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Darwin en el banquillo: La crítica de C. S. Lewis contra el «Evolucionismo»


Además de limitar su aceptación de una descendencia común y de criticar la capacidad de una selección natural no guiada, C. S. Lewis, a lo largo de su vida, atacó lo que él denominaba «evolucionismo» o el «Mito» de la «Evolución». Esto era la evolución como historia materialista de la creación que proporciona una narrativa en competencia al monoteísmo tradicional. Pretendiendo incorporar los descubrimientos de la ciencia moderna, este «Mito» enseña que el cosmos fue precedido de «los infinitos vacío y materia moviéndose continuamente y sin propósito alguno para producir lo que no sabía. Luego por alguna probabilidad de millonésimas de millonésimas —¡qué trágica ironía!— las condiciones en un punto en el espacio y tiempo burbujean para producir aquella diminuta fermentación que llamamos vida orgánica». Contra la hostilidad de la naturaleza y sin ninguna dirección o designio deliberados, la vida «se extiende, se reproduce, se complica a sí misma ... desde la ameba asciende al reptil, asciende al mamífero». Finalmente, «ahí sale un pequeño, desnudo, trémulo y medroso bípedo, medio andando, aun no totalmente erguido, no prometiendo nada: el producto de otra millonésima de millonésima de probabilidad. Su nombre en este Mito es Hombre». Finalmente «se ha convertido en el verdadero Hombre. Aprende a dominar la Naturaleza. Surge la ciencia, que disipa las supersticiones de su infancia. Y va avanzando más y más para controlar su propio destino».109 Finalmente, la humanidad deviene «una raza de semidioses» con la ayuda del darwinismo aplicado a la eugenesia, al psicoanálisis y a la economía. Entonces «la vieja enemiga» Naturaleza regresa vengativa. El Sol se enfría, y la vida queda «desterrada sin esperanza de volver procedente de ningún centímetro cúbico del espacio infinito. Todo termina en la nada».110

«Yo crecí creyendo en este Mito, y he sentido —y todavía percibo— su grandeza casi perfecta», observaba Lewis con cierta melancolía. «Que nadie diga que pertenecemos a una edad carente de imaginación: ni los griegos ni los escandinavos inventaron jamás una mejor historia».111 Para Lewis, el problema con este «Mito» no es que no atraiga la imaginación, sino que es todo él imaginación y carente de lógica. De hecho, contradice el mismo fundamento de la perspectiva científica del mundo que pretende adoptar.

El método científico está basado en la idea de que «las inferencias racionales son válidas», pero el Mito socava la razón humana al describirla como «simplemente el subproducto imprevisto e involuntario de un proceso inconsciente a una etapa de su interminable devenir carente de propósito. Así, el contenido del Mito me arrebata la única base sobre la que yo podría posiblemente creer que el Mito sea cierto». La propia y punzante duda de Darwin vuelve a alzar la cabeza: «Si mi propia mente es producto de lo irracional ... ¿cómo podré confiar en mi mente cuando me habla acerca de evolución?».112

Lewis distinguía entre el evolucionismo cósmico y la «ciencia» de la evolución, e inicialmente lo atribuyó a las distorsiones de los divulgadores y periodistas más que a los científicos mismos. Sin embargo, la distinción que hace Lewis entre evolución y evolucionismo era algo artificiosa. A fin de cuentas, la esencia de la moderna teoría científica de la evolución biológica es el darwinismo, y la esencia del darwinismo es la aseveración de que la evolución es un proceso material carente de dirección que procede sin plan ni previsión. Darwin mismo definió la selección natural como sustituto del diseño inteligente. Al final, así, el evolucionismo cósmico no parece ser una gran extrapolación a partir de la teoría «científica» estándar de la evolución. De hecho, los rasgos principales de lo que Lewis denominó evolucionismo quedaron incorporados en dicha teoría científica desde el comienzo.

