En 2008 la revista Nature publicó una serie de nueve artículos sobre música. El más reciente, de Josh McDermott, psicólogo en la Universidad de Minnesota, pregunta cómo pudo haber surgido la música por evolución1. El tema, con variaciones, es que nadie lo sabe.
La música es un rasgo singularmente humano. Los cantos de las aves y las llamadas de los animales, aunque para nosotros sean musicales, no parecen tener una función conducente a la apreciación de la música para los animales mismos. Los grandes simios no tienen nada así. McDermott expone la cuestión en su primer párrafo:
Nos parece que comprendemos por qué somos
impulsados a comer, a beber, a practicar el sexo, a hablar, etcétera,
basándonos en indiscutibles funciones de adaptación de estos impulsos.
El impulso a involucrarse en la música, un impulso del que se puede
sostener que está igual de extendido en nuestra especie, no tiene una
explicación tan directa. La música era una conducta humana de la que Charles Darwin sentía incertidumbre de poder explicarla, escribiendo en La Descendencia del Hombre, y la Selección en Relación con el Sexo:
“Por cuanto ni el goce ni la capacidad de producir notas musicales son
facultades de la menor utilidad para el hombre ... deben catalogarse
entre las más misteriosas de aquellas de las que está dotado”.
Con el acceso a todos los últimos conocimientos de biólogos y psicólogos evolucionistas, ¿acaso no pudo McDermott
sugerir al menos un ensayo de explicación? No: “El origen de la música
ha seguido constituyendo un enigma en los años que han transcurrido,
aunque no faltan especulaciones acerca de esta cuestión”. La
especulación es cosa barata. La ciencia demanda un conjunto más
convincente de datos.McDermott repasa la lista de respuestas breves: atraer a la pareja, calmar bebés, un resultado indirecto de la evolución del lenguaje (lo que se limita a originar dos problemas). “Estas propuestas corren el riesgo de ser mayormente historias del tipo “Érase una vez”, porque hay pocos datos con los queponer a prueba o acotar las teorías.” No tenía mucho más que decir aparte de sugerir formas en las que futuros estudios pudieran sugerir posibles respuestas.
Como conclusión, designó a la música como un “enigma persistente” que puede que nunca reciba una explicación evolutiva.
La música es universal, un elemento significativo
de todas las culturas conocidas, y sin embargo no sirve a una función
obvia, no discutible. Como tal está en contraste con otras conductas
humanas universales. Las especulaciones acerca de sus posibles funciones
de adaptación han sido populares desde los tiempos de Darwin,
y muestran pocas señales de resolución. Los planteamientos empíricos
ofrecen una alternativa prometedora. No hay garantía alguna de que vaya
nunca a surgir una explicación completa del origen de la música; de
hecho, tal cosa parece totalmente improbable hoy día. Sin embargo, los
experimentos correctos revelarán mucho —acerca del fondo innato de la
conducta musical, de los rasgos que pudieran ser exclusivos de la
música, y del posible origen de aquellos componentes que no lo sean.
Todo lo cual promete enriquecer nuestra comprensión de esta obsesión
humana.
Así, su coda repite el tema allargando en menor.- Josh McDermott, «The evolution of music», Nature 453, 287-288 (15 de mayo de 2008) | doi:10.1038/453287a.
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