Además de limitar su
aceptación de una descendencia común y de criticar la capacidad de una
selección natural no guiada, C. S. Lewis, a lo largo de su vida, atacó lo que
él denominaba «evolucionismo» o el «Mito» de la «Evolución». Esto era la
evolución como historia materialista de la creación que proporciona una
narrativa en competencia al monoteísmo tradicional. Pretendiendo incorporar los
descubrimientos de la ciencia moderna, este «Mito» enseña que el cosmos fue
precedido de «los infinitos vacío y materia moviéndose continuamente y sin
propósito alguno para producir lo que no sabía. Luego por alguna probabilidad
de millonésimas de millonésimas —¡qué trágica ironía!— las condiciones en un
punto en el espacio y tiempo burbujean para producir aquella diminuta
fermentación que llamamos vida orgánica». Contra la hostilidad de la naturaleza
y sin ninguna dirección o designio deliberados, la vida «se extiende, se
reproduce, se complica a sí misma ... desde la ameba asciende al reptil,
asciende al mamífero». Finalmente, «ahí sale un pequeño, desnudo, trémulo y
medroso bípedo, medio andando, aun no totalmente erguido, no prometiendo nada:
el producto de otra millonésima de millonésima de probabilidad. Su nombre en
este Mito es Hombre». Finalmente «se ha convertido en el verdadero Hombre. Aprende
a dominar la Naturaleza. Surge la ciencia, que disipa las supersticiones de su
infancia. Y va avanzando más y más para controlar su propio destino».109
Finalmente, la humanidad deviene «una raza de semidioses» con la ayuda del
darwinismo aplicado a la eugenesia, al psicoanálisis y a la economía. Entonces
«la vieja enemiga» Naturaleza regresa vengativa. El Sol se enfría, y la vida
queda «desterrada sin esperanza de volver procedente de ningún centímetro
cúbico del espacio infinito. Todo termina en la nada».110
«Yo crecí creyendo en
este Mito, y he sentido —y todavía percibo— su grandeza casi perfecta»,
observaba Lewis con cierta melancolía. «Que nadie diga que pertenecemos a una
edad carente de imaginación: ni los griegos ni los escandinavos inventaron
jamás una mejor historia».111 Para Lewis, el problema con este
«Mito» no es que no atraiga la imaginación, sino que es todo él imaginación y
carente de lógica. De hecho, contradice el mismo fundamento de la perspectiva
científica del mundo que pretende adoptar.
El método científico está
basado en la idea de que «las inferencias racionales son válidas», pero el Mito
socava la razón humana al describirla como «simplemente el subproducto
imprevisto e involuntario de un proceso inconsciente a una etapa de su
interminable devenir carente de propósito. Así, el contenido del Mito me
arrebata la única base sobre la que yo podría posiblemente creer que el Mito
sea cierto». La propia y punzante duda de Darwin vuelve a alzar la cabeza: «Si
mi propia mente es producto de lo irracional ... ¿cómo podré confiar en mi
mente cuando me habla acerca de evolución?».112
Lewis distinguía entre el
evolucionismo cósmico y la «ciencia» de la evolución, e inicialmente lo
atribuyó a las distorsiones de los divulgadores y periodistas más que a los
científicos mismos. Sin embargo, la distinción que hace Lewis entre evolución y
evolucionismo era algo artificiosa. A fin de cuentas, la esencia de la moderna
teoría científica de la evolución biológica es el darwinismo, y la esencia del
darwinismo es la aseveración de que la evolución es un proceso material carente
de dirección que procede sin plan ni previsión. Darwin mismo definió la
selección natural como sustituto del diseño inteligente. Al final, así, el
evolucionismo cósmico no parece ser una gran extrapolación a partir de la
teoría «científica» estándar de la evolución. De hecho, los rasgos principales
de lo que Lewis denominó evolucionismo quedaron incorporados en dicha teoría
científica desde el comienzo.
