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Orígenes: Desenmascarando al Big Bang - Parte II



Puede resultar sorprendente encontrar en un libro sobre la evolución una gran cantidad de material relacionado con la astronomía. Pero la evolución no se limita a explicar cómo ciertas criaturas simiescas se convirtieron en seres humanos. La evolución es una filosofía de tratar de explicarlo todo, sin Dios. Por lo tanto, debe aplicarse también al origen del Universo y del Sistema Solar. Así pues, el libro Enseñando la Evolución y la Naturaleza de la Ciencia presenta el punto de vista evolucionista imperante sobre los orígenes astronómicos. Al mismo tiempo, Enseñando la Evolución espera frenar la oposición a la evolución comparándola engañosamente con la oposición al heliocentrismo (un Sistema Solar centrado en un Sol). En este capítulo se analiza críticamente de ideas evolucionistas sobre el universo y el Sistema Solar, así como la controversia en la que se vio envuelto Galileo.

Para estar más adentrado al tema le recomiendo leer los artículos como Desenmascarando al Big Bang y Dios-Atemporalidad-Temporalidad.

La teoría del “Big Bang”

Enseñando la evolución, en la página 52, dice:
El origen del universo sigue siendo uno de los más grandes enigmas de la ciencia. Según la teoría del Big Bang el origen del universo se sitúa entre hace 10.000 y 20.000 millones de años, cuando el universo empezó en un estado denso y caliente, según esta teoría, el universo se ha ido expandiendo desde entonces.
Al inicio de la historia del universo, la materia, principalmente átomos ligeros de hidrógeno y helio, se agruparon entre sí a causa de la atracción gravitatoria para formar innumerables billones de estrellas. La mayor parte de la masa visible del universo está formada por miles de millones de galaxias, cada una de las cuales es un grupo unido gravitacionalmente de miles de millones de estrellas.
Las estrellas producen energía a partir de reacciones nucleares, principalmente la fusión de hidrógeno en helio. Estos y otros procesos han dado lugar a la formación de los demás elementos.
En primer lugar hay que destacar que, incluso desde su perspectiva, los autores admiten que el universo tuvo un comienzo. Si a esto aplicamos el principio de causalidad, “todo lo que tiene un principio tiene una causa”, se infiere lógicamente que el universo tiene una causa1.
Muchos cristianos apoyan la teoría del Big Bang porque implica que el universo tuvo un inicio. Sin embargo, otros cristianos, sobre la base de la enseñanza de la Biblia, rechazan el Big Bang.
El Big Bang enseña que el Sol y muchas otras estrellas se formaron antes que la Tierra, mientras que el libro del Génesis enseña que se crearon en el cuarto día después de la Tierra, y hace tan sólo unos 6.000 años en lugar de entre 10.000-20.000 millones de años. El Big Bang también implica que antes del pecado de Adán hubo millones de años de muerte, enfermedad y dolor, lo que contradice la clara enseñanza de la Escritura, y es por lo tanto, inaceptable para los cristianos bíblicos. Además, la teoría del Big Bang tiene muchos problemas científicos como se explica en la siguiente sección, y un buen número de astrónomos no creyentes la rechaza.

Problemas científicos

La cita anterior de Enseñado la Evolución pasa, de manera simplista, del Big Bang a la formación de galaxias y estrellas, pero las cosas no son tan simples. El Dr. James Trefil, profesor de física en la Universidad George Mason, Virginia, aunque acepta el modelo de Big Bang, admite que hay problemas fundamentales:
No debería haber ninguna galaxia en absoluto, y si hubiera galaxias, no deberían agruparse de la forma en que están agrupadas.
Luego añade:
Explicar la existencia de las galaxias se ha convertido en uno de los problemas más espinosos de la cosmología. Todo indica que no deberían estar allí, pero ahí están. Es difícil expresar la gran frustración que provoca este simple hecho, entre los científicos2.
El cosmólogo creacionista, Dr. John Rankin, también demostró matemáticamente en su tesis doctoral que las galaxias no pudieron formarse a partir del Big Bang3.
La formación de estrellas después de la supuesta gran explosión representa también un gran problema. El astrónomo creacionista, Dr. Danny Faulkner, señala:
Las estrellas supuestamente se condensaron a partir de inmensas nubes de gas, y se sabe desde hace mucho tiempo que las nubes no se colapsan espontáneamente formando estrellas, porque necesitan ser empujadas de alguna manera para iniciar el proceso. Se han avanzado varias sugerencias como posibles causas iniciadoras del proceso, pero casi todas requieren la presencia previa de estrellas (por ejemplo, una onda de choque causada por la explosión de una estrella que provocara la compresión de una nube de gas cercana). Este es el viejo problema del huevo y la gallina, porque no se puede explicar el origen de las estrellas necesarias para empezar el proceso4.
Otro problema es cómo enfriar una nube de gas lo suficiente como para que se derrumbe. Esto requeriría que las moléculas liberaran calor mediante irradiación. Pero tal y como el libro Enseñando la Evolución señala en la cita anterior, el Big Bang produciría principalmente Hidrógeno y Helio, no aptos para hacer moléculas que no sean H2, estas moléculas se destruirían rápidamente en presencia de la luz ultravioleta, y además por regla general se requiere que existan granos de polvo para su formación y los granos de polvo requieren elementos más pesados. Los elementos más pesados, de acuerdo con la teoría, requieren la existencia previa de estrellas. Una vez más, el problema del huevo y la gallina; se necesitan estrellas para producir estrellas.
Abraham Loeb del Centro Harvard para la Astrofísica dice: “La verdad es que no entendemos la formación de estrellas en un nivel fundamental5.”

