por Michael Behe
Un reciente
artículo en PNAS confirma una inferencia clave que hice en 2007 en The
Edge of Evolution. Summers et
al. concluyen que «el requisito mínimo para una actividad (baja) de
transporte de cloroquina ... es dos mutaciones».
Este es el primero de tres aportaciones acerca de este tema.
Es
preciso comenzar con unos antecedentes. La teoría darwinista propone que la
pasmosa compleja maquinaria de la célula se desarrolló gradualmente por pasos
enormemente diminutos, con la selección natural actuando sobre mutaciones al
azar. Yo razoné contra esta postura en 1996 en La Caja Negra de Darwin, donde sostenía que mucha parte de la
maquinaria de la célula era, como una trampa de cazar ratones, irreduciblemente
compleja, no se podía hacer gradualmente, y exigía un diseño dirigido a un
propósito. Algunos darwinistas propusieron unos dinámicos escenarios,
imaginando la formación de intrincados sistemas formándose de manera
espontánea. Por mucha vaguedad que pudieran tener las historias evolutivas, a
menudo presentaban una verosimilitud superficial que proporcionaba una excusa
para que los desganados no lo examinasen a fondo. Para que la causa contra el
darwinismo pudiera avanzar, pensé que debía proceder más allá de unos
argumentos descriptivos (que demasiadas veces son soslayados con historias
especiosas) a otros cuantitativos (que exigen respuestas numéricas que pueden
ser sometidas a prueba). Hasta donde era posible, se tenían que asignar cifras
sólidas a las probabilidades de los sucesos que los darwinistas piden
despreocupadamente a la naturaleza sin ninguna ayuda. Este era el objetivo de The Edge of Evolution.
Un argumento
principal del libro era que si la evolución tenía que saltar siquiera un
pequeño paso para conseguir un estado beneficioso (es decir, si tan sólo un
paso intermedio en una ruta evolutiva larga e implacablemente detallada es
perjudicial o inútil), entonces la probabilidad de alcanzar aquel estado
disminuye exponencialmente. Después de analizar un ejemplo clínicamente
importante (véase más abajo), expuse que la evolución de muchas interacciones
de proteínas caerían en la categoría de los saltos de pasos, que los complejos
multiproteínicos en la célula estaban fuera del alcance de la evolución
darwinista, y que el designio se extendía muy profundamente en las estructuras
de la vida.
Sin
embargo, en aquel momento el principal ejemplo concreto del libro —la necesidad
de múltiples cambios específicos en una proteína concreta de la malaria (llamada
PfCRT) para el desarrollo de la resistencia a la cloroquina— era una
inferencia, no todavía una realidad confirmada experimentalmente. Era realmente
una inferencia excelente, obvia, porque la resistencia a la cloroquina aparece
mucho, pero mucho menos frecuentemente que para otros medicamentos. Por
ejemplo, la resistencia al medicamento antimalárico atovaquona se desarrolla
espontáneamente en cada tercer paciente, pero a la cloroquina sólo en
aproximadamente uno de cada mil millones. Y escribí acerca de PfCRT: «Por
cuanto ocurren dos cambios determinados de aminoácidos [deentre cuatro a ocho
cambios totales] en casi todos estos casos [de resistencia a la cloroquina en
el ambiente natural], puede que ambos sean necesarios para la actividad
primordial por la que la proteína confiere resistencia». El resultado sería que
«la probabilidad de una célula [malárica] determinada que experimentase los
diversos cambios necesarios sería mucho, mucho inferior que en el caso [para la
atovaquona], donde sólo tendría que cambiar un aminoácido. Este factor parece
ser el secreto de por qué la cloroquina fue un medicamento eficaz durante
décadas». Sin embargo, la deducción todavía no había quedado constatada en el
laboratorio.
Ahora
se ha conseguido, gracias a Summers et al. 2014. Han necesitado años
para conseguir sus resultados, porque tuvieron que desarrollar con toda
minuciosidad un sistema aceptable de ensayo en el que la proteína malárica
pudiera ser a la vez efectivamente desplegada y seguida de cerca para su
actividad relevante —la capacidad de bombear cloroquina a través de una
membrana celular, lo que libra al parásito del medicamento. Usando unos
inteligentes métodos experimentles, mutaron artificialmente la proteína en
todas las maneras en que lo ha hecho la naturaleza, y además en maneras que
produjeron intermedios previamente no vistos. Una de sus conclusiones es que
ciertamente se precisa de un mínimo de dos mutaciones específicas para que la
proteína pueda transportar cloroquina.
(Cosa
interesante, una de las dos mutaciones que consideré en The Edge of Evolution
como posiblemente imprescindible, en la posición 76 de la cadena de la
proteína, es de hecho una de las dos que Summers et al. han demostrado
que eran necesarias. Pero la otra que consideré, en la posición 220, no lo es.
Aunque el cambio puede ser útil, Summers et al. descubrieron que la
segunda mutación necesaria está bien en la posición 75, bien en la posición 326.
También han expuesto que, aunque proteínas con sólo las dos mutaciones
imprescindibles podían bombear cloroquina a través de una membrana celular en
su sistema de ensayo, la velocidad era significativamente inferior que para
algunas proteínas con mutaciones adicionales. Lo que es más, las dos que se
precisaban no eran necesariamente suficientes para permitir a los parásitos de
la malaria que sobrevivieran mejor en presencia de cloroquina en el
laboratorio. Lo que esto significa para la malaria en la naturaleza todavía no
queda claro.)
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