Los evolucionistas están decididos a mantener la narrativa de una
evolución de las ballenas, que es uno de sus historias de «Grandes
Transformaciones», a pesar de la evidencia. Es demasiado buena para
abandonarla. Imaginémonos el descrédito que sufrirían los productores de PBS
si, después de 15 años de difundir su serie televisiva Evolution (y siguen
promoviéndola en su sitio web con guías para los maestros y guías para los
alumnos), tuvieran que retractarse, y decir a los maestros que las animaciones
que difunden de seres terrestres que evolucionan a ballenas deben más a la
fantasía que a los datos. Imaginemos el sonrojo del ex director de la revista Nature,
Henry Gee, si tuviera que confesar que su sección «Joyas de la
Evolución» era bisutería barata.
Un ejemplo reciente: un artículo en Current
Biology dice que un delfín fósil es un producto de la evolución, aunque los
autores admiten que poseía una ecolocación moderna. Abundaremos en esto más
abajo. Debemos mencionar que la evidencia que refuta la tesis de una evolución
de las ballenas ha estado ahí durante largo tiempo. Nuestro libro en línea, en
inglés, Getting the
Facts Straight: A Viewer's Guide to PBS's Evolution
[Poniendo los puntos sobre las íes: Una guía del espectador a la serie
Evolution, de PBS], expone mediante lógica y datos que la narrativa
evolutiva hace aguas por todas partes. Jonathan
Wells ya observó en 2007 que las escuelas seguían usando esta fallida serie
televisiva; pero ahí estamos, casi una década después, y sigue siendo el
producto bandera en el sitio web Evolution de PBS. Nature sigue promoviendo sus «15 joyas
de la evolución», incluyendo la narrativa sobre las ballenas. Y comentan, de
manera memorable:
Este
estudio demuestra la existencia de formas
potenciales de transición en el registro fósil. Se podrían haber resaltado muchos otros ejemplos, y tenemos todas las razones para creer
que muchos otros esperan su
descubrimiento, especialmente en grupos bien representados en el registro
fósil.
Los pensamientos ilusorios no deberían tomar el puesto de los datos
producto de observaciones. Pero Henry Gee y sus coautores exhiben el Ambulocetus
y el Pakicetus como fósiles que podrían suplir la narrativa, aunque
tenían cuatro patas (el Pakicetus no era más
acuático que un tapir, según admitió su descubridor, y el terrestre Ambulocetus tenía unas
grandes patas, nada parecido a ninguna aleta). La única característica de «transición»
que se alega para esos fósiles es la anatomía de su oído interno. David
Coppedge también escribió en 2007 acerca del otro fósil mencionado, el Indohyus,
un pequeño mamífero artiodáctilo parecido a un tragúlido, o ciervo ratón, que es
todavía menos parecido a una ballena que los otros dos. A partir de este pequeño
animal cuadrúpedo surgieron los enormes cachalotes — si uno tiene suficiente
imaginación evolutiva.
Con estos puntos a recordar, veamos lo que Morgan Churchill y los
otros cuatro colaboradores encontraron para dar soporte a «El Origen de la
Audición de Altas Frecuencias en las Ballenas». Aquí está su lista de puntos
destacados del análisis de un fósil al que denominan Echovenator («cazador
de ecos»), descubierto en Carolina del Sur (al otro lado del globo con respecto
al Paquistán, el hogar de los otros pretendidos antepasados de las ballenas):
- Se describe una antigua ballena dentada, que posee un oído interno bien preservado
- En el oído de esta ballena se preservan unas características asociadas con audición de ultrasonidos
- La audición de los ultrasonidos evolucionó con la ecolocación en las primeras
- La audición a frecuencias altas comenzó en los antepasados de las ballenas dentadas
En otras palabras, tenemos un delfín extinto dotado de un sistema
completo de ecolocación y con audición de altas frecuencias, tal como aparecen
en los delfines modernos. Si los darwinistas no pueden conseguir una forma de
transición a partir de la línea de salida, no parece que les vaya a ir muy bien
en su intento de exhibir una evolución de las ballenas a partir de la línea de
llegada. Este fósil ya se encuentra al otro lado.
Pero ahora llegamos a la manipulación:
Al
contemplarlo en un contexto filogenético (Figura 3), eso indica que los cetáceos del Eoceno podían oír
frecuencias más elevadas que sus antepasados terrestres. Eso sugiere que las
adaptaciones para poder oír frecuencias más altas precedieron a la evolución de los Odontoceti [ballenas dentadas] y
que esta capacidad fue adicionalmente
desarrollada y luego cooptada para la ecolocación por parte de primitivos
miembros de este clado.
La Figura 3 es un árbol filogenético, con unos dibujos adjuntos de
estructuras del oído interno. Los dibujos más detallados en el Suplemento
parecen exhibir oídos interiores complejos con todas las partes. Sin unas gafas
coloreadas de darwinismo, es difícil ver qué es lo que los autores pretenden
ver.
Aparte de la pertenencia del Echovenator a una clase de
Odontocetes extintos, no parece tan diferente de los delfines actuales. El
trabajo artístico que se publica en Phys.org muestra
unos delfines con ecolocación activa. ¿Qué es exactamente lo que sitúa a este
animal en la narrativa de la «Gran Transformación»? Phys.org coquetea
con palabrería acerca de este «antiguo
pariente del delfín moderno».
Nos cuentan que «Una especie de ballena fósil recién nombrada poseía una capacidad superior de audición
de las altas frecuencias, ayudada en parte por la singular forma de los
componentes del oído interno, lo que ha dado a los científicos nuevas claves acerca de la evolución de
este sentido tan especializado».
