no practiquen su justicia delante de los hombres.” “Nunca se inquieten acerca del día siguiente, porque el día siguiente tendrá sus propias inquietudes.” “No [...] tiren sus perlas delante de los cerdos.” “Sigan pidiendo, y se les dará.” “Todas las cosas que quieren que los hombres les hagan, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.” “Entren por la puerta angosta.” “Por sus frutos los reconocerán.” “Todo árbol bueno produce fruto excelente.” (Mateo 5:39; 6:1, 34; 7:6, 7, 12, 13, 16, 17.)
No cabe duda de que usted ha oído algunas de estas expresiones o, al menos, su esencia. Tal vez hasta se han convertido en proverbios en su idioma. Todas han sido tomadas del Sermón del Monte. La influencia que ejerce este sermón en muchos pueblos y culturas da elocuente testimonio de la existencia del Gran Maestro.
Imaginémonos que alguien hubiera inventado un personaje llamado Jesucristo. Supongamos que fuese lo bastante inteligente como para idear las enseñanzas que la Biblia atribuye a Jesús. ¿No se las ingeniaría para hacer que Jesús y sus enseñanzas resultaran lo más agradables posible a la gente en general? No obstante, el apóstol Pablo dijo: “Tanto los judíos piden señales como los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo fijado en el madero; para los judíos causa de tropiezo, pero para las naciones necedad” (1 Corintios 1:22, 23). El mensaje acerca de Cristo fijado en el madero no era agradable ni a los judíos ni a las naciones. Sin embargo, ese era el Cristo que predicaban los cristianos del siglo primero. ¿Por qué hacían referencia a Cristo fijado en el madero? La única respuesta satisfactoria es que quienes redactaron las Escrituras Griegas Cristianas narraron la verdad acerca de la vida y la muerte de Jesús.
Otra línea de razonamiento que apoya la historicidad de Jesús se halla en la predicación incansable de sus enseñanzas que efectuaron sus seguidores. Tan solo unos treinta años después de que Jesús empezara su ministerio, Pablo pudo decir que las buenas nuevas “se ha[bían] predicado en toda la creación que está bajo el cielo” (Colosenses 1:23). Así es, las enseñanzas de Jesús se difundieron por todo el mundo antiguo a pesar de la oposición. Pablo, quien fue perseguido por ser cristiano, escribió: “Si Cristo no ha sido levantado, nuestra predicación ciertamente es en vano, y nuestra fe es en vano” (1 Corintios 15:12-17). Si predicar a un Cristo que no hubiera sido resucitado sería en vano, más en vano sería predicar a un Cristo que nunca hubiera existido. Como escribió Plinio el Joven, los cristianos del siglo primero estaban dispuestos a morir por su creencia en Cristo Jesús. Arriesgaron la vida por Cristo porque él era real; había vivido en la Tierra y había realizado lo que relatan los Evangelios.

Usted ha visto la prueba
Era necesario que los cristianos tuvieran fe en la resurrección de Jesucristo antes de predicar. Usted también puede visualizar al resucitado Jesús al observar el impacto que él tiene en la actualidad.
Justo antes de que Jesús fuera fijado en el madero, pronunció una magnífica profecía sobre su futura presencia. También indicó que sería resucitado y se sentaría a la diestra de Dios en espera del tiempo en que se ocuparía de sus enemigos (Salmo 110:1; Juan 6:62; Hechos 2:34, 35; Romanos 8:34). Luego echaría a Satanás y sus demonios de los cielos (Revelación [Apocalipsis] 12:7-9).
¿Cuándo iba a suceder todo eso? Jesús dio a sus discípulos “la señal de [su] presencia y de la conclusión del sistema de cosas”. La señal de su presencia invisible incluyó grandes guerras, escasez de alimentos, terremotos, falsos profetas, aumento del desafuero y pestes. Estos sucesos calamitosos eran de esperarse, pues la expulsión de Satanás el Diablo del cielo significaría un “ay” para la Tierra. El Diablo ha descendido a la vecindad de la Tierra “teniendo gran cólera, sabiendo que tiene un corto espacio de tiempo”. Además, la señal incluye la predicación de las buenas nuevas del Reino “en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones” (Mateo 24:3-14; Revelación 12:12; Lucas 21:7-19).
Tal como las piezas de un rompecabezas encajan en su lugar, las cosas que Jesús profetizó se han cumplido. 

