Halloween Costume ideas 2015
mayo 2016
#BuscandoUnaRefutacion #DarwinEnElBanquillo #JesucristoEnLaHistoria ADN ADN Basura Agnosticismo Anatomía Ángeles Caídos Antimateria Antropología Apocalipsis Apologetica Argumento Teleológico Argumentos Arqueología Artículos Artículos de la Revista Astrofísica Astronomía Atheism Exposed Atheist Biocibernética Bioética Biofísica Biologia Biología Celular Biología Marina Biología Molecular Biomimética Bioquímica Botánica Cetáceos Cielo Ciencia Cientifismo Classic Código Genético Complejidad Irreducible Cosmología Cosmovisión Creación Creacionismo vs Evolucionismo Curiosidades Darwin Datación Dawkins Debate Dennett Derechos Humanos Diluvio Dinosaurios Dios Diseño Edad de la Tierra El Mal Embriología ENCODE Energía Oscura Entomología Espacio-Tiempo Especiales Ética Evidencias Evolucion Falacias Ateas Fe Razonable featured Feminismo Filosofía Filosofía del Tiempo Filosofia y Ciencia Fisica Física Fósiles Fototropismo Génesis Genética Geología Gradualismo Harris Heliotropismo Hipótesis del Mundo de ARN Historia Hitchens Homoquiralidad Homosexualidad Ideología de género Información Informática Isomería Jesucristo Jesucristo Histórico Jesús Jinetes Ateos Krauss La Nada La Tierra LGBT Libros Lógica LUCA Materia Oscura Materialismo Mecanismos Evolutivos Metafísica Michael Behe Microbiología Moral Mutación Naturalismo Neodarwinismo Neurociencia Niños Ateos Noticias Ojo Humano Opinión Origen de la Vida Origen de las Naciones Origenes Paleoantropología Paleontología Pasado Infinito Preguntas y Respuestas Probabilística Profecías Proteínas Psicologia Química Recent Recomendados Reflexiones Reseñas Respuestas Revista ELDISEÑO Satanás Satélites Scientific American Segunda Venida de Jesús Selección Natural Selecciones Series Síntesis Evolutiva Sociedad Sociología Temas Actuales Temporalidad Teoría de la Información Teoría del Big-Bang Un Universo de la Nada Universo Variación Veracidad Bíblica Vida



Estamos acercándonos al vigésimo aniversario de la publicación de La Caja Negra de Darwin (su lanzamiento en inglés fue el 2 de agosto de 1996, para ser precisos). El libro de Michael Behe inspiró a una generación de descontentos con el darwinismo y demostró que la tesis del diseño inteligente estaba (y sigue estando) firmemente basada en la ciencia más avanzada. Entre otros hitos, exhibía dos orgánulos celulares para ilustrar su concepto de complejidad irreducible: el cilio y el flagelo.

Esos orgánulos, que se proyectan de la célula hacia el medio, no podrían ser construidos por un mecanismo darwinista, argumentaba Behe, porque están compuestos de una multiplicidad de componentes independientes, todos necesarios para la función. Como en el caso de una trampa para ratones, no podrían funcionar a no ser que todas sus piezas estuvieran presentes y juntas a la vez.

Todo esto es cierto, pero en los años transcurridos los biólogos moleculares han aprendido mucho más sobre los cilios y los flagelos. Las revelaciones siguen acumulándose.

Flagelos al galope

En un fascinante comunicado de la Universidad de Cambridge, aprendemos que «las algas usan sus “colas” para galopar y trotar como cuadrúpedos». (Esas colas son los famosos flagelos de Behe, aunque diferentes en estructura de los flagelos bacterianos.) Se puede ver fácilmente en los videos que presentan que las algas unicelulares llamadasChlamydomonas usan sus flagelos de forma coordinada «para conseguir una gran diversidad de modos de natación».

Cuando se trata de animales cuadrúpedos como gatos, caballos y ciervos, o incluso humanos, el concepto de una forma de andar es familiar, pero ¿qué cuando se trata de algas verdes unicelulares con múltiples flagelos a modo de extremidades? El más reciente descubrimiento, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, muestra que a pesar de su simplicidad, las microalgas pueden coordinar igual de bien sus flagelos en modos como salto, trote o galope. [Énfasis añadido.]

Sí, trotan, galopan. Y saltan de manera parecida a la gacela saltarina de El Cabo, o springbok, en el «pronk» con que el animal arquea la espalda y salta separando del suelo las cuatro patas a la vez. El parecido es asombroso, a pesar de la diferencia de tamaño de muchos órdenes de magnitud. Las células conocen incluso dos formas de galope: un modo giratorio y un modo transversal. ¿Cómo es esto posible para unos organismos unicelulares carentes de neuronas?

En los vertebrados, las formas de andadura están controladas por generadores centrales de patrones, que pueden ser considerados como redes de osciladores neurales que coordinan sus salidas. Dependiendo de la interacción entre esos osciladores, se producen unos ritmos específicos, que, hablando matemáticamente, exhiben unas ciertas simetrías espaciotemporales. En otras palabras, la andadura no cambia cuando se cambia una pata por otra — quizá en un punto diferente en el tiempo, digamos que un cuarto de ciclo o medio ciclo después.

Resulta que las mismas simetrías caracterizan también los modos natatorios de las microalgas, queson demasiado simples para tener neuronas. Por ejemplo, unas microalgas con cuatro flagelos en varias posibles configuraciones pueden trotar, saltar estilo «pronk», o galopar, dependiendo de las especies.

La Dra. Kirsty Wan se sintió asombrada cuando observó esto por primera vez, diciendo: «Me di cuenta inmediatamente de que este comportamiento sólo podía deberse a algo en el interior de la célula, y no debido a una hidrodinámica pasiva». Pensemos en cómo eso expande el argumento en favor de la complejidad irreducible:

Los investigadores determinaron que son en realidad las redes de fibras elásticas que conectan los flagelos en las profundidades de la célula los que coordinan esas diversas formas de andadura. En el caso más simple de la Chlamydomonas, que realiza natación a braza con dos flagelos, la ausencia de una fibra determinada entre los flagelos lleva a una pulsación descoordinada. Además, la prevención deliberada de la pulsación de un flagelo en un alga con cuatro flagelos tiene un efecto cero sobre la secuencia de las pulsaciones en el resto.

El Dr. Behe se sentirá complacido al ver este nivel adicional de diseño. «Estos descubrimientos suscitan tambiénfascinantes preguntas acerca de la evolución del control de los apéndices periféricos, que deben haber surgido en la primera etapa en esos primitivos microorganismos», comenta uno de los autores del artículo. Pero lo cierto es que la primera pregunta debería ser: «¿Esto evolucionó?»

Carreteras de dos carriles en el cilio

Cualquier estudiante universitario de primer año confrontado con una micrografía electrónica de un cilio se tiene que quedar impresionado por la hermosa simetría de su estructura de 9x2 (véase la figura en Behe, p. 60). Los elementos de la estructura son microtúbulos: largos filamentos que parecen puntos blancos en corte transversal. Están dispuestos en pares alrededor de la periferia. La cuestión es: «¿Por qué?» Hasta ahora, los científicos no estaban seguros. Science Magazine nos da ahora la respuesta: «los dobletes microtubulares son vías férreas de doble sentido para trenes de transporte intraflagelar». ¡Un microtúbulo es para ir en una dirección; el otro es para ir en la contraria!

Los cilios contienen una formación bien ordenada de dobletes de microtúbilos a lo largo de su longitud. Unacuestión pendiente durante largo tiempo en la estructura y función de los cilios es por qué la disposición de los microtúbulos en los cilios es tan compleja. Stepanek y Pigino desarrollaron un método de microscopía tridimensional de fluorescencia correlativa resuelta en el tiempo para mostrar que los dobletes proporcionan direccionalidad al transporte intraflagelar. Un microtúbulo del par desplaza materiales hacia el extremo del cilio. Mientras, el otro microtúbulo desplaza materiales de vuelta al cuerpo de la célula. Esos resultados explican por qué el axonema se construye con dobletes microtubulares y sugiere una imagen mecanística de cómo se regula la logística del transporte bidireccional intraflagelar.

Lo que es realmente interesante en este artículo es el constante uso de una terminología de transporte férreo. Hay «trenes de carga» con «motores» que corren sobre «vías» microtubulares para realizar el «transporte». Funcionan como «vías férreas para transporte intraflagelar» (IFT). En ningún lugar se encuentra una discusión sobre evolución. Quizá se debe a que todos sabemos que los sistemas de transportes por vía férrea son producto de un diseño inteligente.

Ludek Stepanek y Gaia Pigino, del Instituto Max Planck, observaron que los trenes van arriba y abajo, pero que nunca chocan. Se preguntaron cómo los trenes evitan chocar; ¿se echan a un lado, usando una vía paralela? No: resulta que tienen una vía para cada dirección.

