Tal
como se ha estado analizando de manera extensa en los dos últimos artículos, un
reciente artículo confirma una inferencia clave que hice en 2007 en The
Edge of Evolution. Summers et al. 2014
concluyen que «el requisito mínimo para una actividad (baja) de transporte [de
cloroquina] ... es dos mutaciones». Este es el último de mis tres artículos
sobre la cuestión. El primero aparece aquí,
el segundo aquí.
Observando
desde un avión volando a 10.000 metros de altitud, el paisaje puede aparecer
bastante suave. Podemos encontrar difícil imaginarnos en el puesto de los
pioneros en carros cubiertos en los primeros tiempos, que tuvieron que atravesar
territorios no abiertos, de tumbo en tumbo, enfrentándose a ríos, sierras y
barrancos. Mucho del pensamiento acerca de la evolución a lo largo de los años
ha sido como mirando desde un avión: imaginando que una ruta evolutiva desde un
gran accidente en el terreno hasta otro no sería demasiado difícil, que podría
incluso realizarse a ciegas y borracho. Pero la realidad es que la vida se vive
sobre el terreno, y que sin una visión y una planificación sobria, las
quebradas, los precipicios y los ríos pueden ser impasables.
Según
la ciencia va explorando y ahondando en los detalles moleculares de la vida, el
pensamiento evolucionista serio se ha visto forzado a descender desde 10.000
metros de altitud al nivel de tierra, y se han puesto de manifiesto graves
obstáculos a una evolución no dirigida. En años relativmente recientes, unas
magníficas investigaciones con el uso de potentes métodos disponibles para la
biología moderna señalan tres barreras generales y separadas para un mecanismo
darwinista (o, en todo caso, para cualquier mecanismo evolutivo no dirigido).
La
primera barrera principal es la de las mutaciones al azar mismas. Debido a que
los genomas codifican para muchos sofisticados sistemas moleculares, los
cambios aleatorios que tengan un efecto romperán o deteriorarán con la mayor
frecuencia algún sistema ya operativo. SIn embargo, romper o disminuir
subsistemas de una entidad sumamente compleja como la célula puede ser a veces
adaptativa —llevando a la extensión de la degradación, como
lo ha demostrado tan claramente Richard Lenski, en su trabajo pionero de
Evolución a Largo Plazo. Otros estudios de adaptación mediante degradación en
la naturaleza refuerzan intensamente este aspecto. (Por ejemplo, véanse informes
recientes acerca de pérdida de función en la resistencia
genética a la diabetes y las enfermedades coronarias
en humanos, el
paso en caballos, la
pérdida de cianogénesis en los tréboles, y una multitud
de útiles genes rotos en bacterias.
La
segunda barrera es en realidad la selección natural. Según la manera en que
Darwin la contempló, la selección natural funciona implacablemente, afinando un
rasgo seleccionado para ajustarse a su función de manera más y más precisa. El
problema es que cuanto más la selección afina un rasgo, tanto más especializado
se vuelve, y tanto más difícil es usarlo entonces para otro propósito complejo
sin una modificación mutacional prohibitivamente improbable. Esto ha quedado
claramente expuesto por el
trabajo del grupo de Joe Thornton, donde unos cambios incluso muy modestos
(en enlace de una segunda hormona esteroide estructuralmente similar a una
prote´na receptora homóloga, estructuralmente similar) en un sistema
preexistente encontraba fuertes e inesperados obstáculos evolutivos.
El
tercer obstáculo es la complejidad irreducible, o la necesidad de realizar múltiples pasos
para alcanzar un estado seleccionado. Como lo expliqué en The Edge of
Evolution y como Summers et al. han demostrado ahora experimentalmente,
algunos efectos seleccionables exigen más que una mutación antes de su
aparición. Cuando esto es así, la probabilidad de alcanzar dicho estado cae
exponencialmente con cada paso no seleccionado. Aunque unas circunstancias
especiales como un ritmo muy rápido de mutaciones o una gran cantidad de
población puedan ayudar a conseguir uno o unos pocos de estos pasos,
generalmente no están disponibles. Incluso cuando resultan disponibles, no se
precisa de muchos de estos pasos para llevar este estado mucho más allá del
alcance de las mutaciones al azar.
Este
tipo de barrera está generalmente presente al nivel molecular debido a que
nuevas interacciones entre proteínas exigirán por lo general una multiplicidad
de pasos mutacionales para alcanzarlas (como expuse extensamente en The Edge y acerca de lo cual he rebatido críticas en mi blog), muchos
de los cuales no serán seleccionados.
Es
importante observar que estas tres barreras son sustancialmente independientes
entre sí. El secuestro de un sistema a su función actual por medio de la
selección natural es un problema diferente al del daño ocasionado por unas
mutaciones aleatorias adaptativas pero degradantes, y ambas cosas son
conceptualmente distintas de la necesidad de una multiplicidad de pasos no
seleccionados para alcanzar algunos estados adaptativos. Un resultado de su
independencia es que estas barreras operarán sinérgicamente. El cambio evolutivo
carente de dirección se encuentra con múltiples y abrumadores limitaciones.
El
profesor emérito de leyes de la Universidad de California en Berkeley, Phillip
Johnson, usó una vez una analogía acerca de la evolución darwinista que en
aquel tiempo yo consideré como fascinante pero no convincente. Observó él que
el mismo mecanismo físico que hace que un globo de aire caliente ascienda por
el aire le impide seguir subiendo indefinidamente. El mecanismo mismo de vuelo
limita la ascensión del globo —nunca irá más allá de la atmósfera de la Tierra.
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