Lewis llegó finalmente a
comprender mejor hasta qué punto estaba imbricada la evolución como teoría
científica con lo que él había denominado evolucionismo. Mucha de la creciente
conciencia se debía probablemente a su correspondencia de 16 años con Bernard
Acworth, un líder del Movimiento de Protesta contra la Evolución en Gran
Bretaña. A partir de mediados de la década de 1940, Acworth comenzó a enviar a
Lewis libros y ensayos críticos de la teoría de Darwin, materiales que Lewis
leyó y conservó en su biblioteca privada.113
Poco después de entrar en
contacto con Acworth, Lewis llamó la atención a un comentario hecho por el
zoólogo evolucionista David Watson que parecía exponer el dogmatismo que
impulsaba las creencias de destacados científicos evolucionistas. «La
evolución», dijo el Profesor Watson, «... es aceptada por los zoólogos no
debido a que se haya observado que ocurre o ... se pueda demostrar su veracidad
mediante una evidencia lógicamente coherente, sino porque la única alternativa,
una creación específica, es claramente increíble».114 Lewis extrajo
esta cita de un artículo escrito por dos de los colegas de Acworth en el
Movimiento de Protesta de la Evolución. Lewis consideró «inquietante» el
comentario de Watson.115 Sin embargo, seguía confiando que «la
mayoría de los biólogos tienen una creencia más robusta en la evolución que el
Profesor Watson». En otro caso, «significaría que la única base para creer [en
la evolución] ... no es empírica sino metafísica —el dogma de un metafísico
amateur quee considera increíble la “creación específica”. Pero no creo que las
cosas hayan llegado realmente a este punto».116
Hacia 1951, Lewis no
estaba tan seguro. Acworth le envió un largo manuscrito crítico de la
evolución, y Lewis escribió respondiendo que había «leído casi la totalidad».
El manuscrito de Acworth hizo impacto. «Debo confesar que me ha sacudido», escribió
Lewis: «no en mi creencia en la evolución, que era de la clase más vaga e
intermitente, sino en mi creencia de que la cuestión carecía totalmente de
importancia». Lewis añadía que el punto más impactante para él era el
dogmatismo de los científicos evolucionistas que Ackworth citaba. «Lo que me
inclina ahora a creer que usted pueda tener razón al considerarla [a la
evolución] como la mentira central y radical en toda la red de falsedades que
ahora gobiernan nuestras vidas no son tanto sus argumentos contra la misma como
las actitudes fanáticas y retorcidas de sus defensores».117 Lewis ya
no podía mantener fácilmente que el evolucionismo era sencillamente algo
endosado a la ciencia evolucionista por extraños. Se sentía sobrecogido por el
dogmatismo y la intolerancia en aumento que observaba entre los evolucionistas,
que parecían tratar cualquier crítica de sus opiniones como un ataque contra la
misma ciencia.
Lewis tenía una
perspectiva acusadamente diferente de cómo debía ser la ciencia, y puso en
claro que una ortodoxia dogmática no formaba parte de ella. Desde el punto de
vista de Lewis, no había nada anticientífico en cuestionar aserciones
dogmáticas en nombre de la ciencia. Tal como llegó a apreciar de manera más
profunda en los últimos años de su vida, la empresa científica exige humildad y
una mente abierta para poder prosperar. Estas dos cualidades parecen a menudo
tristemente ausentes en las discusiones actuales sobre la teoría de la
evolución.
El legado más
importante de Lewis para el debate sobre la Teoría de la Evolución
«Se puede decir con toda
certidumbre que si uno se encuentra con alguien que afirma no creer en la
evolución, que esta persona es ignorante, estúpida, o que está loca (o que es
malvada, pero preferiría no considerar tal posibilidad)».118 Así lo
proclama el destacado biólogo evolucionista Richard Dawkins desde la misma
Universidad de Lewis, la de Oxford. Dawkins es a menudo tratado como un
personaje marginal debido a su ferviente
ateísmo, pero su punto de vista acerca de la irracionalidad de cuestionar la
evolución darwinista es cosa corriente en la comunidad de científicos
evolucionistas, donde abundan las declaraciones triunfalistas en el sentido de
que la evidencia de una evolución es demasiado abrumadora para cuestionarla.
