La tesis de la
Descendencia Común es la aseveración de que todos los organismos vivos en la
actualidad descienden de uno o de unos pocos antecesores originales mediante un
proceso que Darwin denominó «descendencia con modificación». Según esta idea,
no sólo los humanos y los simios compartirían un antecesor, sino que esto
también es cierto de los humanos, de las almejas y de los hongos. La
Descendencia Común es un dogma sagrado entre los actuales proponentes de la
teoría de la evolución, y se sostiene con un fervor casi religioso.
Está claro que C. S.
Lewis creía que los cristianos pueden aceptar la evolución considerada como
descendencia común sin violentar su fe. Esto es lo que Lewis quería decir cuando
escribió al crítico de la evolución Bernard Acworth: «Creo que se puede seguir
creyendo en el cristianismo, incluso si la evolución resulta cierta».18
Desde la perspectiva de Lewis, que Dios hubiera usado descendencia común para
crear a los primeros seres humanos era algo irrelevante para la veracidad del
cristianismo. Tal como escribía a un corresponsal durante sus últimos meses de
vida, «No me inquieta si Dios hizo al hombre de la tierra, o si “tierra”
significa meramente “anteriores milenios de organismos ancestrales”. Si los
fósiles hacen probable que los antecesores físicos del hombre “evolucionaron”,
no importa».19
En El Problema del
Sufrimiento (1940), Lewis incluso ofrece una posible narrativa
evolucionista del desarrollo de los seres humanos, aunque deja claro que está
ofreciendo una especulación, no historia: «Si es legítimo conjeturar», escribe
él, «propongo la siguiente imagen —un “mito” en el sentido socrático», que él
define como «una narrativa no improbable», o «una narrativa de lo que pudiera
haber sido la realidad histórica» (énfasis en el original). Lewis sugiere a
continuación que «durante largos siglos Dios perfeccionó la forma animal que
iba a devenir el vehículo de la humanidad y la imagen de Él mismo. ... La
criatura puede haber existido durante eras ... antes que llegase a ser hombre».20
En algún otro escrito, Lewis parecía muy atraído por la idea de la
recapitulación embriónica, la idea ahora desacreditada de que los seres humanos
recapitulan la historia de su evolución a partir de animales inferiores en el
vientre materno. Y en una carta a su amiga, la monja anglicana Hermana Penélope
en 1952, menciona su anterior especulación de que el primer ser humano
descendió de «dos antropoides».21
A pesar de todo lo
anterior, Lewis no se lanzó con entusiasmo a abogar en favor del origen animal
de los humanos. Cuando fue apremiado acerca de este tema por el crítico de la
evolucción Bernard Acworth en la década de los 40, Lewis se echó atrás, contestando
que su «creencia de que los Hombres en general tienen almas inmortales y
racionales no me obliga o califica para sostener una teoría de su historia
orgánica pre-humana — si es que hubo».22 Pocos años después, Lewis disfrutó
con el desenmascaramiento del fraude del «Hombre de Piltdown». Originalmente
pregonado como prueba del largamente buscado «eslabón perdido» entre simios y
humanos, en la década de los 50 se descubrió que se trataba de un montaje hecho
con el cráneo de un humano moderno, la quijada de un orangután y los dientes de
un chimpancé.23 Lewis escribió a Bernard Acworth diciéndole que
aunque no creía que se debiera explotar el escándalo, «no puedo dejar de
compartir una especie de júbilo con usted acerca del desmoronamiento del pobre
viejo Piltdown. ... es inevitable sentir lo divertido que sería si esto fuese
sólo el comienzo de un cambio radical».24 A otro corresponsal
escribió con estas palabras: «La detección del fraude de Piltdown fue algo
divertido, ¿verdad?»25 Cosa curiosa, cuatro años antes de que se
desvelase de manera definitiva que Piltdown era un frande, Lewis había ya
publicado un poema en el que se calificaba al fósil como «el fraude de
Piltdown».26 Y en su última historia de Narnia, acabada de escribir
pocos meses después que el fraude de Piltdown hiciera titulares, presenta al
villano como un simio que insiste que es realmente un ser humano —quizá un
críptico comentario de Lewis sobre «el pobre viejo Piltdown».27
Sea cual fuere la
posición final de Lewis sobre un ancestro animal de la raza humana, sería
erróneo concluir que su aceptación de alguna clase de evolución humana lo
situara en el campo de la biología evolutiva estándar, o siquiera de la
evolución teísta estándar. En realidad, Lewis insistió en tres enormes
excepciones a las explicaciones evolucionistas de la humanidad que le situaban
bien fuera de la ortodoxia evolucionista, tanto entonces como ahora.
