Halloween Costume ideas 2015

Darwin en el banquillo: La limitada aceptación de la descendencia común por parte de C. S. Lewis



La tesis de la Descendencia Común es la aseveración de que todos los organismos vivos en la actualidad descienden de uno o de unos pocos antecesores originales mediante un proceso que Darwin denominó «descendencia con modificación». Según esta idea, no sólo los humanos y los simios compartirían un antecesor, sino que esto también es cierto de los humanos, de las almejas y de los hongos. La Descendencia Común es un dogma sagrado entre los actuales proponentes de la teoría de la evolución, y se sostiene con un fervor casi religioso.

Está claro que C. S. Lewis creía que los cristianos pueden aceptar la evolución considerada como descendencia común sin violentar su fe. Esto es lo que Lewis quería decir cuando escribió al crítico de la evolución Bernard Acworth: «Creo que se puede seguir creyendo en el cristianismo, incluso si la evolución resulta cierta».18 Desde la perspectiva de Lewis, que Dios hubiera usado descendencia común para crear a los primeros seres humanos era algo irrelevante para la veracidad del cristianismo. Tal como escribía a un corresponsal durante sus últimos meses de vida, «No me inquieta si Dios hizo al hombre de la tierra, o si “tierra” significa meramente “anteriores milenios de organismos ancestrales”. Si los fósiles hacen probable que los antecesores físicos del hombre “evolucionaron”, no importa».19

En El Problema del Sufrimiento (1940), Lewis incluso ofrece una posible narrativa evolucionista del desarrollo de los seres humanos, aunque deja claro que está ofreciendo una especulación, no historia: «Si es legítimo conjeturar», escribe él, «propongo la siguiente imagen —un “mito” en el sentido socrático», que él define como «una narrativa no improbable», o «una narrativa de lo que pudiera haber sido la realidad histórica» (énfasis en el original). Lewis sugiere a continuación que «durante largos siglos Dios perfeccionó la forma animal que iba a devenir el vehículo de la humanidad y la imagen de Él mismo. ... La criatura puede haber existido durante eras ... antes que llegase a ser hombre».20 En algún otro escrito, Lewis parecía muy atraído por la idea de la recapitulación embriónica, la idea ahora desacreditada de que los seres humanos recapitulan la historia de su evolución a partir de animales inferiores en el vientre materno. Y en una carta a su amiga, la monja anglicana Hermana Penélope en 1952, menciona su anterior especulación de que el primer ser humano descendió de «dos antropoides».21

A pesar de todo lo anterior, Lewis no se lanzó con entusiasmo a abogar en favor del origen animal de los humanos. Cuando fue apremiado acerca de este tema por el crítico de la evolucción Bernard Acworth en la década de los 40, Lewis se echó atrás, contestando que su «creencia de que los Hombres en general tienen almas inmortales y racionales no me obliga o califica para sostener una teoría de su historia orgánica pre-humana — si es que hubo».22 Pocos años después, Lewis disfrutó con el desenmascaramiento del fraude del «Hombre de Piltdown». Originalmente pregonado como prueba del largamente buscado «eslabón perdido» entre simios y humanos, en la década de los 50 se descubrió que se trataba de un montaje hecho con el cráneo de un humano moderno, la quijada de un orangután y los dientes de un chimpancé.23 Lewis escribió a Bernard Acworth diciéndole que aunque no creía que se debiera explotar el escándalo, «no puedo dejar de compartir una especie de júbilo con usted acerca del desmoronamiento del pobre viejo Piltdown. ... es inevitable sentir lo divertido que sería si esto fuese sólo el comienzo de un cambio radical».24 A otro corresponsal escribió con estas palabras: «La detección del fraude de Piltdown fue algo divertido, ¿verdad?»25 Cosa curiosa, cuatro años antes de que se desvelase de manera definitiva que Piltdown era un frande, Lewis había ya publicado un poema en el que se calificaba al fósil como «el fraude de Piltdown».26 Y en su última historia de Narnia, acabada de escribir pocos meses después que el fraude de Piltdown hiciera titulares, presenta al villano como un simio que insiste que es realmente un ser humano —quizá un críptico comentario de Lewis sobre «el pobre viejo Piltdown».27

Sea cual fuere la posición final de Lewis sobre un ancestro animal de la raza humana, sería erróneo concluir que su aceptación de alguna clase de evolución humana lo situara en el campo de la biología evolutiva estándar, o siquiera de la evolución teísta estándar. En realidad, Lewis insistió en tres enormes excepciones a las explicaciones evolucionistas de la humanidad que le situaban bien fuera de la ortodoxia evolucionista, tanto entonces como ahora.