Además, los trenes de carga ascendentes (anterogrados) usan motores de kinesina-II, los trenes de carga descendentes usan motores de dineína. ¿Cómo sabe cada cuál que vía utilizar, siendo que los microtúbulos están hechos del mismo material? Parece que puede haber modificaciones postraslacionales de las proteínas que constituyen las vías (tubulinas), lo que permite que los motores reconozcan el carríl que les corresponde. A partir de ahí, la situación se hace aún más complicada:

Esto podría contribuir a la eficiencia del IFT al proporcionar vías optimizadas para los motores de kinesina y dineína además de la segregación de los trenes de IFT. Sin embargo, el efecto de dichas modificaciones sobre el control del IFT in vivo sique sin estar claro. Como alternativa, podría estar presenteuna maquinaria molecular específica en la base y en el extremo del axonema para dirigir los trenes al microtúbulo correcto. Podría ser necesaria una regulación más compleja de los motores en los cilios sensoriales del Caenorhabditis elegans, en el que los microtúbulos B no se extienden más allá del segmento medio del flagelo. Allí, la kinesina-II se mueve sólo en el segmento medio, y se necesita un motor adicional,el OSM-3, para llevar materiales al extremo a lo largo de los microtúbulos A. Con independencia de los mecanismos implicados en el reconocimiento de los microtúbulos por parte de los motores, nuestro trabajo resalta el crítico papel que juegan los dobletes de microtúbulos en el ensamblaje de los cilios.

Los cilios están presentes en la mayoría de las células eucariotas, y están implicados en muchas funciones esenciales, como limpiar la garganta de restos (donde oscilan con un movimiento de barrido coordinado), y para sondear el medio como antenas. Los defectos en la construcción de los cilios son causa de enfermedades o de muerte, lo que acentúa el concepto de Behe de una complejidad irreducible.

Es satisfactorio informar acerca de esos nuevos descubrimientos acerca de los cilios y los flagelos, que confirman las conclusiones iniciales de Behe. La tesis de un diseño inteligente, deliberado, se fortalece constantemente.

Crédito de la imagen: Kirsty Wan y Raymond Goldstein vía Universidad de Cambridge.


Además de limitar su aceptación de una descendencia común y de criticar la capacidad de una selección natural no guiada, C. S. Lewis, a lo largo de su vida, atacó lo que él denominaba «evolucionismo» o el «Mito» de la «Evolución». Esto era la evolución como historia materialista de la creación que proporciona una narrativa en competencia al monoteísmo tradicional. Pretendiendo incorporar los descubrimientos de la ciencia moderna, este «Mito» enseña que el cosmos fue precedido de «los infinitos vacío y materia moviéndose continuamente y sin propósito alguno para producir lo que no sabía. Luego por alguna probabilidad de millonésimas de millonésimas —¡qué trágica ironía!— las condiciones en un punto en el espacio y tiempo burbujean para producir aquella diminuta fermentación que llamamos vida orgánica». Contra la hostilidad de la naturaleza y sin ninguna dirección o designio deliberados, la vida «se extiende, se reproduce, se complica a sí misma ... desde la ameba asciende al reptil, asciende al mamífero». Finalmente, «ahí sale un pequeño, desnudo, trémulo y medroso bípedo, medio andando, aun no totalmente erguido, no prometiendo nada: el producto de otra millonésima de millonésima de probabilidad. Su nombre en este Mito es Hombre». Finalmente «se ha convertido en el verdadero Hombre. Aprende a dominar la Naturaleza. Surge la ciencia, que disipa las supersticiones de su infancia. Y va avanzando más y más para controlar su propio destino».109 Finalmente, la humanidad deviene «una raza de semidioses» con la ayuda del darwinismo aplicado a la eugenesia, al psicoanálisis y a la economía. Entonces «la vieja enemiga» Naturaleza regresa vengativa. El Sol se enfría, y la vida queda «desterrada sin esperanza de volver procedente de ningún centímetro cúbico del espacio infinito. Todo termina en la nada».110

«Yo crecí creyendo en este Mito, y he sentido —y todavía percibo— su grandeza casi perfecta», observaba Lewis con cierta melancolía. «Que nadie diga que pertenecemos a una edad carente de imaginación: ni los griegos ni los escandinavos inventaron jamás una mejor historia».111 Para Lewis, el problema con este «Mito» no es que no atraiga la imaginación, sino que es todo él imaginación y carente de lógica. De hecho, contradice el mismo fundamento de la perspectiva científica del mundo que pretende adoptar.

El método científico está basado en la idea de que «las inferencias racionales son válidas», pero el Mito socava la razón humana al describirla como «simplemente el subproducto imprevisto e involuntario de un proceso inconsciente a una etapa de su interminable devenir carente de propósito. Así, el contenido del Mito me arrebata la única base sobre la que yo podría posiblemente creer que el Mito sea cierto». La propia y punzante duda de Darwin vuelve a alzar la cabeza: «Si mi propia mente es producto de lo irracional ... ¿cómo podré confiar en mi mente cuando me habla acerca de evolución?».112

Lewis distinguía entre el evolucionismo cósmico y la «ciencia» de la evolución, e inicialmente lo atribuyó a las distorsiones de los divulgadores y periodistas más que a los científicos mismos. Sin embargo, la distinción que hace Lewis entre evolución y evolucionismo era algo artificiosa. A fin de cuentas, la esencia de la moderna teoría científica de la evolución biológica es el darwinismo, y la esencia del darwinismo es la aseveración de que la evolución es un proceso material carente de dirección que procede sin plan ni previsión. Darwin mismo definió la selección natural como sustituto del diseño inteligente. Al final, así, el evolucionismo cósmico no parece ser una gran extrapolación a partir de la teoría «científica» estándar de la evolución. De hecho, los rasgos principales de lo que Lewis denominó evolucionismo quedaron incorporados en dicha teoría científica desde el comienzo.

Lewis llegó finalmente a comprender mejor hasta qué punto estaba imbricada la evolución como teoría científica con lo que él había denominado evolucionismo. Mucha de la creciente conciencia se debía probablemente a su correspondencia de 16 años con Bernard Acworth, un líder del Movimiento de Protesta contra la Evolución en Gran Bretaña. A partir de mediados de la década de 1940, Acworth comenzó a enviar a Lewis libros y ensayos críticos de la teoría de Darwin, materiales que Lewis leyó y conservó en su biblioteca privada.113

Poco después de entrar en contacto con Acworth, Lewis llamó la atención a un comentario hecho por el zoólogo evolucionista David Watson que parecía exponer el dogmatismo que impulsaba las creencias de destacados científicos evolucionistas. «La evolución», dijo el Profesor Watson, «... es aceptada por los zoólogos no debido a que se haya observado que ocurre o ... se pueda demostrar su veracidad mediante una evidencia lógicamente coherente, sino porque la única alternativa, una creación específica, es claramente increíble».114 Lewis extrajo esta cita de un artículo escrito por dos de los colegas de Acworth en el Movimiento de Protesta de la Evolución. Lewis consideró «inquietante» el comentario de Watson.115 Sin embargo, seguía confiando que «la mayoría de los biólogos tienen una creencia más robusta en la evolución que el Profesor Watson». En otro caso, «significaría que la única base para creer [en la evolución] ... no es empírica sino metafísica —el dogma de un metafísico amateur quee considera increíble la “creación específica”. Pero no creo que las cosas hayan llegado realmente a este punto».116

Hacia 1951, Lewis no estaba tan seguro. Acworth le envió un largo manuscrito crítico de la evolución, y Lewis escribió respondiendo que había «leído casi la totalidad». El manuscrito de Acworth hizo impacto. «Debo confesar que me ha sacudido», escribió Lewis: «no en mi creencia en la evolución, que era de la clase más vaga e intermitente, sino en mi creencia de que la cuestión carecía totalmente de importancia». Lewis añadía que el punto más impactante para él era el dogmatismo de los científicos evolucionistas que Ackworth citaba. «Lo que me inclina ahora a creer que usted pueda tener razón al considerarla [a la evolución] como la mentira central y radical en toda la red de falsedades que ahora gobiernan nuestras vidas no son tanto sus argumentos contra la misma como las actitudes fanáticas y retorcidas de sus defensores».117 Lewis ya no podía mantener fácilmente que el evolucionismo era sencillamente algo endosado a la ciencia evolucionista por extraños. Se sentía sobrecogido por el dogmatismo y la intolerancia en aumento que observaba entre los evolucionistas, que parecían tratar cualquier crítica de sus opiniones como un ataque contra la misma ciencia.

Lewis tenía una perspectiva acusadamente diferente de cómo debía ser la ciencia, y puso en claro que una ortodoxia dogmática no formaba parte de ella. Desde el punto de vista de Lewis, no había nada anticientífico en cuestionar aserciones dogmáticas en nombre de la ciencia. Tal como llegó a apreciar de manera más profunda en los últimos años de su vida, la empresa científica exige humildad y una mente abierta para poder prosperar. Estas dos cualidades parecen a menudo tristemente ausentes en las discusiones actuales sobre la teoría de la evolución.

El legado más importante de Lewis para el debate sobre la Teoría de la Evolución

«Se puede decir con toda certidumbre que si uno se encuentra con alguien que afirma no creer en la evolución, que esta persona es ignorante, estúpida, o que está loca (o que es malvada, pero preferiría no considerar tal posibilidad)».118 Así lo proclama el destacado biólogo evolucionista Richard Dawkins desde la misma Universidad de Lewis, la de Oxford. Dawkins es a menudo tratado como un personaje marginal debido a su  ferviente ateísmo, pero su punto de vista acerca de la irracionalidad de cuestionar la evolución darwinista es cosa corriente en la comunidad de científicos evolucionistas, donde abundan las declaraciones triunfalistas en el sentido de que la evidencia de una evolución es demasiado abrumadora para cuestionarla.

