En los 150 años desde que Charles Darwin escribió El origen de las especies, la ciencia ha ofrecido evidencias concluyentes a favor de la existencia de Dios. Un sabio dijo una vez: “No es un problema lo que no sabes, sino lo que no sabes que no sabes”. Cuando Charles Darwin propuso su teoría de la evolución biológica, desconocía muchas cosas sobre biología. Reconocía algunas. Pero había mucho que ni siquiera había pensado.
Durante los 150 años desde entonces, el progreso científico ha producido una comprensión importante acerca del origen, la historia y las características de la vida. Estos logros brindan el marco para la biología moderna. Aun más, están haciendo que los científicos cuestionen la teoría de Darwin. Conocer lo que los científicos saben equipará a los cristianos con una respuesta ante los aniversarios de Darwin y su teoría de la evolución biológica que podrían cambiar mentes y vidas.
Darwin no abordó el inicio de la vida en su obra seminal, El origen de las especies. Sin embargo, en 1871, al escribir a un amigo, Darwin especuló que la primera chispa de vida podría haber ocurrido en un “pequeño estanque cálido, con toda clase de sales de amoníaco y de fósforo, luces, calor, electricidad, etc. presentes, de modo que se produjera químicamente un compuesto proteico listo para sufrir cambios aún más complejos”.
Pero recién en la década de 1920 el bioquímico Alexander I. Oparin y el genetista británico J.B.S. Haldane pudieron brindar independientemente una hipótesis científicamente completa para la abiogénesis (vida que proviene de la no vida) basada, en parte, en las cavilaciones de Darwin. La hipótesis de Oparin-Haldane, al brindar vías detalladas desde los sistemas inorgánicos en la Tierra primordial hasta las primeras entidades vivas, postulaba una atmósfera sin oxígeno. Por el contrario, se creía que los gases predominantes eran reductores: hidrógeno, amoníaco, metano y vapor de agua. Las descargas de energía habrían formado moléculas orgánicas simples (prebióticas) que se acumularon en los océanos de la Tierra para elaborar la sopa prebiótica. Allí, presumiblemente, las reacciones químicas llevaron, paso a paso, a las primeras formas de vida.
En la década de 1950, Stanley Miller brindó lo que muchos consideraron la primera verificación experimental de esta hipótesis. Al pasar una descarga eléctrica a través de una mezcla de gases reductores, Millar produjo aminoácidos y otros compuestos orgánicos. Su éxito inició el programa de investigación sobre el origen de la vida y se convirtió en un clásico de libro de texto.
Estos experimentos, ahora famosos, inauguraron una serie de experimentos de otras personas que, al parecer, proporcionaban un apoyo constante a las ideas de Oparin y Haldane. Eufóricos por el logro de Miller, muchos científicos predijeron que el problema del origen de la vida se solucionaría pronto. Pero varios descubrimientos recientes han disminuido esta confianza.
El experimento de Miller no tuvo importancia
Pocos libros de texto reconocen que hoy la mayoría de los investigadores sobre el origen de la vida consideran irrelevante el experimento de Miller. La fuerte evidencia que revela una atmósfera primordial compuesta por dióxido de carbono, nitrógeno y agua ha cambiado el consenso científico. Esta mezcla de gases no produce compuestos orgánicos en experimentos de laboratorio de simulación prebiótica, un golpe aplastante para el escenario evolucionista.
En el número del 2 de mayo de 2003 de la revista Science, Jeffrey Bada y Antonio Lazcano, colaboradores de Miller durante mucho tiempo, recordaron el 50º aniversario de su experimento. Si bien explicaron su interés histórico, reconocieron que “los geocientíficos contemporáneos tienden a dudar de que la atmósfera primitiva tuviera la composición altamente reductora usada por Miller en 1953”.