Una Caída Histórica

La primera excepción en que insiste Lewis en la evolución humana era su insistencia en una Caída del Hombre real a partir de un estado original de inocencia. En la teología cristiana, originalmente Dios creó a los seres humanos moralmente inocentes. Estos primeros humanos rechazaron después la voluntad de Dios para ellos, lo que resultó en la Caída desde la inocencia y armonía a una condición pecaminosa de la raza humana tal como la encontramos actualmente. Según la enseñanza cristiana histórica, no fueron solamente los seres humanos, sino la creación entera, que quedó manchada por el acto pecaminoso inicial del hombre. Fue para anular el impacto de la Caída que Dios se encarnó para salvarnos de nuestros pecados. Así, la Caída proporciona el necesario «antecedente» para Jesucristo y su muerte en la cruz.

Los evolucionistas teístas más destacados, no menos que los evolucionistas seculares, insisten en que una Caída histórica es incompatible con la teoría de la evolución estándar. En palabras del obispo anglicano John Shelby Spong, «Darwin ... destruyó el mito primario mediante el que habíamos narrado la historia de Jesús durante siglos. Este mito sugería que existió una creación acabada de la que nosotros, los seres humanos, habíamos caído al pecado, y que por ello necesitábamos una presencia divina que nos rescatase y nos elevase a ser aquello para lo que Dios nos había originalmente creado. Pero Charles Darwin dice que no hubo una creación perfecta». De modo que «no hubo una vida humana perfecta que luego se corrompiera y cayera en pecado ... Y por eso la historia de Jesús que acude a rescatarnos de la caída deviene una historia carente de sentido».28

Spong es notorio como liberal en teología, pero perspectivas semejantes están alcanzando preponderancia entre cristianos evangélicos proponentes de la evolución. Karl Giberson, uno de los cofundadores con Francis Collins  del grupo pro-evolución teísta BioLogos, repudia también la enseñanza tradicional de que «el pecado se origina en una acción libre de los primeros humanos» y que «Dios dio libre albedrío a los humanos, y que ellos lo emplearon para contaminar la creación entera».29 En su libro Saving Darwin [Salvando a Darwin], Giberson tiene una sección titulada «Disolviendo la Caída», en la que esencialmente argumenta que por cuanto los seres humanos fueron creados mediante evolución darwinista, nunca fueron moralmente buenos. Al contrario, fueron pecadores desde el mismo comienzo debido a que el proceso evolutivo está basado en el egoísmo: «El egoísmo ... impulsa el proceso evolutivo. Las criaturas desinteresadas murieron, y sus genes desinteresados perecieron con ellos. Los seres egoístas, que atendieron a sus propias necesidades de alimento, poder y sexo, florecieron y pasaron sus genes a su descendencia. Después de muchas generaciones, el egoísmo quedó tan plenamente programado en nuestros genomas que llegó a constituir una parte significativa de lo que ahora denominamos naturaleza humana».30 Francis Collins escribió un entusiasta prólogo para el libro de Giberson.