La escritura cuneiforme y la Biblia
TRAS la confusión de las lenguas en Babel, se desarrollaron diversos sistemas de escritura. Uno de ellos fue la escritura cuneiforme, empleada por los sumerios, los babilonios y otros pueblos de Mesopotamia. El término cuneiforme es un compuesto de origen latino que significa “con forma de cuña”, y que alude precisamente a la forma que tenían los trazos cuando se grababan los caracteres con un punzón sobre arcilla fresca.
Los arqueólogos han desenterrado textos cuneiformes con referencias a personajes y sucesos mencionados en las Escrituras. Por eso, será muy interesante repasar qué sabemos sobre este antiguo sistema de escritura y cómo confirman dichos textos la exactitud de la Biblia.

Una milenaria escritura
Según los especialistas, al principio este sistema de escritura era pictográfico, es decir, cada símbolo o dibujo representaba una palabra o idea. Por ejemplo, para la palabra buey se empleaba un signo con la forma de la cabeza de dicho animal. Pero como la demanda de textos escritos fue aumentando, la escritura cuneiforme tuvo que evolucionar. La obra NIV Archaeological Study Bible señala: “Los signos también pasaron a representar sílabas, que se combinaban para formar palabras”. Con el tiempo se crearon 200 signos para “plasmar perfectamente el idioma, con todas las variantes del vocabulario y la gramática”.
Para el tiempo de Abrahán, alrededor del año 2000 antes de nuestra era, la escritura cuneiforme ya estaba desarrollada. Durante los siguientes veinte siglos, unos quince idiomas adoptaron este sistema de escritura. Más del noventa y nueve por ciento de los textos cuneiformes que se han encontrado se escribieron en tablillas de arcilla. En los pasados ciento cincuenta años se han hallado grandes cantidades de tablillas en Ur, Uruk, Babilonia, Nimrud, Nippur, Asur, Nínive, Mari, Ebla, Ugarit y Amarna. La revista Archaeology Odyssey señala: “Los entendidos calculan que se han desenterrado entre uno y dos millones de tablillas, y que todos los años salen a la luz 25.000 tablillas más”.
Pero no basta con encontrarlas; también hay que traducirlas. Y de esa monumental tarea se encargan especialistas de todo el mundo. Según un estudio, “solo se han leído la décima parte de los textos cuneiformes que se han hallado”.
La clave para descifrar estos documentos fue el descubrimiento de tablillas que tenían el mismo texto cuneiforme en dos y hasta tres idiomas. Los especialistas se dieron cuenta de que se repetían con cierta frecuencia algunos nombres, títulos, dinastías y expresiones de alabanza.
En la década de 1850 se logró descifrar la lengua franca del Oriente Medio: el acadio o asiriobabilonio. La Encyclopædia Britannica explica: “Cuando se descifró el acadio, se comprendió la base del sistema y se obtuvo un prototipo que permitiría interpretar los demás idiomas que usaban caracteres cuneiformes”. Ahora bien, ¿qué tienen que ver las inscripciones cuneiformes con las Escrituras?

