Charles Darwin, según muchos suponen, hizo que la ciencia diese un paso de gigante en su progreso intelectual. Sustituyó lo que él consideraba «milagros» de diseño por un proceso natural. Su objetivo pareció noble para muchos: unificar los diversos organismos de la tierra en una imagen unificada de descendencia con modificación, unida por una ley de la naturaleza que él designó como selección natural. De esta manera, creía él, la ciencia quedó liberada de milagros.
Pero la ley de la naturaleza según Darwin era poco más que una contingencia histórica. Las variaciones, a su modo de pensar, aparecen al azar —sin dirección ni propósito— en la base de la vida que los evolucionistas actuales generalmente identifican en los genes. Desde la perspectiva «de abajo arriba», para evitar cualquier apariencia de milagro, las variaciones tenían que ser diminutas y graduales, apenas significando una diferencia para el organismo excepto por algún ligero incremento en una cualidad nebulosa que él designó como «aptitud». Pero desde la perspectiva «de arriba abajo» (el árbol de la vida), había muchos organismos dispares que tenían que ser unidos mediante líneas de descendencia común con enormes vacíos entre ellos. Y acomodar las imágenes de abajo arriba y de arriba abajo no ha sido cosa fácil. Dos recientes artículos exponen cómo unos modernos evolucionistas lo intentan empleando milagros —tensando la credibilidad más allá del punto de rotura para unir las dos imágenes.
En Current Biology, Thibaut Brunet y Detlev Arendt se muestran entusiasmados acerca de la posibilidad de resolver el «difícil problema del origen del cartílago». Su título, un juego de palabras con el «difícil problema de la conciencia» descrito por David Chalmers, hace referencia aquí al origen de las partes duras de los cuerpos de los animales. ¿Pueden los dispares planes de los cuerpos de los animales encontrarse unidos en un antepasado común?
Los esqueletos son mal comprendidos. Debido a su resistencia a la descomposición, los huesos han venido a convertirse en los símbolos de la muerte; sin embargo, son tejidos intensamente vivos, y experimentan un remodelado activo a lo largo de la vida. Para el biólogo evolutivo, las partes duras de los animales tienen similarmente un doble aspecto: su persistencia los hace los principales candidatos para la fosilización y proporciona a los paleontólogos una abundancia de información sobre el esqueleto de los animales extintos. Desde el punto de vista del paleontólogo, la evolución de los animales es de esta manera principalmente la evolución de las partes duras (además de lo que se pueda deducir a partir de ellas). Pero, por la misma razón, el origen de los primeros esqueletos animales, y de las estructuras ancestrales que los originaronen animales con cuerpos blandos, persiste como un misterio; la preservación de los tejidos blandos es demasiado infrecuente para proporcionar una solución clara. Durante más de un siglo, los morfólogos han estado debatiendo, con muy poquísimos datos, las difíciles cuestiones de los orígenes de los esqueletos: ¿Cuándo evolucionaron los esqueletos animales por primera vez? ¿Aparecieron una vez o varias, de manera independiente? ¿Qué tejidos blandos ancestrales se volvieron rígidos por primera vez, ymediante qué mecanismos moleculares? Un reciente estudio de Tarazona y coautores, comparando la formación de los esqueletos entre invertebrados y vertebrados al nivel molecular, arroja nueva luz sobre esas cuestiones. [Énfasis añadido.]
Como suele suceder en la literatura evolucionista, Brunet y Arendt no se plantean si en verdad las partes duras evolucionaron o no, sino sólo cómo evolucionaron. Según las «reglas de la ciencia», está prohibido cuestionar el naturalismo. Pero al limitar el conjunto de herramientas explicativas a los procesos naturales sin guía, surgen dificultades. Y no hay nada como apelar a milagros para evitar una dificultad. Cómo aconsejaba Finagle, «No creas en milagros. Apóyate en ellos».