Durante la vida misma de Lewis encontramos al genetista evolucionista H. J. Muller que declaraba: «Tan enorme, ramificada y congruente ha llegado a ser la evidencia que respalda la evolución que si alguien pudiera ahora refutarla, mi concepto del orden del universo quedaría tan sacudido que me llevaría a dudar incluso de mi propia existencia»."119 O consideremos declaraciones de décadas más recientes como la del biólogo evolucionista Douglas Futuyma («la aserción de que los organismos han descendido con modificaciones a partir de antecesores comunes ... no es una teoría. Es un hecho, tan real como el hecho de que la tierra gira alrededor del sol»120) y el biólogo de Harvard Richard Lewontin («Las aves surgieron de no aves y los humanos de no humanos. Nadie que pretenda tener ninguna comprensión del mundo natural puede negar estos hechos como tampoco puede negar que la tierra es redonda, que gira sobre su eje, y que está en órbita alrededor del sol»121). Eugenie Scott, directora del grupo de presión prodarwinista conocido como National Center for Science Education, y que se autodenomina «una evangelista de la evolución», es igualmente categórica: «No hay puntos débiles en la teoría de la evolución».122 Ninguno. Cero. Bienvenidos a la Iglesia del Fundamentalismo Darwinista y a su dogma de la Infalibilidad Científica.

Tristemente, esta clase de retórica desmesurada se da entre defensores tanto teístas como ateos del darwinismo. Por ejemplo, el genetista cristiano Francis Collins condena a aquellos otros cristianos que se muestran discrepantes de la evolución darwinista acusándolos de mercadear con «mentiras» y de fomentar «un pensamiento anticientífico».123 y, en todo ello, el teólogo Michael Peterson asevera que «en realidad es totalmente justo decir que la evolución comparte una posición igual con aquellos conceptos establecidos como la esfericidad de la tierra, su traslación alrededor del sol, y la composición molecular de la materia».124 ¿Captamos el mensaje? Quienquiera que critique la teoría de Darwin es equivalente a alguien que crea que la tierra es plana, que crea que el sol gira alrededor de la tierra, y que aparentemente no acepta microscopios ni la tabla periódica de los elementos.

Es difícil pensar que Lewis hubiera mostrado ninguna clase de simpatía para este tipo de baladronadas. A fin de cuentas, él mismo cuestionaba grandes partes de la moderna teoría de la evolución, incluyendo la capacidad de la selección natural para explicar la mente, la moralidad y el desarrollo de complejas estructuras biológicas. Lewis ciertamente concedía que la tesis de la evolución biológica era una «hipótesis científica genuina» digna de discusión.125 Pero él distinguía claramente en su propia mente una «hipótesis» de pretensiones dogmáticas de que algo sea «un hecho fundamental». Lewis tenía muy claro qué a lo que se refería por «hipótesis» era una interpretación de hechos basada en suposiciones; y una hipótesis tiene que estar por ello siempre abierta a impugnaciones y a refutación. A su modo de ver, «los verdaderos biólogos» (en oposición a los propagandistas) reconocían que la evolución era simplemente una hipótesis, no una verdad dogmática. «Cubre más de los hechos que cualquier otra hipótesis actualmente en el mercado y por ello debe aceptarse a no ser o hasta que se pueda demostrar que una nueva suposición cubre todavía más hechos con incluso menos suposiciones».126

En la raíz de la buena disposición de Lewis de cuestionar las pretensiones evolucionistas había un sano escepticismo acerca de la empresa científica misma. Lewis respetaba la ciencia moderna, y respetaba a los científicos modernos. Pero, a diferencia de muchos defensores coetáneos de la evolución, él no se adhería a una perspectiva simplista de la ciencia natural como fundamentalmente más autoritativa o menos propensa a error que todos los demás campos de actividad humana.

Uno de los últimos libros sobre ciencia que leyó Lewis antes de morir fue The Open Society and Its Enemies [La sociedad abierta y sus enemigos], del filósofo Karl Popper. Cerca del final del libro, Popper admite abiertamente la falta de objetividad que se encuentra incluso en la ciencia experimental. Lewis subrayó este pasaje:

Porque incluso nuestra experiencia experimental y de observación no consiste de «datos». Se trata más bien de una red de suposiciones —de conjeturas, expectativas, hipótesis con todo lo cual se entretejen saberes y prejuicios aceptados, tradicionales, científicos y acientíficos. Simplemente, no existe cosa tal como una experiencia pura experimental y de observación — una experiencia no contaminada por la expectativa y por la teoría.127

La creciente conciencia de Lewis de la falibilidad humana de la ciencia recibió  una poderosa expresión en su último libro, The Discarded Image [La imagen descartada] (1964).128 Publicado póstumamente, el libro trata en apariencia acerca de la visión medieval del mundo. Pero la naturaleza de la ciencia es uno de los temas subyacentes. Lewis argumenta en el libro que las teorías científicas son «suposiciones», y que no se deberían confundir con «hechos». Hablando de manera apropiada, las teorías científicas intentan explicar tantos hechos como sea posible con tan pocas suposiciones como sea posible. Pero, según Lewis, tenemos que reconocer siempre que estas explicaciones pueden ser erróneas: «En cada edad será evidente para los pensadores certeros que las teorías científicas, siendo que se llega a ellas de la manera en que he descrito, nunca son exposiciones de los hechos».129 En contraste a esto, las teorías que buscan explicar esos hechos «nunca pueden ser más que provisionales». «Tienen que ser abandonadas» si alguien piensa en una «suposición» que pueda explicar «los fenómenos observados aun con menos suposiciones, o, si descubrimos nuevos fenómenos» que la teoría anterior no puede explicar «en absoluto».130 Lewis dijo que creía que «todos los científicos reflexivos actuales» podrían reconocer esta verdad, aunque no especuló acerca de cuántos «científicos reflexivos» existen en realidad. Él creía que el mayor problema de dogmatismo científico estaba fuera de la comunidad científica, donde «los medios de comunicación de masas ... han creado en nuestro tiempo un cientificismo popular, una caricatura de las verdaderas ciencias».131 Sin embargo, cualquier científico que se dé a tal dogmatismo estaría, según Lewis, actuando de forma inapropiada.

Sin embargo, la parte verdaderamente radical de la crítica de Lewis sobre la ciencia moderna estaba aun por venir. En su epílogo de The Discarded Image, Lewis analiza a fondo el giro desde el modelo medieval de la biología al moderno. Pronto se hace evidente que él no cree que la evidencia empírica impulse las revoluciones científicas. Lewis declara que la revolución darwinista en particular «desde luego no fue producida por el descubrimiento de nuevos hechos».132

Lewis recordaba que en su juventud «creía que “Darwin había descubierto la evolución” y que el desarrollismo más general, radical e incluso cósmico ... era una superestructura elevada sobre el teorema biológico. Este punto de vista ha sido suficientemente refutado». Lo que realmente sucedió según Lewis fue que «La demanda de un mundo en desarrollo —una demanda obviamente en armonía tanto con el temperamento revolucionario como con el romántico» se había desarrollado primero, y que cuando estuvo «plenamente desarrollada», los científicos «se ponen a trabajar y descubren la evidencia sobre la que ahora se apoyaría nuestra creencia en esta clase de universo».133

El punto de vista de Lewis tiene implicaciones trascendentales para cómo consideramos los paradigmas reinantes en ciencia en cualquier momento determinado —incluyendo la evolución darwinista. «Ya no podemos tratar de manera simple el cambio de Modelos [en ciencia] como un simple progreso del error a la verdad», razonaba Lewis. «Ningún Modelo es un catálogo de realidades últimas, y ninguno es una mera fantasía ... Pero ... cada uno refleja la psicología dominante de una edad casi tanto como refleja el estado del conocimiento de aquella edad». Lewis añadía que con ello «no quería decir en absoluto que estos nuevos fenómenos sean ilusorios ... Pero la naturaleza da la mayor parte de sus datos como respuesta a las preguntas que le planteamos».134

De modo que las respuestas que recibimos de la naturaleza van dictadas por las preguntas que hacemos, y las preguntas que hacemos van conformadas por las suposiciones y las expectativas de las teorías científicas a que nos adherimos —suposiciones y expectativas tomadas probablemente de unas actitudes culturales más amplias que predataban a la evidencia científica que quieren interpretar. De ahí que hay un gran potencial de que las teorías científicas incluso buenas nos cieguen a aspectos cruciales de la realidad.

En ninguna parte es esto más cierto que en el de la evolución darwinista, que se basa en la inviolable suposición de que todo en biología ha de ser resultado de procesos materiales carentes de guía. A lo largo del pasado siglo, esta suposición sin duda ha inspirado muchos planteamientos interesantes para investigación y avances científicos. A la vez,  también indudablemente ha desalentado y retardado muchos otros importantes planteamientos de investigación. Ejemplos de ello los tenemos en la estéril obsesión darwinista con los órganos «vestigiales» a lo largo del pasado siglo. Una y otra vez, rasgos biológicos que no comprendemos plenamente han sido descartados por los proponentes de la evolución darwinista como residuos no funcionales dejados por un ciego proceso evolutivo. Una y otra vez aquellos investigadores que finalmente se preocuparon en mirar descubrieron que estos rasgos supuestamente «vestigiales» —el apéndice, las amígdalas, por mencionar solamente dos, desempeñan en realidad importantes funciones biológicas.135 La evidencia de función estaba allá todo el tiempo, pero muchos científicos se sentían disuadidos por el paradigma existente de plantear las preguntas que hubieran desvelado la evidencia.