Igualmente problemática es la falta de toda evidencia de una sopa prebiótica. Si la vida surgió de un caldo químico, entonces las rocas más antiguas de la Tierra deberían tener los residuos químicos de esa sopa. Sin embargo, según el investigador el origen de la vida Noam Lahav, en Biogenesis, hasta ahora no se ha publicado ninguna evidencia geoquímica a favor de la existencia de una sopa prebiótica. La vida no pudo surgir de una sopa prebiótica que jamás existió.
El asombroso diseño de la vida
Los investigadores has sostenido tradicionalmente que serían necesarios cientos de millones de años para la abiogénesis. También afirman que la primera vida en surgir sería sumamente sencilla, evolucionando hacia la complejidad.
Darwin abrazó la teoría protoplasmática, la teoría de que la célula consistía de sólo una pared que rodeaba un núcleo y un protoplasma gelatinoso homogéneo. Esta concepción hizo que las primeras explicaciones evolucionistas de la abiogénesis fueran plausibles. Los biólogos y químicos visualizaron fácilmente vías químicas que podrían producir el ingrediente único que se creía que formaba el protoplasma de la célula.
Pero para fines del siglo XIX este concepto se desvaneció. Con el descubrimiento de enzimas en el protoplasma de la célula capaces de catalizar un gran conjunto de reacciones químicas, los científicos reconocieron que el protoplasma era un sistema heterogéneo complejo.
Durante el último siglo, los avances en la bioquímica siguen confirmando la complejidad de la vida a nivel molecular. Aun la bacteria más sencilla requiere casi 2.000 proteínas diferentes en el “protoplasma” para existir como una entidad viva. No sólo son irreduciblemente complejos los sistemas químicos de la célula, sino que también exhiben un extraordinario grado de orden sustentado en una elegante y sofisticada lógica.
Los bioquímicos han descubierto también que las características salientes de los sistemas bioquímicos son idénticas a los rasgos inmediatamente reconocibles como producto de diseñadores humanos. Esta correspondencia estrecha impulsa lógicamente hacia la conclusión de que los procesos y estructuras más fundamentales de la vida surgen de la obra de un Agente inteligente.
Muchas de las proteínas que operan en la célula funcionan como máquinas a nivel molecular. Y muchas tienen un parecido asombroso con máquinas hechas por el hombre, incluyendo ejes de transmisión, árboles de levas, turbinas, abrazaderas, brazos de palanca, cojinetes, estatores y rotores.
Aun los ateos coinciden en que los sistemas químicos de la vida parecen haber sido diseñados. El fallecido Francis Crick, que compartió el Premio Nobel por descubrir la estructura del ADN, advirtió en What Mad Pursuit que “los biólogos deben constantemente tener en mente que lo que ven no fue diseñado, sino que evolucionó”. Según todas las apariencias, la química de la vida parece el producto de un Creador.
Dado que la experiencia común enseña que la información y los códigos siempre emanan de una mente, los nuevos descubrimientos acerca de los sistemas de información en la célula y el código genético refutan la teoría de Darwin, a la vez que brindan evidencia poderosa a favor de la obra de un Agente inteligente.
El código genético, necesario para dar significado a la información almacenada en el ADN, brinda reglas usadas por la maquinaria de la célula para hacer proteínas que también albergan información. Además, los bioquímicos han aprendido recientemente que estas reglas tienen un ajuste fino óptimo. Dada la escala de tiempo para el origen de la vida, la selección natural tendría que haber evaluado aproximadamente 1055 códigos por segundo para encontrar el código genético. Esto solo basta para descartar un origen evolucionista. Simplemente no existió el tiempo suficiente para que los procesos naturales se tropezaran con él.
Hallazgos en el registro fósil
Darwin sabía que el registro fósil no ofrecía demasiado apoyo a sus ideas. En El origen de las especies, dedicó un capítulo a las “dificultades”, donde aparecen dos características que consideraba las más problemáticas: la ausencia de formas de transición y las apariciones abruptas de grupos biológicos la primera vez que surgen en el registro fósil.
Darwin lamentó que “según esta teoría tienen que haber existido innumerables formas de transición, pero ¿por qué no las encontramos incrustadas en cantidades incontables en la corteza de la tierra?”.