Quizá la Figura 4 ayudará a exhibir las claves anunciadas. Esta
muestra animales con oído ultrasónico, y otros animales con oído infrasónico.
Todas las ballenas dentadas (incluyendo el Echovenator) se encuentran
dentro del grupo ultrasónico. Las ballenas barbadas y los hipopótamos se
encuentran en el grupo infrasónico. El análisis de los componentes principales
no muestra «ninguna superposición» entre los grupos. ¡Pero, un momento! ¡Necesitamos
una transición! Vemos dos puntos de datos entre ambos, los dos designados como
«Arqueocetos» (ballenas antiguas), que, se nos dice, representan «el grupo troncal
parafilético que dio origen a todos los
cetáceos existentes». Pero la oración inmediatamente siguiente admite que «las
capacidades auditivas de los arqueocetos
han sido difíciles de inferir, siendo
que algunos estudios respaldaban una audición de alta frecuencia, mientras que
otros respaldaban una audición de baja frecuencia».
Aquí es donde un «contexto filogenético» sostiene la narrativa. Hay
cientos de fósiles de arqueocetos, como el Basilosaurus, pero esas eran
unas grandes ballenas extintas que probablemente vivieron a todo tiempo en el
océano y que eran incapaces de ninguna locomoción terrestre. Por cuanto los
teorizadores de la evolución enseñan que los arqueocetos se encuentran en algún
lugar entre los hipopótamos y las ballenas dentadas, deben haber estado en
situación de desarrollar una audición de altas frecuencias —aunque sus
capacidades auditivas hubieran sido «difíciles de inferir». ¿Vale? Entonces las
situamos en una posición de transición en el diagrama en la Figura 4, y
pondremos el Echovenator cerca del borde inferior interior del grupo de
los ultrasónicos para hacer parecer que cooptó la audición de altas frecuencias
para la ecolocación.
Conseguimos más claves gracias al artículo en Phys.org. En
primer lugar, el fósil se descubrió ya en 2001, pero sus estructuras auditivas
han sido analizadas ahora, después que la NSF proporcionase US$220.000 en
fondos «para llevar a cabo el primer estudio amplio del desarrollo de los
cráneos de los cetáceos en casi un siglo».
Otra cosa que descubrimos es que la capacidad de oír sonidos de altas
frecuencias exigirá volver a escribir los libros de texto. «La investigación
empuja el origen de la audición de las altas frecuencias por parte de las
ballenas más atrás en el tiempo —alrededor
de unos 10 millones de años más atrás de lo que habían indicado estudios
anteriores». Esto da a los evolucionistas aún menos tiempo para encontrar
las mutaciones afortunadas para este complejo dispositivo.
Otra dificultad para la credibilidad de la narrativa evolucionista se
hace evidente cuando nos enteramos de que «las
especializaciones asociadas con la audición de las altas frecuencias evolucionaron
hace unos 27 millones de años —alrededor
del mismo tiempo que la ecolocación, aunque algunas características
evolucionaron incluso con anterioridad». A esto lo podríamos llamar «abusar de
la buena suerte» cuando uno tiene que apoyarse en el azar para que suministre
mutaciones como material básico para la selección. Ahora tienen que explicar
dos muy improbables premios gordos de manera simultánea.
Aquí será útil una reseña de los datos que se presentan en el
documental de Illustra, Living Waters
[Aguas vivientes]. Como explica Richard Sternberg allí, la
probabilidad de conseguir dos mutaciones coordinadas para una característica
excede en un orden de magnitud el tiempo disponible para la transformación de
un animal terrestre a una ballena, según las mejores estimaciones a partir del
registro fósil sobre transformaciones. Y como lo expresa Sternberg con una teatral
ironía: «En mi estimación, se precisarían muchas más que dos mutaciones». La
transformación de un animal terrestre a un animal limitado a la natación
oceánica, «que tiene que hacerlo todo allá, incluyendo la reproducción», es
descomunal. El documental da una lista de algunos de los sistemas complejos que
exigirían unos espectaculares replanteamientos globales.
Esto último es la evidencia en contra de un origen por azar y
selección natural. Y la evidencia positiva de un diseño deliberado se ve en la
secuencia animada sobre la ecolocación, con todas sus partes coordinadas. Paul
Nelson identifica cuatro prerrequisitos: (1) la capacidad de producir los
sonidos, (2) la capacidad de recibirlos, (3) la capacidad de interpretarlos, y
(4) la capacidad de actuar en base de la información. Si alguno de estos
factores estuviera ausente, la ecolocación no funcionaría. Pensemos en sólo
unas pocas de las partes involucradas: labios fónicos, cámaras herméticas,
sacos expansivos de almacenamiento, un melón con las características adecuadas
para audio y músculos para concentrar los sonidos, una mandíbula con dientes y
tejidos especializados para amplificar los ecos, una cóclea especializada para
oír altas frecuencias, y un cerebro que sepa procesar toda esta información.
¿Cuántas mutaciones coordinadas se necesitarían? Todo esto está muy, pero muy
lejos del alcance de ningún azar.
Los evolucionistas deberían dejar de insistir en su arbitraria regla
que excluye las causas inteligentes de la ciencia. Esta regla (el naturalismo
metodológico) distorsiona la realidad, y exige unas imágenes de punto a punto
de datos sumamente separados para mantener una conclusión predeterminada. La
ciencia progresa siguiendo la evidencia a donde lleva, y acepta causas que se
sabe que son necesarias y suficientes para explicar el fenómeno bajo
investigación. Los sistemas biológicos complejos son clara evidencia de un
diseño inteligente, deliberado.
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