Más recientemente, uno de los mayores errores en la historia de la biología moderna puede resultar ser la creencia de que el genoma humano está repleto de «ADN basura». Se supone que la evolución darwinista está impulsada por mutaciones al azar en el ADN codificante de proteínas, y así, cuando se descubrió que la inmensa mayor parte de ADN no codifica proteínas, algunos darwinistas líderes saltaron a la conclusión de que el ADN no codificante de proteínas tenía que ser una mera «basura» dejada por el proceso evolutivo de manera parecida a algunos órganos vestigiales. No solo esto, sino que evolucionistas líderes desde el ateo Richard Dawkins al cristiano Francis Collins propusieron el «ADN basura» como prueba de que los seres humanos eran resultado de un proceso darwinista en lugar de producto de un diseño intencionado.136

Sin embargo, cuando algunos científicos comenzaron por fin a investigar más detenidamente el ADN no codificante, se quedaron estupefactos al constatar que la realidad no se correspondía con sus supuestos ideológicos. De hecho, durante la última década las revistas científicas han estado inundadas de nuevas investigaciones exponiendo la rica y diversa funcionalidad del denominado «ADN basura». Citando al biólogo Jonathan Wells: «Lejos de estar compuesto principalmente de basura que proporcione prueba contra un diseño inteligente, nuestro genoma se está desvelando como un sistema integrado multidimensional en el que el ADN no codificante de proteínas ejecuta una amplia diversidad de funciones».137 De nuevo, la evidencia de funcionalidad en el ADN no codificante de proteínas estuvo siempre ahí para ser descubierta; pero la evidencia no aparecía porque pocas personas estaban haciendo las preguntas correctas. Como Lewis observó de manera tan perspicaz, la aceptación de los paradigmas dominantes en ciencia como dogmas absolutos nos cegará acerca de cuánto podemos estarnos perdiendo acerca de la naturaleza. Un dogmatismo de esta especie engendra también una clase de autoritarismo científico incompatible con una sociedad libre, que Lewis reprendió con tanta elocuencia en libros como La Abolición del Hombre [The Abolition of Man] y Esa horrible fortaleza [That Hideous Strength].138
Desde esta máquina de escribir C. S.. Lewis vertió al papel muchas de sus sobrias reflexiones y muchas de sus geniales y meditadas fantasías.
Al resaltar las flaquezas tan humanas de la ciencia moderna, Lewis hizo su más importante contribución al debate sobre la teoría de la evolución. En esencia, Lewis legitimó el derecho a disentir de Darwin. Al resaltar los condicionantes no científicos de las revoluciones científicas, Lewis expuso que la evolución darwinista no debía ser privilegiada como alguna forma especial de conocimiento que ha de ser inmune al examen crítico. Al exponer cuán limitada es la ventana sobre la realidad que puede proporcionar una determinada teoría científica, validó el cuestionamiento continuado de la teoría darwinista de la evolución así como también otras teorías científicas.

De hecho, Lewis predijo que sería en parte por suscitar las preguntas idóneas que podría llegarse a reemplazar el actual modelo (el darwinista) de biología. Lo hace usando la analogía de someter a alguien a juicio: «Aquí, como en los tribunales, el carácter de la evidencia depende de la forma del cuestionamiento, y con sus repreguntas un buen interrogador puede hacer maravillas».139

Las palabras de Lewis resultaron proféticas. En 1991, el catedrático de leyes de la Universidad de California en Berkeley, Phillip Johnson, hizo precisamente lo que Lewis había descrito, al publicar su libro Proceso a Darwin [Darwin on Trial], que lanzó un interrogatorio exhaustivo a la evidencia convencional en favor del darwinismo ortodoxo.140 C. S. Lewis fue de nuevo vindicado: Un «buen interrogador» realmente «puede hacer maravillas». A la vez que desencadenó una oleada de protestas de parte de los líderes darwinistas, el libro de Johnson ayudó a inspirar a toda una nueva generación de científicos y filósofos a lanzar desafíos más y más sofisticados a la teoría darwinista así como a formular un nuevo argumento exponiendo el diseño inteligente en la naturaleza.

Igual que Lewis, Phillip Johnson comprendía que «la naturaleza da la mayor parte de sus datos como respuesta a las preguntas que le formulamos». Y reconocía la importancia crucial de plantear «las preguntas correctas» en los debates científicos —incluso cuando dichas preguntas puedan generar incomodidad o enfado en los guardianes del paradigma reinante.141

Aquellos que realmente quieran honrar el legado de C. S. Lewis en el área de la ciencia y de la sociedad harían bien en hacer lo mismo.142

Notas:

(109) Lewis, «The Funeral of a Great Myth», 87.

(110) Ibid., 88.

(111) Ibid.

(112) Ibid., 89.

(113) Estos materiales incluían Bernard Acworth, The Cuckoo; L. M. Davies, BBC Abuses Its Monopoly; L. M. Davies, Evolutionists Under Fire; Douglas Dewar, The Man from Monkey Myth; Douglas Dewar, Science and the BBC; y Evolution Protest Movement, Evolution: How the Doctrine Is Propagated in Our Schools. Todos estos materiales están conservados en la Wade Center Collection, Wheaton College.

(114) C. S. Lewis, «Is Theology Poetry?» 89 y «Funeral of a Great Myth», 85.

(115) Lewis, «Is Theology Poetry?» 89.

(116) Lewis, «Funeral of a Great Myth», 85.

(117) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 13 de septiembre de 1951, Collected Letters, vol. III, 138.

(118) Richard Dawkins, «Put Your Money on Evolution», The New York Times, 9 de abril de 1989, sección VII, 35.

(119) H. J. Muller, citado en J. Peter Zetterberg, editor, Evolution Versus Creationism: The Public Education Controversy (Oryx Press, 1983), 33-34.

(120) Douglas J. Futuyma, Evolutionary Biology, segunda edición (Sunderland, MA: Sinauer Associates, 1986), 15.

(121) Richard Lewontin, citado en Zetterberg, Evolution Versus Creationism, 31.

(122) Eugenie Scott, citada en Ed Stoddard, «Evolution gets added boost in Texas schools», Reuters.com, accedido el 19 de mayo de 2012, http://blogs.reuters.com/faithworld/2009/01/23/evolution-gets-added-boost-in-texas-schools/. Para la descripción que hace Eugenie Scott de sí misma como «evangelista de la evolución», véase Ronald L. Numbers, The Creationists: From Scientific Creationism to Intelligent Design, edición ampliada (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2006), 380.

(123) Francis Collins, «Prólogo» a Giberson, Saving Darwin, v, vii.

(124) Michael Peterson, «C. S. Lewis on Evolution and Intelligent Design» (2010), n. 29, 266.

(125) Lewis, «Funeral of a Great Myth», 83.

(126) Ibid., 85.

(127) Ejemplar de C. S. Lewis del libro de K. R. Popper, The Open Society and Its Enemies, vol. II — The High Tide of Prophecy: Hegel, Marx, and the Aftermath (Londres: Routledge & Kegan Paul), 388. Wade Center Collection, Wheaton College.

(128) C. S. Lewis, The Discarded Image (Cambridge: Cambridge University Press, 1964).

(129) Ibid., 15-16.

(130) Ibid.

(131) Ibid., 16, 17

(132) Ibid., 220.

(133) Ibid., 220-221.

(134) Ibid., 222-223.

(135) Véase Casey Luskin, «Vestigial Arguments about Vestigial Organs Appear in Proposed Texas Teaching Materials [Aparecen argumentos vestigiales sobre órganos vestigiales en materiales educativos propuestos en Texas]», Evolution News and Views, 20 de junio de 2011, accedido el 19 de mayo de 2012, http://www.evolutionnews.org/2011/06/vestigial_arguments_about_vest047341.html; David Klinghoffer, «Looks Like the Appendix isn't a 'Junk Body Part' After All [Parece que, después de todo, el apéndice no es un “órgano basura del cuerpo”]», Evolution News and Views, 4 de enero de 2012, accedido el 19 de mayo de 2012, http://www.evolutionnews.org/2012/01/now_its_the_app054761.html.

(136) Jonathan Wells, The Myth of Junk DNA [El mito del ADN basura] (Seattle: Discovery Institute Press, 2011), 19-20, 23-24, 98-100. En años recientes, Collins parece haber abandonado o al menos disminuido su soporte del paradigma del ADN basura. Véase Ibid., 98-100.

(137) Ibid., 9.

(138) C. S. Lewis, The Abolition of Man [La abolición del hombre] (Nueva York: Macmillan, 1955); That Hideous Strength [Esa horrible fortaleza] (Nueva York: Macmillan, 1965).

(139) Lewis, The Discarded Image, 223.

(140) Phillip E. Johnson, Darwin on Trial, segunda edición (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993). Véase en línea la edición en español de 2005, revisada en 2011, Proceso a Darwin.

(141) Véase Phillip E. Johnson, The Right Questions (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2002).

(142) Agradezco la investigación realizada por Jake Akins en la Wade Center Collection, Wheaton College, que contribuyó a este ensayo, y el permiso del Wade Center y de la C. S. Lewis Company para citar de algunos de los escritos inéditos de Lewis depositados en el Wade Center. Finalmente, deseo agradecer a Jay Richards, a Sonja West y a Cameron Wybrow sus reflexivos comentarios sobre un borrador de este ensayo.