Lewis era bien consciente de los problemas que la teoría de la evolución estándar planteaba al concepto cristiano de la Caída. Su biblioteca personal incluía un ejemplar copiosamente subrayado de The Unveiling of the Fall [El descubrimiento de la Caída] (1923) por el Rev. C. W. Formby, que exponía de manera convincente la incompatibilidad entre la teoría de la evolución y la creencia cristiana tradicional de que los seres humanos y el mundo habían sido originalmente creados moralmente buenos.31 El subrayado del libro por parte de Lewis incluía el siguiente pasaje que explicaba a grandes rasgos la tendencia pecaminosa del proceso evolutivo como un todo: «Obviamente todo este proceso orgánico, si no es efectivamente generador de pecado, es, según sus principios naturales egocéntricos, desde luego conducente al pecado, y nunca ha cesado de manifestar señales de esta realidad».32 Por consiguiente, la perspectiva evolucionista, en su aplicación al hombre, «lo sitúa ante nosotros como ya cargado con una naturaleza inherentemente egocéntrica, dominado por aquellas estructuras instintivas del animalismo cuya abrumadora tendencia hacia el mal, incluso en la actualidad, después de siglos de civilización y control, sigue siendo a veces irresistible. De modo que esta teoría pone ante nosotros al hombre en una condición prácticamente caída desde el comienzo».33 El Rev. Formby consideraba que esta perspectiva era teológicamente insostenible porque nos obligaba a adoptar «la imposible creencia de que tanto el pecado como el sufrimiento llegaron a existir como un resultado prácticamente inevitable de la acción directa de Dios».34

A pesar de esta aparente incompatibilidad de la narrativa evolucionista con una sana teología, Formby se sentía remiso a rechazar tanto la Caída como la evolución. En lugar de ello, sacó el proverbial conejo de la chistera, y propuso una caída preorgánica de seres humanos.35 Esto es, adoptó el punto de vista de que los primeros seres humanos existieron primero como seres espirituales y que cayeron de la gracia antes de quedar encarnados en cuerpos. El dolor y sufrimiento causados por la evolución era así excusable porque los humanos, así como los animales, ya estaban caídos, y en un estado de caída Dios usa el dolor y sufrimiento para hacer que las criaturas caídas vuelvan a él. Lewis se abstuvo de adoptar la heterodoxa solución de Formby, aunque sí que sugirió que la caída de Satanás y de sus ángeles tuvo algo que ver con el dolor y sufrimiento entre los animales inferiores.36 Pero, por lo que a los humanos se refiere, Lewis insistió en que hubo una Caída real en el seno de la historia humana. Además dejó clara su opinión de que esta creencia no era negociable por parte de los cristianos ortodoxos.

Haciendo observar que «todavía no tengo claro que todas las teorías de la evolución efectivamente contradigan» la Caída, Lewis era enfático en la posición de que cualquier teoría de la evolución que niegue una Caída real es inaceptable: «Creo que el hombre ha caído del estado de inocencia en que fue creado: por tanto rechazo cualquier teoría que contradiga esto».37 Por consiguiente, Lewis tuvo el cuidado, en El Problema del Sufrimiento, de preservar una Caída histórica como parte de su hipotética narrativa de una evolución humana. De hecho, el título que puso al capítulo en el que aparece su narrativa evolutiva fue «La Caída del Hombre», y al final de este capítulo declaró que «la tesis de este capítulo es sencillamente que el hombre, como especie, se arruinó por su propia acción».38 Siguiendo la enseñanza cristiana tradicional, Lewis resaltó que el hombre, antes de la Caída, tenía una comunión con Dios sin ninguna clase de impedimentos. «Dios era el primer objeto de su amor y pensamiento, y esto sin ningún esfuerzo penoso. Con un movimiento cíclico perfecto, el ser, el poder y el gozo descendían de Dios al hombre en forma de don y volvían del hombre a Dios en forma de un amor obediente y de adoración extática».39 Lewis reconoce que un hombre anterior a la Caída podría parecer tosco si era «juzgado por sus artefactos, o quizá incluso por su lenguaje», y dice: «no dudo que si el hombre del Paraíso pudiera ahora aparecer ante nosotros, lo consideraríamos como un completo salvaje». Pero Lewis añadió que, tras mirarlo con más detenimiento, «los más santos entre nosotros ... caerían a sus pies».40