Una Caída Histórica
La primera excepción en
que insiste Lewis en la evolución humana era su insistencia en una Caída del
Hombre real a partir de un estado original de inocencia. En la teología
cristiana, originalmente Dios creó a los seres humanos moralmente inocentes.
Estos primeros humanos rechazaron después la voluntad de Dios para ellos, lo
que resultó en la Caída desde la inocencia y armonía a una condición pecaminosa
de la raza humana tal como la encontramos actualmente. Según la enseñanza
cristiana histórica, no fueron solamente los seres humanos, sino la creación
entera, que quedó manchada por el acto pecaminoso inicial del hombre. Fue para
anular el impacto de la Caída que Dios se encarnó para salvarnos de nuestros
pecados. Así, la Caída proporciona el necesario «antecedente» para Jesucristo y
su muerte en la cruz.
Los evolucionistas
teístas más destacados, no menos que los evolucionistas seculares, insisten en
que una Caída histórica es incompatible con la teoría de la evolución estándar.
En palabras del obispo anglicano John Shelby Spong, «Darwin ... destruyó el
mito primario mediante el que habíamos narrado la historia de Jesús durante
siglos. Este mito sugería que existió una creación acabada de la que nosotros,
los seres humanos, habíamos caído al pecado, y que por ello necesitábamos una
presencia divina que nos rescatase y nos elevase a ser aquello para lo que Dios
nos había originalmente creado. Pero Charles Darwin dice que no hubo una
creación perfecta». De modo que «no hubo una vida humana perfecta que luego se
corrompiera y cayera en pecado ... Y por eso la historia de Jesús que acude a
rescatarnos de la caída deviene una historia carente de sentido».28
Spong es notorio como
liberal en teología, pero perspectivas semejantes están alcanzando
preponderancia entre cristianos evangélicos proponentes de la evolución. Karl
Giberson, uno de los cofundadores con Francis Collins del grupo pro-evolución teísta BioLogos, repudia
también la enseñanza tradicional de que «el pecado se origina en una acción
libre de los primeros humanos» y que «Dios dio libre albedrío a los humanos, y
que ellos lo emplearon para contaminar la creación entera».29 En su
libro Saving Darwin [Salvando a Darwin], Giberson tiene una sección
titulada «Disolviendo la Caída», en la que esencialmente argumenta que por
cuanto los seres humanos fueron creados mediante evolución darwinista, nunca
fueron moralmente buenos. Al contrario, fueron pecadores desde el mismo
comienzo debido a que el proceso evolutivo está basado en el egoísmo: «El
egoísmo ... impulsa el proceso evolutivo. Las criaturas desinteresadas murieron,
y sus genes desinteresados perecieron con ellos. Los seres egoístas, que
atendieron a sus propias necesidades de alimento, poder y sexo, florecieron y
pasaron sus genes a su descendencia. Después de muchas generaciones, el egoísmo
quedó tan plenamente programado en nuestros genomas que llegó a constituir una
parte significativa de lo que ahora denominamos naturaleza humana».30
Francis Collins escribió un entusiasta prólogo para el libro de Giberson.