Suposiciones

En realidad el Big Bang se basa en un supuesto no científico llamado principio cosmológico, que establece que la percepción del universo que tiene un observador no depende ni de la dirección en la que observa, ni de su ubicación. Es decir, que la Tierra no es en absoluto especial. Sin embargo, hay alternativas al Big Bang que rechazan esta suposición y que concuerdan con la Teoría General de la Relatividad de Einsten. El libro Starlight and Time6 (Luz Estelar y Tiempo), escrito por el físico Dr. Russell Humphreys, plantea que según la teoría general de la relatividad (RG), la gravedad distorsiona el tiempo. El profesor John Hartnett, un físico de la Universidad Western Australia, ha extendido el modelo pionero del Dr. Humphreys usando la métrica espacio-tiempo-velocidad del físico israelí profesor Moshe Carmeli. En estudios científicos publicados en diversas publicaciones de astrofísica, Hartnett ha aplicado esta nueva física para describir con precisión las curvas de rotación de las galaxias y la expansión cósmica, y eliminar los factores inciertos derivados de la materia y la energía oscuras. En su libro Starlight, Time and the New Physics7 aplica con éxito estos conceptos físicos a un universo centrado en nuestra galaxia. Él justifica esta suposición galactocéntrica por la evidencia observable de enormes “caparazones” de galaxias. Y al aplicar la física Carmeliana con esta suposición, Hartnett muestra que la luz de estrellas distantes puede haber viajado a la Tierra en una escala de tiempo bíblica según la medida de los relojes de la Tierra.

El Sistema Solar

Enseñando la Evolución, en la página 52, dice:
El Sol, la Tierra y el resto del Sistema Solar, se formaron a partir de una nube de polvo y de gas hace 4.500 millones de años.
Como de costumbre, los autores del libro se muestran dogmáticos acerca de lo que sucedió, a pesar de que no hallarse presentes en ese momento. Sin embargo, esta hipótesis nebular arrastra muchos problemas. Una autoridad en el tema lo resume así: «Las nubes son demasiado calientes, demasiado magnéticas, y giran con demasiada rapidez8»
Uno de los principales problemas puede ilustrarse considerando cómo los expertos patinadores sobre hielo giran sobre sí mismos. Cuando un patinador repliega los brazos, consigue girar más rápidamente. 
Este efecto se debe a lo que en física se conoce como Ley de Conservación del Momento Angular. Momento Angular = masa x velocidad x distancia desde el centro de masa, y siempre permanece constante en un sistema aislado. Cuando los patinadores repliegan los brazos, la distancia desde el centro disminuye, por lo que giran más rápido de lo contrario el momento angular no permanecería constante. En la supuesta formación de nuestro Sol a partir de una nebulosa en el espacio, se produciría el mismo efecto al contraerse los gases hacia el centro del Sol. Esto habría causado que el Sol girara a gran velocidad. En realidad, nuestro Sol gira muy despacio. De hecho, aunque el Sol representa más del 99 % de la masa del sistema Solar, posee sólo el 2 por ciento del momento angular. Esta proporción es diametralmente opuesta a lo que la hipótesis nebular predice. Los evolucionistas han intentado resolver este problema, pero el Dr. Stuart Ross Taylor, un conocido científico del sistema Solar, ha dicho en un reciente libro, «El origen último del momento angular del Sistema Solar sigue siendo oscuro9
Otro problema del que adolece la hipótesis nebular es la formación de los planetas gaseosos. Según esta teoría, al concentrarse el gas en los planetas, el Sol incipiente habría pasado por lo que se denomina la fase T-Tauri. En esta fase, el Sol habría desprendido un intenso viento solar, mucho más intenso que en la actualidad. Este viento solar habría expulsado fuera del incipiente sistema solar el exceso de gas y polvo, consecuentemente no quedarían suficientes gases ligeros para formar Júpiter y los otros tres planetas gigantes gaseosos. Esto habría resultado en que, estos cuatro planetas de gas serían más pequeños de lo que se son hoy en día10.
La teoría también implica que el Sol aumenta su brillo con el tiempo, y que cuando la vida presuntamente comenzó hace 3.800 millones de años su luminosidad era 25% más débil de lo que es hoy en día. Pero si fuera así, la mayor parte de la tierra se habría helado, y sin embargo la mayoría de los geólogos creen que la Tierra era más cálida que hoy11.

Heliocentrismo: ¿Ciencia contra Religión?

