Introducción: El
punto de partida del presente trabajo es considerar la eutanasia, como
se presenta en el debate actual, como un acto no médico. Lo que sostiene
esta hipótesis es el análisis de la relación médico-paciente en sus
posiciones: se puede decir que la eutanasia no es un acto médico, porque
son requeridos, en la interrelación médico-paciente, actos
desproporcionados a cada uno di ellos[1].
Por un lado, se pide al médico algo que se encuentra más allá de su
competencia –decidir sobre la vida de un ser humano-; por otro lado, se
confiere al paciente -o a sus familiares- un derecho que no posee –en el
caso de los enfermos terminales- o se elimina un derecho que posee –los
neonatos defectuosos. En otras palabras, entra en escena dos personas y
se las hace tomar decisiones que no le competen, olvidando los límites
de la naturaleza humana. Teniendo en cuenta estas premisas: ¿es lícito
pedir al médico un acto más allá de su capacidad? ¿Cuál debería ser la
actitud del médico frente al enfermo terminal? ¿Cuál es el acto médico a
cumplir en los casos límites de la medicina? Los casos terminales,
tratándose de personas humanas, no deberían ser resueltos por una
perspectiva humana, en vez de cumplir un acto anti-humano?
En
el presente trabajo, trataremos de abordar la eutanasia desde diversos
puntos de vista –sin otra intención de sólo hacer, una breve alusión en
cada uno de los casos- a fin de
responder a las preguntas. Al final, teniendo en cuenta de lo dicho,
haremos una pequeña conclusión, tratando de establecer cuál debería ser
la actitud del médico hacia el paciente agonizante.
1. Etimología del término y dirección del trabajo.
En la práctica médica actual, el término[2]
expresa la acción intencional directa para eliminar seres humanos que
se encuentran en una situación existencial de dolor sufrimiento
considerados límites o insoportables. En otras palabras, el término
“eutanasia” –también la dirección del presente trabajo- significa la
intención deliberada de erradicar de la sociedad humana a cualquier
persona –sea que se encuentre en los inicios de la vida como en los
últimos años-, consideradas portadoras de un estado particular de vida
infeliz, evaluados como pesados para la persona, la familia y/o la
sociedad y como sin posibilidad de solución del punto de vista humano.
2. Aspecto ético: no hay bondad moral.
El problema central a considerar es el objeto moral de la acción presente en la eutanasia entendida como acto humano[3],
esto es, libre: cual sea el contenido de la acción; cual sea la
intención próxima entendida por los agentes. Lo que se debe considerar
principalmente en la eutanasia “se sitúa al nivel de las intenciones y
de los métodos usados”[4], porque es este contenido lo que califica la bondad o malicia de la acción libre del hombre[5].
Si
analizamos los pasos que caracterizan cada acto humano libre, se puede
entender la falta de legalidad moral de la eutanasia. La intencionalidad
última entendida por la razón y querida por la voluntad (aliviar el
grave estado de sufrimiento de un ser humano, de una familia o de la
sociedad) no está conectada razonablemente con la intencionalidad
próxima (eliminación directa de la vida humana sufriente o portadora de
sufrimiento). La falta de razonabilidad radica en el hecho de la
desproporción entre el bien último entendido y el bien próximo elegido
por la voluntad: se cambia un bien operable (alivio del sufrimiento) por
uno ontológico (la vida de la persona). En efecto, “nadie
y ninguno puede autorizar la muerte de un ser humano inocente, feto o
embrión sea, niño o adulto, viejo, enfermo incurable o agonizante”[6]. Es en la intencionalidad donde radica el error, donde recibe la calificación
moral, y donde se puede encontrar la diferencia con la cura paliativa:
“decisiva en calificar la especie moral de la eutanasia está la intención
de matar, que puede derivar tanto desde el elemento subjetivo como
desde objetiva finalidad inscripta en un cierto acto. No es entonces
eutanasia la suministración de fármacos analgésicos, que tiene como consecuencia colateral, prevista, pero no querida directamente, también la abreviación de la vida del paciente”[7].
No
hay proporción razonable en este intercambio, y por eso, falta a la
totalidad del acto la bondad del objeto moral. Por este motivo no se
puede decir que moralmente sea un acto bueno, ya que por la legalidad y
bondad de la acción libre del hombre es necesaria la bondad de los tres
factores intervinientes: objeto, circunstancias y fin. El error de
juicio de la conciencia –y luego el asentimiento de la voluntad que
acepta los medios desproporcionados- hace inaceptable moralmente el acto
eutanásico también conservando la bondad de la intencionalidad última.
3. Aspecto médico: eutanasia activa, positiva o directa y el suicidio asistido. Las curas paliativas.
La
eutanasia activa, positiva o directa –objeto del análisis del presente
trabajo- implica una decidida intencionalidad de sacar la vita al
paciente. En cambio hay otra actitud propia y verdaderamente médica –mal
llamada eutanasia activa, indirecta o eutanasia pasiva- y es aquella
que consiste en la renuncia al llamado “ensañamiento terapéutico”[10] –medidas terapéuticas consideradas extraordinarias y por ello no obligatorias- y el recurso a
medidas –por ejemplo, analgésicos- que pueden mejorar los síntomas
también reduciendo el período vital: las curas paliativas. La eutanasia
activa es sin lugar a dudas ilícita porque lo que se busca es la eliminación directa del paciente; en cambio la cura paliativa es aceptable según el llamado “principio del doble efecto” [11], que consiste en buscar intencionalmente el efecto bueno y solamente tolerar el efecto malo en cuanto inseparable del primero.
Otra situación
que se necesita tener en cuenta es aquella del “suicidio asistido”
-igualmente intolerable aunque el accionar personal del médico se
reduzca notablemente- pues la “parte activa” le corresponde al paciente;
el médico es solamente consejero y asistente “técnico” de la automuerte
del paciente. Este caso del suicidio asistido es igualmente intolerable
–como la eutanasia activa- porque ambas los dos –médico y paciente- se
ponen en la misma situación: la decisión sobre sacar o no la vida se encuentra más allá de su competencia.