La descripción que da Lewis de la vida humana antes de la Caída es digna de una detenida atención. Él sugería que el hombre en su estado original vivía en completa armonía consigo mismo y con su entorno. Antes de la Caída, el juicio del hombre ejercía un completo control sobre sus apetitos. El sueño «no era el estupor en que caemos, sino un reposo querido y consciente». La duración de la vida estaba bajo el control del hombre: «como los procesos de deterioro y de reparación en sus tejidos eran similarmente conscientes y obedientes, puede que no sea fantasioso suponer que la duración de su vida fuese mayormente a su propia discreción». Y el hombre vivía en armonía con los animales: «En completo control de sí mismo, también controlaba todas las vidas inferiores con las que entraba en contacto. Incluso actualmente encontramos unos pocos individuos que tienen un misterioso poder para domar fieras. Este poder lo poseía de manera eminente el hombre del paraíso. La vieja pintura de las bestias brutas jugando delante de Adán y sirviéndole puede que no sea completamente simbólica».41

La descripción que da Lewis de la vida humana antes de la Caída se parece mucho al «Edén» literal descrito por la enseñanza cristiana histórica. Lewis se adhirió a la realidad esencial del Edén, como lo hizo también su íntimo amigo J. R. R. Tolkien, cuyas opiniones acerca de esta cuestión estuvieron influidas por Lewis. Según Tolkien, Edén no poseía una «historicidad de la misma clase que el Nuevo Testamento», pero existió en la realidad. «Génesis está separado por no sabemos cuántas muchas y tristes generaciones exiliadas a partir de la Caída, pero desde luego hubo un Edén en esta muy infeliz tierra. Todos lo anhelamos, y lo estamos vislumbrando constantemente; toda nuestra naturaleza en su mejor estado y cuanto menos corrompida, en su punto más dulce y más humanitaria, sigue impregnada del sentimiento del “exilio”.»42 Para Tolkien, cadda expresión de horror ante cualquier mal, así como cualquier recuerdo idílico de nuestra vida de hogar, «deriva de Edén. Hasta allí donde podamos retrotraernos, la parte más noble de la mente humana está repleta de los pensamientos de ... paz y buena voluntad, y del pensamiento de su pérdida».43 Tolkien se sentía indignado porque ciertos científicos hubieran intimidado a muchos cristianos a repudiar su creencia en la realidad de Edén: «Por lo que a Edén se refiere, creo que la mayoría de cristianos ... han sido sacudidos y empujados ahora durante algunas generaciones por los sedicentes científicos [que han] ... encerrado el Génesis en el desván de sus mentes como si fuese un mueble no muy actual, un poco avergonzados de tenerlo en la casa, sabéis, cuando la buena sociedad viene a visitar». Pero Tolkien añadió que ahora ya no se sentía «ni avergonzado ni dudoso» acerca de su creencia en «el mito del Edén”».44 Y atribuyó su cambio de parecer en parte a sus interacciones con Lewis.

Lewis tenía poca paciencia con aquellos evolucionistas (teístas o no) que aseveraban que la ciencia moderna hacía imposible creer en el original estado paradisíaco del hombre y en su subsiguiente caída. En el fondo de sus aserciones, para Lewis, había lo que él denominaba «la idolatría de los artefactos».45 —el presupuesto de que podemos discernir la moralidad o la inteligencia de los pueblos de la antigüedad en base a sus productos materiales. Lewis observaba que los fragmentos de cerámica o las puntas de lanza podrían exponer el estado primitivo de la tecnología de un pueblo prehistórico, pero no pueden en absoluto revelar el estado de la moralidad de aquella gente, ni siquiera de su inteligencia innata. Estos descubrimientos arqueológicos no nos dicen nada de si estos pueblos prehistóricos eran amables o valientes, o nobles, o justos. Nada nos dicen acerca de su capacidad poética o como cantores, y mucho menos acerca de innovaciones tecnológicas. «Lo que se aprende por prueba y error tiene que comenzar como tosco, sea cual sea el carácter del principiante», escribió Lewis. De modo que «la mismísima cazuela de barro que demostraría que su artífice era un zopenco si aparece después de milenios de hacer cazuelas» también «demostraría que su artífice era un genio si fue la primera cazuela jamás hecha en el mundo». Por consiguiente, la ciencia [legítima] no puede decir nada en favor o en contra de la doctrina de la Caída».46