Durante la vida misma de
Lewis encontramos al genetista evolucionista H. J. Muller que declaraba: «Tan
enorme, ramificada y congruente ha llegado a ser la evidencia que respalda la
evolución que si alguien pudiera ahora refutarla, mi concepto del orden del
universo quedaría tan sacudido que me llevaría a dudar incluso de mi propia
existencia»."119 O consideremos declaraciones de décadas más
recientes como la del biólogo evolucionista Douglas Futuyma («la aserción de
que los organismos han descendido con modificaciones a partir de antecesores
comunes ... no es una teoría. Es un hecho, tan real como el hecho de que la
tierra gira alrededor del sol»120) y el biólogo de Harvard Richard
Lewontin («Las aves surgieron de no aves y los humanos de no humanos. Nadie que
pretenda tener ninguna comprensión del mundo natural puede negar estos hechos
como tampoco puede negar que la tierra es redonda, que gira sobre su eje, y que
está en órbita alrededor del sol»121). Eugenie Scott, directora del
grupo de presión prodarwinista conocido como National Center for Science
Education, y que se autodenomina «una evangelista de la evolución», es
igualmente categórica: «No hay puntos débiles en la teoría de la evolución».122
Ninguno. Cero. Bienvenidos a la Iglesia del Fundamentalismo Darwinista y a su dogma
de la Infalibilidad Científica.
Tristemente, esta clase
de retórica desmesurada se da entre defensores tanto teístas como ateos del
darwinismo. Por ejemplo, el genetista cristiano Francis Collins condena a aquellos
otros cristianos que se muestran discrepantes de la evolución darwinista
acusándolos de mercadear con «mentiras» y de fomentar «un pensamiento
anticientífico».123 y, en todo ello, el teólogo Michael Peterson
asevera que «en realidad es totalmente justo decir que la evolución comparte
una posición igual con aquellos conceptos establecidos como la esfericidad de
la tierra, su traslación alrededor del sol, y la composición molecular de la
materia».124 ¿Captamos el mensaje? Quienquiera que critique la
teoría de Darwin es equivalente a alguien que crea que la tierra es plana, que
crea que el sol gira alrededor de la tierra, y que aparentemente no acepta
microscopios ni la tabla periódica de los elementos.
Es difícil pensar que
Lewis hubiera mostrado ninguna clase de simpatía para este tipo de baladronadas.
A fin de cuentas, él mismo cuestionaba grandes partes de la moderna teoría de
la evolución, incluyendo la capacidad de la selección natural para explicar la
mente, la moralidad y el desarrollo de complejas estructuras biológicas. Lewis
ciertamente concedía que la tesis de la evolución biológica era una «hipótesis
científica genuina» digna de discusión.125 Pero él distinguía claramente
en su propia mente una «hipótesis» de pretensiones dogmáticas de que algo sea
«un hecho fundamental». Lewis tenía muy claro qué a lo que se refería por
«hipótesis» era una interpretación de hechos basada en suposiciones; y una
hipótesis tiene que estar por ello siempre abierta a impugnaciones y a refutación.
A su modo de ver, «los verdaderos biólogos» (en oposición a los propagandistas)
reconocían que la evolución era simplemente una hipótesis, no una verdad
dogmática. «Cubre más de los hechos que cualquier otra hipótesis actualmente en
el mercado y por ello debe aceptarse a no ser o hasta que se pueda demostrar
que una nueva suposición cubre todavía más hechos con incluso menos
suposiciones».126
En la raíz de la buena
disposición de Lewis de cuestionar las pretensiones evolucionistas había un
sano escepticismo acerca de la empresa científica misma. Lewis respetaba la
ciencia moderna, y respetaba a los científicos modernos. Pero, a diferencia de
muchos defensores coetáneos de la evolución, él no se adhería a una perspectiva
simplista de la ciencia natural como fundamentalmente más autoritativa o menos
propensa a error que todos los demás campos de actividad humana.