Si
bien son ciertas las razones adoptadas para justificar el suicidio
asistido (o la eutanasia) –el que decide suicidarse lo hará con o sin la
ayuda del médico, o sea la asistencia médica garantiría una “muerte
dulce y eficaz”- no se puede decidir sin duda sobre la base de la ética
del consenso. Si ambos se ponen de acuerdo sobre un error, el error
continúa siéndolo, sin conseguir jamás que sea verdad. La vida es algo
recibido, y el hombre no está jamás en postura de disponer de ella, ni
de despreciarla. Los llamados “criterios válidos para asistir al
suicidio”[12]
son inválidos desde el primero hasta el último porque no existe un
“derecho al suicidio”: los derechos se fundan en el ser, y en el caso
del hombre, ser que es viviente, inteligente, tiene el derecho a ser lo
que es: ser viviente, o sea, tiene el derecho a vivir. Por el contrario,
la muerte significa para él la falta de un derecho, o al menos, la
falta en un tiempo que debía sin embargo vivir[13].
De
frente a un paciente terminal, los tres posibles actos mencionados
–eutanasia activa, suicidio asistido y cura paliativa- la última es no
solamente lícita moralmente, sino la única posible actuación
verdaderamente médica. Las curas paliativas no significan poner en
práctica medidas extraordinarias, ya que no hay obligación para el
médico de aplicar terapéuticas clasificadas –en cada caso singular- como
“extraordinarias” y por ello no obligatorias. En otras palabras, la no
acción extraordinaria del médico en este caso, no equivale a dañar
mortalmente al paciente, ya que el paciente se encuentra en una
situación de irreversibilidad: lo que hace el médico en este caso es
ayudar a la naturaleza a cumplir su ciclo biológico. La intención del
médico es de acompañar con su ayuda –la no intervención, o sea, la
intervención mínima indispensable humanitaria- al paciente que se
encuentra al final de su ciclo vital terreno.
Otra es la situación en la eutanasia activa –o en el suicidio asistido-: en este caso la intención
no es acompañar ayudando a la persona a lograr el final vital terreno.
Lo que se busca es un objetivo absolutamente distinto: terminar en modo
no natural una vida juzgada –sea por el médico, sea por el paciente, sea
por la sociedad- como inútil, insoportable, angustiante. A la persona
se le interrumpe su ciclo vital –un ciclo vital que puede o no
encontrarse realmente en las últimas fases- que de lo contrario debe ser
respetado en su desarrollo natural. La interrupción
intencional de la vida, o sea, directamente querida, no es en ningún
modo una ayuda dada al paciente, sí una agresión injustificable, también
aunque sea pedida por el mismo paciente.
4. Aspecto deontológico: la contradicción con la profesión médica: la eutanasia no es un acto médico.
Cuando
el médico actúa medicamente, ¿qué persigue? Se puede decir que el acto
médico persigue promover una vida que es capaz de desarrollarse por sí
misma, o mejor, se puede decir más directamente con el Papa Pio XII: “Su
oficio (del médico) no es el de destruir la vida, si no de salvarla” [14].
O sea, la intencionalidad última debe ser siempre salvar, custodiar,
reparar una vida humana, dentro de una actitud de profundo respeto hacia
quien es el patrón de esta vida, de quien se encuentra detrás de esta
vida, el ser humano. Una vida, que, en cuanto humana, es siempre
invalorable, porque es de alguien que es siempre imagen del Creador.
Diferentes
organismos a todos los niveles han mantenido siempre esta perspectiva
respecto del quehacer médico. Haciendo un trayecto sobre las
definiciones del acto médico hechas recientemente por importantes
entidades, se puede ver la unanimidad del rechazo de la eutanasia como
práctica médica. El rechazo es ante todo indirecto, al considerar el
acto médico como acto que tiende a conservar la vida; en otras, la
condena a la eutanasia es más directa.
Por ejemplo, una válida definición respecto al acto médico es la dada por la Asociación Médica Mundial en Helsinki [15]:
“es deber del médico promover y salvaguardar la salud de las personas”,
y también “sus conocimientos y su consciencia tienen como finalidad el
cumplimiento de este deber”.
Otra definición válida es la de la declaración de la Sociedad Americana Médica del año 1973[16]. En esta, un primer párrafo es dedicado a la condena moral y profesional del”matar” (killing), también por piedad; un segundo está dedicado a las condiciones que hacen posible el “dejar morir” (letting die). En esta declaración, la finalización intencional de la vida de un ser humano por obra de otra-muerte por compasión o mercy killing-
es considerada como contraria al objetivo de la profesión médica. En
cambio, se trata de una acción intencional absolutamente diferente el
hecho de dejar de emplear los medios extraordinarios con el fin de
prolongar una vida que se sabe no tendrá ninguna posibilidad de mejoría.
El cese de la terapia inútil –el llamado encarnizamiento terapéutico-
no significa matar un paciente: significa no realizar actos médicos
inútiles y en cambio realizar otros actos –el sostenimiento de las
medidas mínimas necesarias para una agonía digna- que se vienen
insertando en el actuar médico y por ello en el objeto de la medicina.
Estas últimas acciones son llamadas “curas paliativas”, término
preferible al del “dejar morir” (letting die),
porque implica algo de más: ayudar a morir con dignidad, aliviando los
sufrimientos, proporcionando asistencia psicológica, espiritual y afecto
humano por parte de los profesionales médicos y de la sanidad.
En
otras palabras, en las dos perspectivas del actuar médico consideradas,
la eutanasia es siempre condenable moralmente porque es incompatible
con los fines propios de la profesión médica pues se encuentra más allá
de los fines de la ciencia médica y por ello del actuar del médico. En
cambio, se permite la retirada de los tratamientos cuando, dada una
determinada situación irreversible, los tratamientos sólo harían más
pesada y angustiante el tiempo de vida que queda.