En línea con la literatura popular, el libro Enseñando la evolución presenta una versión muy simplista de la controversia sobre Galileo, incluso engañosa. Ciertamente no fue simplemente un enfrentamiento entre la ciencia y la Iglesia (p. 27–30)12. Sin embargo, Enseñando la Evolución, actúa correctamente y no promueve el bulo de que la Biblia enseña que la Tierra es plana y que esta creencia estaba muy extendida en la época medieval.

Isaías 40:22 se refiere al “círculo de la Tierra”, en la traducción italiana, globo. El término hebreo es khûg (חוּג) = esfericidad o redondez. Incluso si se prefiere la traducción “círculo” debemos pensar en Neil Armstrong en el espacio; para él, la Tierra esférica aparecería como circular, independientemente de la dirección desde la cual la viera.
Además, la profecía de Jesús sobre de su segunda venida en Lucas 17:34-36 implica que Él conocía la redondez de la Tierra, pues afirma que diferentes grupos de personas en la Tierra experimentarán la noche, la mañana, y el mediodía simultáneamente. Esto es posible porque la Tierra es esférica y gira sobre su propio eje, lo cual permite que el Sol brille en las diferentes zonas a horas distintas. Pero sería inconcebible una profecía así si Jesús hubiera creído en una Tierra plana.
La idea según la cual Colón tuvo que desmentir que la Tierra fuera plana es un mito iniciado por Washington Irving en 1828 en su libro La vida y viajes de Cristobal Colón. Él mismo admitió que su libro es una mezcla de realidad con la ficción. El historiador J.B. Russell ha documentado que prácticamente todos los estudiosos cristianos que han tratado la cuestión de la forma de la Tierra han afirmado su esfericidad13.
Como muchos historiadores de la ciencia han observado, la primera oposición a Galileo, vino de los estamentos científicos. La noción “científica” que prevalecía en su época era la teoría aristotélica/ptolemaica la cual establecía un rígido sistema geocéntrico, es decir, con la Tierra en el centro del universo y los otros cuerpos celestes describiendo órbitas de gran complejidad alrededor de ella. Como Arthur Koestler escribió:
Sin embargo, existía un poderoso grupo de hombres, cuya hostilidad a Galileo nunca cesó: los Aristotélicos de las Universidades…. La innovación es una doble amenaza para los académicos mediocres: que pone en peligro su autoridad profética, y evoca el profundo temor de que la totalidad de su edificio tan laboriosamente construido pueda derrumbarse. Los sombríos académicos han sido la maldición del genio… fue esta amenaza, y no el obispo Dantiscus o el Papa Pablo III, la que había confinado a Canon Koppernigk [es decir, Copérnico]… al silencio.
El primer ataque serio por motivos religiosos no vino de los estamentos clericales, sino de un seglar; nada menos que delle Colombe, el líder de la liga (ardientemente) Aristotélica…
La naturaleza terrestre de la Luna, la existencia de manchas solares implicaba el abandono de la doctrina aristotélica (¡pagana!) sobre la naturaleza inmutable y perfecta de las esferas celestes14.
En cambio, en un primer momento la Iglesia estaba abierta a los descubrimientos de Galileo. Los astrónomos de la Orden de los Jesuitas, “la vanguardia intelectual de la Iglesia Católica”, contribuyeron a mejorar los descubrimientos de Galileo. Apenas 50 años más tarde, ya estaba enseñando esta teoría en China. También ampararon a Johannes Kepler, el cual descubrió que los planetas se mueven en elipses alrededor del Sol. Incluso el Papa Pablo V, recibió a Galileo en una cordial audiencia.
El principal teólogo católico romano de aquellos días, el Cardenal Roberto Belarmino dijo que es “excelente y de buen sentido” afirmar que el modelo de Galileo es matemáticamente más simple. Y dijo:
Si hubiera una verdadera prueba de que el Sol está en el centro del universo, que la Tierra ocupa la tercera esfera, y que el Sol no gira alrededor de la Tierra, sino que la Tierra gira alrededor del Sol, entonces tendríamos que proceder con gran cuidado en la explicación de los pasajes de la Escritura que parecen enseñar lo contrario, y más bien tendríamos que decir que no los entendimos correctamente en lugar de declarar falsa una opinión que ha demostrado ser cierta. Pero no creo que exista tal prueba pues nadie me la ha mostrado15.
Esto demuestra que estaba permitido afirmar que la hipótesis del sistema heliocéntrico (el Sol en el centro) era superior a la hipótesis geocéntrica. Además, el principal teólogo estaba dispuesto a cambiar su comprensión de la Escritura, si se probaba la validez del sistema, es decir, estaba dispuesto a corregir su mala comprensión de que la Escritura enseña el modelo astronómico ptolemaico. El malentendido surgió porque no se daban cuenta de que los pasajes bíblicos deben entenderse en términos de lo que el autor está tratando de transmitir. Como se muestra a continuación, los pasajes referentes a la salida y puesta del Sol (por ejemplo, Eclesiastés 1:5) no pretenden enseñar un modelo astronómico como el ptolemaico. En lugar de ello, son una descripción de los sucesos en términos comprensibles, sin dejar de ser científicamente válidos, términos que seguimos usando hoy en día, de forma que todo el mundo entiende lo que significan.
Otro problema era que algunos de los miembros del clero apoyaban el sistema ptolemaico utilizando versículos del libro de los Salmos. Pero los Salmos son literatura poética, y no histórica, como el libro del Génesis16. Y lo tanto, no fueron escritos para que sirvieran como base de un modelo cosmológico. Esto puede observarse analizando el contexto del Salmo 93:1: “Afirmó también el mundo, y no se moverá”.