Si Lewis descartaba las pretensiones de que la ciencia refutaba la Caída, era igual de escéptico acerca de los esfuerzos por reinterpretar la Caída para integrarla dentro de la historia evolutiva. En la imaginería evolucionista estándar (popularizada por el mismo Darwin en El Linaje del Hombre), los seres humanos comenzaron como brutos y sólo ganaron la moralidad y la religión después de una prolongada lucha por la supervivencia.47 Dada esta perspectiva del desarrollo de los seres humanos, no es sorprendente que algunos evolucionistas teístas hayan llegado a la conclusión de que si hubo una «Caída» en la historia evolutiva, tiene que haber sido una «caída hacia arriba», a una mayor madurez y responsabilidad de la especie que proponen los teólogos liberales desde Hegel y Kant. Por ejemplo, el pensador cristiano contemporáneo Brian McLaren argumenta que la Caída se comprende mejor no como una caída desde un estado más elevado de inocencia y bondad, sino como una «historia llena de comprensión de la llegada a la edad adulta» que representa «la primera etapa del ascenso en la progresión de los humanos desde la vida de cazadores y recolectores a la vida de los agricultores y más allá».48 McLaren reconoce ciertamente que la ascensión del hombre va marcada por luchas con el pecado. Pero parece creer que el pecado humano forma parte natural del plan de Dios para producir la madurez humana. Lewis dedica mucho de su novela Perelandra (1943) a criticar esta clase de pensamiento, y argumenta que el propósito de Dios era que los seres humanos progresasen al propio conocimiento y a la madurez mediante la obediencia, no la rebelión.49 Cuatroo años después, en su libro Miracles (1947), Lewis ridiculizaba a aquellos que «dicen que la historia de la Caída en Génesis no es literal, y que luego pasan a decir (les he oído yo mismo decirlo) que fue en realidad una caída hacia arriba —lo que es como decir que porque “tengo el corazón roto” contiene una metáfora, significa por ello “me siento muy alegre”. Francamente, este tipo de interpretación lo considero como una tontería».50

Lewis continuó defender la realidad de la Caída ante aquellos que tenían correspondencia con él. «No soy un Fundamentalista en el sentido estricto ... Pero con frecuencia estoy de acuerdo con los Fundamentalistas acerca de determinados pasajes cuya verdad literal es rechazada por muchos modernos», escribía Lewis a un corresponsal en 1955. Lewis prosiguió reafirmando su creencia en «la Caída» y se hizo eco de su argumento expresado en The Problem of Pain [El problema del sufrimiento] diciendo: «No veo que los descubrimientos de los científicos puedan decir nada en favor ni en contra. Observando cráneos o artículos de sílex si el hombre cayó o no». Luego remitía a su corresponsal a The Problem of Pain así como a «la obra The Everlasting Man, de G. K. Chesterton, que es excelente acerca de esta cuestión».51 A otro corresponsal que cuestionaba la base de la creencia de Lewis de que los humanos más primitivos vivieron no caídos en un estado paradisíaco, Lewis le contestó: «Usted conoce muy bien qué base tengo para aceptar la existencia del hombre paradisíaco —que forma parte del cristianismo ortodoxo».52

Un Adán literal

Lewis no solamente creía en una Caída histórica; también aceptaba la existencia literal de Adán y Eva, que era otra importante excepción a su consentimiento a una evolución humana. La aceptación por parte de Lewis de un Adán y Eva históricos es cosa ampliamente reconocida en la actualidad. El popular pastor cristiano Tim Keller, por ejemplo, escribe que «C. S. Lewis ... no creía en un Adán y Eva literales».53 Pero Keller está mal informado, al menos cuando se trata de las creencias cristianas de Lewis cuando se convirtió en cristiano. Mientras que Lewis era todavía un joven ateo en la década de 1920, desde luego que no creía en Adán y Eva, aunque era a la vez escéptico acera del darwinismo ortodoxo.54 Pero alrededor de la década de 1940 se mostraba evasivo, escribiendo en The Problem of Pain que «no sabemos cuántas de estas criaturas [no caídas] hizo Dios, ni cuánto tiempo persistieron en el estado paradisíaco».55 En privado, no era tan reticente. En una discusión en su casa a la que asistió una colega de Oxford, Helen Gardner, Lewis afirmó que la persona de la historia que más quería conocer en el cielo era Adán. Cuando Gardner protestó que «si realmente existió, históricamente, alguien a quien pudiésemos denominar «el primer hombre», sería una figura simiesca tipo Neandertal, cuya conversación no se imaginaba que pudiera ser interesante», se dice que Lewis contestó con desdén: «Veo que tenemos una darwinista entre nosotros».56

