Esta propuesta ha venido asumiendo durante un siglo largo, la idea de que la búsqueda de una explicación científica satisfactoria a este poderoso enigma, por lejana que pareciese, terminaría por llegar de la mano del avance en el conocimiento de la biología. Distintos escenarios han sido estudiados, para intentar conjugar los dos procesos esenciales inherentes a la vida, el metabolismo y la auto-replicación, en la génesis de los primeros organismos. En los últimos tiempos han adquirido un mayor predicamento entre la comunidad científica los escenarios que postulan un origen de la vida sobre una biología sustentada en moléculas de ADN capaces de auto-replicarse para ir posteriormente ganando funciones complementarias.
Sin embargo, el avance de la ciencia, lejos de ayudarnos a encontrar la solución correcta al enigma de la evolución química de la vida no ha hecho sino ir añadiendo más y más dificultades poniendo de manifiesto, a cada descubrimiento, la inextricable complejidad de los seres vivos y la impotencia de los investigadores para encontrar un modelo convincente. El libro de 1984 “The Mystery of Life´s Origin”, de Thaxton, Bradley y Olsen supuso un aldabonazo que denunció, en términos estrictamente científicos, la inconsistencia de las teorías dominantes en su tiempo sobre tan esencial cuestión. En nuestros días, la obra minuciosa y exhaustiva de Stephen C. Meyer “Signature in the Cell” ha desarrollado un argumento poderoso sobre la dificultad de defender un modelo naturalista de la abiogénesis y ha introducido la necesidad de incluir en cualquier propuesta una solución al origen, no sólo del intrincado rompecabezas físico-químico que representa el más elemental de los organismos vivos, sino también de la propia información genética que gobierna los mecanismos de la vida.
Lo que éste y otros trabajos han puesto de manifiesto, en definitiva, es la inmensa dificultad para postular que la vida haya podido surgir en nuestro planeta por procesos estrictamente naturales y de forma perfectamente fortuita y espontánea. Y hasta tal punto lo han hecho que los autores de los trabajos científicos más actuales y destacados en este campo han empezado a bajar los brazos y a comprender que el origen de la vida supone un rompecabezas sin solución científica predecible. Veamos por ejemplo, lo que nos dice al respecto Eugene V. Koonin (Senior Investigator at the National Center for Biotechnology Information, Maryland, USA) en su libro reciente “The Chance of Logic”. Por una parte defiende que cualquier paradigma explicativo en biología debe de contemplar una propuesta para el origen de la vida, denunciando a su vez una falla fundamental en el modelo neo-darwinista dominante en el último siglo por carecer de capacidad explicativa para tan fundamental cuestión. Por otra parte, asume que el origen de la vida es un rompecabezas lógico (a chicken-egg problem) de inextricable solución y postula las condiciones mínimas que debe de cumplir la emergencia del más elemental de los organismos vivos: la doble y recíproca condición de replicación y traducción. Koonin realiza él mismo los cálculos de probabilidad para poder apostar por la emergencia fortuita de un tal mecanismo biológico y termina concluyendo que el altísimo grado de improbabilidad supera por muchísimos órdenes de magnitud el total de recursos probabilísticos presentes en este Universo que habitamos, lo que la convertiría, en palabras del propio Koonin en “casi un milagro” (p.391)
Como consecuencia de esta convicción Koonin abandera un nuevo sesgo en el discurso científico en torno al origen de la vida que va ganando cada vez más adeptos entre las filas materialistas a medida que el avance de la ciencia va evidenciando la incapacidad del modelo tradicional de la evolución química: el salto de la biología a la cosmología. La propuesta de una cosmología de multiversos al amparo de la moderna teoría de cuerdas y una inflación cósmica infinita tiene por objeto elevar ilimitadamente los insuficientes recursos probabilísticos disponibles con objeto de hacer que “cualquier cosa” por improbable que resulte, termine siendo “inevitable” (en palabras del propio Koonin). Y es precisamente en este punto del debate donde el libro de David Abel se convierte en un desafío definitivo para las nuevas teorías emergentes.
Abel nos recuerda que la vida no puede ser explicada sin profundizar primero en el significado y papel que juega la información en el sustento de la dinámica de la vida. Hoy cabe decir, a la luz del conocimiento científico más actual, que las propiedades del Universo y de la vida están mejor descritas por las leyes que gobiernan la información que por las leyes que gobiernan la materia. Es por eso que Abel desarrolla una completa teoría en torno a la cibernética de la vida y el papel relevante de los procesos semióticos en la misma. Como consecuencia de su análisis, la necesidad de una categoría de causalidad que supere la vieja dicotomía entre azar y necesidad se hace inevitable y la reivindicación de la elección contingente (choice contingency) viene a completar los recursos causales explicativos necesarios para hacer racionalmente comprensible la realidad que conocemos. La información se ha convertido ya, en un elemento constitutivo de la Naturaleza tanto como puedan serlo la materia, la energía o las leyes físico-químicas que limitan sus posibilidades de cambio y transición.