En
la misma dirección de las precedentes declaraciones se expresa el
Código Deontológico Italiano (art. 20): “El médico no puede abandonar el
enfermo, considerado incurable, pero debe continuar asistiéndolo
también al sólo fin de aliviar el sufrimiento físico y psíquico”.
La eutanasia ha sido rechazada como práctica médica también por el Consejo de Europa [17],
con el argumento que el médico no tiene derecho a disponer de la vida
del enfermo. Así en el art. 7, dice: “considerando que el médico debe
esforzarse por aplacar los sufrimientos y que no tiene el derecho,
también en los casos que parecen desesperados, de apurar
intencionalmente el proceso natural de la muerte”. En otras palabras,
“no tiene el derecho”, porque el hecho de decidir sobre la vida del
paciente está más allá de su competencia.
Otro
organismo que se ha expresado rechazando la eutanasia, es la Asamblea
de los Médicos de Europa: “Cada acto con miras a provocar
deliberadamente la muerte de un paciente es contrario a la ética médica” [18].
El
Magisterio de la Iglesia Católica, sin pretender tener competencia
específica en medicina, pero consciente de ser la intérprete verdadera
de la Verdad revelada, se ha pronunciado desde siempre en manera
negativa respecto de la eutanasia. Son muchísimos los lugares del
Magisterio donde es declarada la condena a la eutanasia; solamente
queremos señalar una de las más recientes, dada por el Santo Padre Juan
Pablo II: “...la eutanasia es una grave violación de la ley de Dios, en
cuanto muerte deliberada moralmente inaceptable de una persona humana”[19].
La posición católica [20]
sostiene siempre esta perspectiva: poner fin a la vida en manera
directa e intencional es siempre malo y “moralmente inaceptable”[21],
y por ello no puede jamás ser un acto querido en sí mismo. Se trata de
un acto intrínsecamente perverso. En cambio puede ser admitida la
interrupción de procedimientos médicos onerosos, peligrosos,
extraordinarios o desproporcionados respecto de resultados esperados –el
encarnizamiento terapéutico[22]-, porque así no se quiere procurar la muerte: se acepta de no poderla impedir[23].
Otra cosa absolutamente distinta es la cura paliativa, donde, la muerte
del paciente no se quiere directamente ni como fin ni como medio, pero
está solamente prevista y tolerada como inevitable. En este caso, como
sucede cuando se quiere calmar el dolor de una persona a través de una
terapia que colateralmente puede disminuir su vida, las curas paliativas
no solamente no son ilícitas, si no vivamente recomendadas[24]. El acto médico es así evaluado en su
justa medida, porque sin sobredimensionar, es respetada la sutil
barrera entre matar y hacer las curas paliativas, “forma privilegiada de
la caridad desinteresada[25]. En este sentido se ha expresado el reciente VII Congreso Internacional de Curas Paliativas sostenido en Palermo[26].
Se
podría agregar que las curas paliativas comprenden no solamente el
aspecto de la suministración material de las terapias, si no ante todo,
el aspecto de la donación de la persona del médico hacia el paciente
agonizante. También más, es este aspecto de donación de sí lo que hace
plenamente humano el acto médico, haciéndolo subir del nivel meramente
técnico. Solamente en la donación de sí la cura paliativa se transforma
en la “forma privilegiada de la caridad desinteresada”, o sea, del amor
hacia el prójimo y hacia Dios.
5. Aspecto bioético: modelos erróneos de bioética médica.
En
cambio, hay sin embargo otras posiciones –basadas sobre principios
filosóficos débiles y erróneos- que hacen posible considerar la
eutanasia como justo actuar médico. Entre estas posiciones, están la de
la ética liberal y la de Engelhardt.
La
crítica principal que se puede hacer a la primera –que utiliza un
lenguaje ajeno a la bioética propiamente católica, como derechos y
debería, no maleficencia, beneficencia-, es que los principios de esta
bioética son demasiado vagos y no sirven en los casos prácticos
concretos, donde no se sabe qué hacer. En la práctica los principios de
la deontología liberal son siempre perjudiciales al paciente, porque sus
principios, sin fundamentación metafísica en serio, caen en el
utilitarismo[27].
Otro
ejemplo de posiciones que hacen posible, serios errores sobre la
conducta a adoptar hacia el enfermo terminal, es la de Tristram
Engelhardt. Este autor, parte de una consideración errónea de la persona
humana, o sea, hace una división arbitraria entre “persona en sentido
estricto”, y “persona en sentido social”[28]. La primera categoría es el “agente moral”[29],
persona plena; la segunda, en cambio, no es “persona en sentido
estricto”, y por ello no tiene los mismos derechos. El punto de partida
es absolutamente injustificado desde el punto di vista antropológico y
metafísico, y conduce a la construcción de una teoría absurda sobre la
persona humana que termina en una aberrante inversión de términos de la
ecuación. En efecto, mientras de un lado sostiene que los animales “son tutelados por la moral de la beneficencia”[30], por el otro sostiene que hay “individuos que no son más personas”, que “lo han sido en pasado y quedan incapaces
de alguna alteración mínima”, individuos “que no han sido jamás y no
serán jamás personas en sentido estricto”, como los “individuos
gravemente retardados y dementes”, y “seres humanos gravemente mutilados
(por ejemplo, los sujetos en coma grave e irreversible) incapaces de
interactuar hasta en roles sociales mínimos”[31].
Se
puede entender que estos aberrantes modelos de bioética estén en la
base de los graves errores cometidos con los pacientes terminales.
6. Aspecto legal: breve comentario [32].
De
todos los países occidentales, ha sido Holanda, en los últimos veinte
años, el que se ha movido para aprobar la eutanasia no solamente para
enfermos terminales, sino también para los enfermos crónicos y también
aquellos con enfermedades psicológicas. En este país se han observado
preocupantes fenómenos: aumento del 27%, en el número total de muerte
provocadas por la eutanasia entre 1990 y 1995; la mitad de los médicos
holandeses considera como práctica correcta sugerir la eutanasia a sus
pacientes[33]; se ha verificado un alto porcentaje de casos de eutanasia involuntaria[34].