Debemos entender las palabras tal como las utilizaban los autores bíblicos. Leamos el siguiente versículo, “Firme es tu trono desde entonces; ”, donde la misma palabra hebrea se traduce kon “firme” (es decir, estable, seguro, duradero, y no necesariamente inmóvil o estático).
Además, la misma palabra hebrea para “mover” (môt)) se usa en el Salmo 16:8, “no seré conmovido.” Ciertamente, ni siquiera los más escépticos acusaran a la Biblia de enseñar que el salmista ¡está clavado en el suelo! El escritor quería decir que él no se extraviaría del camino que 

Dios había establecido para él. Por lo tanto “el mundo no se moverá” también puede significar que no se saldrá de la órbita y rotación que Dios le ha establecido. Para que haya vida en la Tierra se requiere que su órbita permanezca siempre a una distancia determinada del Sol de modo que exista agua en estado líquido. Al mismo tiempo es necesario que el eje de rotación de la Tierra forme con la con la elíptica (el plano orbital) un ángulo preciso que permita que las diferencias de temperatura no sean demasiado extremas.

Desde un punto de vista científico, Belarmine tenía razón al insistir en que el peso de la prueba recae sobre quienes proponen un nuevo sistema. Ciertamente, el sistema heliocéntrico era más elegante, que es lo que atrajo a Galileo y Kepler, y el sistema geocéntrico era muy rígido. Pero esto no equivale a una prueba. De hecho, algunas de las “pruebas” de Galileo, por ejemplo, su teoría de las mareas, eran erróneas17.

¿Refutó Galileo a la Biblia?

Galileo se sorprendería ante tal insinuación porque él reconocía la autoridad de la Biblia más fervientemente que muchos líderes cristianos de hoy. Es irónico que los cuatro héroes del heliocentrismo mencionados por el libro Enseñando la Evolución (Copérnico, Galileo, Kepler y Newton) eran todos creacionistas ¡que creían en una Tierra joven! Pero, por supuesto, Enseñando la Evolución oculta a sus lectores este hecho.

Galileo y sus opositores se habrían evitado muchas discusiones si hubieran tenido en cuenta que todos los movimientos deben ser descritos con respecto a un marco de referencia. Imagínese que usted viaja en un automóvil a 60 millas por hora. ¿Qué significa eso? Significa que tanto usted como el coche se mueven a 60 millas por hora respecto al suelo. Sin embargo, respecto al automóvil, usted no se mueve (por eso usted puede leer el marcador de velocidad, y hablar con los otros pasajeros). Ahora imagínese un choque frontal contra otro vehículo que circulara a 60 millas por hora en sentido opuesto. Por lo que a usted le concierne, sería como si estuviera parado y fuera atropellado por coche que se moviera a 120 millas por hora, por ese motivo las colisiones frontales son las peores. Estrellarse contra un vehículo inmóvil no es tan dañino. Y colisionar contra un vehículo circulando de frente a 50 millas por hora sería como chocar con un coche estacionado, si se viaja a sólo 10 millas por hora. En física, uno es libre de elegir el marco de referencia que considere más conveniente, y todos son igualmente válidos.

Algunos escépticos han afirmado que los pasajes bíblicos como Eclesiastés 1:5, que dicen que el Sol sale y se pone, son erróneos. Pero para entender correctamente las descripciones bíblicas del movimiento debemos primero determinar el marco de referencia usado. Debería ser obvio que la Biblia usa la Tierra como un marco de referencia, tal y como hacemos hoy en día frecuentemente. Así pues las acusaciones los escépticos son absurdas porque los astrónomos modernos también se refieren a “la puesta de sol” y “la salida del sol” sin que nadie les acuse de cometen ningún error. Y cuando los conductores ver una señal de limitación de la velocidad a 60 millas por hora, saben perfectamente que significa 60 millas por hora en relación con el suelo, ¡no en relación con el Sol! En este sentido la Biblia es más científica que sus críticos modernos. Y aunque el Salmo 93:1, antes citado, no enseña sobre cosmología, en realidad es científicamente exacto: la Tierra no puede moverse en relación con la Tierra.