Lewis llegó finalmente a comprender mejor hasta qué punto estaba imbricada la evolución como teoría científica con lo que él había denominado evolucionismo. Mucha de la creciente conciencia se debía probablemente a su correspondencia de 16 años con Bernard Acworth, un líder del Movimiento de Protesta contra la Evolución en Gran Bretaña. A partir de mediados de la década de 1940, Acworth comenzó a enviar a Lewis libros y ensayos críticos de la teoría de Darwin, materiales que Lewis leyó y conservó en su biblioteca privada.113

Poco después de entrar en contacto con Acworth, Lewis llamó la atención a un comentario hecho por el zoólogo evolucionista David Watson que parecía exponer el dogmatismo que impulsaba las creencias de destacados científicos evolucionistas. «La evolución», dijo el Profesor Watson, «... es aceptada por los zoólogos no debido a que se haya observado que ocurre o ... se pueda demostrar su veracidad mediante una evidencia lógicamente coherente, sino porque la única alternativa, una creación específica, es claramente increíble».114 Lewis extrajo esta cita de un artículo escrito por dos de los colegas de Acworth en el Movimiento de Protesta de la Evolución. Lewis consideró «inquietante» el comentario de Watson.115 Sin embargo, seguía confiando que «la mayoría de los biólogos tienen una creencia más robusta en la evolución que el Profesor Watson». En otro caso, «significaría que la única base para creer [en la evolución] ... no es empírica sino metafísica —el dogma de un metafísico amateur quee considera increíble la “creación específica”. Pero no creo que las cosas hayan llegado realmente a este punto».116

Hacia 1951, Lewis no estaba tan seguro. Acworth le envió un largo manuscrito crítico de la evolución, y Lewis escribió respondiendo que había «leído casi la totalidad». El manuscrito de Acworth hizo impacto. «Debo confesar que me ha sacudido», escribió Lewis: «no en mi creencia en la evolución, que era de la clase más vaga e intermitente, sino en mi creencia de que la cuestión carecía totalmente de importancia». Lewis añadía que el punto más impactante para él era el dogmatismo de los científicos evolucionistas que Ackworth citaba. «Lo que me inclina ahora a creer que usted pueda tener razón al considerarla [a la evolución] como la mentira central y radical en toda la red de falsedades que ahora gobiernan nuestras vidas no son tanto sus argumentos contra la misma como las actitudes fanáticas y retorcidas de sus defensores».117 Lewis ya no podía mantener fácilmente que el evolucionismo era sencillamente algo endosado a la ciencia evolucionista por extraños. Se sentía sobrecogido por el dogmatismo y la intolerancia en aumento que observaba entre los evolucionistas, que parecían tratar cualquier crítica de sus opiniones como un ataque contra la misma ciencia.

Lewis tenía una perspectiva acusadamente diferente de cómo debía ser la ciencia, y puso en claro que una ortodoxia dogmática no formaba parte de ella. Desde el punto de vista de Lewis, no había nada anticientífico en cuestionar aserciones dogmáticas en nombre de la ciencia. Tal como llegó a apreciar de manera más profunda en los últimos años de su vida, la empresa científica exige humildad y una mente abierta para poder prosperar. Estas dos cualidades parecen a menudo tristemente ausentes en las discusiones actuales sobre la teoría de la evolución.

El legado más importante de Lewis para el debate sobre la Teoría de la Evolución

«Se puede decir con toda certidumbre que si uno se encuentra con alguien que afirma no creer en la evolución, que esta persona es ignorante, estúpida, o que está loca (o que es malvada, pero preferiría no considerar tal posibilidad)».118 Así lo proclama el destacado biólogo evolucionista Richard Dawkins desde la misma Universidad de Lewis, la de Oxford. Dawkins es a menudo tratado como un personaje marginal debido a su  ferviente ateísmo, pero su punto de vista acerca de la irracionalidad de cuestionar la evolución darwinista es cosa corriente en la comunidad de científicos evolucionistas, donde abundan las declaraciones triunfalistas en el sentido de que la evidencia de una evolución es demasiado abrumadora para cuestionarla.