Por estos motivos, respecto
al aspecto legal, se necesita considerar las leyes del derecho holandés
que, prohibiendo en la teoría, favorece la práctica. Como hace el
derecho holandés para llegar a esta contradictio in terminis?
El derecho procede así: por un lado, penaliza el hecho de sacar la vida
a una persona, considerando este hecho como delictivo aunque haya sido
pedido por la persona expresamente (art. 293 Código Penal, véase anexo
I), y condena también la inducción, la asistencia o la providencia de
los medios que conducen al suicidio, mencionando explícitamente el
suicidio asistido por el médico (art. 294 Código Penal). Por otro lado,
en cambio, introduce una errónea distinción que hace posible la práctica
de la eutanasia, aunque condenada en la teoría.
Esta
distinción artificial consiste en la figura penal de “fuerza mayor”
(véase art. 40 Código Penal, anexo I) como causa eximente de la
responsabilidad criminal. Según este principio, la persona que comete un
acto criminal es absuelta si
es verificada la situación de “fuerza mayor”. En otras palabras, el
médico puede terminar la vida del paciente si ha actuado según esta
particular situación –además de los llamados “criterios de cura y de
empeño profesional[35]- que lo coloca en la “situación de conflicto”: imposibilidad de cumplir ambos deberes del médico.
Como
se verifica esta situación de conflicto? Se considera que, como el
médico es el único que tiene estas dos obligaciones -preservar la vida y
aliviar al mínimo el dolor del paciente-, entonces, de esta doble
obligación puede surgir un conflicto cuando el médico no es ya capaz de
cumplir ambos deberes. Frente al conflicto –o preservar la vida o
aliviar al mínimo el dolor- este aparente conflicto es solucionado
desproporcionadamente: la obligación de aliviar sólo puede ser seguido
sacándole la vida. Se cumple un deber –aliviar el dolor- sin cumplir el
otro –preservar la vida.
No
hay duda que el médico tiene estos dos deberes, pero es erróneo
considerar que un deber –aliviar el dolor- haya primado sobre el otro
–preservar la vida. En todo caso, ¿cuál es el criterio que conduce a
elegir una obligación a la otra? Además de ser una clara posición de
positivismo jurídico[36]
–y por eso contrario a las leyes naturales y divina- parece ser tal vez
la aplicación de los principios de la bioética llamada “de los valores”[37],
pero, como ya hemos visto, se desaconseja la aplicación de estos
principios a los casos concretos, porque no tienen una escala jerárquica
entre sí, además de ser demasiado indeterminados y difusos porque su formulación no tiene fundamentación ontológica y antropológica, haciéndolos tan estériles y confusos[38]. Esto quiere decir que como son tan vagos, cualquier criterio puede ser aplicado o no según la
circunstancia, y la decisión última no es entonces objetiva, mas
absolutamente subjetiva. Esto parece ser el caso del código holandés.
Más allá, hay otra deducción errónea del código holandés: no se puede exigir al hombre más de lo que puede hacer[39];
vale decir: no se puede pretender que el hombre-médico tome el puesto
de Dios. Como jamás se puede pretender aplicar una solución absurda –y
entonces no es más solución- en un caso extremo? Como la medicina
y el médico tienen un límite, debidos ambos a la limitada condición
humana, no se puede pretender una acción que se encuentra más allá de
sus posibilidades: el alivio del dolor–físico, espiritual, moral- que
pueden proporcionar un alivio limitado, jamás puede ser absoluto.
Pretender el alivio absoluto –también al “mínimo”- es imposible para el
médico y también para la medicina. En todo caso, si se puede realizar el
“alivio al mínimo”, este “alivio al mínimo” jamás puede ser
interpretado como “desaparición del dolor”, y entonces no puede ser
pretendido; y ni se puede obtener el “alivio mínimo” sacando del medio
lo que se encuentra bajo el dolor: el ser humano. Por otro lado, sacando
del medio al ser humano, en lugar de cumplir una obligación sobre el
otro, no se cumple ninguna, o si se cumplen, se lo hace en una manera
absolutamente inadecuada, lo que es igual a decir que no está cumplida.
La
situación en que se encuentra el médico es arbitraria e injustificada:
no hay “situación de conflicto” porque, medidos justamente, o sea,
considerados en su limitación, ambos deberes, preservar la vida y
aliviar al mínimo el dolor, pueden ser obtenidos. De otra forma, se
colocan injustamente al hombre y a la ciencia médica en una posición
absurda porque es irracional: decidir sobre la vida de un ser humano[40].
7. Aspecto psicológico: Según los ensayos clínicos, el pedido de eutanasia es pedido enmascarado de ayuda, no de muerte.
Hay
múltiples ensayos clínicos que contradicen las razones invocadas para
justificar legalmente la eutanasia, o sea, la situación de sufrimiento
insoportable por parte del paciente, y de conflicto entre sus deberes
por parte de los médicos.
Los
datos suministrados indican que del punto di vista psicológico, los
pacientes terminales adoptan diversas posiciones: por un lado, si bien
es cierto que la tasa de suicidios es más elevada que la de la población
general –alrededor de dos veces- entre los que sufren una enfermedad
terminal[41], por otra parte ha sido observado en otros estudios que en estos pacientes se produce un fenómeno llamado “cancer cures psychoneuroses”
que los hace más capaces di afrontar con serenidad el devenir de la
muerte. En esta fase, los médicos psiquiatras tendrían una muy
importante actuación. En este sentido explica un investigador: Este fenómeno -cancer cures psychoneuroses-
se tiene cuando los pacientes se dan cuenta de tener un cáncer u otra
enfermedad progresivamente terminal, y cuando el proceso con el cual
hacen frente y dominan su miedo de la muerte disuelve muchas otras
ansias o neurosis. Como es explicado por un psiquiatra, “cuando la atención
de una persona se aleja de los divertimentos banales de la vida, puede
emerger un apreciamiento más pleno de los factores elementales de la
existencia”[42].