Referencias
[1] J.D. Sarfati, Si Dios creó el universo, Entonces ¿Quién creó a Dios? Journal of Creation 12(1)20–22, 1998.
[2] J. Trefil, El Lado Oscuro del Universo (Nueva York: Macmillan Publishing Company, 1988), p. 3 y 55; véase también W. Gitt, ¿Qué pasa con el Big Bang
[3] J. Rankin, Formación protogaláctica de inhomogeneidades en modelos cosmológicos, Tesis Doctoral, Universidad de Adelaida, Mayo / Junio de 1977.
[4] ‘Él hizo también las estrellas …’ entrevista con el astrónomo crecionista Danny Faulkner, Creación 19(4):42–44,, Septiembre-Noviembre de 1997.
[5] Citado por Marcus Chown, Que se haga la luz, New Scientist 157 (2120) :26-30, (7 de Febrero de 1998). Véase también Las Estrellas no pudieron haberse originado en el Big Bang, columna lateral, Creación 20(3):42–43, Junio-Agosto de 1998.
[6] Russell Humphreys, La Luz Estelar y el Tiempo (Green Forest, AR: Master Books, Inc., 1994).
[7] John Hartnett, Starlight, Time and the New Physics (Australia: Creation Book Publishers, 2007).
[8] SF Dermott, editor, El Origen del Sistema Solar, El Origen del Sistema Solar, por el Sr. H. Reeves (Nueva York: John Wiley & Sons, 1978), p. 9.
[9] AR Taylor, Evolución del Sistema Solar: una Nueva Perspectiva (Nueva York: Cambridge University Press, 1992), p. 53
[10] Spencer W., Revelaciones en el Sistema Solar, Creación 19(3):26–29, Junio-Agosto de 1997.
[11] D. Faulkner, ‘The young faint sun paradox and the age of the solar system’, Journal of Creation 15(2):3–4, 2001.
[12] R. Grigg, El Asunto Galileo, Creación 19 (4) :30-32, Septiembre-Noviembre de 1997. T. Schirrmacher, ‘The Galileo Affair: history or heroic hagiography’, Journal of Creation 14(1):91–100, 2000.
[13] Jeffrey Burton Russell, La Invención de la Tierra Plana: Colón y los historiadores modernos (Praeger, 1991). Prof. Russell tan sólo consiguió encontrar cinco dudosos escritores durante los primeros 1500 años de la era cristiana que negaran que la Tierra fuera un globo. Pero sí documenta que un gran número de escritores, entre ellos Tomas de Aquino, que afirmaban la esfericidad de la Tierra. Véase también Creación 14(4):21; Creación 16(2) :48–49.
[14] A. Koestler, El Sleepwalkers: Una historia de la cambiante visión que el hombre tiene del Universo (Londres: Hutchinson, 1959), p. 427.
[15] Koestler, Ref. 13, pp. 447–448.
[16] RM Grigg, en “Deberíamos interpretar Génesis literalmente?” trata de los Principios de interpretación bíblica, contrastando claramente el libro histórico del Génesis con el libro poético de los Salmos Creación 16(1) :38-41, Diciembre 1993-Febrero de 1994.
[17] Ni la Escritura ni la ciencia apoyan el geocentrismo dogmático o el antiheliocentrismo (en el sentido clásico de tomar la Tierra como marco de referencia absoluto ) , tal y como ha demostrado el astrónomo Dr Danny Faulkner, ‘Geocentrismo y creación’, Journal of Creation 15(2):110–121;106, 2001.




Investigación segunda


Boomerang, un telescopio montado en un globo aerostático que vuela sobre la Antártida, ha captado radiaciones llegadas desde una distancia de miles de millones de años-luz. Las imágenes resultantes vienen a ser como instantáneas sacadas del “álbum familiar” del universo, pues lo muestran tal como era en su infancia, cuando solo tenía 300.000 años. Las estructuras que aparecen en esas fotografías revelan pequeñas variaciones en la densidad del universo primitivo y que el cosmos se expande a determinado ritmo. Ambas cosas coinciden, con notable precisión, con las predicciones hechas hace veinte años por Alan Guth, el autor de la moderna “teoría del universo inflacionario”. Las observaciones permiten deducir también que el universo es casi “plano” (dos rayos de luz que salieran paralelos viajarían indefinidamente sin cruzarse ni separarse nunca): otro punto a favor de la inflación (1).

La teoría de Guth ya recibió antes otro espaldarazo. Según el paradigma cosmológico dominante (el “modelo estándar del Big Bang o Gran Explosión”), el cosmos ha estado expandiéndose durante miles de millones de años, pero ahora la atracción gravitatoria debería producir una deceleración, así que las galaxias deberían alejarse unas de otras a velocidad más lenta. Sin embargo, los estudios más recientes sobre las supernovas (estrellas que explotan) del tipo “Ia”, realizados por dos equipos internacionales (uno dirigido por el físico Saul Permutter, del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, en California; el otro, al cargo de Brian P. Schmidt, de la Universidad Nacional Australiana), dicen otra cosa. Los investigadores comprobaron que el brillo de esas supernovas era un 25% más débil de lo que predecían los cálculos teóricos: hallazgo que la revista Science, en 1998, eligió como “descubrimiento del año” (2). 

La sorprendente debilidad de estas supernovas se debe a una propiedad inesperada del cosmos: la expansión del universo no se detiene. ¿Cómo es posible? Según los autores, el vacío no está tan vacío como indica su nombre, sino que alberga una energía que expande el universo cada vez más, sin que la gravedad logre frenar el proceso.
 