Uno de los últimos libros
sobre ciencia que leyó Lewis antes de morir fue The Open Society and Its
Enemies [La sociedad abierta y sus enemigos], del filósofo Karl
Popper. Cerca del final del libro, Popper admite abiertamente la falta de
objetividad que se encuentra incluso en la ciencia experimental. Lewis subrayó
este pasaje:
Porque incluso nuestra experiencia experimental y de observación no
consiste de «datos». Se trata más bien de una red de suposiciones —de
conjeturas, expectativas, hipótesis con todo lo cual se entretejen saberes y
prejuicios aceptados, tradicionales, científicos y acientíficos. Simplemente,
no existe cosa tal como una experiencia pura experimental y de observación —
una experiencia no contaminada por la expectativa y por la teoría.127
La creciente conciencia
de Lewis de la falibilidad humana de la ciencia recibió una poderosa expresión en su último libro, The
Discarded Image [La imagen descartada] (1964).128 Publicado
póstumamente, el libro trata en apariencia acerca de la visión medieval del
mundo. Pero la naturaleza de la ciencia es uno de los temas subyacentes. Lewis
argumenta en el libro que las teorías científicas son «suposiciones», y que no
se deberían confundir con «hechos». Hablando de manera apropiada, las teorías
científicas intentan explicar tantos hechos como sea posible con tan pocas
suposiciones como sea posible. Pero, según Lewis, tenemos que reconocer siempre
que estas explicaciones pueden ser erróneas: «En cada edad será evidente para
los pensadores certeros que las teorías científicas, siendo que se llega a
ellas de la manera en que he descrito, nunca son exposiciones de los hechos».129
En contraste a esto, las teorías que buscan explicar esos hechos «nunca pueden
ser más que provisionales». «Tienen que ser abandonadas» si alguien piensa en
una «suposición» que pueda explicar «los fenómenos observados aun con menos
suposiciones, o, si descubrimos nuevos fenómenos» que la teoría anterior no
puede explicar «en absoluto».130 Lewis dijo que creía que «todos los
científicos reflexivos actuales» podrían reconocer esta verdad, aunque
no especuló acerca de cuántos «científicos reflexivos» existen en realidad. Él
creía que el mayor problema de dogmatismo científico estaba fuera de la
comunidad científica, donde «los medios de comunicación de masas ... han creado
en nuestro tiempo un cientificismo popular, una caricatura de las verdaderas
ciencias».131 Sin embargo, cualquier científico que se dé a tal
dogmatismo estaría, según Lewis, actuando de forma inapropiada.
Sin embargo, la parte
verdaderamente radical de la crítica de Lewis sobre la ciencia moderna estaba
aun por venir. En su epílogo de The Discarded Image, Lewis analiza a
fondo el giro desde el modelo medieval de la biología al moderno. Pronto se
hace evidente que él no cree que la evidencia empírica impulse las revoluciones
científicas. Lewis declara que la revolución darwinista en particular «desde
luego no fue producida por el descubrimiento de nuevos hechos».132
Lewis recordaba que en su
juventud «creía que “Darwin había descubierto la evolución” y que el
desarrollismo más general, radical e incluso cósmico ... era una
superestructura elevada sobre el teorema biológico. Este punto de vista ha sido
suficientemente refutado». Lo que realmente sucedió según Lewis fue que «La
demanda de un mundo en desarrollo —una demanda obviamente en armonía tanto con
el temperamento revolucionario como con el romántico» se había desarrollado
primero, y que cuando estuvo «plenamente desarrollada», los científicos «se
ponen a trabajar y descubren la evidencia sobre la que ahora se apoyaría nuestra
creencia en esta clase de universo».133
El punto de vista de
Lewis tiene implicaciones trascendentales para cómo consideramos los paradigmas
reinantes en ciencia en cualquier momento determinado —incluyendo la evolución
darwinista. «Ya no podemos tratar de manera simple el cambio de Modelos [en
ciencia] como un simple progreso del error a la verdad», razonaba Lewis.