Sobre
la base de la observación de este fenómeno, ha sido observado en otros
estudios que “algunos pacientes terminales pueden presentar un estrés
psicológico inferior a lo que se pueda esperar”, y que “lejos por la vida a través de sus enfermedades”, que “la gran mayoría no desea el suicidio”, y que “entre los que expresaron una voluntad de morir, todos satisfacían los criterios de diagnósticos de la depresión endógena”[43].
Vale decir, se trata en estos casos de casos análogos a otras
situaciones de pedido de suicidio: son enfermedades psicológicas –en general de depresión- que pueden ser tratados por psiquiátricos.[44],[45]
El
hecho que no sean los dolores físicos los que empujen el pedir la
eutanasia, si no los disturbios psicológicos –en la mayoría de los
casos, accesibles a los tratamientos habituales- está confirmado también
por otros estudios. En efecto, en un estudio, si bien los que pedían la
eutanasia eran pacientes con graves enfermedades físicas –cáncer, ACV y
SIDA-, no eran los sufrimientos físicos los que los determinaban a
pedir la eutanasia. Los pacientes que pedían la eutanasia lo hacían por
motivos no físicos si no psicológicos: manifestaban demasiada preocupación
por la pérdida del control, la pérdida de la estima personal, el hecho
de ser una molestia para otros, y la pérdida de la dignidad[46]. Las conclusiones del estudio fueron entonces estas: los pedidos más frecuentes fueron no físicos[47]. Este dato está confirmado por otros ensayos: es confirmado que la evaluación
y el tratamiento psicológico son elementos críticos para pacientes
críticamente enfermos que desean una rápida muerte. En otras palabras,
lo que los pacientes quieren pidiendo la eutanasia es en realidad ayuda
para problemas de orden físico, pero preferiblemente, piden ayuda para
problemas de orden psicofísico, social y espiritual. Si encontrasen la
ayuda adecuada, en el sufrimiento psíquico y spiritual podría ser
conducida hacia la aceptación serena
de la enfermedad física. Así se expresa un investigador: “La mayoría de
los pacientes, piden la muerte, piden por ayuda para superar la
depresión, la ansiedad por el futuro, la pérdida de control, la
dependencia, el sufrimiento físico y el desamparo espiritual”[48].
Vale decir, no es jamás, en estos estudios, un sufrimiento insoportable
de orden físico. En todo caso, el sufrimiento se hace insoportable
cuando el enfermo no encuentra la ayuda de orden psicológico y
espiritual, ayuda que implica también la afectividad y la comprensión de
los que lo rodean. Al igual que en otros estudios, se confirma la
importancia del psiquiatra en la atención de los problemas psicológicos del paciente terminal[49].
Agreguemos que no sólo el médico psiquiatra y el médico especialista en
medicina interna son necesarios: como es pedido enmascarado también de
ayuda espiritual, es el sacerdote también que cumple una función esencial en la recuperación de la visión global de la enfermedad por parte del enfermo.
Estos
estudios sugieren por otro lado que los pacientes terminales que logran
pedir la eutanasia o el suicidio asistido, lo hacen no solamente por la
falta de ayuda en el orden psico-espiritual –se descuenta que la
asistencia en el orden físico ha sido dada- si no porque se suma otro
factor: ha sido comprobado estadísticamente que los enfermos terminales
son obligados, mediante las presiones psicológicas sufridas, a pedir la eutanasia y el suicidio asistido. En un estudio[50] en 1995, el 20% de los casos de eutanasia de la población del estudio fueron sin
consenso de los pacientes. El estudio agrega que muchos pacientes se
sienten coaccionados a dar el asentimiento a los médicos; además, se
agregan muchos ejemplos que muestran que la voluntariedad es gravemente
comprometida en muchos casos.
8. Aspecto filosófico-antropológico: la eutanasia es contraria a la dignidad de la persona humana, capax Dei.
El hombre, compuesto de cuerpo y espíritu[51], animado por un alma incorruptible[52], de acuerdo a su propia naturaleza, participa sea del mundo material sea del mundo espiritual[53]; en otras palabras, se encuentra en los confines del tiempo y de la eternidad[54]. Creado[55]
y por eso limitado, posee una dignidad tal que lo separa infinitamente
del resto de las creaturas: su dignidad le acaece del hecho que ha sido
creado a imagen[56] y
semejanza de su Creador. La imagen y semejanza consiste en la posesión
de sus potencias espirituales: entender y querer, y también en la
capacidad de autodominio[57], o sea, la imagen consiste en la libertad, ya que su Creador es también Libre. Resultado de Dios, el Ipsum Esse Subsistens[58], posee el esse participado[59], y es este esse –como actus essendi[60]-
su máxima perfección ontológica, la que lo constituye como persona, ya
que, actualizando su naturaleza razonable, poniéndola en la existencia
concreta, la hace también un individuo subsistente e incomunicable. En
otras palabras, es, como su Creador, persona, o sea, un ser individual
que subsiste en sí mismo porque tiene una perfección ontológica suprema,
el esse como actus essendi, que lo hace incomunicable, capaz de entender y de amar, y de dirigirse libremente hacia su Creador.
El
hombre como persona humana posee perfecciones: vivir, entender, querer,
sonreír. Todas estas perfecciones están concretizadas en cada hombre,
vale decir, son, puesto que participan del esse ut actus,
la perfección ontológica última que hace posible el vivir, el pensar,
el querer y sonreír de cada hombre concreto. Entonces, este esse es un esse
recibido, porque es limitado y participado, y si es recibido, quiere
decir que no le pertenece al hombre como patrón: Otro es el que le ha
regalado, que le ha participado. Este Otro es el Esse per essentiam, Ipsum Esse, porque todo lo que no es su esencia, tiene algo dado por el que es por essentiam[61]. Esse
contingente –puede y no puede ser- no le pertenece por sí la vida,
porque no es él la misma vida. No tiene derecho a ser, porque su
creación depende en todo del entender y del querer del Ipsum Esse Subsistens, y por eso puede o no puede ser. En otras palabras, el esse creatural se encuentra como idea[62]
en el intelecto divino, pero el paso a la realidad espacio-temporal, a
la existencia, depende del entender y del querer de Dios, o sea, la vida
humana depende de la libertad divina. No le pertenece entonces a este esse ser metido en el esencia humana y por eso vivir, entender, querer; pero una vez que el esse es metido en la vida, le pertenece el vivir, el entender y el querer, necesariamente.
