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El gran misterio de la visión humana


Todo el mundo sabe que un cuentakilómetros mide la distancia, y que un velocímetro mide la velocidad. ¿Cómo lo hacen? Cada dispositivo es esencialmente un transductor sensorial con un mecanismo que lo capacita para detectar un fenómeno físico y convertirlo en información útil. El cuerpo tiene también transductores sensoriales que usa para detectar fenómenos físicos y saber qué sucede tanto en su interior como en su exterior. La visión es la sensación que experimentamos cuando la luz, que generalmente refleja un objeto dentro de una gama muy estrecha de frecuencias, penetra en nuestros ojos.

El sentido común enseña que sin este sentido especial, nuestros más antiguos antecesores no hubieran podido sobrevivir. Los biólogos evolutivos afirman que la presencia de diferentes órganos sensibles a la luz en formas primitivas de vida hicieron fácil que la casualidad y las leyes de la naturaleza, por sí solas, produjesen la visión. Pero, al igual que el desarrollo de diversas invenciones y tecnologías, toda la experiencia humana nos enseña que el diseño inteligente es una explicación mucho más verosímil. La postura de los darwinistas no solamente simplifica excesivamente el desarrollo del ojo, que presenta una complejidad irreducible, sino que tampoco tiene en cuenta cómo nuestro cerebro convierte lo que recibe desde nuestros ojos para que podamos experimentar la visión.

Nadie, ni siquiera los biólogos evolutivos, comprende verdaderamente este misterio. La realidad de que nadie lo comprende debería hacer remiso a todo científico respecto a pretender que sabe cómo el ojo y la visión llegaron a existir. Pero los darwinistas se lanzan osados pretendiendo precisamente esto. Consideremos, pues, lo que constituye al ojo, cómo funciona, qué es lo que el cerebro recibe del mismo, y cómo convierte esta información en la sensación que llamamos visión.

El ojo humano es un órgano sensorial sumamente complejo, en el que muchas partes funcionan conjuntamente para enfocar la luz sobre su retina. Aunque es en la retina que comienzan los impulsos nerviosos para la visión, las otras partes del ojo desempeñan unos papeles importantes que soportan y protegen la función de la retina. Los cinco diferentes huesos que constituyen la cavidad orbital protegen alrededor de dos terceras partes del globo ocular y proporcionan la base para los tendones de origen de los músculos responsables del movimiento del ojo. Los párpados y las pestañas protegen al ojo de la exposición a demasiada luz o polvo, suciedad, bacterias y otros objetos extraños. Una película de lágrimas, compuesta de aceite, agua y moco, es producto de las glándulas sebáceas de los párpados, la glándula lacrimal y la conjuntiva sobre la esclerótica (el revestimiento protector externo blanco del globo ocular). La película lacrimal lubrica el ojo, lo protege de infecciones y daños, alimenta el tejido alrededor, y preserva una superficie lisa para ayudar a la conducción de la luz.

La córnea es un tejido conectivo transparente que protege la parte frontal del ojo a la vez que admite la luz. La córnea es transparente porque carece de vasos sanguíneos (avascular), y recibe oxígeno, agua y nutrientes de dos fuentes. Una es las lágrimas que constantemente la mojan procedentes de los párpados, que se desplazan sobre ella, y la otra es el fluido transparente (humor acuoso) dentro de la cámara anterior que se encuentra detrás de la córnea y delante de la lente. Los rayos luminosos que se reflejan de un objeto a más de seis metros de distancia entran paralelos entre sí y tienen que ser doblados (refractados) para enfocarlos en el área de la retina para una visión central (mácula) y nítida (fóvea). La curvatura de la córnea juega un papel principal para enfocar la luz que entra en el ojo y cae sobre la retina.

La lente es una estructura biconvexa transparente y elástica que se mantiene en posición mediante unos ligamentos suspensores. Como la córnea, es avascular, y obtiene su oxígeno, agua y nutrientes del humor acuoso en la cámara anterior. Como se ha observado más arriba, los rayos luminosos que inciden desde cierta distancia (superior a seis metros) entran en el ojo paralelos entre sí, mientras que los de procedencia más cercana) divergen. Para concentrar la luz sobre la mácula y la fóvea, esta luz divergente tiene que ser adicionalmente refractada, y la curvatura biconvexa de la lente lleva a cabo esta tarea. Como aquello sobre lo que el ojo enfoca es siempre cambiante, la curvatura de la lente puede ajustarse de manera refleja (acomodación), de modo que los rayos luminosos incidan sobre la retina en el área para visión nítida.

La coroides es la capa de tejidos situada entre la esclerótica y la retina, y proporciona la circulación para la parte posterior del ojo. La coroides contiene también el epitelio pigmentado de la retina, que se encuentra detrás de la retina y absorbe luz. Esto impide que la luz se refleje de vuelta sobre los fotorreceptores y cause un enturbiamiento visual. La extensión de la coroides en la parte anterior del ojo es el iris coloreado, que se compone de dos diferentes músculos que controlan la cantidad de luz que penetra por su apertura (la pupila).

Finalmente, la sustancia espesa, transparente y gelatinosa que constituye y da forma al globo ocular es el humor vítreo. Puede comprimirse y volver a su posición natural, lo que permite al globo ocular resistir la mayoría de esfuerzos físicos sin daños graves.

Cada ojo tiene alrededor de ciento veinte millones de bastones dispuestos por toda la retina. Los bastones contienen un fotopigmento llamado rodopsina, muy sensible a todas las longitudes de onda del espectro de luz visible. En cambio, existen sólo alrededor de seis millones de conos, mayormente concentrados en la mácula, primariamente en la fóvea exclusiva de conos. Cada cono contiene uno de tres posibles pigmentos fotosensibles, llamados opsinas, que tienden a reaccionar más intensamente, de manera respectiva, a las longitudes de ondas de luz roja, verde o azul. Tanto la rodopsina como las opsinas dependen de la vitamina A.