Como consecuencia de su análisis, Abel nos aporta una conclusión que está llamada a presidir el discurso teórico de los próximos tiempos y que no puede ya ser obviada en el futuro, la idea de que el Formalismo precede y gobierna la Fisicalidad (F>P, por sus siglas en el inglés original). Las conclusiones de Abel son rotundas. La vida no es el producto de constricciones referidas a leyes reiterativas y faltas de información sino la consecuencia de controles cibernéticos orientados a resultados específicos. Las constricciones físico-dinámicas pueden orientar la construcción de modelos ordenados pero no pueden provocar la emergencia fortuita de estructuras funcionales altamente organizadas. El Corte Cibernético representa la ruptura entre las estructuras que pueden ser explicadas por mecanismos físico-dinámicos exclusivamente, de aquellas estructuras funcionales que dependen de controles formales y de elecciones orientadas. La selección natural solamente explica la predominancia de modelos funcionales ya existentes; la vida, por el contrario se basa en la selección “para” una función potencial no existente con antelación. Ni el azar ni la necesidad pueden programar nodos decisorios para integrar circuitos u organizar una utilidad formal. Ninguna combinación de azar y necesidad puede generar las reglas formales o hacer emerger un sistema simbólico informacional de la naturaleza del código genético, ni justificar la emergencia de procesos semióticos que se nutren de códigos y memorias orgánicas. Ninguna entidad física puede “auto-organizarse” en la existencia; un efecto nunca puede ser su propia causa.
Las conclusiones y los argumentos de Abel se convierten así en la referencia ineludible que ninguna teoría naturalista del origen de la vida puede ya desconocer. La información, como elemento inevitable de la realidad, hace que el estudio de la vida exija una integración multidisciplinar de la física y química tradicional junto a las ciencias de la información en el marco de la biología. En la era de la información ya no es admisible seguir sosteniendo que meros errores de transcripción puedan generar la altamente sofisticada información de los sistemas biológicos, su maquinaria y mecanismos para el proceso de la misma o los fascinantes mecanismos asociados de detección y reparación de errores en la replicación que caracterizan a los organismos vivos y cuyo sentido teleológico no puede ser negado. La preponderancia del formalismo sobre la fisicalidad ataca de lleno el sentido reduccionista del modelo clásico y la “forma” reivindica su protagonismo como elemento rector del proceso de generación de cualquier organismo vivo. La información prescriptiva, nos dice Abel, gobierna los procesos de la vida. De acuerdo, pero yo quisiera añadir entonces que además, la forma se convierte en el elemento rector del proceso. Pensemos en el proceso de desarrollo embrionario de cualquier organismo pluricelular; no son los genes al expresarse en el fenotipo los que producen la forma final, es precisamente la forma la que prescribe la activación de los genes o su anulación en el momento y la ubicación precisa. Al fin y al cabo, la información prescriptiva, como toda información encriptada en un sistema simbólico material, es necesariamente intencional, es referida a una realidad que lógicamente la precede.
Lo que Abel nos enseña en definitiva es que no se puede reducir el problema del origen de la vida, como pretende Koonin, a un problema de recursos probabilísticos escasos. El origen naturalista de la vida afronta un problema de falta de adecuación causal. No hay una relación razonable entre la causa propuesta, el azar y la necesidad, y el efecto resultante, la compleja información prescriptiva reguladora de procesos formalmente estructurados según esquemas de organización funcional. Pongamos un ejemplo. No es razonable pensar que un chimpancé sea capaz de resolver la Conjetura de Poincaré. Pero es inadmisible proponer que en una cosmología de multiversos la extensión de los recursos disponibles a un ejército infinito de chimpancés terminaría por encontrar la solución de forma inevitable. El principio de adecuación causal nos exige que aquella realidad presente en el efecto pueda ser reivindicada como originaria de la causa propuesta.
Abel nos presenta su argumentación en términos estrictamente científicos dentro de la lógica propia de una epistemología finita. No reivindica la imposibilidad teórica de la ocurrencia de la emergencia fortuita de la vida pero sí la absoluta falta de plausabilidad de tal evento de acuerdo con los conocimientos y las herramientas conceptuales que la ciencia nos ha proporcionado a día de hoy. A partir de ahora cualquier propuesta naturalista para explicar el origen de la vida deberá hacer referencia a las objeciones planteadas por este excelente trabajo del Doctor Abel. Y puedo asegurarles que estoy deseando ver cómo se las van a arreglar para rebatirlas.
Por Felipe Aizpún | Darwin o DI
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