C. S. Lewis sabía que la característica verdaderamente trascendental de la moderna teoría de la evolución no es su propuesta de que la vida tenga una dilatada historia, ni tan siquiera su aseveración de que humanos y simios comparten un antecesor común. No, la componente verdaderamente radical de la moderna teoría de la evolución es su insistencia en que la vida es producto de un proceso no dirigido. La aserción de que la evolución sea el producto del azar y la necesidad no es simplemente el producto de las febriles imaginaciones de los militantes «Nuevos Ateos» como el biólogo Richard Dawkins. Forma el núcleo mismo de la teoría darwinista ortodoxa, que afirma que el motor primordial de la evolución es un proceso carente de guía de una selección natural (o «supervivencia de los más aptos») operando sobre variaciones aleatorias en la naturaleza (mutaciones aleatorias, según los modernos evolucionistas).

El mismo Darwin dejó claro en repetidas ocasiones que la teoría de la evolución por selección natural  ni demandaba ni involucraba una guía inteligente. De hecho, según Darwin, su teoría de selección natural proporcionaba una refutación definitiva de la idea de que las características del mundo natural fuesen un reflejo de un diseño fruto de un designio deliberado:

El viejo argumento del designio en la naturaleza, tal como lo formula Paley, y que antes me parecía tan concluyente, falla, ahora que se ha descubierto la ley de la selección natural. Ya no podemos argumentar que, por ejemplo, la hermosa bisagra de un bivalvo tiene que haber sido hecha por un ser inteligente, como la bisagra de una puerta por el hombre. No parece haber más designio en la variabilidad de los seres biológicos y en la acción de la selección natural que en la dirección en que sopla el viento.61

Si la selección natural era carente de guía según mantenía Darwin, también lo eran las variaciones en la naturaleza sobre las que actuaba la selección. Objetando a aquellos que aseveraban que las variaciones beneficiosas en la naturaleza podrían ser resultado de un diseño inteligente, Darwin declaró:

No se puede dar la más mínima razón a la creencia de que las variaciones ... que han sido la materia prima mediante la selección natural para la formación de los animales más perfectamente adaptados del mundo, incluyendo al hombre, fuesen guiadas de forma intencionada y especial. Por mucho que pudiéramos desearlo, difícilmente podemos seguir al Profesor Asa Gray en su creencia de «que la variación ha sido guiada siguiendo ciertas líneas beneficiosas», como una corriente «siguiendo unas determinadas y útiles líneas de irrigación».62

El punto de vista dominante en la actualidad en la comunidad científica sigue siendo esencialmente darwinista. En palabras de 38 premios Nobel que emitieron una declaración defendiendo la teoría de Darwin en 2005, la evolución es «el resultado de un proceso sin guía ni plan de variación al azar y de selección natural».63

Desde luego, es posible concebir una teoría de evolución dirigida, pero la teoría darwinista dominante no es esta teoría. La evolución darwinista, por definición, es un proceso sin dirección que produce novedades mediante una combinación de azar y necesidad. Pero, ¿puede un proceso así, fundamentalmente inconsciente y carente de dirección, crear la exquisita forma y función que se observa por todo el mundo natural? Lewis era escéptico.

Lewis afirmó que «no creo que un cristiano tenga por qué pelearse con el darwinismo como un teorema de la biología».64 Pero para Lewis, el «darwinismo como un teorema de la biología» era un asunto bastante modesto. En contra de muchos evolucionistas destacados, Lewis creía que «el teorema puramente biológico ... no hace afirmaciones cósmicas, ni afirmaciones metafísicas, ni afirmaciones escatológicas». Ni tampoco puede el darwinismo como teoría científica explicar muchos de los aspectos más importantes de la biología misma: «No explica por sí misma el origen de la vida orgánica, ni de las variaciones, ni considera el origen y la validez de la razón». Entonces, ¿qué es lo que puede explicar el mecanismo darwinista, según Lewis? «Concedido que ahora tenemos mentes en las que podemos confiar, concedido que la vida orgánica llegó a existir, intenta explicar, digamos, cómo una especie que una vez tuvo alas llegó a perderlas. Explica esto  por el efecto negativo del medio operando sobre pequeñas variaciones».65 En otras palabras, según Lewis, la teoría de Darwin explica cómo una especie puede cambiar con el paso del tiempo perdiendo estructuras funcionales que ya posee. Bastará decir que este no es el fenómeno clave que la moderna teoría de evolución biológica pretende explicar. Está claramente ausente de la descripción que hace Lewis ninguna confianza de que el mecanismo no guiado de Darwin pueda explicar la formación de  formas y características fundamentalmente nuevas de la biología. La selección natural puede eliminar un ala, pero, ¿puede construir un ala para empezar? Parece que Lewis no lo creía.

Una indicación adicional de hasta qué punto era Lewis escéptico acerca del poder creador de la selección natural aparece en una charla que dio al Club Socrático de la Universidad de Oxford en 1944. Allí Lewis afirmó que «la crítica bergsoniana del darwinismo ortodoxo no tiene fácil respuesta».66 Lewis se refería aquí a Henri Bergson (1859-1941), un filósofo natural francés y premio Nobel que ofreció una narrativa decididamente no darwinista de la evolución en su libro L'Evolution Creatice (La evolución creadora).67

Lewis leyó a Bergson por primera vez durante la Primera Guerra Mundial mientras se recuperaba de heridas de metralla sufridas en el frente, y la experiencia sobre Lewis fue profunda. En su autobiografía Surprised by Joy [Cautivado por la alegría], Lewis dijo que Bergson «tuvo un efecto revolucionario sobre mi perspectiva emocional. ... De él aprendí por primera vez a atesorar la energía, la fertilidad y la urgencia; los recursos, los triunfos, e incluso la insolencia, de las cosas que crecen». Lewis también se sentía agradecido a Bergson por haberle hecho «capaz de apreciar a artistas que, creo, no hubieran significado nada antes para mí; todas las resonantes, dogmáticas y ardientes e irrefutables personas como Beethoven, Tiziano (en sus cuadros mitológicos), Goethe, Dunbar, Píndaro, Christopher Wren, y los más exultantes de los Salmos».68 Lewis prosiguió releyenddo a Bergson en los años que siguieron mientras proseguía sus estudios en Oxford. Durante el verano de 1920 escribió a un amigo que estaba «leyendo a Bergson ahora y encuentro claras todo tipo de cosas que hace un año me dejaban perplejo».69 Un año antes escribió a su padre que estaba viviendo anticipando una visita de Bergson a Oxgord, pero comentó melancólicamente que «supongo que no lo veré ... a no ser que dé una conferencia».70 El impacto de Bergson sobre Lewis aparece indicado en la copia de Lewis de 1917 de L'Evolution Creatice, que está repleta de cuidadosas anotaciones y subrayados en la mayoría de sus casi 400 páginas.71

Bergson fue un crítico implacable del poder creador de la selección natural darwinista. Concedido que «la idea darwinista de adaptación por eliminación automática de los inadaptados es una idea simple y clara», él razonaba que precisamente «porque atribuye a la causa externa que controla la evolución una influencia meramente negativa, tiene una gran dificultad para explicar el desarrollo progresivo y, por así decirlo, rectilíneo de un aparato complejo» como el ojo vertebrado.72 Bergson resaltaba que la dependencia del darwinismo en variaciones accidentales como materia prima para la evolución hacía que el desarrollo de unas características sumamente coordinadas y complejas que se encuentran en el mundo biológico fuese nada menos que increíble. Este era el caso, con independencia de que las variaciones accidentales fuesen ligeras o grandes.

Como observaba Bergson, algunos darwinistas insistían en que las variaciones usadas por la evolución eran tan ligeras que no perturbarían la supervivencia del organismo: «Porque una diferencia que surge accidentalmente en un punto del aparato visual, si es muy ligera, no estorbará al funcionamiento del órgano; y por ello esta primera variación accidental puede, en un sentido, esperar que se acumulen las variaciones complementarias y elevar la visión a un grado más elevado de perfección». Bergson concedía este punto, pero luego observaba que el problema se acrecienta: «En tanto que la variación indetectable no perturba el funcionamiento del ojo, tampoco lo ayuda, en tanto que las variaciones que sean complementarias no tengan lugar. ¿Cómo, en tal caso, puede resultar la variación retenida por la selección natural? Inconscientemente, uno razona como si la ligera variación fuese una piedra labrada puesta por el organismo y reservada para tener su puesto específico para una construcción posterior». Pero «esta hipótesis» es obviamente «poco ajustable con el principio darwinista» que resalta que la selección natural actúa mecánicamente y sin previsión.73 Para soslayar este problema, otros darwinistas aseveraban que la evolución dependía de grandes variaciones accidentales que proporcionaban saltos evolutivos. «Pero aquí surge otro problema, no menos formidable», escribía Bergson: «es decir, cómo consiguen todas las partes del aparato visual, cambiado súbitamente, permanecer tan bien coordinadas de modo que el ojo siga ejerciendo su función? Porque el cambio de tan solo una parte hará imposible la visión, excepto que este cambio sea absolutamente infinitesimal. Las partes deben entonces cambiar todas a la vez, cada una de ellas consultando con las otras». Incluso «suponiendo que el azar haya concedido este favor una vez, ¿podemos admitir que repite este mismo favor en el curso de la historia de una especie, como para que cada vez dé origen, todo simultáneamente, a nuevas complicaciones maravillosamente reguladas en referencia mutua, y tan relacionadas con las anteriores complicaciones como para proseguir adelante en la misma dirección?».74

La total improbabilidad de la explicación darwinista aumenta exponencialmente cuando uno se da cuenta de con cuánta frecuencia se supone que las mismas complejas características biológicas surgieron independientemente en diferentes linajes evolutivos. En palabras de Bergson: «¿Qué probabilidad tenemos que, mediante dos series totalmente diferentes de accidentes añadidos juntos, dos evoluciones enteramente diferentes lleguen a resultados parecidos?».75 Toda la idea era increíble, según Bergson:

Una variación accidental, por exigua que sea, implica la operación de una gran cantidad de pequeñas causas físicas y químicas. Una acumulación de variaciones accidentales, como las que serían necesarias para producir una estructura compleja, exige por tanto la concurrencia de una cantidad casi infinita de causas infinitesimales. ¿Por qué iban estas causas, totalmente accidentales, recurrir las mismas, y en el mismo orden, en diferentes puntos del espacio y del tiempo?