Lewis era bien consciente
de los problemas que la teoría de la evolución estándar planteaba al concepto
cristiano de la Caída. Su biblioteca personal incluía un ejemplar copiosamente
subrayado de The Unveiling of the Fall [El descubrimiento de la Caída]
(1923) por el Rev. C. W. Formby, que exponía de manera convincente la
incompatibilidad entre la teoría de la evolución y la creencia cristiana
tradicional de que los seres humanos y el mundo habían sido originalmente
creados moralmente buenos.31 El subrayado del libro por parte de
Lewis incluía el siguiente pasaje que explicaba a grandes rasgos la tendencia
pecaminosa del proceso evolutivo como un todo: «Obviamente todo este proceso
orgánico, si no es efectivamente generador de pecado, es, según sus principios
naturales egocéntricos, desde luego conducente al pecado, y nunca ha cesado de manifestar
señales de esta realidad».32 Por consiguiente, la perspectiva
evolucionista, en su aplicación al hombre, «lo sitúa ante nosotros como ya
cargado con una naturaleza inherentemente egocéntrica, dominado por aquellas
estructuras instintivas del animalismo cuya abrumadora tendencia hacia el mal,
incluso en la actualidad, después de siglos de civilización y control, sigue
siendo a veces irresistible. De modo que esta teoría pone ante nosotros al
hombre en una condición prácticamente caída desde el comienzo».33 El
Rev. Formby consideraba que esta perspectiva era teológicamente insostenible
porque nos obligaba a adoptar «la imposible creencia de que tanto el pecado
como el sufrimiento llegaron a existir como un resultado prácticamente
inevitable de la acción directa de Dios».34
A pesar de esta aparente
incompatibilidad de la narrativa evolucionista con una sana teología, Formby se
sentía remiso a rechazar tanto la Caída como la evolución. En lugar de ello,
sacó el proverbial conejo de la chistera, y propuso una caída preorgánica de
seres humanos.35 Esto es, adoptó el punto de vista de que los
primeros seres humanos existieron primero como seres espirituales y que cayeron
de la gracia antes de quedar encarnados en cuerpos. El dolor y sufrimiento
causados por la evolución era así excusable porque los humanos, así como los
animales, ya estaban caídos, y en un estado de caída Dios usa el dolor y
sufrimiento para hacer que las criaturas caídas vuelvan a él. Lewis se abstuvo
de adoptar la heterodoxa solución de Formby, aunque sí que sugirió que la caída
de Satanás y de sus ángeles tuvo algo que ver con el dolor y sufrimiento entre
los animales inferiores.36 Pero, por lo que a los humanos se
refiere, Lewis insistió en que hubo una Caída real en el seno de la historia
humana. Además dejó clara su opinión de que esta creencia no era negociable por
parte de los cristianos ortodoxos.
Haciendo observar que
«todavía no tengo claro que todas las teorías de la evolución efectivamente
contradigan» la Caída, Lewis era enfático en la posición de que cualquier
teoría de la evolución que niegue una Caída real es inaceptable: «Creo que el
hombre ha caído del estado de inocencia en que fue creado: por tanto rechazo
cualquier teoría que contradiga esto».37 Por consiguiente, Lewis
tuvo el cuidado, en El Problema del Sufrimiento, de preservar una Caída
histórica como parte de su hipotética narrativa de una evolución humana. De
hecho, el título que puso al capítulo en el que aparece su narrativa evolutiva
fue «La Caída del Hombre», y al final de este capítulo declaró que «la tesis de
este capítulo es sencillamente que el hombre, como especie, se arruinó por su
propia acción».38 Siguiendo la enseñanza cristiana tradicional,
Lewis resaltó que el hombre, antes de la Caída, tenía una comunión con Dios sin
ninguna clase de impedimentos. «Dios era el primer objeto de su amor y
pensamiento, y esto sin ningún esfuerzo penoso. Con un movimiento cíclico
perfecto, el ser, el poder y el gozo descendían de Dios al hombre en forma de
don y volvían del hombre a Dios en forma de un amor obediente y de adoración
extática».39 Lewis reconoce que un hombre anterior a la Caída podría
parecer tosco si era «juzgado por sus artefactos, o quizá incluso por su
lenguaje», y dice: «no dudo que si el hombre del Paraíso pudiera ahora aparecer
ante nosotros, lo consideraríamos como un completo salvaje». Pero Lewis añadió
que, tras mirarlo con más detenimiento, «los más santos entre nosotros ...
caerían a sus pies».40
La descripción que da
Lewis de la vida humana antes de la Caída es digna de una detenida atención. Él
sugería que el hombre en su estado original vivía en completa armonía consigo
mismo y con su entorno. Antes de la Caída, el juicio del hombre ejercía un
completo control sobre sus apetitos. El sueño «no era el estupor en que caemos,
sino un reposo querido y consciente». La duración de la vida estaba bajo el
control del hombre: «como los procesos de deterioro y de reparación en sus
tejidos eran similarmente conscientes y obedientes, puede que no sea fantasioso
suponer que la duración de su vida fuese mayormente a su propia discreción». Y
el hombre vivía en armonía con los animales: «En completo control de sí mismo,
también controlaba todas las vidas inferiores con las que entraba en contacto.