«Ningún Modelo es un catálogo de realidades últimas, y ninguno es una mera
fantasía ... Pero ... cada uno refleja la psicología dominante de una edad casi
tanto como refleja el estado del conocimiento de aquella edad». Lewis añadía
que con ello «no quería decir en absoluto que estos nuevos fenómenos sean
ilusorios ... Pero la naturaleza da la mayor parte de sus datos como respuesta
a las preguntas que le planteamos».134
De modo que las
respuestas que recibimos de la naturaleza van dictadas por las preguntas que
hacemos, y las preguntas que hacemos van conformadas por las suposiciones y las
expectativas de las teorías científicas a que nos adherimos —suposiciones y
expectativas tomadas probablemente de unas actitudes culturales más amplias que
predataban a la evidencia científica que quieren interpretar. De ahí que hay un
gran potencial de que las teorías científicas incluso buenas nos cieguen a
aspectos cruciales de la realidad.
En ninguna parte es esto
más cierto que en el de la evolución darwinista, que se basa en la inviolable
suposición de que todo en biología ha de ser resultado de procesos materiales
carentes de guía. A lo largo del pasado siglo, esta suposición sin duda ha
inspirado muchos planteamientos interesantes para investigación y avances
científicos. A la vez, también indudablemente
ha desalentado y retardado muchos otros importantes planteamientos de
investigación. Ejemplos de ello los tenemos en la estéril obsesión darwinista
con los órganos «vestigiales» a lo largo del pasado siglo. Una y otra vez,
rasgos biológicos que no comprendemos plenamente han sido descartados por los
proponentes de la evolución darwinista como residuos no funcionales dejados por
un ciego proceso evolutivo. Una y otra vez aquellos investigadores que
finalmente se preocuparon en mirar descubrieron que estos rasgos supuestamente
«vestigiales» —el apéndice, las amígdalas, por mencionar solamente dos, desempeñan
en realidad importantes funciones biológicas.135 La evidencia de
función estaba allá todo el tiempo, pero muchos científicos se sentían
disuadidos por el paradigma existente de plantear las preguntas que hubieran
desvelado la evidencia.
Más recientemente, uno de
los mayores errores en la historia de la biología moderna puede resultar ser la
creencia de que el genoma humano está repleto de «ADN basura». Se supone que la
evolución darwinista está impulsada por mutaciones al azar en el ADN
codificante de proteínas, y así, cuando se descubrió que la inmensa mayor parte
de ADN no codifica proteínas, algunos darwinistas líderes saltaron a la
conclusión de que el ADN no codificante de proteínas tenía que ser una mera
«basura» dejada por el proceso evolutivo de manera parecida a algunos órganos
vestigiales. No solo esto, sino que evolucionistas líderes desde el ateo Richard
Dawkins al cristiano Francis Collins propusieron el «ADN basura» como prueba de
que los seres humanos eran resultado de un proceso darwinista en lugar de
producto de un diseño intencionado.136
Sin embargo, cuando
algunos científicos comenzaron por fin a investigar más detenidamente el ADN no
codificante, se quedaron estupefactos al constatar que la realidad no se
correspondía con sus supuestos ideológicos. De hecho, durante la última década
las revistas científicas han estado inundadas de nuevas investigaciones
exponiendo la rica y diversa funcionalidad del denominado «ADN basura». Citando
al biólogo Jonathan Wells: «Lejos de estar compuesto principalmente de basura
que proporcione prueba contra un diseño inteligente, nuestro genoma se está
desvelando como un sistema integrado multidimensional en el que el ADN no
codificante de proteínas ejecuta una amplia diversidad de funciones».137
De nuevo, la evidencia de funcionalidad en el ADN no codificante de proteínas
estuvo siempre ahí para ser descubierta; pero la evidencia no aparecía porque
pocas personas estaban haciendo las preguntas correctas. Como Lewis observó de
manera tan perspicaz, la aceptación de los paradigmas dominantes en ciencia
como dogmas absolutos nos cegará acerca de cuánto podemos estarnos perdiendo
acerca de la naturaleza. Un dogmatismo de esta especie engendra también una
clase de autoritarismo científico incompatible con una sociedad libre, que
Lewis reprendió con tanta elocuencia en libros como La
Abolición del Hombre [The Abolition of Man] y Esa
horrible fortaleza [That Hideous Strength].138
Desde esta máquina de escribir C. S.. Lewis vertió al papel muchas de sus sobrias reflexiones y muchas de sus geniales y meditadas fantasías.