Respondiendo a su propia pregunta, Bergson replicaba que «nadie mantendrá que esto sea así, y el mismo darwinista probablemente mantendrá simplemente que pueden surgir efectos idénticos de causas diferentes, que más de un camino lleva al mismo lugar». Pero este era un razonamiento falaz: «No nos dejemos engañar por una metáfora. El lugar alcanzado no da la forma del camino que lleva  al mismo; en tanto que una estructura orgánica es simplemente la acumulación de aquellas pequeñas diferencias por las que ha tenido que transcurrir la evolución a fin de conseguirla». Por tanto, «la lucha por la vida y la selección natural no pueden sernos útiles para resolver esta parte del problema, porque aquí no estamos interesados acerca de lo que ha perecido, tenemos sólo que ver con lo que ha sobrevivido».76

A partir de las extensas anotaciones que hizo Lewis en su copia personal de L'Evolution Creatice, queda claro que comprendía y apreciaba la crítica que Bergson hacía de la selección natural. Lewis resumió acertadamente el mecanismo darwinista de adaptación según Bergson como «la eliminación de los inaptos» y observó que «está claro que no puede explicar las complicadas semejanzas en líneas divergentes de evolución».77 Lewis observaba también la perspectiva de Bergson de que «el darwinismo puro tiene que depender de una maravillosa serie de accidentes», y cómo los darwinistas intentan «escapar» de esta verdad «mediante una mala metáfora».78 Lewis prestó atención particular  a la crítica que hace Bergson de las explicaciones darwinistas de la evolución del ojo en moluscos y vertebrados, concluyendo que «la selección natural ... fracasa en explicar estos ojos».79

La crítica que hace Bergson de la selección natural probablemente preparó el terreno para las dudas de Lewis acerca de Darwin, y puede ayudar a explicar el comentario de Lewis a su padre en 1925 en el sentido de que «Darwin y Spencer ... se levantan sobre un fundamento de arena».80 Pero el escepticismo de Lewis respecto de la selección natural fue alimentado por más que Bergson.

El desafío último a la selección natural darwinista, desde la perspectiva de Lewis, era el homber mismo. ¿Cómo podía un proceso material ciego así producir las excepcionales capacidades humanas de la razón y la conciencia? Lewis, naturalmente, distaba mucho de ser el primer intelectual en dudar de la capacidad del darwinismo para explicar al hombre. Alfred Russel Wallace, cofundador él mismo con Darwin de la moderna teoría de la evolución, suscitó las mismas dudas, como el zoólogo católico romano St. George Jackson Mivart, cuyo libro de gran venta The Genesis of Species [El génesis de las especies] hizo encolerizar a Darwin. Para refutar a los escépticos, Darwin respondió en 1871 con dos volúmenes y casi 900 páginas de prosa en su tratado The Descent of Man [El linaje del hombre], donde sostenía enérgicamente que la selección natural no guiada pudo producir perfectamente las facultades mentales y morales del hombre, muchas gracias.

Lewis pensaba de otro modo, y fue alimentado en sus dudas por un libro de uno de sus autores favoritos, G. K. Chesterton. Este libro era The Everlasting Man [El hombre eterno] (1922), que Lewis leyó por primera vez mediada la década de 1920. Cerca del final de su vida, Lewis puso The Everlasting Man en una lista de diez libros que «fueron los que más conformaron» su «actitud vocacional y ... filosofía de vida». En el Capítulo 2 de The Everlasting Man («Los profesores y los hombres prehistóricos»), Chesterton atacaba las pretensiones de los antropólogos que urdían detalladas teorías acerca de la cultura y de las capacidades del hombre primitivo basándose en unos pocos fragmentos de sílex y de huesos, probablemente inspirando la discusión acerca de «la idolatría de los artefactos» en The Problem of Pain [El problema del sufrimiento]. Pero Chesterton proporciona también en su libro un argumento exhaustivo de por qué el darwinismo no puede explicar las más altas capacidades del hombre. En palabras de Chesterton: «El Hombre no es meramente una evolución, sino más bien una revolución» cuyas facultades racionales están sumamente más avanzadas que las que se vean en los otros animales. Chesterton admitía la posibilidad de que en el Hombre «el cuerpo pueda haber evolucionado a partir de los brutos», pero insistía en que «no conocemos nada de ninguna transición de esta clase que arroje la más mínima luz sobre su alma tal como se ha puesto en evidencia en la historia».81 De nuevo: «Puede que haya un rastro discontinuo de piedras y huesos que sugiera levemente el desarrollo del cuerpo humano. No hay nada que sugiera ni levemente tal desarrollo de la mente humana».82

El libro de Chesterton preparó el terreno para la propia y oportuna crítica de Lewis de la selección natural con respecto al hombre —como lo hizo un volumen menos conocido, Theism and Humanism [Teísmo y Humanismo] (1915) de Sir Arthur Balfour. Balfour, más recordado hoy como el Primer Ministro británico que publicó la Declaración Balfour, adaptó Theism and Humanism de las Conferencias Gifford que había pronunciado en la Universidad de Glasgow en 1914. El propósito de Balfour era exponer a sus oyentes «que si queremos mantener el valor de nuestras más elevadas creencias y emociones, debemos encontrar para las mismas un origen congruente. La belleza ha de ser más que un accidente. La fuente de la moralidad tiene que ser moral. La fuente del conocimiento tiene que ser racional». Balfour creía que una vez «se conceda [este argumento], el Mecanismo queda excluido, el naturalismo queda excluido, el Agnosticismo queda excluido; y viene a ser inevitable, como creo yo, una forma elevada de Teísmo».83 Con respecto a la mente humana, Balfour sostenía que cualquier esfuerzo por explicar la mente en términos de causas materiales ciegas era autorrefutante: «Todos los credos que rehúsen ver un propósito inteligente detrás de las potencias inconscientes de la naturaleza material son intrínsecamente incongruentes. En el orden de la causalidad basan la razón en la sinrazón. En el orden de la lógica implican conclusiones que refutan sus propias premisas».84 Balfour ofreció una crítica similar de las explicaciones materialistas de la moralidad humana, que a él le parecía que destruían la moralidad al presentarla como el producto de procesos que son esencialmente no morales. Balfour pone especialmente en su mira a lo largo de su libro a las explicaciones darwinistas de la mente y de la moral.

No se sabe exactamente cuándo Lewis descubrió el libro Theism and Humanism. Su padre Albert poseía una copia de un libro anterior de Balfour, The Foundations of Belief [Los fundamentos de la fe] (1895), pero la primera mención conocida de Theism and Humanism fue en una conferencia en la década de 1940s.85 Más tarde lo puso en la lista como uno de los libros que más habían influido en su filosofía de vida,86 y sus argumentos básicos saltan a la vista en la obra de Lewis Miracles: A Preliminary Study [Los Milagros] (1947). Como observa Paul Ford, «La tesis e incluso el lenguaje de las primeras conferencias Gifford de Balfour impregnan los primeros cinco capítulos de Miracles».87

La edición revisada de 1960 de Miracles se reconoce en general como la obra que presenta la crítica más madura de Lewis sobre la capacidad del naturalismo/materialista de explicar las facultades racionales del hombre. Lo que es menos observado es el reto que el libro de Lewis presenta a la evolución darwinista en particular. Los evolucionistas teístas como Michael Peterson prefieren tratar el argumento de Lewis en Miracles como si tratase meramente acerca de un naturalismo filosófico genérico. pero el ejemplo específico de naturalismo que Lewis se esfuerza en atacar en su libro es la selección natural darwinista, no un naturalismo genérico de vainilla.