Incluso actualmente encontramos unos pocos individuos que tienen un misterioso
poder para domar fieras. Este poder lo poseía de manera eminente el hombre del
paraíso. La vieja pintura de las bestias brutas jugando delante de Adán y
sirviéndole puede que no sea completamente simbólica».41
La descripción que da
Lewis de la vida humana antes de la Caída se parece mucho al «Edén» literal
descrito por la enseñanza cristiana histórica. Lewis se adhirió a la realidad
esencial del Edén, como lo hizo también su íntimo amigo J. R. R. Tolkien, cuyas
opiniones acerca de esta cuestión estuvieron influidas por Lewis. Según Tolkien,
Edén no poseía una «historicidad de la misma clase que el Nuevo Testamento»,
pero existió en la realidad. «Génesis está separado por no sabemos cuántas
muchas y tristes generaciones exiliadas a partir de la Caída, pero desde luego
hubo un Edén en esta muy infeliz tierra. Todos lo anhelamos, y lo estamos vislumbrando
constantemente; toda nuestra naturaleza en su mejor estado y cuanto menos
corrompida, en su punto más dulce y más humanitaria, sigue impregnada del sentimiento
del “exilio”.»42 Para Tolkien, cadda expresión de horror ante
cualquier mal, así como cualquier recuerdo idílico de nuestra vida de hogar,
«deriva de Edén. Hasta allí donde podamos retrotraernos, la parte más noble de
la mente humana está repleta de los pensamientos de ... paz y buena voluntad, y
del pensamiento de su pérdida».43 Tolkien se sentía indignado porque
ciertos científicos hubieran intimidado a muchos cristianos a repudiar su
creencia en la realidad de Edén: «Por lo que a Edén se refiere, creo que la
mayoría de cristianos ... han sido sacudidos y empujados ahora durante algunas
generaciones por los sedicentes científicos [que han] ... encerrado el Génesis
en el desván de sus mentes como si fuese un mueble no muy actual, un poco
avergonzados de tenerlo en la casa, sabéis, cuando la buena sociedad viene a
visitar». Pero Tolkien añadió que ahora ya no se sentía «ni avergonzado ni
dudoso» acerca de su creencia en «el mito del Edén”».44 Y atribuyó
su cambio de parecer en parte a sus interacciones con Lewis.
Lewis tenía poca
paciencia con aquellos evolucionistas (teístas o no) que aseveraban que la
ciencia moderna hacía imposible creer en el original estado paradisíaco del
hombre y en su subsiguiente caída. En el fondo de sus aserciones, para Lewis,
había lo que él denominaba «la idolatría de los artefactos».45 —el
presupuesto de que podemos discernir la moralidad o la inteligencia de los
pueblos de la antigüedad en base a sus productos materiales. Lewis observaba
que los fragmentos de cerámica o las puntas de lanza podrían exponer el estado
primitivo de la tecnología de un pueblo prehistórico, pero no pueden en
absoluto revelar el estado de la moralidad de aquella gente, ni siquiera de su
inteligencia innata. Estos descubrimientos arqueológicos no nos dicen nada de
si estos pueblos prehistóricos eran amables o valientes, o nobles, o justos.