Los autores admiten que «Los intentos históricos de comparar los esqueletos vertebrados e invertebrados no han ido bien». Esta es la razón de que la solución de Tarazona los atrae. Este artículo encontró semejanzas en la formación del cartílago entre una sepia y un cangrejo herradura — unos seres muy distantes en el árbol ancestral de Darwin, y pertenecientes a distintos filos. A su modo de pensar, por tanto, el antepasado común de estos dos animales tiene que haber poseído la capacidad de producir cartílago. Brunet y Arendt ilustran de forma magnífica los posibles vínculos evolutivos entre estos animales y anélidos (lombrices de tierra), braquiópodos, artrópodos y vertebrados, señalando semejanzas entre la organización general de sus sitios de expresión de colágeno y los genes del desarrollo que regulan la expresión del colágeno. Como un truco de magia, esto parece simple hasta que se exploran los detalles. Consideremos lo siguiente:
- No dan ninguna explicación para la emergencia de 3 conjuntos de genes que codifican para el colágeno. «Se supone que el mesenterio ventral central soxD+ soxE+ colA+ dio origen tanto al esclerotomo de los cordados y el endosternito de los quelicerados», dicen, «suponiendo» que seis genes de factores de transcripción y el gen de la colagenasa conspirasen para crear las primeras partes duras. O bien los genes fueron cooptados desde alguna otra función, o bien emergieron espontáneamente. ¿Es esto magia? ¿Buena suerte? ¿Que otra cosa en una evolución naturalista hubiera podido «dar origen» a lo improbable?
- El colágeno es una proteína compleja que del conjunto de todos los 20 aminoácidos sólo deja de usar el triptófano. Wikipedia da una lista de 7 pasos en su producción en el interior de las células, incluyendo la formación de precursores (como «pre-propéptido a precolágeno») seguido de unas extensas modificaciones postranslacionales.
- La formación de cartílago involucra unas adicionales y complejas etapas, incluyendo un equilibrio entre las proteínas señalizadoras Hedgehog y Wnt. Simplemente no se puede dar por supuesto que la innovación del colágeno va a llevar automáticamente a cartílago o hueso. Por lo que hace al hueso, unas células especializadas (osteoblastos y osteoclastos) construyen y disuelven el hueso en un delicado equilibrio de procesos.
- Las partes duras no aparecen al azar en células o en planes corporales de los animales, sino que están dispuestas de manera específica para su función. Contemplemos la complicada armadura que recubre a los ctenóforos (Science Advances), que algunos evolucionistas suponen que es uno de los más antiguos filos de animales. No es suficiente con conseguir componentes estructurales de colágeno. Los materiales tienen que ser llevados a localidades específicas durante el desarrollo.
- Una innovación «milagrosa» como el colágeno ya sería en sí algo asombroso, pero no es suficiente. El colágeno hace «una aparición dispersa» por el árbol de la vida. Los autores invocan aún más milagros para explicar esto: «Si es así, esto ilustraría un tipo de evolución independiente a veces dejada de lado, llamada «evolución paralela», en la que la misma estructura ancestral experimenta una secuencia similar de modificaciones en linajes de descendencia separados». Dar a una improbable maravilla un nombre como «evolución paralela» no la hace menos «milagrosa».
- Las partes duras aparecen súbitamente en el registro fósil. ¡Agitemos la varita mágica para conseguir más milagros!: «También, el registro fósil sugiere que la mayoría de filos evolucionaron esqueletos de forma rápida y en paralelo durante la explosión cámbrica, impulsados por una carrera armamentística entre los primeros predadores complejos y sus presas». Nuestros lectores han oído suficiente acerca de todas los fracasados intentos de explicación para la Explosión Cámbrica, de modo que aquí no vamos a detallar esta cuestión. Será suficiente decir que los detalles no llevan a la creencia de que las «innovaciones evolutivas», como las llaman los darwinistas, parecen cosa «natural».
Buena suerte, LUCA
Se encuentra una invocación aún mayor a los milagros en historias evolutivas sobre el origen de la vida, porque hasta el momento en que comienza una autorreplicación fiable, no puede haber selección natural. Como consecuencia, los evolucionistas no pueden valerse de su favorito dispositivo de rescate, la gestualización, y sólo pueden apelar a las leyes de la química y al azar.
El «último antepasado común universal» (LUCA, por sus siglas en inglés, «last universal common ancestor») «es lo que los científicos designan como el precursor de todos los seres vivos», observa Live Science. Por tanto, el LUCA debe marcar aquel momento en el que comienza la selección natural, porque, si la selección natural hubiera actuado sobre cualquier cosa anterior (como los hipotéticos replicadores del «mundo del ARN»), no tuvo que ver con la vida tal como la observamos. Cualquier cosa anterior no dejó ningún registro; queda fuera de la ciencia empírica.