Universo en expansión acelerada

Guth propuso la teoría del universo inflacionario en 1979. Según él, 10-35 segundos después del Big Bang, el universo entró en un estado de falso vacío y comenzó una expansión acelerada hasta que escapó de ese estado en virtud de un suceso denominado efecto túnel cuántico. A finales de 1982, el propio Guth propuso una imagen alternativa que denominó “nuevo modelo inflacionario”, en el que el falso vacío ya no tiene un papel tan determinante. Criticada por Stephen Hawking en su Historia del tiempo (3), la teoría del universo inflacionario vuelve a cobrar vigor gracias a los recientes descubrimientos.

Teóricamente, la atracción gravitatoria, al cabo de miles de millones de años, debería haber colapsado el universo. Según Einstein, si no ha sucedido así, se debe a que existe una fuerza de repulsión que contrarresta los efectos de la gravedad. Einstein denominó a dicha fuerza que equilibra el universo “constante cosmológica”, y la representó con el término L. Esta es, precisamente, la fuerza que hoy se cree que acelera la expansión del universo, para satisfacción de los teóricos de la inflación, como ha dicho el propio Guth: “La constante cosmológica es una buena noticia para los teóricos de la inflación, ya que la mayoría de las versiones de la teoría de la inflación exigen una densidad de materia y energía que hace plano el universo” (National Geographic, octubre 1999, p. 33).

Todos estos desarrollos han aparecido en la estela de Georges Lemaître (1894-1966). En 1927, este sacerdote católico belga, partiendo de las teorías de Einstein, De Sitter y Friedmann, propuso la hipótesis de que las galaxias procediesen de un núcleo inicial que denominó “huevo cósmico” o “átomo primigenio” (4). En efecto, si Friedmann estaba en lo cierto y el universo se hallaba en expansión, al recorrer el tiempo del presente hacia el pasado deberíamos llegar a un instante en que el tiempo fuera igual a cero. En ese momento, toda la materia del universo estaría concentrada en un punto del espacio-tiempo, denominado “singularidad cósmica” o “singularidad del Big Bang”, lo que significa que tanto su densidad como su temperatura serían descomunales.

Se encuentra la radiación de fondo

Hasta principios de los años 30 todo esto no era más que pura teoría, sin ningún indicio experimental que la avalara. Pero fue por esas fechas cuando el astrónomo norteamericano Edwin Hubble (1889-1953) comenzó a publicar los resultados de sus trabajos experimentales llevados a cabo en la década anterior. Hubble analizó la luz procedente de las galaxias y llegó a la conclusión de que las más alejadas de nosotros sufrían en el espectroscopio un “corrimiento hacia el rojo” más acelerado que las que estaban más cerca (5). Esto significaba que cuanto más distante de nosotros se hallase una galaxia, a mayor velocidad se iba alejando (6). Por primera vez se tenía una prueba experimental a favor de la expansión del universo.

En 1948, George Gamow, Ralph Alpher y Robert Hermann publicaron una reformulación de la teoría de Lemaître, en la que predecían teóricamente la existencia de una radiación cósmica de fondo (RCF) fruto de la explosión inicial: algo así como el eco del Big Bang. Pero la teoría del Big Bang continuaba siendo demasiado hipotética y, además, no lograba resolver serias dificultades, como la datación del universo, al que atribuía menor antigüedad que al sistema solar.
 
Sin origen en el tiempo

Frente a tales objeciones, también en 1948, Hermann Bondi y Thomas Gold, con la posterior incorporación de Fred Hoyle, propusieron una teoría cosmológica alternativa. Según estos autores, el universo estaba en expansión, pero no tenía ningún origen en el tiempo. No existió ningún tiempo cero: el universo era eterno y, aunque se hallaba en expansión, siempre había permanecido igual, fuera cual fuera la región del espacio que observáramos. Lo cual se justificaba afirmando que se crea materia continuamente, de manera que la nueva materia va ocupando el hueco dejado por las galaxias en expansión. Es la llamada “teoría del estado estacionario” (Steady State), que rechazaba de plano la hipótesis de la RCF, puesto que negaba que hubiera habido una explosión inicial.

Conviene advertir que los motivos ideológicos no estuvieron ausentes en la formulación de esta teoría. En efecto, la hipótesis del Big Bang, al afirmar que el universo tuvo un inicio en el tiempo, parecía sugerir la existencia de un Creador. En cambio, la teoría del estado estacionario prescindía de Dios: el universo, entonces, sería eterno o -por decirlo con una expresión de Stephen Hawking- carecería de borde en el tiempo.

Tras más de una década de fuerte crisis, en 1964 la teoría del Big Bang recibió un impulso inesperado. Dos ingenieros norteamericanos, Arno Penzias y Robert Wilson, hallaron casualmente la célebre radiación cósmica de fondo. Esto significó, a la vez, un golpe funesto para la teoría del estado estacionario. En 1992 el satélite COBE confirmó el hallazgo, al detectar más radiación de fondo. Naturalmente, no desaparecieron de golpe todas las dificultades por el hecho de haber hallado la RCF, pero lo cierto es que la teoría del Big Bang adquirió gran solidez.