Durante la vida misma de Lewis encontramos al genetista evolucionista H. J. Muller que declaraba: «Tan enorme, ramificada y congruente ha llegado a ser la evidencia que respalda la evolución que si alguien pudiera ahora refutarla, mi concepto del orden del universo quedaría tan sacudido que me llevaría a dudar incluso de mi propia existencia»."119 O consideremos declaraciones de décadas más recientes como la del biólogo evolucionista Douglas Futuyma («la aserción de que los organismos han descendido con modificaciones a partir de antecesores comunes ... no es una teoría. Es un hecho, tan real como el hecho de que la tierra gira alrededor del sol»120) y el biólogo de Harvard Richard Lewontin («Las aves surgieron de no aves y los humanos de no humanos. Nadie que pretenda tener ninguna comprensión del mundo natural puede negar estos hechos como tampoco puede negar que la tierra es redonda, que gira sobre su eje, y que está en órbita alrededor del sol»121). Eugenie Scott, directora del grupo de presión prodarwinista conocido como National Center for Science Education, y que se autodenomina «una evangelista de la evolución», es igualmente categórica: «No hay puntos débiles en la teoría de la evolución».122 Ninguno. Cero. Bienvenidos a la Iglesia del Fundamentalismo Darwinista y a su dogma de la Infalibilidad Científica.

Tristemente, esta clase de retórica desmesurada se da entre defensores tanto teístas como ateos del darwinismo. Por ejemplo, el genetista cristiano Francis Collins condena a aquellos otros cristianos que se muestran discrepantes de la evolución darwinista acusándolos de mercadear con «mentiras» y de fomentar «un pensamiento anticientífico».123 y, en todo ello, el teólogo Michael Peterson asevera que «en realidad es totalmente justo decir que la evolución comparte una posición igual con aquellos conceptos establecidos como la esfericidad de la tierra, su traslación alrededor del sol, y la composición molecular de la materia».124 ¿Captamos el mensaje? Quienquiera que critique la teoría de Darwin es equivalente a alguien que crea que la tierra es plana, que crea que el sol gira alrededor de la tierra, y que aparentemente no acepta microscopios ni la tabla periódica de los elementos.

Es difícil pensar que Lewis hubiera mostrado ninguna clase de simpatía para este tipo de baladronadas. A fin de cuentas, él mismo cuestionaba grandes partes de la moderna teoría de la evolución, incluyendo la capacidad de la selección natural para explicar la mente, la moralidad y el desarrollo de complejas estructuras biológicas. Lewis ciertamente concedía que la tesis de la evolución biológica era una «hipótesis científica genuina» digna de discusión.125 Pero él distinguía claramente en su propia mente una «hipótesis» de pretensiones dogmáticas de que algo sea «un hecho fundamental». Lewis tenía muy claro qué a lo que se refería por «hipótesis» era una interpretación de hechos basada en suposiciones; y una hipótesis tiene que estar por ello siempre abierta a impugnaciones y a refutación. A su modo de ver, «los verdaderos biólogos» (en oposición a los propagandistas) reconocían que la evolución era simplemente una hipótesis, no una verdad dogmática. «Cubre más de los hechos que cualquier otra hipótesis actualmente en el mercado y por ello debe aceptarse a no ser o hasta que se pueda demostrar que una nueva suposición cubre todavía más hechos con incluso menos suposiciones».126

En la raíz de la buena disposición de Lewis de cuestionar las pretensiones evolucionistas había un sano escepticismo acerca de la empresa científica misma. Lewis respetaba la ciencia moderna, y respetaba a los científicos modernos. Pero, a diferencia de muchos defensores coetáneos de la evolución, él no se adhería a una perspectiva simplista de la ciencia natural como fundamentalmente más autoritativa o menos propensa a error que todos los demás campos de actividad humana.