Al resaltar las flaquezas
tan humanas de la ciencia moderna, Lewis hizo su más importante contribución al
debate sobre la teoría de la evolución. En esencia, Lewis legitimó el derecho a
disentir de Darwin. Al resaltar los condicionantes no científicos de las
revoluciones científicas, Lewis expuso que la evolución darwinista no debía ser
privilegiada como alguna forma especial de conocimiento que ha de ser inmune al
examen crítico. Al exponer cuán limitada es la ventana sobre la realidad que
puede proporcionar una determinada teoría científica, validó el cuestionamiento
continuado de la teoría darwinista de la evolución así como también otras
teorías científicas.
De hecho, Lewis predijo
que sería en parte por suscitar las preguntas idóneas que podría llegarse a
reemplazar el actual modelo (el darwinista) de biología. Lo hace usando la
analogía de someter a alguien a juicio: «Aquí, como en los tribunales, el carácter
de la evidencia depende de la forma del cuestionamiento, y con sus repreguntas un
buen interrogador puede hacer maravillas».139
Las palabras de Lewis
resultaron proféticas. En 1991, el catedrático de leyes de la Universidad de
California en Berkeley, Phillip Johnson, hizo precisamente lo que Lewis había
descrito, al publicar su libro Proceso a Darwin [Darwin
on Trial], que lanzó un interrogatorio exhaustivo a la evidencia
convencional en favor del darwinismo ortodoxo.140 C. S. Lewis fue de
nuevo vindicado: Un «buen interrogador» realmente «puede hacer
maravillas». A la vez que desencadenó una oleada de protestas de parte de los
líderes darwinistas, el libro de Johnson ayudó a inspirar a toda una nueva
generación de científicos y filósofos a lanzar desafíos más y más sofisticados
a la teoría darwinista así como a formular un nuevo argumento exponiendo el
diseño inteligente en la naturaleza.
Igual que Lewis, Phillip
Johnson comprendía que «la naturaleza da la mayor parte de sus datos como
respuesta a las preguntas que le formulamos». Y reconocía la importancia
crucial de plantear «las preguntas correctas» en los debates científicos
—incluso cuando dichas preguntas puedan generar incomodidad o enfado en los
guardianes del paradigma reinante.141
Aquellos que realmente
quieran honrar el legado de C. S. Lewis en el área de la ciencia y de la
sociedad harían bien en hacer lo mismo.142
Notas:
(109) Lewis, «The Funeral
of a Great Myth», 87.
(110) Ibid., 88.
(111) Ibid.
(112) Ibid., 89.
(113) Estos materiales
incluían Bernard Acworth, The Cuckoo; L. M. Davies, BBC Abuses Its
Monopoly; L. M. Davies, Evolutionists Under Fire; Douglas Dewar, The
Man from Monkey Myth; Douglas Dewar, Science and the BBC; y Evolution
Protest Movement, Evolution: How the Doctrine Is Propagated in Our Schools.
Todos estos materiales están conservados en la Wade Center Collection, Wheaton
College.
(114) C. S. Lewis, «Is
Theology Poetry?» 89 y «Funeral of a Great Myth», 85.