Por otro lado, se necesita considerar que se trata de un esse imperfecto y limitado, lo che quiere decir que debe perfeccionarse, y que su perfección definitiva la encuentra en Dios[63]. Resultado por modum creationis del Ipsum Esse,
debe cumplir un recorrido, o sea, debe retornar a su inicio; pero como
se trata de un ser libre, este retorno lo hace de un modo libre,
participando por el Esse Ipsum en dos niveles: participando del ser, y operando libremente a través de sus facultades[64]. En otras palabras, participa al Esse Ipsum[65] a través de la participación en una perfección, que es el esse ut actus;
y operando con sus facultades: entender y querer, pasando de la
potencia al acto. En otras palabras, sea su esse limitado, sean sus
facultades, ambos encontrarán su perfección definitiva en el Ipsum Esse Subsistens. Cumple una perfección existencial pasando de la potencia al acto, pero es en la beatitud donde su perfección será perfectísima, en su union personal con Dios[66]. Mediante su apertura infinita al esse[67],
el hombre se hace capacidad infinita de pensar y amar, y así, siendo en
la temporalidad la esencia de las cosas materiales el objeto propio de
su intelecto, es en cambio el objeto adecuado l’Ipsum Esse Subsistens, Dios, en la beatitud, y por esto es estado creado[68]. Por eso el hombre es capax Dei, porque puede conocer y amar sin límites, infinitamente. Esta infinita capacidad de sus potencias explica su insatisfacción radical existencial respecto de las cosas creadas, y también la afirmación que sólo en Dios puede el hombre encontrar su felicidad perfecta. Esta verdad de orden filosófica –el hombre es capax Dei- es confirmada por la Revelación y por el Magisterio: el hombre ha sido creado para buscar a Dios[69].
En el caso del paciente terminal, candidato a la eutanasia, obviamente no puede seguir su perfección a través de las operaciones
intelectivas y volitivas; mas le queda otra perfección: la vida, y
todavía otra, sobre la cual es fundada la vida: el esse ut actus. Sacarle la vida significa sacarle una perfección al esse
que sí tiene el derecho de poseerla, porque la posee con necesidad
mientras continúa siendo. ¿Cuando deja la vida temporal para adquirir
otra, la eterna? Cuando lo concreto, compuesto de materia y forma, vea
sacada su composición: la separación de la materia y de la forma deja al
esse sin la esencia, o sea,
sin el principio receptivo potencial del ser. Como el esse surge a
través de la forma, que a su vez actualiza a la materia, con la
separación de la materia y de la forma es separado también el esse que
actualizaba el compuesto. Este hecho de la separación de los componentes
del compuesto –que fenomenológicamente consiste en la muerte- no
depende de un accidente del compuesto, o sea del entender o del querer;
ni de la actividad de las potencias de las otras hipostasis; la
separación le surge de otra dinámica. La separación –así como la unión
de los componentes, o sea, el inicio de la vida- le surge al concreto
subsistente cuando este concreto ha cumplido su tiempo terreno, y la
duración de este tiempo depende directamente de Aquel que le ha puesto,
con su Pensamiento y Querer, en el esse.
Sacarle la perfección de la vida a un esse que todavía debe quedar en
el estado existencial temporo-espacial, es un acto irracional, porque
coloca al hombre, ser limitado, en el puesto de Dios, Esse Perfettissimo y Señor de la Vida, que es la Vida misma[70].
9. Aspecto teológico: a través de la Encarnación, Cristo se ha unido en cierto modo a todo hombre. El valor salvífico del dolor.
Frente
al dolor, el hombre no puede encontrar una explicación convincente
buscando con su sola razón, con sus fuerzas limitadas. Hay múltiples
factores que lo conducen a un estado final, que es “el misterio del
dolor”, locus metaphysicus donde el hombre se encuentra sin respuesta, como al final de un camino que no termina jamás.
Por un lado, la multiplicidad del sufrimiento humano –dolores físicos,
morales, espirituales que lo acompañan desde el primer momento hasta
el último de su existencia- y la sensación de angustia, incerteza y
tribulación experimentadas junto a él, parece tantas veces sobrepasar
las capacidades de resistencia del hombre. Tal vez en algún momento,
parece ser un estado existencial continuo: no hay solución de frente a
la inmensidad del mal e del dolor. Por otra parte, el escándalo del mal,
difuso sobre toda la tierra y sobre todos los tiempos, que siendo tan
grande le parece ser tantas veces infinito, hace la realidad sin embargo
más incomprensible para el hombre. Cuando el hombre se encuentra de
frente al dolor y al mal, la sola razón no basta para explicar en manera
satisfactoria el “porque” de lo que acontece. Se trata de un verdadero
misterio, el misterio del sufrimiento,
que sin una visión más amplia y plena de la realidad, lleva al hombre a
mirar esta realidad sin ni percibir que se trata de un misterio que lo
supera, y que por eso la respuesta no la puede dar por sí.