El universo pulsante

Para negar el origen temporal del universo, superando a la vez el desprestigio en que había caído la teoría del estado estacionario, en los años 70 se propuso una nueva hipótesis cosmológica que acepta el Big Bang pero descarta cualquier referencia a un Creador. Se trata de la “teoría del Big Crunch” (Gran Colapso): el universo se expandiría fruto de una gran explosión, pero al haber una cantidad de materia superior a un determinado valor, denominado “densidad crítica de materia” (representado por la letra griega W, la atracción de la gravedad primero detendría la expansión, y luego contraería el universo hasta colapsarlo sobre sí mismo. La disminución del volumen del universo provocaría un aumento de su temperatura, densidad y presión, produciendo una nueva explosión cósmica que daría lugar a otro universo. Este nuevamente vería frenada su expansión por la acción de la gravedad, para contraerse y volver a iniciar un nuevo ciclo. Este proceso se repetiría infinitas veces. Resultado: un universo pulsante, sin origen ni fin.

Pero los estudios más recientes indican que la cantidad de materia (visible, oscura y antimateria) existente es inferior a la densidad crítica de materia. Por tanto, la fuerza de la gravedad no podrá detener la expansión cósmica, de manera que el universo no podrá colapsarse dando lugar a un nuevo Big Bang y, con ello, a otro universo.

En segundo lugar, cabe destacar la objeción formulada por el premio Nobel de Física Steven Weinberg. Según este autor, cada uno de los ciclos de explosión-implosión debería comenzar con una cantidad de fotones (luz) mayor que la del ciclo anterior. Si el universo no tuviera inicio ni fin temporal, deberían haberse producido un número infinito de ciclos (pues la teoría del Big Crunch postula que no hubo ningún ciclo inicial), y ahora tendría que haber una cantidad de luz infinita. Así, de ser cierto el argumento de Weinberg, no existiría la “oscuridad de la noche” (7).

El problema del Génesis

Además, si son correctas las conclusiones de Saul Permutter, la energía del “vacío” que impulsaría al universo hacia una expansión acelerada haría que fuese L (constante cosmológica) y no W (densidad crítica de materia) lo que determinase el futuro del universo. La teoría del Big Crunch supone tres universos posibles. Si la cantidad de materia del universo es igual a la densidad crítica (W =1), el universo sería “plano”: llegaría un momento en el que permanecería en equilibrio, sin expandirse ni contraerse, lo que implica que ahora debería ir decelerando. Para W >1, el universo sería “cerrado”: se frenaría hasta iniciar un proceso de contracción que le llevaría a un colapso gravitatorio y un nuevo Big Bang. Y para W <1, el universo sería “abierto”: su expansión sería indefinida. Pero todas estas hipótesis se basan en una premisa: que la constante cosmológica es nula (L =0). Sin embargo, si L tiene un valor positivo, el escenario hasta ahora descrito cambiaría por completo.

En el fondo, el atractivo que presenta para algunos la teoría del Big Crunch obedece a motivos ideológicos. “Algunos cosmólogos se sienten atraídos por el modelo de las oscilaciones porque, como el modelo del estado estable, evita bien el problema del Génesis”, dice Weinberg (7). En realidad, ni el Big Crunch (oscilaciones) ni el modelo del Steady State (estable) evitan, ni bien ni mal, el “problema del Génesis” (la necesidad de un Creador). Decir lo contrario es incurrir en el error filosófico de suponer que un universo sin origen temporal no sería creado. En efecto, la creación no consiste en la simple posición del ente en el tiempo, sino en la donación del ser al ente. Para que el universo fuera “eterno”, tendría que llegar a ser en primer lugar.

Un universo que se crea a sí mismo

Aún ha habido otro intento de evitar la creación salvando los escollos en que encallan el Big Crunch y el estado estacionario. En la década de los 80, algunos científicos, entre los que destaca Stephen Hawking (8), propusieron la “teoría de la auto-creación del universo”. Este habría tenido un comienzo en el tiempo (contra la teoría del estado estacionario), pero no estaría sometido a continuos ciclos de expansión y contracción (contra la teoría del Big Crunch). Sin embargo, tampoco cabría pensar en ningún Creador: el universo se habría creado a sí mismo.

¿Cómo? Según estos autores, el universo podría haberse originado a partir de fluctuaciones topológicas de la gravedad cuántica, ocurridas sin causa alguna, que habrían dado lugar a estructuras espacio-temporales creadas a partir de la nada cuántica: este proceso es denominado “transición topológica”. A partir del espacio-tiempo vacío se producirían partículas materiales mediante fluctuaciones del vacío cuántico; finalmente, el universo se crearía a partir de esas partículas de acuerdo con las leyes físicas que producirían el Big Bang.

Esta concepción cosmológica se basa en teorías altamente hipotéticas: alguna de ellas ni siquiera tiene un estatuto epistemológico claramente definido (tal es el caso de la teoría de la gravedad cuántica, que intenta unificar la relatividad general y la mecánica cuántica), como admiten aun sus propios partidarios. Además, combina múltiples elementos procedentes de diversas teorías científicas, lo que constituye su aspecto más polémico.