Por mucho que los evolucionistas querrían simplificar el LUCA, llega un momento en el que el organismo no hubiera tenido la capacidad de ejecutar las funciones necesarias de metabolismo, motilidad y reproducción para ser considerado como vivo. El LUCA tenía que ser una «célula» de alguna clase, con un código genético y máquinas de proteínas encerrado en una membrana para mantenerlo recogido. Como llegamos a saber el pasado mes de marzo, el equipo de Craig Venter no pudo conseguir una célula sintética más simple que 463 genes. El nuevo estudio dice:
Mucho acerca del LUCA sigue siendo incierto; mientras que investigaciones anteriores sugerían que era poco más que una sopa química a partir de la que la evolución construyó gradualmente formas más complejas, trabajos recientes sugerían que puede haber sido un organismo sofisticado con una estructura compleja
¿Sofisticado hasta qué punto? Comparando millones de genes de procariontes, unos investigadores en la Universidad Heinrich Heine en Düsseldorf, Alemania, realizaron una estimación de los requisitos para el LUCA:
Los genes que examinaron los científicos eran patrones para proteínas. (Hay genes que no se considera que dirijan la producción de proteínas.) De los 286.514 grupos de proteínas que examinaron los investigadores, sólo 355 se ajustaron a los estrictos criterios que los investigadores habían establecido para su pertenencia potencial al LUCA. Investigaciones previas habían desvelado las funciones de muchos de esosgenes, de modoque ahora arrojaban luz sobre el hábitat y el estilo de vida del LUCA.
Su artículo, publicado en Nature Microbiology, espera que este «precursor de todos los seres vivos», pudo haber sido capaz de metabolizar hidrógeno, de fijar nitrógeno, de usar metales y coenzimas de transición, y mucho más. Tenía genóma y epigenoma: «Su código genético demandaba modificaciones de nucleósidos y metilaciones S-adenosil metionina-dependientes». ¡Nada de eso es simple! Además, los investigadores creen que el LUCA era un termófilo, habitando en las duras condiciones de manantiales termales o de fuentes hidrotermales. Los termófilos que conocemos hoy en día tienen unos sofisticados mecanismos para reparar y preservar su ADN y proteínas contra la destrucción debida al calor.
¿Pudo surgir el LUCA por azar? Jeff Errington, biólogo celular en la Universidad de Newcastle, ni siquiera se lo plantea. En The Conversation, emprende especular qué clase de organismo fue el LUCA, dando por supuesto que se originó en las altas temperaturas de fuentes termales, que poseía enzimas y un código genético, que metabolizaba hidrógeno, y que estaba bien dotado para la supervivencia. Sin embargo, sabe que el LUCA tenía unos requisitos mínimos:
Tristemente, sin una máquina del tiempo, no hay manera de verificar directamente esos resultados. No obstante, esta información será ahora muy interesante, y desde luego para los científicos que quieren usar la información para aplicarla a sus experimentos de abajo arriba al recrear formas modernas de vida primitiva.Pero no será fácil, vistos los requisitos de altas temperaturas, nitrógeno, dióxido de carbono y de gas hidrógeno explosivo.
En Signature in the Cell, apoyándose en investigaciones de Douglas Axe sobre las funciones proteínicas, Stephen Meyer calculó la probabilidad de una proteína relativamente corta de 150 aminoácidos de longitud como de una posibilidad contra 10 a la potencia de 164 (10-164, pp. 210-212). En otras palabras, esperar la producción de sólo una proteína por azar excede al límite universal de probabilidad calculado por William Dembski (10-150) en 14 órdenes de magnitud —una improbabilidad 100 billones inferior! Para tal suceso, la palabra «milagro» ni se acerca. Pero esos evolucionistas quieren que nos creamos que algo así como 355 a 463 genes o productos proteínicos, todos conjuntados para operar coordinadamente, surgieron por azar.
Es ya hora de abandonar la caricatura que los evolucionistas presentan de la tesis del Diseño Inteligente, de que se trata de una creencia en milagros, y que los darwinistas no creen en ellos. Es mucho más razonable creer que las «innovaciones» que observamos fueron planeadas para un propósito por una causa inteligente necesaria y suficiente que confiar en un azar ciego afortunado. Además, disponer unas partes diseñadas a propósito para que realicen unas funciones no es un «milagro». Es el resultado de la operación deliberada de agentes inteligentes, algo que realizamos nosotros mismos en contra del curso natural de las cosas, que es degradación y descomposición. Para ilustrar este extremo, proponemos la visualización del siguiente video:
Image: Trilobites, por Heinrich Harder (1858-1935) (The Wonderful Paleo Art of Heinrich Harder) [Dominio Público],via Wikimedia Commons.
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