Sin
respuesta satisfactoria, el hombre tiende a cerrarse en sí mismo, con
lo cual completa un círculo cerrado porque se cierra en sí al no
encontrar una respuesta de frente al dolor, y en sí mismo encuentra
todavía más dolor. La repetición lo lleva a la desesperación, porque su
espíritu, hecho para conocer la verdad y amar el bien, o sea, hecho para
tender libremente hacia la belleza del Pulchrum,
se sofoca, y jamás puede lograr salir de sí mismo. Es en este momento
del límite de las fuerzas, cuando el íntegro mundo parece no ofrecer
respuesta, cuando el hombre se hace la llamada magna quaestio [71]
a la cual sólo Dios puede ser respuesta; es el momento justo en el cual
el hombre puede escuchar la Palabra de Vida, que es más allá de sí. El
surgir de la magna quaestio
significa que el hombre ha abandonado del todo los intereses banales, ha
dejado de ver las cosas sólo desde la superficie; no desea más lo que
parece, los fenómenos: la magna quaestio
se identifica con un nuevo deseo, desconocido hasta este momento para
él: es el deseo de otra vida. El nuevo deseo se despertará en su verdad y
en su verdadero sentido sólo al hombre capaz de buscar ayuda no en sí
mismo, si no en el Otro, la Palabra.
Por eso se puede decir que el dolor tiene una función maieutica:
hace nacer en el hombre no la Palabra, ya que él no es la Palabra, mas
hace surgir, en lo profundo de su alma, la disposición espiritual
necesaria para escuchar la Palabra. En este momento, el
hombre busca en la profundidad de la realidad cada vez que busca en su
corazón, y Dios, que lo pone a prueba, lo espera allí. Cuando reconoce
en sí el alma inmortal y espiritual, se encuentra con la verdad de su
ser[72], la verdad de ser una relación que se relaciona con sí mismo y con Cristo, Dios entrado en el tiempo[73].
De
frente al cansancio del dolor y del mal, surge la pregunta: ¿quien soy
yo? Y con la pregunta ya es implícita otra pregunta: ¿quien eres Tu,
Dios?[74] Y aquí comienza el camino de vuelta hacia la Palabra de Vida, la cual es ahora escuchada. Ahora no significa que hable solamente ahora; habla desde siempre, pero solamente ahora
el hombre es capaz de escucharla, y escuchándola, conocerla, y
conociéndola, amarla. Solamente en este momento encuentra el hombre la
respuesta al sentido del dolor y del mal en el mundo y en su existencia
personal.
Como esta Palabra de Vida no es otra que Jesucristo, el hombre encuentra la respuesta a sus preguntas y a su pregunta -magna quaestio-, solamente mirando el Misterio Pascual de Cristo. Solamente a la luz del misterio del Verbo Encarnado[75]
encuentra el hombre una explicación definitiva de su misterio, y del
sentido de su existencia sobre la tierra, tantas veces bastante
dolorosa. Pero no sólo el sentido, si no también y sobre todo la
esperanza, y esta esperanza lo hace feliz, porque ahora mira más allá:
rompe el cerco hecho por el dolor, el mal y la muerte, y tiende hacia la
felicidad, el bien la vida, que no es otra que Jesús, el hombre-Dios,
vencedor del mal y de la muerte, dador de paz y de misericordia, de
alegría y de vida[76].
Se podría objetar
que esto es válido solamente para el hombre creyente, o al menos,
bautizado en la Iglesia Católica; pero esta objeción no tiene sentido,
porque “con la encarnación, Jesús se ha unido en cierto modo, a todo
hombre”[77], y por ello su redención alcanza a todo hombre, de todas las épocas, de todas las razas, de todo lugar[78]. No hay distancia ni de tiempo ni de espacio que impida a la redención de Cristo alcanzar
a cada uno y a todos los hombres. Si pertenecen o no a la Iglesia
Católica, es otra cuestión: a todos, también sin saberlo, se ofrece la
redención, y para todos ha sido hecha[79].
El hombre candidato a la eutanasia, que jamás ha sido creyente, ni ha
tenido fe, ni ha conocido a Cristo ni su Iglesia, es esperado por Cristo
Redentor más allá de la muerte: espera que cumpla su vida temporal para
hacerlo entrar en la eternidad; o sea, para hacerlo partícipe de los
frutos obtenidos con su Pasión y Resurrección.
Por estos motivos, la eutanasia implica un doble error: antropológico y teológico.
Un
error antropológico, porque implica un rechazo de la vida humana, un
desprecio de la persona que es sujeto digno, porque es el único entre
las cosas creadas, que por el hecho de ser persona, ha sido querido por
sí mismo por Dios. La persona es entonces la única que merece ser
buscada y amada por sí misma, el único bien que es buscado por sí mismo,
y así la eutanasia implica una visión de la persona humana donde esta
es considerada en un plano igual o inferior a las cosas y a los
animales; es comparada a estas y a los animales, y es puesta en último
puesto.
La eutanasia implica un alterado de la libertad humana: la libertad se plenifica en la Verdad, y la Verdad del hombre es el Esse Subsistens que
se encuentra más allá de su espíritu, de su ser. La libertad del hombre
se plenifica en la Verdad, y esta es la trascendencia de la persona
humana, una trascendencia que cada hombre puede comprobarla por sí
mismo descubriéndose existencialmente, en la reflexión, como relación
que se relaciona con Dios. Haciéndolo pedir la eutanasia, o sacándole la
vida en manera anticipada, le es privada a su elección la relación con
la verdad de ser él mismo una relación que se relaciona con Dios, para
suplirla con una vía sin salida. Así, el sujeto, privado de su relación
con Dios, se encuentra existencialmente privo de fundamento, y sin
fundamento de su existir terreno, no ve más la salida de su pensamiento,
no ve más la esperanza, la trascendencia, ni la capacidad innata del
tender de su alma hacia el Esse. Sin fundamento, habiendo sido sacada
cada posibilidad de trascendencia, el espíritu humano se abandona a sí
mismo, y termina deseando que le sea sacada una vida que no tiene más
sentido porque psicológicamente no ve más la salida a las coordinadas
temporo-espaciales: es el esse identificado con el tiempo. Su esse finito, llamado a la perfección en una comunión personal con el Esse
perfectísimo de Dios, es conducido en una dirección contraria. Afirma
con su actitud el error metafísico-antropológico de Heidegger: “el
hombre es un ser para la muerte” [80].