Valdrá la pena observar que en todas las obras de fantasía de Lewis, Adán y Eva son generalmente tratados como verdaderas figuras históricas, no como alegorías ni mitos, aunque los caracteres en las historias de Lewis están tratando de explicar verdades acerca del mundo «real». En las Crónicas de Narnia, los seres humanos son designados constantemente como «hijos de Adán» e «hijas de Eva», y durante la narración de Lewis de una historia de tentación en otro planeta en Perelandra, el héroe afirma repetidamente las enseñanzas de la teología tradicional al equivalente de Eva en aquel planeta, incluyendo una narración tradicional de Adán y Eva: «Hubo una vez, cuando comenzó nuestro mundo, que había en él sólo un hombre y una mujer, como tú y el Rey estáis en este. Y allí fue que se presentó [el Tentador] como se ha presentado ahora, hablando a la mujer. ... Y ella escuchó, e hizo aquello que Maleldil [Dios] le había prohibido. Pero de aquello no vino ningún gozo ni esplendor».57

Por otra parte, Lewis trató a Adán como una persona real en la historia en su propia correspondencia privada. A su amigo St. Giovanni Calabria, un sacerdote italiano, le escribió acerca de «la doctrina necesaria de que estamos sumamente unidos juntamente al igual con el pecador Adán y con el Justo, Jesús»,58 mientras que a otro corresponsal describía su novela Perelandra como el desarrollo de la «suposición» de que lo que sucedió a Adán y a Eva en la tierra podría suceder a otra primera pareja en algún otro lugar: «Supongamos, incluso ahora, que en algún otro planeta hubiera una primera pareja experimentando la misma [tentación] que experimentaron aquí Adán y Eva, pero que triunfen».59

Un proceso inconsciente no podría producir al Hombre

La última excepción de Lewis a la evolución humana era su insistencia en que el desarrollo de los seres humanos exigía mucho más que un proceso material inconsciente. En sus propias palabras, sus especulaciones acerca de una evolución humana «habían descrito a Adán como siendo, físicamente, hijo de dos antropoides, sobre el cual, después de nacer, Dios obró el milagro que lo convirtió en Hombre».60 En opinión de Lewis, la evolución darwinista podría quizá explicar la forma física del hombre; pero no podría explicar la mente del hombre, su moralidad, ni su alma eterna. Esto se debe a que se suponía que la fuerza impulsora del moderno darwinismo era el mecanismo inconsciente de la selección natural actuando sobre variaciones al azar, y Lewis era profundamente escéptico acerca de lo que un mecanismo inconsciente de este tipo podría realmente conseguir.

Notas:

(18) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 9 de diciembre de 1944, Collected Letters, vol. II, 633.

(19) C. S. Lewis a Joseph Canfield, 28 de febrero de 1955, carta inédita, Wade Center Collection, Wheaton College.

(20) C. S. Lewis, The Problem of Pain (New York: Macmillan, 1962), 76-77.

(21) C. S. Lewis a la Hermmana Penelope, Jan. 10, 1952, Collected Letters, vol. III, 157.

(22) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 23 de septiembre de 1944, reimprimido en Gary B. Ferngren y Ronald L. Numbers, «C. S. Lewis on Creation and Evolution: The Acworth Letters, 1944-1960», Perspectives on Science and Christian Faith 48 (marzo de 1996), accedido el 18 de mayo de 2012, http://www.asa3.org/AsA/PsCF/1996/PsCF3-96Ferngren.html.

(23) Para información adicional sobre el fraude de Piltdown, véase Frank Spencer, Piltdown: A Scientific Forgery (Nueva York: Oxford University Press, 1990).