Cuando los fotones inciden en la retina, interaccionan con las células fotorreceptoras y causan un cambio eléctrico y la liberación de un neurotransmisor. Se transmiten mensajes a través de neuronas interconectadas dentro de la retina. Estas interneuronas de la retina procesan la información y envían las señales nerviosas resultantes a lo largo del nervio óptico al cerebro. Alrededor del ochenta por ciento de los impulsos nerviosos viajan a las neuronas dentro del cerebro. Éstos transmiten la información sensorial a la corteza visual en los lóbulos occipitales. Sin embargo, el restante veinte por ciento son desviados y proporcionan datos sensoriales a las neuronas en el tallo cerebral que dan servicio a los músculos que ayudan al ojo a funcionar mejor y que le proporcionan protección.

Por ejemplo, si entras en una habitación oscura, el músculo dilatador del iris se contrae inmediatamente, y hace que la pupila se agrande. Esto deja penetrar más luz al ojo para ayudar a mejorar la visión. Pero si incide una luz brillante en el ojo, el músculo contractor del iris entra inmediatamente en acción, haciendo que la pupila disminuya de tamaño, para proteger la retina contra un exceso de luz. Esto se llama el reflejo fotomotor, que es usado frecuentemente por los médicos para determinar la presencia de la función del tallo cerebral.

Al considerar la naturaleza de los datos sensoriales presentados desde los ojos a la corteza visual, se deben tener en cuenta varias cuestiones. Primero, el uso de la córnea y de la lente para refractar y concentrar la luz en la retina resulta en una imagen invertida y cabeza abajo. Esto significa que lo que aparece en la mitad superior derecha del campo visual resulta detectado por la mitad inferior izquierda de la retina, y que lo que aparece en la mitad inferior izquierda resulta detectado por la mitad superior derecha de la retina, etc. Segundo, al mirar con un solo ojo, vemos que hay una superposición en los campos visuales nasales (la mitad derecha del ojo izquierdo y la mitad izquierda del ojo derecho). Esa superposición proporciona a la corteza visual dos diferentes perspectivas y permite la percepción de la profundidad.

Finalmente, los impulsos enviados a lo largo de cada nervio óptico se dividen de camino al cerebro. Los mensajes de la mitad nasal de la retina pasan de la derecha a la izquierda y de la izquierda a la derecha a través de lo que se llama el quiasma óptico. Sin embargo, los impulsos procedentes de la mitad temporal de la retina (la mitad izquierda del ojo izquierdo y la mitad derecha del ojo derecho) permanecen en el mismo lado. Esto significa que todo lo que es visto por la mitad derecha de cada ojo (el campo nasal del ojo izquierdo y el campo temporal del ojo derecho) pasa al lóbulo occipital izquierdo, y que todo lo visto por la mitad izquierda de cada ojo (el campo nasal del ojo derecho y el campo temporal del ojo izquierdo) pasa al lóbulo occipital derecho. Nuestro cerebro toma luego esta colección de impulsos nerviosos generados por fotones que aparecen cabeza abajo, al revés, divididos y sobrepuestos y nos proporciona con lo que experimentamos como visión. La manera en que puede conseguir esta hazaña sigue siendo totalmente desconocida.

Si alguna vez has usado una lente de aumento para concentrar luz sobre un papel y hacerlo arder, entonces sabrás que la capacidad refractiva de una lente depende de su grado de curvatura, que está inversamente relacionado con la distancia necesaria para concentrar la luz en un punto focal. Cuanto más elevada la capacidad de refracción, más corta la distancia focal, y viceversa. El ojo depende de la capacidad refractiva combinada de la córnea y de la lente (58 dioptrías) para concentrar la luz en el área de la retina para una visión nítida. Y, hasta ahí llega la buena suerte, la distancia de la córnea a la retina (23 mm) es exactamente la necesaria para realizar la tarea. ¡Qué cosas!

Para que nuestros más primitivos antepasados pudieran encontrar alimentos y agua con seguridad y prepararlos y manipularlos para su ingestión, hubieran necesitado tener una capacidad normal para visión distante y cercana. Los oftalmólogos saben que un incremento de alrededor de un cuatro por ciento en la capacidad refractiva de la córnea y de la lente (o alargamiento del ojo) resulta en una miopía severa (la incapacidad de ver claramente la E grande en la tabla optométrica). Y una disminución de un veinticinco por ciento en ambas lleva a dificultades con la visión a distancia y cercana.

Cuando los biólogos evolutivos hablan de la visión, no sólo pasan por alto su naturaleza de complejidad irreducible(todos los componentes del ojo y del cerebro son necesarios para una función adecuada), sino también que la misma exhibe una capacidad de supervivencia natural, en cuanto que la capacidad combinada de refracción de la córnea y de la lente y la capacidad de la lente de ajustarse a objetos cercanos se ajusta perfectamente al diámetro del globo ocular. Recordemos, cuando se trata de la vida y de las leyes de la naturaleza, los números reales tienen consecuencias reales. Sin la capacidad de refracción justa o sin el diámetro justo del globo ocular, nuestros más primitivos antepasados hubieran sido tan ciegos como un murciélago.

En este caso, algunos argumentan equivocadamente, la evolución hubiera sencillamente emprendido hacer que desarrollasen un dispositivo de sonar en lugar de la visión, porque esto hubiera sido lo necesario para su supervivencia. En un próximo artículo examinaremos el sentido del oído.

Crédito de la fotografía: Laitr Keiows (trabajo propio) [CC BY-SA 3.0 o GFDL], vía Wikimedia Commons.

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