Uno de los últimos libros sobre ciencia que leyó Lewis antes de morir fue The Open Society and Its Enemies [La sociedad abierta y sus enemigos], del filósofo Karl Popper. Cerca del final del libro, Popper admite abiertamente la falta de objetividad que se encuentra incluso en la ciencia experimental. Lewis subrayó este pasaje:

Porque incluso nuestra experiencia experimental y de observación no consiste de «datos». Se trata más bien de una red de suposiciones —de conjeturas, expectativas, hipótesis con todo lo cual se entretejen saberes y prejuicios aceptados, tradicionales, científicos y acientíficos. Simplemente, no existe cosa tal como una experiencia pura experimental y de observación — una experiencia no contaminada por la expectativa y por la teoría.127

La creciente conciencia de Lewis de la falibilidad humana de la ciencia recibió  una poderosa expresión en su último libro, The Discarded Image [La imagen descartada] (1964).128 Publicado póstumamente, el libro trata en apariencia acerca de la visión medieval del mundo. Pero la naturaleza de la ciencia es uno de los temas subyacentes. Lewis argumenta en el libro que las teorías científicas son «suposiciones», y que no se deberían confundir con «hechos». Hablando de manera apropiada, las teorías científicas intentan explicar tantos hechos como sea posible con tan pocas suposiciones como sea posible. Pero, según Lewis, tenemos que reconocer siempre que estas explicaciones pueden ser erróneas: «En cada edad será evidente para los pensadores certeros que las teorías científicas, siendo que se llega a ellas de la manera en que he descrito, nunca son exposiciones de los hechos».129 En contraste a esto, las teorías que buscan explicar esos hechos «nunca pueden ser más que provisionales». «Tienen que ser abandonadas» si alguien piensa en una «suposición» que pueda explicar «los fenómenos observados aun con menos suposiciones, o, si descubrimos nuevos fenómenos» que la teoría anterior no puede explicar «en absoluto».130 Lewis dijo que creía que «todos los científicos reflexivos actuales» podrían reconocer esta verdad, aunque no especuló acerca de cuántos «científicos reflexivos» existen en realidad. Él creía que el mayor problema de dogmatismo científico estaba fuera de la comunidad científica, donde «los medios de comunicación de masas ... han creado en nuestro tiempo un cientificismo popular, una caricatura de las verdaderas ciencias».131 Sin embargo, cualquier científico que se dé a tal dogmatismo estaría, según Lewis, actuando de forma inapropiada.

Sin embargo, la parte verdaderamente radical de la crítica de Lewis sobre la ciencia moderna estaba aun por venir. En su epílogo de The Discarded Image, Lewis analiza a fondo el giro desde el modelo medieval de la biología al moderno. Pronto se hace evidente que él no cree que la evidencia empírica impulse las revoluciones científicas. Lewis declara que la revolución darwinista en particular «desde luego no fue producida por el descubrimiento de nuevos hechos».132

Lewis recordaba que en su juventud «creía que “Darwin había descubierto la evolución” y que el desarrollismo más general, radical e incluso cósmico ... era una superestructura elevada sobre el teorema biológico. Este punto de vista ha sido suficientemente refutado». Lo que realmente sucedió según Lewis fue que «La demanda de un mundo en desarrollo —una demanda obviamente en armonía tanto con el temperamento revolucionario como con el romántico» se había desarrollado primero, y que cuando estuvo «plenamente desarrollada», los científicos «se ponen a trabajar y descubren la evidencia sobre la que ahora se apoyaría nuestra creencia en esta clase de universo».133