(24) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 16 de diciembre de 1953, reimprimido en Ferngren y Numbers, «C. S. Lewis on Creation and Evolution».

(25) C. S. Lewis a Joseph Canfield, 28 de febrero de 1955.

(26) C. S. Lewis, «The Adam Unparadised» en Poems, editado por Walter Hooper (San Diego: 1964), 44. Este poema fue publicado originalmente en septiembre de 1949.

(27) Véase C. S. Lewis, The Last Battle (Nueva York: Macmillan, 1956). Hay versión en español, La Última Batalla.

(28) Entrevista con el Obispo John Shelby Spong, Compass [programa de televisión en la red ABC en Australia], 8 de julio de 2001, accedido el 18 de mayo de 2012, http://www.abc.net.au/compass/intervs/spong2001.htm.

(29) Giberson, Saving Darwin, 12.

(30) Ibid.

(31) C.S. Formby, The Unveiling of the Fall (Londres: Williams and Norgate, 1923).

(32) Ibid., 28.

(33) Ibid., 30.

(34) Ibid., 33.

(35) Ibid., xiv-xxiii, 34, 93-109, 177-187.

(37) C. S. Lewis a Bernard Acworth, Sept. 23, 1944.

(38) Lewis, Problem of Pain, 88. Hay versión en español, El Problema del Sufrimiento.

(39) Ibid., 78-79.

(40) Ibid., 79.

(41) Ibid., 78.

(42) J. R. R. Tolkien a Christopher Tolkien, 30 de enero de 1945, en The Letters of J. R. R. Tolkien, seleccionadas y editadas por Humphrey Carpenter (Boston: Houghton Mifflin Company, 1981), 109-110.

(43) Ibid., 110, énfasis en el original.

(44) Ibid., 109.

(45) Lewis, Problem of Pain, 74.

(46) Ibid.

(47) Véase el análisis de la explicación de la moralidad por parte de Darwin en John G. West, Darwin Day in America, 29-37.

(48) Brian D. McLaren, A New Kind of Christianity: Ten Questions that Are Transforming the Faith, edición en Kindle (HarperCollins e-Books, 2010), 49-50.

(49) C. S. Lewis, Perelandra (Nueva York: Macmillan, 1965).

(50) C. S. Lewis, Miracles: A Preliminary Study (New York: Macmillan, 1947), 95. Hay versión en español, Los Milagros.

(51) C. S. Lewis a Joseph Canfield, 28 de febrero de 1955.

(52) C. S. Lewis a Miss Jacob, July 3, 1951, carta inédita, Wade Center Collection, Wheaton College.

(53) Tim Keller, «Creation, Evolution and Christian Laypeople», www.biologos.org (febrero de 2011): 7, accedido el 19 de mayo de 2012, http://biologos.org/uploads/projects/Keller_ white_paper.pdf.

(54) En la entrada de su diario para el 18 de agosto de 1925, Lewis escribe que Maureen Moore le preguntó qué relación tenían Adán y Eva con la teoría de la evolución, y él replicó que «los relatos bíblico y científico eran alternativas. Ella me preguntó cuál creía yo. Le dije que el científico». All My Road Before Me: The Diary of C. S. Lewis, 1922-1927, editado por Walter Hooper (San Diego: Harcourt Brace Jovanovich, 1991), 361. Este fue el mismo mes en que Lewis expresó sus dudas acerca de las ideas de Darwin y Spencer a su padre.

(55) Lewis, Problem of Pain, 79.

(56) A. N. Wilson, C. S. Lewis: A Biography (Nueva York: W.W. Norton, 1990), 210.

(57) Lewis, Perelandra, 120.

(58) C. S. Lewis a Don Giovanni Calabria, 17 de marzo de 1953, Collected Letters, vol. III, 306.

(59) C. S. Lewis a Mrs. Hook, 29 de diciembre de 1958, Collected Letters, vol. III, 1004.

(60) C. S. Lewis a la Hermana Penelope, 10 de enero de 1952.

Publicar un comentario

MKRdezign

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Con la tecnología de Blogger.
Javascript DisablePlease Enable Javascript To See All Widget