Sobre todo, debemos recordar que el método científico no hace más que relacionar un estado físico con otro, de modo que el origen absoluto del universo, entendido como creación a partir de la nada, cae fuera del terreno de la ciencia: la nada absoluta no es un estado físico, experimentalmente analizable. Así pues, cuando algunos científicos dicen que el universo pudo haberse creado a sí mismo desde la nada no se están refiriendo al concepto de nada usado por la metafísica o la teología creacionista.

En definitiva, la teoría de la auto-creación del universo se basa en meras hipótesis y en discutibles combinaciones de elementos teóricos. Además, opera una transmutación de significado de algunos términos, a los que se pretende dotar de un determinado sentido físico, cuando su significado original es filosófico, o son tomados de otras teorías científicas en las que tenían un significado y una función diferentes.

“Expulsar al Creador”

“Expulsar al Creador”, por usar una expresión de Hawking, ha sido una de las prioridades de los defensores de la teoría de la auto-creación. Ahora bien, si se quiere ser racionalmente riguroso, dejando al margen los prejuicios ideológicos, veremos que, aun aceptando la hipótesis de que el universo se autocreara, no queda excluida la referencia a un Creador. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el universo tiene el origen -sea cual sea- y la estructura que tiene gracias a que existen unas leyes físicas que le hacen ser como es. Pues bien, si el universo se crea a sí mismo, será porque unas determinadas leyes físicas le hacen originarse de este modo.

Ahora bien, ¿cuál es el origen de esas leyes físicas? No pueden originarse con el universo, puesto que han de serle, de alguna manera, anteriores para poder originarlo. Tampoco pueden originarse a sí mismas, pues ¿cómo desde la nada absoluta podrían auto-originarse las leyes de una Naturaleza que aún no existe, leyes que -en el mejor de los casos- coexistirían con la Naturaleza a medida que esta fuese llegando a la existencia? Esta cuestión es una aporía que ni los científicos ni los filósofos de la ciencia han logrado resolver. Así pues, incluso aceptando la hipótesis de que el universo se hubiera creado a sí mismo, no resultaría irracional admitir la existencia de un Creador.

Al hacer un repaso de las modernas concepciones cosmológicas, se observa que las hipótesis rivales al universo inflacionario han sido propuestas, en buena medida, con el propósito de eliminar al Creador. Pues las teorías del Big Bang y de la expansión indefinida parecen concordar mejor con la filosofía y la teología creacionistas. De todas formas, la teoría del universo inflacionario -como ninguna otra teoría física- no puede probar ni refutar la creación o la existencia de Dios: esos temas están fuera del alcance de la ciencia experimental.

Las ciencias naturales no pueden responder satisfactoriamente las preguntas últimas que se plantea el ser humano. Si tenemos en cuenta que estas son, precisamente, las preguntas que más le afectan e interesan, entenderemos por qué la razón humana no puede detenerse en el horizonte científico-experimental, sino que naturalmente se ve llevada a trascender lo sensorial para buscar el fundamento no empírico de la realidad empírica. Por eso mismo, los abusos epistemológicos de algunos físicos, que han pretendido apoyarse en su ciencia para “expulsar al Creador”, resultan comprensibles, aunque no se pueda justificarlos. Con eso muestran que la filosofía es inevitable, y que ellos hacen filosofía, si bien una mala filosofía. Pues no se les puede pedir que no se planteen las preguntas últimas, aunque sea para dar una respuesta atea. También a ellos, como a todos, les interesa la cuestión sobre Dios más que todas las galaxias.

Referencias
(1) Los resultados del proyecto BOOMERANG (Balloon Observations of Millimetric Extragalactic Radiation and Geophysics) se han publicado en: P. De Bernardis et al., “A flat Universe from high-resolution maps of the cosmic microwave background radiation”, Nature 404 (2000), pp. 955-959.
(2) Cfr. James Glanz, “Breakthrough of the Year: Astronomy: Cosmic Motion Revealed”, Science 282 (1998), pp. 2.156-2.157.
(3) Stephen Hawking, Historia del tiempo: del Big Bang a los agujeros negros, Crítica, Barcelona (1989), pp. 170-176. T.o.: A Brief History of Time: From the Big Bang to Black Holes, Bantam Books, Nueva York (1988).
(4) Ver servicio 79/95: Mariano Artigas, “Georges Lemaître, el padre del Big Bang”.
(5) A medida que una ambulancia se aleja de nosotros, la sirena suena más grave, porque la onda acústica que nos llega tiene cada vez menor frecuencia; si la fuente sonora se aproxima, ocurre al revés (efecto Doppler). Análogamente, la luz procedente de galaxias que se alejan presenta un corrimiento hacia el rojo, es decir, hacia la zona de frecuencias más bajas del espectro visible.
(6) Más precisamente, lo que sostiene la teoría del Big Bang no es que las galaxias se alejen en el espacio, sino que el propio espacio-tiempo se dilata y, al hacerlo, aleja a las galaxias, como al hincharse un globo se van separando los puntos situados en su superficie.
(7) S. Weinberg, Los tres primeros minutos del universo, Alianza, Madrid (1988), pp. 131-132. T.o.: The First Three Minutes, Basic Books, Nueva York (1988).
(8) Cfr. S. Hawking, Historia del tiempo, cit., pp.181, 186-187 y 222-223.

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