El punto de vista de Lewis tiene implicaciones trascendentales para cómo consideramos los paradigmas reinantes en ciencia en cualquier momento determinado —incluyendo la evolución darwinista. «Ya no podemos tratar de manera simple el cambio de Modelos [en ciencia] como un simple progreso del error a la verdad», razonaba Lewis. «Ningún Modelo es un catálogo de realidades últimas, y ninguno es una mera fantasía ... Pero ... cada uno refleja la psicología dominante de una edad casi tanto como refleja el estado del conocimiento de aquella edad». Lewis añadía que con ello «no quería decir en absoluto que estos nuevos fenómenos sean ilusorios ... Pero la naturaleza da la mayor parte de sus datos como respuesta a las preguntas que le planteamos».134

De modo que las respuestas que recibimos de la naturaleza van dictadas por las preguntas que hacemos, y las preguntas que hacemos van conformadas por las suposiciones y las expectativas de las teorías científicas a que nos adherimos —suposiciones y expectativas tomadas probablemente de unas actitudes culturales más amplias que predataban a la evidencia científica que quieren interpretar. De ahí que hay un gran potencial de que las teorías científicas incluso buenas nos cieguen a aspectos cruciales de la realidad.

En ninguna parte es esto más cierto que en el de la evolución darwinista, que se basa en la inviolable suposición de que todo en biología ha de ser resultado de procesos materiales carentes de guía. A lo largo del pasado siglo, esta suposición sin duda ha inspirado muchos planteamientos interesantes para investigación y avances científicos. A la vez,  también indudablemente ha desalentado y retardado muchos otros importantes planteamientos de investigación. Ejemplos de ello los tenemos en la estéril obsesión darwinista con los órganos «vestigiales» a lo largo del pasado siglo. Una y otra vez, rasgos biológicos que no comprendemos plenamente han sido descartados por los proponentes de la evolución darwinista como residuos no funcionales dejados por un ciego proceso evolutivo. Una y otra vez aquellos investigadores que finalmente se preocuparon en mirar descubrieron que estos rasgos supuestamente «vestigiales» —el apéndice, las amígdalas, por mencionar solamente dos, desempeñan en realidad importantes funciones biológicas.135 La evidencia de función estaba allá todo el tiempo, pero muchos científicos se sentían disuadidos por el paradigma existente de plantear las preguntas que hubieran desvelado la evidencia.

Más recientemente, uno de los mayores errores en la historia de la biología moderna puede resultar ser la creencia de que el genoma humano está repleto de «ADN basura». Se supone que la evolución darwinista está impulsada por mutaciones al azar en el ADN codificante de proteínas, y así, cuando se descubrió que la inmensa mayor parte de ADN no codifica proteínas, algunos darwinistas líderes saltaron a la conclusión de que el ADN no codificante de proteínas tenía que ser una mera «basura» dejada por el proceso evolutivo de manera parecida a algunos órganos vestigiales. No solo esto, sino que evolucionistas líderes desde el ateo Richard Dawkins al cristiano Francis Collins propusieron el «ADN basura» como prueba de que los seres humanos eran resultado de un proceso darwinista en lugar de producto de un diseño intencionado.136