Tal como lo expresa Lewis, los naturalistas razonan que «el tipo de conducta mental que ahora llamamos pensamiento racional o inferencia tiene que ... haber “evolucionado” por selección natural, por la eliminación gradual de tipos menos idóneos para sobrevivir».88 Lewis negaba terminantemente que tal proceso darwinista pudiera haber producido la racionalidad humana: «La selección natural podría operar sólo eliminando respuestas biológicamente dañinas y multiplicando las que tendiesen a la supervivencia. Pero no es concebible que ninguna mejora de respuestas pudieran jamás convertirlas en actos de conocimiento, o que puedan siquiera remotamente tender a hacerlo así». Esto se debe a que «la relación entre respuesta y estímulo es absolutamente diferente de la que existe entre el conocimiento y la verdad conocida».89 La selección natural podría mejorar nuestras respuestas a estímulos desde el punto de vista de una supervivencia física sin jamás transformarlas en respuestas razonadas. Siguiendo a Balfour, Lewis pasa a argumentar que la atribución del desarrollo de la razón humana a un proceso no racional como la selección natural acaba minando nuestra confianza en la razón misma. Después de todo, si la razón es meramente un subproducto no intencionado de un proceso fundamentalmente no racional, ¿qué base nos queda para considerar sus conclusiones como objetivamente veraces?

Lewis sabía que el efecto corrosivo de una explicación darwinista de la mente no era meramente teórico. En su copia personal de la Autobiografía de Darwin, resaltó dos pasajes donde Darwin cuestionaba si se podría confiar en las conclusiones de una mente producida por un proceso darwinista. En el primer pasaje, Darwin reconocía «la extrema dificultad, o más bien imposibilidad, de concebir este inmenso y maravilloso universo, incluyendo el hombre ... como resultado de un azar ciego o necesidad. Cuando reflexiono así, me siento obligado a contemplar una Primera Causa que posee una mente inteligente en cierto grado análoga a la del hombre; y merezco ser llamado un Teísta». Darwin afirmó que esta conclusión «era fuerte en mi mente alrededor del tiempo ... cuando escribí El Origen de las Especies», aunque «desde aquel tiempo ... de manera muy gradual, con muchas fluctuaciones, se ha hecho más débil». Como resultado, ahora él, en sus palabras, «debo contentarme con permanecer como agnóstico». ¿Por qué se había hundido la confianza de Darwin en la existencia de una Primera Causa? Aparentemente porque se daba cuenta de las implicaciones de su teoría para la mente humana: «Pero luego surge la duda —puede la mente del hombre, que, como creo plenamente, se ha desarrollado de una mente tan baja como la que poseen los animales más inferiores, ser objeto de confianza cuando llega a unas conclusiones de tan grande alcance?»90 Lewis puso una «X» junto a esta reveladora admisión de Darwin, y subrayó una afirmación aun más fuerte de Darwin donde expresaba el mismo argumento tres páginas más adelante. En un pasaje de una carta escrita en 1881, Darwin expresaba su inconstante creencia de «que el Universo no es resultado del azar», y luego añadía: «Pero entonces siempre surge en mí la horrenda duda de si las convicciones de la mente del hombre, que se ha desarrollado a partir de la mente de animales inferiores, tienen ningún valor o son en absoluto dignas de confianza. ¿Confiaría nadie en las convicciones de la mente de un mono, si es que hay convicciones algunas en una mente así?»91 (subrayado por Lewis)

Lewis argumentaba que el teísta no tiene por qué sufrir unas dudas tan paralizadoras porque «no está comprometido con la perspectiva de que la razón sea un desarrollo comparativamente reciente moldeado por un proceso de selección que puede seleccionar sólo aquello que es biológicamente útil. para él, la razón —la razón de Dios— es anterior a la naturaleza, y de ella deriva el orden de la naturaleza, que es lo único que nos permite conocerla». Así, «los procesos preliminares dentro de la naturaleza que llevaron a» la mente humana —«si es que hubo ningunos»— «fueron diseñados para hacerlo así».92 En resumen, si hubo un proceso evolutivo que produjo la mente humana, no fue una evolución darwinista. Fue evolución por diseño inteligente.

Así como en Miracles Lewis rechazó la explicación darwinista para la mente humana porque minaba la validez de la razón, rechazó también la explicación darwinista de la moralidad porque minaría la autoridad de la moralidad al atribuirla a un proceso esencialmente no moral de supervivencia de los más aptos. Como cuestión práctica, Lewis cuestionó si el darwinismo podría realmente explicar el desarrollo de los rasgos morales humanos clave como la amistad o el amor romántico.93 Pero en Miracles presentó un punto más fundamental: Un proceso darwiinista «puede (o puede no) explicar por qué los hombres hacen de hecho juicios morales. No explica cómo pueden estar en lo cierto al hacerlos. De hecho, excluye la posibilidad misma de que estén en lo cierto».94 Según Lewis, al atribuir nuestras creencias y  prácticas morales completamente a causas inconscientes y no morales, los darwinistas socavaban la creencia de que las normas morales sean algo objetivamente verdadero o incluso la creencia de que algunas creencias morales sean objetivamente preferibles por encima de otras.

Después de todo, si las conductas y creencias humanas son en último término productos de la selección natural, entonces todas estas conductas y creencias tienen que ser igualmente preferibles. El mismo proceso darwinista que produce el instinto maternal también produce el infanticidio. El mismo proceso darwinista que genera amor también suscita el sadismo. El mismo proceso darwinista que inspira valor también engendra la cobardía. De ahí que el resultado lógico de la explicación darwinista de la moralidad no es tanto la inmoralidad como el relativismo. Según Lewis, la persona que propone una explicación así de la moralidad debería ser sincero y admitir que «no existe ni el mal ni el bien ... ningún juicio moral puede ser “verdadero” o “correcto” y, por consiguiente ... ningún sistema de moralidad puede ser mejor o peor que otro».95

Cercano al final de su vida, Lewis expuso este extremo con resultados hilarantes en un «himno» que compuso satirizando la evolución darwinista. El himno se mofaba de la naturaleza ciega y sin dirección del darwinismo: «Guíanos, evolución, guíanos/ Por la escalera de un futuro sin fin ... Tanteando, suponiendo, empero progresando,/ Guíanos hacia nadie sabe adónde». Como observa Lewis irónicamente, en el momento en que uno excluye un propósito más elevado de la evolución biológica (como lo intentó Darwin), las normas tradicionales del progreso y decadencia del hombre dejan de tener sentido alguno: «Nunca sabiendo adónde vamos,/ Nunca podremos extraviarnos». Aplicada a la moralidad, la filosofía darwinista de un cambio sin fin repudia «las normas estáticas del bien y del mal/ (Como en Platón) en lo alto entronizadas;/ tales escolásticas, inelástiicas,/ Abstractas reglas repudiamos».96

Tanto en lo que se refiere al intelecto humano o a su moralidad, la dificultad fundamental con la selección natural darwinista, según Lewis, es que es inconsciente, y no puede esperarse de un proceso inconsciente que produzca ni mentes ni una moralidad genuina.

Con  esto vemos por qué sería engañoso clasificar a Lewis como un evolucionista teísta, al menos tal como este término se usa generalmente en la actualidad. Por evolución teísta se puede significar muchas cosas, incluyendo una forma de evolución guiada, pero muchos proponentes actuales de la evolución teísta pueden ser descritos con mayor precisión como darwinistas teístas. Es decir, no meramente no abogan por una forma guiada de descendencia común, sino que intentan combinar la evolución como proceso darwinista carente de dirección con un teísmo cristiano. Aunque creen en Dios, se esfuerzan enérgica y tenazmente en evitar decir que Dios realmente guió el desarrollo biológico. Por ejemplo, el anglicano John Polkinghorne escribe que «un universo evolutivo se comprende teológicamente como una creación a la que se permitió hacerse a sí misma».97 El anterior astrónomo del Vaticano George Coyne afirma que por cuanto la evolución no es guiada «ni siquiera Dios pudo conocer ... con certidumbre» que «la vida humana llegaría a existir».98 Y el biólogo cristiano Kenneth Miller de la Universidad Brown, autor del popular libro Finding Darwin's God [Descubriendo al Dios de Darwin] (que se usa en muchas escuelas superiores cristianas), insiste en que la evolución es un proceso sin dirección, y niega de plano que Dios guiase el proceso evolutivo para conseguir ningún resultado predeterminado —incluyendo el desarrollo de nosotros mismos. De hecho, Miller insiste en que «la aparición de la humanidad en este planeta no fue preordenada, que estamos aquí ... como un detalle de pasada, menor, como una casualidad en una historia que igual pudiera habernos excluido».99

En resumen, muchos modernos evolucionistas teísta quieren retener una creencia en un creador sin realmente afirmar la guía de dicho Creador en la historia de la vida. Desde su punto de vista, el Creador delegó el desarrollo de la vida en un proceso inconsciente autocontenido del que emergieron la mente y la moralidad con el transcurso del tiempo. El intento de la moderna tesis evolucionista teísta de alcanzar una tercera vía entre el materialismo y el diseño inteligente con una especie de evolución emergente tiene toda la coherencia lógica de un cuadrado circular, o de un ateísmo teísta.