Nada nos dicen acerca de su capacidad poética o como cantores, y mucho menos
acerca de innovaciones tecnológicas. «Lo que se aprende por prueba y error
tiene que comenzar como tosco, sea cual sea el carácter del principiante»,
escribió Lewis. De modo que «la mismísima cazuela de barro que demostraría que
su artífice era un zopenco si aparece después de milenios de hacer cazuelas» también
«demostraría que su artífice era un genio si fue la primera cazuela jamás hecha
en el mundo». Por consiguiente, la ciencia [legítima] no puede decir nada en
favor o en contra de la doctrina de la Caída».46
Si Lewis descartaba las
pretensiones de que la ciencia refutaba la Caída, era igual de escéptico acerca
de los esfuerzos por reinterpretar la Caída para integrarla dentro de la
historia evolutiva. En la imaginería evolucionista estándar (popularizada por
el mismo Darwin en El Linaje del Hombre), los seres humanos comenzaron
como brutos y sólo ganaron la moralidad y la religión después de una prolongada
lucha por la supervivencia.47 Dada esta perspectiva del desarrollo
de los seres humanos, no es sorprendente que algunos evolucionistas teístas
hayan llegado a la conclusión de que si hubo una «Caída» en la historia
evolutiva, tiene que haber sido una «caída hacia arriba», a una mayor madurez y
responsabilidad de la especie que proponen los teólogos liberales desde Hegel y
Kant. Por ejemplo, el pensador cristiano contemporáneo Brian McLaren argumenta
que la Caída se comprende mejor no como una caída desde un estado más elevado
de inocencia y bondad, sino como una «historia llena de comprensión de la llegada
a la edad adulta» que representa «la primera etapa del ascenso en la progresión
de los humanos desde la vida de cazadores y recolectores a la vida de los
agricultores y más allá».48 McLaren reconoce ciertamente que la
ascensión del hombre va marcada por luchas con el pecado. Pero parece creer que
el pecado humano forma parte natural del plan de Dios para producir la madurez
humana. Lewis dedica mucho de su novela Perelandra (1943) a criticar
esta clase de pensamiento, y argumenta que el propósito de Dios era que los
seres humanos progresasen al propio conocimiento y a la madurez mediante la
obediencia, no la rebelión.49 Cuatroo años después, en su libro Miracles
(1947), Lewis ridiculizaba a aquellos que «dicen que la historia de la Caída en
Génesis no es literal, y que luego pasan a decir (les he oído yo mismo decirlo)
que fue en realidad una caída hacia arriba —lo que es como decir que porque
“tengo el corazón roto” contiene una metáfora, significa por ello “me siento
muy alegre”. Francamente, este tipo de interpretación lo considero como una
tontería».50
Lewis continuó defender
la realidad de la Caída ante aquellos que tenían correspondencia con él. «No
soy un Fundamentalista en el sentido estricto ... Pero con frecuencia estoy de
acuerdo con los Fundamentalistas acerca de determinados pasajes cuya verdad
literal es rechazada por muchos modernos», escribía Lewis a un corresponsal en 1955.
Lewis prosiguió reafirmando su creencia en «la Caída» y se hizo eco de su
argumento expresado en The Problem of Pain [El problema del
sufrimiento] diciendo: «No veo que los descubrimientos de los científicos
puedan decir nada en favor ni en contra. Observando cráneos o artículos de
sílex si el hombre cayó o no». Luego remitía a su corresponsal a The Problem
of Pain así como a «la obra The Everlasting Man, de G. K. Chesterton,
que es excelente acerca de esta cuestión».51 A otro corresponsal que
cuestionaba la base de la creencia de Lewis de que los humanos más primitivos
vivieron no caídos en un estado paradisíaco, Lewis le contestó: «Usted conoce
muy bien qué base tengo para aceptar la existencia del hombre paradisíaco
—que forma parte del cristianismo ortodoxo».52
Un Adán literal
Lewis no solamente creía
en una Caída histórica; también aceptaba la existencia literal de Adán y Eva,
que era otra importante excepción a su consentimiento a una evolución humana.