Convencido de que el registro fósil estaba incompleto, Darwin esperaba que las formas de transición faltantes y las transformaciones evolucionistas graduales fueran descubiertas con el tiempo por los paleontólogos. Y, por cierto, ellos han encontrado fósiles que brindan dos piezas claves de evidencia para apoyar la evolución biológica.
El registro fósil muestra que la vida pasada es diferente de la vida de hoy, y que la vida sencilla precedió a la compleja. Para muchos científicos, estos rasgos indican que la vida tiene que haber evolucionado.
Pero la obra de un Creador, que trajo a la existencia diferentes formas de vida en momentos diferentes, podría dar cuenta de estos factores con la misma facilidad. Los relatos de creación de Génesis 1 y Salmos 104 registran este patrón.
A pesar de todos los descubrimientos, las características generales del registro fósil todavía se parecen a las del tiempo de Darwin. Las formas de transición son escasas. Cuando aparecen nuevos grupos biológicos en el registro fósil, surgen explosivamente, y luego sufren pocos cambios.
Tal vez el principal ejemplo de las apariciones repentinas es la explosión del período cámbrico. Unos 540 millones de años atrás, organismos marinos complejos aparecieron explosivamente en el registro fósil. En vez de que organismos relativamente sencillos se originaran en el inicio del cámbrico para luego evolucionar hacia una complejidad creciente, los animales complejos aparecieron temprana y repentinamente.
Los biólogos evolucionistas luchan por explicar esto, porque creen que la vida sufrió transiciones de lo simple a lo complejo de una forma gradual, separándose en ramas como un árbol. Sin embargo, las apariciones explosivas son justamente lo esperable si un Creador orquestó la vida.
En The Blind Watchmaker, el ateo Richard Dawkins reconoce: "Los estratos de rocas del Cámbrico, característicos unos 600 millones de años atrás, son los más antiguos en los que encontramos la mayoría de los principales grupos de invertebrados… muchos de ellos ya en un estado de avanzado de evolución la primera vez que aparecen”.
Este tipo de apariciones explosivas dominan el registro fósil. Cada vez que ocurre una innovación biológica, ocurre explosivamente. Ocurrió un big bang cuando apareció la primera vida, cuando se originaron las primeras células complejas y cuando aparecieron los planes corporales de los animales.
El origen de la humanidad
Si bien Darwin eludió cuidadosamente el inicio de la humanidad en El origen de las especies, lo detalló en El origen del hombre. Él especuló que, como todas las especies, la humanidad evolucionó. “En una serie de formas insensiblemente graduales desde alguna criatura simiesca hasta el hombre como existe actualmente, podría ser imposible fijar en ningún punto definido cuándo debería usarse el término ‘hombre’”.
Darwin interpretó la humanidad en una forma plenamente materialista. Según este punto de vista, toda la naturaleza humana, no sólo la constitución física de la humanidad, surgió a través de la selección natural. A falta de evidencia directa, Darwin sostenía que los humanos tienen que haber evolucionado de un animal simiesco basado en comparaciones anatómicas y similitudes embriológicas entre el hombre y otros mamíferos.
Para entonces, los paleontólogos habían descubierto los fósiles de Cro-Magnon, de 35.000 años de antigüedad. Pero estos restos humanos y el primer espécimen Neandertal descubiertos en 1856 hicieron poco para apoyar la teoría de Darwin.
El primer supuesto ejemplar intermedio entre los simios y los humanos interpretado a partir del registro fósil recién se descubrió en 1890, en Java, Indonesia. Se lo conoció como Homo erectus.
En 1924, el antropólogo Raymond Dart descubrió una pequeña calavera que fue interpretada como una mezcla de rasgos simiescos y humanos que parecían ser el predecesor más antiguo de la humanidad. Este fósil, apodado el niño de Taung, fue clasificado formalmente como Australopithecus africanus. A principios de la década de 1960, Louis Leakey desenterró el primer espécimen de Homo habilis en África oriental. Los paleontólogos consideraron esta especie (la primera en usar herramientas de piedra) como la conexión entre los australopitecinos simiescos más primitivos y Homo erectus.