Lewis estaba familiarizado con los intentos en su propios días de imbuir a la evolución ciega con alguna especie de propósito a la vez que se negaba la operación de una inteligencia directora, y no quedó persuadido. Aquí es donde finalmente rompió con su mentor Henri Bergson. Bergson, además de criticar la selección natural, propuso su propia alternativa al darwinismo, una confusa propuesta de una fuerza vital que de alguna manera impulsa el proceso evolutivo hacia una complejidad integrada sin necesidad de un diseñador general. Lewis nunca atacó la crítica bergsoniana contra la selección natural darwinista, pero desspués de llegar a ser cristiano atacó repetidas veces la alternativa no-inteligente de Bergson. Hizo lo mismo con George Bernard Shaw, que exaltaba una perspectiva semejante a la de Bergson, de una «evolución emergente», la idea de que aunque la evolución no está realmente guiada por un propósito inteligente general, de alguna manera emergen del proceso unas estructuras llenas de propósito que trascienden a la materia ciega.100

En una sección de Mere Christianity [Cristianismo, y nada más] que se lee demasiado poco, Lewis disecciona esta supuesta tercera vía entre el materialismo desnudo y una historia de la vida guiada por un designio:

Los que mantienen este punto de vista dicen que las pequeñas variaciones por las que «evolucionó» la vida en este planeta a partir de las formas más bajas hasta el hombre no fueron debidas al azar sino a los «esfuerzos» o «propósito» de una Fuerza Vital. Cuando se dice esto, tenemos que preguntar si por Fuerza Vital se refieren a algo con una mente o no. Si a una mente, entonces «una mente que trae la vida a la existencia y que la guía a la perfección» es en realidad un Dios, y su punto de vista es así idéntico al religioso. Si no se refieren a una mente, entonces, ¿qué sentido tiene decir que algo sin una mente «se esfuerza» o que tiene «propósitos»? Esto es, me parece, un golpe mortal para su punto de vista.101

En su novela Perelandra, Lewis satiriza la incongruencia del punto de vista de una evolución emergente, que asigna al malo de la historia, el Profesor E. R. Weston, un científico enloquecido. Lewis atribuye a Weston un discurso repleto de saltos lógicos y de galimatías donde apela solemnemente a «el dinamismo lleno de propósito inconsciente· y «el majestuoso espectáculo de este ciego e inarticulado propósito que se abre paso ... siempre arriba en una unidad sin fin de logros diferenciados hacia una siempre creciente complejidad de organización, hacia la espontaneidad y espiritualidad». Weston identifica finalmente este propósito ciego e inconsciente con lo que  él llama «la perspectiva religiosa de la vida» e incluso con «el Espíritu Santo».102

El héroe de la historia, el Dr. Elwin Ransom, no se siente impresionado. «No conozco mucho acerca de lo que la gente llama la perspectiva religiosa de la vida», replica él: «Mire usted, yo soy cristiano. Y lo que significamos por el Espíritu Santo no es un propósito ciego e inconsciente».103

Cerca del final de su vida, Lewis leyó al libro póstumamente publicado del destacado evolucionista teísta Pierre Teilhard de Chardin, El Fenómeno del Hombre, que proponía aun otra clase de evolución emergente. Lewis llenó su copia del libro de anotaciones críticas como «Sí, es totalmente ignorante», «un libro radicalmente malo», y «Nunca ha sabido lo que es la muerte o el sufrimiento?» (El último comentario era en respuesta a la afirmación hecha por de Chardin de que «algo nos amenaza, algo está más que nunca ausente, pero sin poder nosotros ser capaces de decir exactamente qué».104) En sus cartas a corresponsales, Lewis calificó el libro de Chardin de «a  la vez lleno de tópicos y horrososo».105 y ridiculizó la posición expuesta por de Chardin como «palabrería panteísta biolátrica»106 y como «evolución enloquecida».107 Escribiendo a un sacerdote jesuita, Lewis llegó a elogiar el intento de los jesuitas de acallar a de Chardin: «¡Cuánta razón tenía su Sociedad en silenciar a de Chardin!»108

El rechazo por parte de Lewis de la evolución emergente expone por qué su manera de pensar es en último término tan congenial con el diseño inteligente. Lewis sabía que en último término no hay una tercera vía, no hay un término medido, no existe un híbrido mágico: el desarrollo biológico es o bien el resultado de un proceso material sin inteligencia, o un proceso guiado por una mente, es decir, un diseño inteligente. No se puede repartir entre ambas posturas. Es preciso escoger. Y este siendo el caso, Lewis pensaba que un proceso guiado por una mente es de lejos más verosímil que uno inconsciente.

Notas:

(61) Charles Darwin, The Autobiography of Charles Darwin and Selected Letters, editado by F. Darwin (Nueva York: Dover Publications, 1958), 63.

(62) Charles Darwin, The Variation of Animals and Plants under Domestication, segunda edición (Londres: John Murray, 1875), vol. II, 428-429.

(63) Carta de Premios Nobel a la Junta de Educación del Estado de Kansas, 9 de septiembre de 2005, accedido el 18 de mayo de 2012, http://media.ljworld.com/pdf/2005/09/15/nobel_letter.pdf.

(64) C. S. Lewis, «Modern Man and His Categories of Thought», Present Concerns, editado por Walter Hooper (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1986), 63.

(65) C. S. Lewis, «The Funeral of a Great Myth», en Christian Reflections, editado por Walter Hooper (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1967), 86.

(66) C. S. Lewis, «Is Theology Poetry?» en The Weight of Glory and Other Addresses, edición revisada y expandida, dirigida por Walter Hooper (Nueva York: Macmillan, 1980), 89.

(67) Henri Bergson, Creative Evolution, traducción al inglés de Arthur Mitchell (Londres: Macmillan, 1920).

(68) C. S. Lewis, Surprised by Joy (New York: Harcourt Brace Jovanovich 1955), 198. Título español: Los Milagros.

(69) C. S. Lewis a Arthur Greeves, June 19, 1920, Collected Letters, vol. I, 494.

(70) C. S. Lewis a su padre, 13 de septiembre de 1919, Collected Letters, vol. I, 464.

(71) Ejemplar anotado por Lewis de L'Evolution Creatice, conservado en the Wade Center Collection, Wheaton College.

(72) Bergson, Creative Evolution, 59.

(73) Ibid., 68.

(74) Ibid., 69-70.

(75) Ibid., 57.

(76) Ibid., 59-60.

(77) C. S. Lewis, anotación a su ejemplar de Henri Bergson, L'Evolution Creatice (Paris, 1917), 60; the Wade Center Collection, Wheaton College.

(78) Ibid., 61.

(79) Ibid., 74.

(80) C. S. Lewis a su padre, 14 de agosto de 1925.

(81) G. K. Chesterton, The Everlasting Man (San Francisco: Ignatius, 1993), 42.

(82) Ibid., 38.

(83) Arthur J. Balfour, Theism and Humanism, editado por Michael W. Perry (Seattle: Inkling Books, 2000), 138.

(84) Ibid., 141.

(85) C. S. Lewis, «Is Theology Poetry?» 77-78. Ejemplar de Albert Lewis de Theism and Humanism, actualmente conservado en the Wade Center Collection, Wheaton College.

(86) En respuesta a una pregunta procedente de la revista The Christian Century, Lewis mencionó Theism and Humanism como uno de los diez libros que «más hicieron para conformar» su «actitud vocacional» y su «filosofía de vida». La lista de Lewis se publicó en el número de 6 de junio de 1962 de la revista.

(87) Paul F. Ford, «Arthur James Balfour», en Jeffrey D. Schultz y John G. West, editores, The C. S. Lewis Readers' Encyclopedia (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1998), 92.

(88) C. S. Lewis, Miracles: A Preliminary Study, edición de 1960 (Nueva York: Macmillan, 1978), 18.

(90) Ejemplar de C. S. Lewis de Charles Darwin, Autobiography of Charles Darwin, The Thinker's Library No. 7 (Londres: Watts & Co. for the Rationalist Press, 1929), 149. Wade Center Collection, Wheaton College.

(91) Ibid., 153.

(92) Lewis, Miracles (1960 edition), 22-23.

(93) C. S. Lewis, The Four Loves (New York: Harcourt Brace Jovanovich, 1960), 90. Título en español: Los cuatro amores.

(94) Lewis, Miracles (1960 edition), 36.

(95) Ibid.

(96) «Evolutionary Hymn», en Lewis, Poems, 55.

(97) John Polkinghorne, Quarks, Chaos, and Christianity (Nueva York: Crossroad Publishing Company, 2005), 113.

(98) George V. Coyne, S. J., «The Dance of the Fertile Universe» (2005): 7, anteriormente disponible en http://www.aei.org/docLib/20051027_handoutCoyne.pdf.

(99) Miller, Finding Darwin's God, 272.

(100) Véase Lewis, Mere Christianity, 35; C. S. Lewis a Bernard Acworth, 5 de marzo de 1960, Collected Letters, vol. III, 137; Lewis, The Four Loves, 152-153; C. S. Lewis, Studies in Words (Cambridge: Cambridge University Press, 1960), 300-301.

(101) Lewis, Mere Christianity, 35.

(102) Lewis, Perelandra, 90-91.

(103) Ibid., 91.

(104) C. S. Lewis, anotaciones a Pierre Teilhard de Chardin, The Phenomenon of Man, con una introducción de Sir Julian Huxley (Londres: Collins, 1959), 217, página de cubierta, 227. Wade Center Collection, Wheaton College.

(105) C. S. Lewis a Dan Tucker, Dec. 8, 1959, Collected Letters, vol. III, 1105.

(106) C. S. Lewis al Padre Frederick Joseph Adelmann S. J., 21 de septiembre de 1960, Collected Letters, vol. III, 1186.

(107) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 5 de marzo de 1960, Collected Letters, vol. III, 1137.

(108) C. S. Lewis al Padre Frederick Joseph Adelmann S. J., 21 de septiembre de 1960.

MKRdezign

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con la tecnología de Blogger.
Javascript DisablePlease Enable Javascript To See All Widget