La aceptación por parte de Lewis de un Adán y Eva históricos es cosa
ampliamente reconocida en la actualidad. El popular pastor cristiano Tim
Keller, por ejemplo, escribe que «C. S. Lewis ... no creía en un Adán y Eva
literales».53 Pero Keller está mal informado, al menos cuando se
trata de las creencias cristianas de Lewis cuando se convirtió en cristiano. Mientras
que Lewis era todavía un joven ateo en la década de 1920, desde luego que no
creía en Adán y Eva, aunque era a la vez escéptico acera del darwinismo
ortodoxo.54 Pero alrededor de la década de 1940 se mostraba evasivo,
escribiendo en The Problem of Pain que «no sabemos cuántas de estas
criaturas [no caídas] hizo Dios, ni cuánto tiempo persistieron en el estado
paradisíaco».55 En privado, no era tan reticente. En una discusión
en su casa a la que asistió una colega de Oxford, Helen Gardner, Lewis afirmó
que la persona de la historia que más quería conocer en el cielo era Adán. Cuando
Gardner protestó que «si realmente existió, históricamente, alguien a quien
pudiésemos denominar «el primer hombre», sería una figura simiesca tipo
Neandertal, cuya conversación no se imaginaba que pudiera ser interesante», se
dice que Lewis contestó con desdén: «Veo que tenemos una darwinista entre
nosotros».56
Valdrá la pena observar
que en todas las obras de fantasía de Lewis, Adán y Eva son generalmente
tratados como verdaderas figuras históricas, no como alegorías ni mitos, aunque
los caracteres en las historias de Lewis están tratando de explicar verdades acerca
del mundo «real». En las Crónicas de Narnia, los seres humanos son designados
constantemente como «hijos de Adán» e «hijas de Eva», y durante la narración de
Lewis de una historia de tentación en otro planeta en Perelandra, el
héroe afirma repetidamente las enseñanzas de la teología tradicional al
equivalente de Eva en aquel planeta, incluyendo una narración tradicional de
Adán y Eva: «Hubo una vez, cuando comenzó nuestro mundo, que había en él sólo
un hombre y una mujer, como tú y el Rey estáis en este. Y allí fue que se
presentó [el Tentador] como se ha presentado ahora, hablando a la mujer. ... Y
ella escuchó, e hizo aquello que Maleldil [Dios] le había prohibido. Pero de
aquello no vino ningún gozo ni esplendor».57
Por otra parte, Lewis
trató a Adán como una persona real en la historia en su propia correspondencia
privada. A su amigo St. Giovanni Calabria, un sacerdote italiano, le escribió
acerca de «la doctrina necesaria de que estamos sumamente unidos juntamente al
igual con el pecador Adán y con el Justo, Jesús»,58 mientras que a
otro corresponsal describía su novela Perelandra como el desarrollo de
la «suposición» de que lo que sucedió a Adán y a Eva en la tierra podría
suceder a otra primera pareja en algún otro lugar: «Supongamos, incluso ahora,
que en algún otro planeta hubiera una primera pareja experimentando la misma
[tentación] que experimentaron aquí Adán y Eva, pero que triunfen».59
Un proceso
inconsciente no podría producir al Hombre
La última excepción de
Lewis a la evolución humana era su insistencia en que el desarrollo de los
seres humanos exigía mucho más que un proceso material inconsciente. En sus
propias palabras, sus especulaciones acerca de una evolución humana «habían
descrito a Adán como siendo, físicamente, hijo de dos antropoides, sobre el
cual, después de nacer, Dios obró el milagro que lo convirtió en Hombre».60
En opinión de Lewis, la evolución darwinista podría quizá explicar la forma
física del hombre; pero no podría explicar la mente del hombre, su moralidad,
ni su alma eterna. Esto se debe a que se suponía que la fuerza impulsora del
moderno darwinismo era el mecanismo inconsciente de la selección natural
actuando sobre variaciones al azar, y Lewis era profundamente escéptico acerca
de lo que un mecanismo inconsciente de este tipo podría realmente conseguir.
Notas:
(18) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 9 de diciembre de 1944, Collected
Letters, vol. II, 633.
(19) C. S. Lewis a Joseph Canfield, 28 de febrero de 1955, carta inédita,
Wade Center Collection, Wheaton College.
(20) C. S. Lewis, The Problem of Pain (New York: Macmillan, 1962),
76-77.
(21) C. S. Lewis a la Hermmana Penelope, Jan. 10, 1952, Collected Letters, vol. III, 157.
(22) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 23 de septiembre de 1944, reimprimido en
Gary B. Ferngren y Ronald L. Numbers, «C. S. Lewis on Creation and Evolution:
The Acworth Letters, 1944-1960», Perspectives on Science and Christian Faith
48 (marzo de 1996), accedido el 18 de mayo de 2012,
http://www.asa3.org/AsA/PsCF/1996/PsCF3-96Ferngren.html.