Entonces se abrieron las compuertas. En las décadas siguientes, los paleontólogos desenterraron muchos fósiles de homínidos que abarcaban una amplia gama de especies y restos arqueológicos accesorios. Cada nuevo homínido parecía completar el árbol evolucionista y aclarar el camino que siguió la evolución humana durante los últimos 6 millones de años.
Pero algunos de los avances más recientes relacionados con las relaciones entre homínidos y humanos plantean preguntas acerca de la validez de la evolución. En 1997, se encontraron fragmentos del ADN mitocondrial de los Neandertal de un esqueleto de entre 40.000 y 100.000 años de antigüedad en Alemania Occidental. Cuando los científicos los compararon con el fragmento correspondiente del ADN humano, los investigadores descubrieron que los Neandertal no habían hecho ningún aporte a la genética humana.
Las comparaciones genéticas indirectas eliminan ahora también a Homo erectus del linaje humano. Los descubrimientos de nuevos fósiles hicieron que los biólogos evolucionistas eliminaran a "Lucy" (Australopithecus afarensis) y al niño de Taung del linaje evolutivo humano. Los últimos años han forzado a los biólogos evolucionistas a abandonar por completo el punto de vista tradicional de la evolución humana presentado en los libros de texto de biología.
El consenso científico confirma que la humanidad se originó unos 100.000 años atrás en el África Oriental cerca del lugar atribuido al Jardín del Edén. Los marcadores del ADN mitocondrial y del cromosoma Y rastrean ese origen a un hombre y a una mujer. Además, esta investigación indica que la humanidad migró a todo el mundo desde Oriente Medio o un lugar cercano.
Conocida como la hipótesis “fuera de África” por los biólogos evolucionistas, este relato del origen de la humanidad parece simplemente un intento torpe de forzar el modelo bíblico dentro de un marco evolucionista. Si la génesis de la humanidad ocurrió como la describe la Biblia, los patrones de diversidad genética deberían ser idénticos a los observados. La ciencia confirma la existencia de un Adán y una Eva reales que dieron origen a toda la humanidad.
Entonces, ¿por qué tantas personas, especialmente científicos, celebran el darwinismo? Parte de la razón tiene que ver con el enfoque cristiano a estas cuestiones. A menudo, los cristianos son rápidos para señalar los muchos problemas. Y está bien. Pero solamente explicar las dificultades no alcanza.
En The Triumph of Evolution and the Failure of Creationism, el paleontólogo Niles Eldredge explica que los científicos creacionistas no han logrado producir una sola declaración intelectualmente convincente y científicamente verificable acerca del mundo natural. Así que hay tan poca sustancia en el tratamiento de los creacionistas científicos del origen y la diversificación de la vida como la de su tratamiento del tiempo cosmológico.
Continúa quejándose de que los creacionistas se rehúsan a plantear hipótesis verificables o hacer predicciones dignas de la ciencia. En cambio, dedican sus esfuerzos a “atacar la ciencia ortodoxa” para establecer “la verdad de su propia posición”.
Para ser tomados en serio, los cristianos deben presentar un caso positivo a favor de la creación y ofrecer ideas verificables científicamente. Muchos científicos y estudiosos han estado involucrados en desarrollar un modelo de la creación basado en la Biblia que hace predicciones, de forma que la teoría pueda ser comparada con nuevos descubrimientos y verificada científicamente.
Presentar el relato bíblico en forma de un modelo verificable brinda un enfoque nuevo, poderoso y apasionante al evangelismo y la apologética. No es de sorprender que muchos descubrimientos científicos recientes validen la descripción bíblica del origen y la historia de la vida. En marcado contraste, la información científica más reciente contradice las predicciones motivadas por las ideas de Darwin. Si tan sólo él lo hubiera sabido.
Publicar un comentario