Con
la eutanasia, se saca al hombre la posibilidad de elegir su
identificación con Jesucristo, el hombre-Dios, que en cuanto hombre, ha
estado sobre la cruz el Rey Agonizante, el Siervo sufriente que ha
atravesado los espasmos de la agonía y que ha gustado para los hombres
cada suerte de dolores y de abandonos.
Implica
también un error teológico, porque se trata del rechazo explícito de la
religión revelada, o sea, de la Encarnación redentora del hombre
operada por Jesucristo, redención que se extiende a todos los hombres de
todos los tiempos, mientras Cristo es la Cabeza de toda la humanidad [81]. Implica la negación de la destinación eterna del hombre, ser creado, participado, hecho a la imagen de su Creador y destinado también gratuitamente a una communio personarum beata y eterna: la communione, a la cual es llamada cada persona humana, con las Personas Divinas de la Trinidad.
Implica una falta de reconocimiento del valore salvífico del dolor humano [82], unido, desde la Encarnación,
a Jesucristo, porque ha sido asumido por Él. El hijo de Dios libera al
hombre de la muerte y del pecado porque ha desafiado ambos a través de
la muerte en cruz. Ha vencido al espíritu malo y ha resucitado, y ha
hecho partícipe al hombre de su victoria, concediéndole su gracia.
Mediante esta doble acción, abre las puertas al hombre para que participe el hombre libremente de su beatitud eterna: en esto consiste la destinación eterna del hombre, su definitiva y eterna felicidad buscada en la unión con Dios.
Esto significa, en la perspectiva escatológica, que el sufrimiento ha sido totalmente borrado. Por
ello, debido al resultado de la acción salvífica de Cristo, el hombre
vive su existencia terrena con la esperanza en la beata vida eterna. La
acción salvífica de Cristo no saca el sufrimiento terreno del hombre,
pero arroja una nueva luz, resplandeciente: la luz de la salvación[83].
Uniendo sus dolores a los dolores de Cristo, el hombre-Dios, el hombre
se hace también partícipe de la Redención de la humanidad. Por eso
ningún sufrimiento, aceptado y ofrecido, queda sin valor y sin
recompensa.
Conclusión:
Teniendo en cuenta la destinación final de la persona humana, se puede ver que la posición del médico es una posición privilegiada, ya que es él quien se encuentra en contacto directo con aquel que se ha hecho magna quaestio,
lo cual quiere decir que ha comenzado a mirar las cosas y la vida
dirigiéndose hacia Dios. En este sentido, el médico puede ayudarlo en su
camino final, arrojando luz sobre aquello que le espera.
¿Cual
sería la actitud adecuada del médico como profesional y como persona
humana que se encuentra delante de otra persona humana, que le pide
ayuda, también sin decirle una sola palabra? Se descuenta que la única
actitud posible es la de la cura paliativa. Pero como el paciente
terminal es una unidad sustancial compuesta de alma y cuerpo, no basta
la sola actitud técnica profesional, o sea, la atención
de los parámetros vitales mensurables técnicamente. Se lo debe hacer,
pero sin embargo falta un elemento esencial: el don de sí. Como la
última acción que hace no comprenden
solamente las terapias físicas, si no sobretodo el don de su persona
humana hacia el otro que agoniza, el médico cumple en realidad una doble
acción. Con esta actitud al mismo
tiempo cura, actuando hasta el límite de sus posibilidades como médico, y
por otro lado ayuda al agonizante, con su don personal, a emprender la
nueva etapa en
el mejor estado espiritual posible: deja abierta la posibilidad al otro
de encontrarse, con las mejores disposiciones, con Cristo. Se podría
afirmar que con las curas paliativas y el don de sí, el médico cumple
plenamente su trabajo: reconociendo sus propios límites, el límite de la
medicina y de la naturaleza humana, hace lo que puede hacer del mejor
modo posible. Esta actitud le corresponde no solamente al médico
creyente, sino a cualquiera, también aquel no creyente, porque la
inmortalidad del alma humana [84] no es un dato de fe, si no un dato adquirido por la razón, y la acción
redentora de Cristo, como hemos señalado primero, es para todo hombre.
El que no cree, tiene el deber de cumplir con plenitud el último acto
médico -cura paliativa y don de sí- debido si no por motivos
sobrenaturales, a motivos naturales: ambos -médico y paciente- comparten
la misma naturaleza humana.
Otra
es la perspectiva de la actitud eutanásica, que, haciendo presión sobre
la persona a fin de hacerla pedir la muerte, vacía de esperanza el
horizonte de la persona que entonces se hace víctima, la priva no
solamente de esperanza sobrenatural, si no de cualquier indicio de
esperanza natural. En otras palabras, la actitud eutanásica del médico
lleva al paciente al desaliento físico, al abatimiento psicológico y a
la desesperación espiritual.
Además
de su deber profesional, cumplido con conciencia y profesionalidad,
queda al médico otro deber: dar esperanzas: es todo lo que el médico
puede libremente hacer, y la elección
es decisiva. Como desde una perspectiva médica y humana, no hay
argumentos razonables sostenedores de la actitud eutanásica, por eso,
queda como un camino ineludible, el feliz deber de dar esperanza al
desesperanzado.
En
otras palabras, de frente al paciente terminal, en las fronteras de las
posibilidades personales y de la medicina, el médico puede cumplir un
supremo y último acto que hace todavía más noble su profesión. Este
último acto es el de hacer de mediador privilegiado entre Cristo,
Persona divina, Dios entrado en el tiempo, y el paciente agonizante,
persona humana pronta a iniciar un estado de vida definitivo.
No existe ningún argumento
constitucional que respalde la obligatoriedad del
cuerpo médico para matar a sus pacientes. Que las personas tengan el supuesto derecho de matarse
o de dejarse morir, de ninguna manera significa que
terceras personas (como el cuerpo médico) tengan la
obligación de matar. Los médicos no matan a sus pacientes porque, aunque
pueda ser muy “práctico” para el Estado, los médicos
entienden que la acción de matar es contraria a los lineamientos
de la ética médica universal y de la misión
médica mundial.
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