(23) Para información adicional
sobre el fraude de Piltdown, véase Frank Spencer, Piltdown: A Scientific
Forgery (Nueva York: Oxford University Press, 1990).
(24) C. S. Lewis a Bernard Acworth, 16 de diciembre de 1953, reimprimido en
Ferngren y Numbers, «C. S. Lewis on Creation and Evolution».
(25) C. S. Lewis a Joseph
Canfield, 28 de febrero de 1955.
(26) C. S. Lewis, «The
Adam Unparadised» en Poems, editado por Walter Hooper (San Diego: 1964),
44. Este poema fue publicado originalmente en septiembre de 1949.
(27) Véase C. S. Lewis, The Last Battle (Nueva York:
Macmillan, 1956). Hay versión en
español, La Última Batalla.
(28) Entrevista con el
Obispo John Shelby Spong, Compass [programa de televisión en la red ABC
en Australia], 8 de julio de 2001, accedido el 18 de mayo de 2012,
http://www.abc.net.au/compass/intervs/spong2001.htm.
(29) Giberson, Saving Darwin, 12.
(30) Ibid.
(31) C.S. Formby, The Unveiling of the Fall (Londres: Williams and
Norgate, 1923).
(32) Ibid., 28.
(33) Ibid., 30.
(34) Ibid., 33.
(35) Ibid., xiv-xxiii, 34, 93-109, 177-187.
(37) C. S. Lewis a Bernard Acworth, Sept. 23, 1944.
(38) Lewis, Problem of Pain, 88. Hay versión en español, El Problema del Sufrimiento.
(39) Ibid., 78-79.
(40) Ibid., 79.
(41) Ibid., 78.
(42) J. R. R. Tolkien a Christopher Tolkien, 30 de enero de 1945, en The
Letters of J. R. R. Tolkien, seleccionadas y editadas por Humphrey
Carpenter (Boston: Houghton Mifflin Company, 1981), 109-110.
(43) Ibid., 110, énfasis
en el original.
(44) Ibid., 109.
(45) Lewis, Problem of Pain, 74.
(46) Ibid.
(47) Véase el análisis de
la explicación de la moralidad por parte de Darwin en John G. West, Darwin
Day in America, 29-37.
(48) Brian D. McLaren, A New Kind of Christianity: Ten Questions that
Are Transforming the Faith, edición en Kindle (HarperCollins e-Books,
2010), 49-50.
(49) C. S. Lewis,
Perelandra (Nueva York: Macmillan, 1965).
(50) C. S. Lewis, Miracles: A Preliminary Study (New York:
Macmillan, 1947), 95. Hay versión en
español, Los Milagros.
(51) C. S. Lewis a Joseph
Canfield, 28 de febrero de 1955.
(52) C. S. Lewis a Miss Jacob, July 3, 1951, carta inédita, Wade Center Collection, Wheaton College.
(53) Tim Keller, «Creation, Evolution and Christian Laypeople»,
www.biologos.org (febrero de 2011): 7, accedido el 19 de mayo de 2012,
http://biologos.org/uploads/projects/Keller_ white_paper.pdf.
(54) En la entrada de su
diario para el 18 de agosto de 1925, Lewis escribe que Maureen Moore le
preguntó qué relación tenían Adán y Eva con la teoría de la evolución, y él
replicó que «los relatos bíblico y científico eran alternativas. Ella me
preguntó cuál creía yo. Le dije que el científico». All My Road Before Me: The
Diary of C. S. Lewis, 1922-1927, editado por Walter Hooper (San Diego:
Harcourt Brace Jovanovich, 1991), 361. Este fue el mismo mes en que Lewis expresó sus dudas acerca de las ideas de
Darwin y Spencer a su padre.
(55) Lewis, Problem of Pain, 79.
(56) A. N. Wilson, C. S. Lewis: A
Biography (Nueva York: W.W. Norton, 1990), 210.
(57) Lewis, Perelandra, 120.
(58) C. S. Lewis a Don Giovanni Calabria, 17 de marzo de 1953, Collected
Letters, vol. III, 306.
(59) C. S. Lewis a Mrs. Hook, 29 de diciembre de 1958, Collected Letters,
vol. III, 1004.
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