(115) Lewis, «Is Theology
Poetry?» 89.
(116) Lewis, «Funeral of
a Great Myth», 85.
(117) C. S. Lewis a Bernard
Acworth, 13 de septiembre de 1951, Collected Letters, vol. III, 138.
(118) Richard Dawkins, «Put
Your Money on Evolution», The New York Times, 9 de abril de 1989, sección
VII, 35.
(119) H. J. Muller, citado
en J. Peter Zetterberg, editor, Evolution Versus Creationism: The Public
Education Controversy (Oryx Press, 1983), 33-34.
(120) Douglas J. Futuyma,
Evolutionary Biology, segunda edición (Sunderland, MA: Sinauer
Associates, 1986), 15.
(121) Richard Lewontin, citado
en Zetterberg, Evolution Versus Creationism, 31.
(122) Eugenie Scott, citada
en Ed Stoddard, «Evolution gets added boost in Texas schools», Reuters.com, accedido
el 19 de mayo de 2012,
http://blogs.reuters.com/faithworld/2009/01/23/evolution-gets-added-boost-in-texas-schools/.
Para la descripción que hace Eugenie Scott de sí misma como «evangelista de la
evolución», véase Ronald L. Numbers, The Creationists: From Scientific
Creationism to Intelligent Design, edición ampliada (Cambridge, MA: Harvard
University Press, 2006), 380.
(123) Francis Collins,
«Prólogo» a Giberson, Saving Darwin, v, vii.
(124) Michael Peterson, «C.
S. Lewis on Evolution and Intelligent Design» (2010), n. 29, 266.
(125) Lewis, «Funeral of
a Great Myth», 83.
(126) Ibid., 85.
(127) Ejemplar de C. S.
Lewis del libro de K. R. Popper, The Open Society and Its Enemies, vol.
II — The High Tide of Prophecy: Hegel, Marx, and the Aftermath (Londres:
Routledge & Kegan Paul), 388. Wade Center Collection, Wheaton College.
(128) C. S. Lewis, The
Discarded Image (Cambridge: Cambridge University Press, 1964).
(129) Ibid., 15-16.
(130) Ibid.
(131) Ibid., 16, 17
(132) Ibid., 220.
(133) Ibid., 220-221.
(134) Ibid., 222-223.
(135) Véase Casey Luskin,
«Vestigial Arguments about Vestigial Organs Appear in Proposed Texas Teaching
Materials [Aparecen argumentos vestigiales sobre órganos vestigiales en
materiales educativos propuestos en Texas]», Evolution News and Views, 20
de junio de 2011, accedido el 19 de mayo de 2012,
http://www.evolutionnews.org/2011/06/vestigial_arguments_about_vest047341.html;
David Klinghoffer, «Looks Like the Appendix isn't a 'Junk Body Part' After All
[Parece que, después de todo, el apéndice no es un “órgano basura del cuerpo”]»,
Evolution News and Views, 4 de enero de 2012, accedido el 19 de mayo de 2012,
http://www.evolutionnews.org/2012/01/now_its_the_app054761.html.
(136) Jonathan Wells, The
Myth of Junk DNA [El mito del ADN basura] (Seattle: Discovery
Institute Press, 2011), 19-20, 23-24, 98-100. En años recientes, Collins parece
haber abandonado o al menos disminuido su soporte del paradigma del ADN basura.
Véase Ibid., 98-100.
(137) Ibid., 9.
(138) C. S. Lewis, The
Abolition of Man [La
abolición del hombre] (Nueva York: Macmillan, 1955); That Hideous
Strength [Esa
horrible fortaleza] (Nueva York: Macmillan, 1965).
(139) Lewis, The
Discarded Image, 223.
(140) Phillip E. Johnson,
Darwin on Trial, segunda edición (Downers Grove, IL: InterVarsity Press,
1993). Véase en línea la edición en español de 2005, revisada en 2011, Proceso a Darwin.
(141) Véase Phillip E.
Johnson, The Right Questions (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2002).
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