Datos históricos que concuerdan con la Biblia
La Biblia indica que antes de que David conquistara Jerusalén, alrededor del 1070 antes de nuestra era, la ciudad estaba gobernada por reyes cananeos (Jos. 10:1; 2 Sam. 5:4-9). Pues bien, algunos eruditos pusieron en duda tal afirmación. Sin embargo, en 1887, una campesina encontró una tablilla de arcilla en Amarna (Egipto). Con el tiempo se encontraron en la zona 380 tablillas que eran parte de la correspondencia diplomática entre los reyes cananeos y los reyes de Egipto Amenhotep III y Akhenatón. Entre los documentos aparecieron seis cartas de Abdi-Heba, el gobernante de Jerusalén.
La revista Biblical Archaeology Review señala: “Seguramente Jerusalén era un pequeño reino, pues las tablillas de Amarna presentan a Jerusalén como una ciudad, no como una zona rural, y a Abdi-Heba como un [...] gobernador con una residencia y una guarnición de 50 soldados egipcios”. Y añadió posteriormente: “Tomando como base las cartas de Amarna, podemos estar seguros de que en aquel entonces existía una ciudad de considerable tamaño”.

Nombres bíblicos en los documentos asirios y babilonios
Los asirios, y posteriormente los babilonios, ponían por escrito los sucesos históricos de su imperio en tablillas de arcilla, cilindros, prismas y monumentos. De modo que cuando los especialistas descifraron los textos cuneiformes en acadio, descubrieron que se mencionaban nombres que también aparecían en la Biblia.
El libro The Bible in the British Museum dice: “En el discurso que pronunció en 1870 ante la recién formada Sociedad de Arqueología Bíblica, el doctor Samuel Birch señaló que [en los textos cuneiformes] aparecían [los nombres de] los reyes hebreos Omrí, Acab, Jehú, Azarías [...], Menahem, Péqah, Hosea, Ezequías y Manasés, los reyes asirios Tiglat-piléser [III] [...], Sargón, Senaquerib, Esar-hadón y Asurbanipal, [...] así como los reyes sirios Benhadad, Hazael y Rezín”.
La obra The Bible and Radiocarbon Dating compara la historia bíblica de Israel y Judá con los textos cuneiformes. ¿A qué conclusión llega el autor? “En las fuentes extrabíblicas aparecen quince o dieciséis reyes de Judá e Israel, que corresponden perfectamente a los nombres y fechas que encontramos en [los libros bíblicos de los] Reyes. No hay ni un rey fuera de lugar, y las fuentes extrabíblicas no mencionan ningún rey del que no hable la Biblia.”
En 1879 se descubrió una de las inscripciones cuneiformes más famosas: el Cilindro de Ciro. Allí se menciona que después de tomar Babilonia en 539 antes de nuestra era, este monarca siguió su política de permitir el regreso a su tierra de los cautivos, entre quienes se encontraban muchos judíos (Esd. 1:1-4). Numerosos eruditos del siglo XIX habían cuestionado el relato bíblico del decreto de Ciro. Sin embargo, los documentos cuneiformes del período persa, entre los que se encuentra el Cilindro de Ciro, confirman que la Biblia es un libro exacto.
En 1883 se descubrieron en Nippur, cerca de Babilonia, más de setecientos textos cuneiformes. De los 2.500 nombres que contienen hay 70 que son judíos. El historiador Edwin Yamauchi menciona que estos nombres corresponden a “partes contratantes, agentes, testigos, recaudadores de impuestos y funcionarios de palacio”. Tal como indican numerosas pruebas, hubo judíos que siguieron desarrollando sus actividades cerca de Babilonia después de su liberación. Eso corrobora la profecía bíblica que aseguraba que aunque un “resto” de los israelitas regresaría a Judea después de su exilio en Asiria y Babilonia, habría muchos que no lo harían (Isa. 10:21, 22).
Durante el primer milenio antes de nuestra era, el sistema de escritura cuneiforme coexistió con los sistemas alfabéticos. Pero con el tiempo, los asirios y los babilonios abandonaron la escritura cuneiforme y adoptaron sistemas alfabéticos.
En los museos todavía hay cientos de miles de tablillas que aún no han sido estudiadas. Hasta ahora, las que ya han sido descifradas corroboran la exactitud de la Biblia. No podemos menos que imaginar la gran cantidad de pruebas en favor de la Biblia que aún quedan por descubrir.



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