Sin embargo, cuando algunos científicos comenzaron por fin a investigar más detenidamente el ADN no codificante, se quedaron estupefactos al constatar que la realidad no se correspondía con sus supuestos ideológicos. De hecho, durante la última década las revistas científicas han estado inundadas de nuevas investigaciones exponiendo la rica y diversa funcionalidad del denominado «ADN basura». Citando al biólogo Jonathan Wells: «Lejos de estar compuesto principalmente de basura que proporcione prueba contra un diseño inteligente, nuestro genoma se está desvelando como un sistema integrado multidimensional en el que el ADN no codificante de proteínas ejecuta una amplia diversidad de funciones».137 De nuevo, la evidencia de funcionalidad en el ADN no codificante de proteínas estuvo siempre ahí para ser descubierta; pero la evidencia no aparecía porque pocas personas estaban haciendo las preguntas correctas. Como Lewis observó de manera tan perspicaz, la aceptación de los paradigmas dominantes en ciencia como dogmas absolutos nos cegará acerca de cuánto podemos estarnos perdiendo acerca de la naturaleza. Un dogmatismo de esta especie engendra también una clase de autoritarismo científico incompatible con una sociedad libre, que Lewis reprendió con tanta elocuencia en libros como La Abolición del Hombre [The Abolition of Man] y Esa horrible fortaleza [That Hideous Strength].138
Desde esta máquina de escribir C. S.. Lewis vertió al papel muchas de sus sobrias reflexiones y muchas de sus geniales y meditadas fantasías.
Al resaltar las flaquezas tan humanas de la ciencia moderna, Lewis hizo su más importante contribución al debate sobre la teoría de la evolución. En esencia, Lewis legitimó el derecho a disentir de Darwin. Al resaltar los condicionantes no científicos de las revoluciones científicas, Lewis expuso que la evolución darwinista no debía ser privilegiada como alguna forma especial de conocimiento que ha de ser inmune al examen crítico. Al exponer cuán limitada es la ventana sobre la realidad que puede proporcionar una determinada teoría científica, validó el cuestionamiento continuado de la teoría darwinista de la evolución así como también otras teorías científicas.

De hecho, Lewis predijo que sería en parte por suscitar las preguntas idóneas que podría llegarse a reemplazar el actual modelo (el darwinista) de biología. Lo hace usando la analogía de someter a alguien a juicio: «Aquí, como en los tribunales, el carácter de la evidencia depende de la forma del cuestionamiento, y con sus repreguntas un buen interrogador puede hacer maravillas».139

Las palabras de Lewis resultaron proféticas. En 1991, el catedrático de leyes de la Universidad de California en Berkeley, Phillip Johnson, hizo precisamente lo que Lewis había descrito, al publicar su libro Proceso a Darwin [Darwin on Trial], que lanzó un interrogatorio exhaustivo a la evidencia convencional en favor del darwinismo ortodoxo.140 C. S. Lewis fue de nuevo vindicado: Un «buen interrogador» realmente «puede hacer maravillas». A la vez que desencadenó una oleada de protestas de parte de los líderes darwinistas, el libro de Johnson ayudó a inspirar a toda una nueva generación de científicos y filósofos a lanzar desafíos más y más sofisticados a la teoría darwinista así como a formular un nuevo argumento exponiendo el diseño inteligente en la naturaleza.

Igual que Lewis, Phillip Johnson comprendía que «la naturaleza da la mayor parte de sus datos como respuesta a las preguntas que le formulamos». Y reconocía la importancia crucial de plantear «las preguntas correctas» en los debates científicos —incluso cuando dichas preguntas puedan generar incomodidad o enfado en los guardianes del paradigma reinante.141

Aquellos que realmente quieran honrar el legado de C. S. Lewis en el área de la ciencia y de la sociedad harían bien en hacer lo mismo.142

Notas:

(109) Lewis, «The Funeral of a Great Myth», 87.

(110) Ibid., 88.

(111) Ibid.

(112) Ibid., 89.

(113) Estos materiales incluían Bernard Acworth, The Cuckoo; L. M. Davies, BBC Abuses Its Monopoly; L. M. Davies, Evolutionists Under Fire; Douglas Dewar, The Man from Monkey Myth; Douglas Dewar, Science and the BBC; y Evolution Protest Movement, Evolution: How the Doctrine Is Propagated in Our Schools. Todos estos materiales están conservados en la Wade Center Collection, Wheaton College.

(114) C. S. Lewis, «Is Theology Poetry?» 89 y «Funeral of a Great Myth», 85.

(115) Lewis, «Is Theology Poetry?» 89.

(116) Lewis, «Funeral of a Great Myth», 85.

(117) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 13 de septiembre de 1951, Collected Letters, vol. III, 138.

(118) Richard Dawkins, «Put Your Money on Evolution», The New York Times, 9 de abril de 1989, sección VII, 35.

(119) H. J. Muller, citado en J. Peter Zetterberg, editor, Evolution Versus Creationism: The Public Education Controversy (Oryx Press, 1983), 33-34.

(120) Douglas J. Futuyma, Evolutionary Biology, segunda edición (Sunderland, MA: Sinauer Associates, 1986), 15.

(121) Richard Lewontin, citado en Zetterberg, Evolution Versus Creationism, 31.

(122) Eugenie Scott, citada en Ed Stoddard, «Evolution gets added boost in Texas schools», Reuters.com, accedido el 19 de mayo de 2012, http://blogs.reuters.com/faithworld/2009/01/23/evolution-gets-added-boost-in-texas-schools/. Para la descripción que hace Eugenie Scott de sí misma como «evangelista de la evolución», véase Ronald L. Numbers, The Creationists: From Scientific Creationism to Intelligent Design, edición ampliada (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2006), 380.

(123) Francis Collins, «Prólogo» a Giberson, Saving Darwin, v, vii.

(124) Michael Peterson, «C. S. Lewis on Evolution and Intelligent Design» (2010), n. 29, 266.

(125) Lewis, «Funeral of a Great Myth», 83.

(126) Ibid., 85.

(127) Ejemplar de C. S. Lewis del libro de K. R. Popper, The Open Society and Its Enemies, vol. II — The High Tide of Prophecy: Hegel, Marx, and the Aftermath (Londres: Routledge & Kegan Paul), 388. Wade Center Collection, Wheaton College.

(128) C. S. Lewis, The Discarded Image (Cambridge: Cambridge University Press, 1964).

(129) Ibid., 15-16.

(130) Ibid.

(131) Ibid., 16, 17

(132) Ibid., 220.

(133) Ibid., 220-221.

(134) Ibid., 222-223.

(135) Véase Casey Luskin, «Vestigial Arguments about Vestigial Organs Appear in Proposed Texas Teaching Materials [Aparecen argumentos vestigiales sobre órganos vestigiales en materiales educativos propuestos en Texas]», Evolution News and Views, 20 de junio de 2011, accedido el 19 de mayo de 2012, http://www.evolutionnews.org/2011/06/vestigial_arguments_about_vest047341.html; David Klinghoffer, «Looks Like the Appendix isn't a 'Junk Body Part' After All [Parece que, después de todo, el apéndice no es un “órgano basura del cuerpo”]», Evolution News and Views, 4 de enero de 2012, accedido el 19 de mayo de 2012, http://www.evolutionnews.org/2012/01/now_its_the_app054761.html.

(136) Jonathan Wells, The Myth of Junk DNA [El mito del ADN basura] (Seattle: Discovery Institute Press, 2011), 19-20, 23-24, 98-100. En años recientes, Collins parece haber abandonado o al menos disminuido su soporte del paradigma del ADN basura. Véase Ibid., 98-100.

(137) Ibid., 9.

(138) C. S. Lewis, The Abolition of Man [La abolición del hombre] (Nueva York: Macmillan, 1955); That Hideous Strength [Esa horrible fortaleza] (Nueva York: Macmillan, 1965).

(139) Lewis, The Discarded Image, 223.

(140) Phillip E. Johnson, Darwin on Trial, segunda edición (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 1993). Véase en línea la edición en español de 2005, revisada en 2011, Proceso a Darwin.

(141) Véase Phillip E. Johnson, The Right Questions (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2002).

(142) Agradezco la investigación realizada por Jake Akins en la Wade Center Collection, Wheaton College, que contribuyó a este ensayo, y el permiso del Wade Center y de la C. S. Lewis Company para citar de algunos de los escritos inéditos de Lewis depositados en el Wade Center. Finalmente, deseo agradecer a Jay Richards, a Sonja West y a Cameron Wybrow sus reflexivos comentarios sobre un borrador de este ensayo.

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