La única razón por la que los evolucionistas creen que este tejido blando tiene 520 millones de años es porque necesitan creerlo.
Un artrópodo fósil procedente de la explosión cámbrica retiene residuos carbonizados del cerebro. ¿Cómo es posible? ¿Cómo podría quedar ningún material original después de 520 millones de años? Este es el tema de un fascinante artículo de Karen Zusi en The Scientist, «To Retain a Brain: Exceptional neural fossil preservation helps answer questions about ancient arthropod evolution [Retención de un cerebro: Excepcional preservación fósil neural que ayuda a responder preguntas sobre la antigua evolución de los artrópodos]».
La foto introductoria muestra marcas oscuras en la roca, con el pie: «Este fósil de un euartrópodo cámbrico[«verdadero artrópodo» o «buen artrópodo»]», la Fuxianhuia protensa, exhibe trazas negras de tejido neural conservado». La historia de su descubrimiento hace 13 años despertó a una amodorrada comunidad paleontológica.
En 2002, Xiaoya Ma dedicaba la mayor parte de sus días en la Universidad de Yunnan en China extrayendo artrópodos fosilizados de sus rocosos sepulcros. Bajo un microscopio, rascaba sedimento con una aguja para revelar partes de los fósiles que no quedaban expuestas durante la extracción en el campo. En un espécimen determinado, un antecesor artrópodo gusanoide llamado Paucipodia inermis, Ma vio algunas formas insólitas mientras extraía material extraño de alrededor de la cabeza —se parecían a ganglios y a cordones nerviosos. «Inicialmente no me di cuenta de lo que eran», dice Ma. «Muy poco a poco fui dándome cuenta de que podría tratarse de estructuras cerebrales».
No lo sabía, pero Ma estaba a punto de galvanizar la disciplina de la neuropaleontología —el estudio decerebros fosilizados y de su contexto evolutivo. Había investigadores que habían publicado breves descripciones de restos de tejidos neurales fosilizados ya en época tan temprana como los 1970s, pero esas notas parentéticas quedaron por debajo del radar, siendo que la mayor parte de paleontólogos los consideraron como mucho como curiosidades. Ma publicó su manuscrito en el que describía el fósil P. inermis en 2004, e incluyó sólo un pequeño párrafo acerca del tejido neural (Lethaia, 37:235–44, 2004).Pero esta vez captó la atención de alguien.
Este alguien era Nicholas Strausfeld (Universidad de Arizona), que estaba escribiendo un libro sobre la evolución del cerebro. Compartió esta noticia con Gregory Edgecombe, un paleontólogo en el Museo de Historia Natural de Londres. Desde entonces han surgido más ejemplos. Ma y Strausfeld volvieron a China en 2012, donde se había descubierto el espécimen original, y entonces:
En su último día allí, Ma y Strausfeld examinaron el fósil. «Lo examiné con el microscopio, y dije: “[expletivo],esto es el cerebro perfecto, y es maravilloso”», dice Strausfeld.
El equipo publicó una nueva descripción del fósil de la F. Protensa en 2012, dedicando todo el manuscrito al cerebro del espécimen (Nature, 490:258–61, 2012). El sistema nervioso de la F. protensa se parecía muy de cerca a los modernos mandibulados, que incluyen a los insectos y crustáceos; esas similitudes,afirmaban los investigadores, sugerían que las características claves del sistema nervioso del grupo se desarrollaron mucho antes de lo que se creía hasta ahora.
(Véase la entrada —en inglés— en 11/10/12 sobre esta cuestión.) Lo más interesante fue la reacción inicial de los científicos evolucionistas respecto a este descubrimiento.
El artículo incitaba a la comunidad científica más amplia a comentar acerca de cerebros fosilizados esencialmente por primera vez —pero no toda la atención recibida fue positiva. Al cabo de media hora dela publicación del artículo, dice Ma, ya había recibido un correo electrónico de unos cuantos de sus colegas en los EUA. «Básicamente, dijeron que “Es imposible que el tejido neural se preserve en fósiles”.»También recibió reacciones contrapuestas al presentar sus resultados en conferencias más tarde aquel año. «Recibimos muchas críticas», recuerda Strausfeld.
La fosilización de tejidos neurales era suficientemente excepcional para que el escepticismo estuviera muy extendido. «La realidad de esas colecciones es que el 99 por ciento no preservará el sistema nervioso», dice Edgecombe. Para que el sistema nervioso se fosilice, los animales tienen que ser sepultados en una serie de capas sedimentarias que lentamente compriman sus cuerpos. El sedimento fuerza el agua afuerade las capas de los tejidos y excluye el oxígeno, lo que impide que la mayoría de las bacterias puedan descomponer el material orgánico. Si todo va bien, lo que queda es un espécimen desprovisto de agua y aplanado, con algunos tejidos blandos preservados como finas películas de carbono.
Otro evolucionista quedó convencido de que era algo genuino, y encontró más artrópodos cámbricos con cerebros conservados:
Este creciente cuerpo de literatura impulsó a Javier Ortega-Hernández, paleobiólogo en la Universidad de Cambridge, aexaminar sistemáticamente las colecciones en el Instituto Smithsoniano y en el Real Museo de Ontario en pos detejidos neurales fosilizados durante 2014. «Me pareció que su argumento para identificar el cerebro, aunque no estaba de acuerdo con todas sus interpretaciones, era bien convincente», dice Ortega-Hernández. «Realmente me convenció de la idea de que el tejido neural podía quedar conservado.» Ortega-Hernández publicó investigaciones en 2015 describiendo el Helmetia expansa, un trilobites, y la Odaraia alata, un crustáceo, usando tejido de cerebro fosilizado para clarificar la evolución de sus cabezas (Curr Biol, 25:1625–31, 2015).
Buscando más pruebas, Ma volvió en 2014 y descubrió otros diez fósiles con tejido blando del cerebro preservado, incluso con nervios ópticos.
«Exhibimos una evidencia realmente sólida de que una cantidad de especímenes conservaban estructuras neurales»,dice Ma (Curr Biol, 25:2969–75, 2015). El grupo también realizó experimentos para simular la fosilización en arcilla, exhibiendo los mecanismos mediante los que se puede retener tejido neural (Philos Trans. R. Soc Lond Biol Sci, 370:doi:10.1098/rstb.2015.0286, 2015). Publicaron ambos resultados el año pasado —y Strausfeld cree que esto llevó a un cambio de rumbo. «La gente comienza a aceptar que los cerebros pueden fosilizarse.»
Ortega-Hernández se muestra de acuerdo. «[La conservación neural] es excepcional e infrecuente, pero también lo son los dinosaurios emplumados», dice. «No hay razón lógica para que sea imposible.»
Los datos están ahí. ¿Qué harán los evolucionistas con todo ello?
Aquí juegan varios temas que iluminan el prejuicio de los científicos evolucionistas materialistas. Para empezar, los descubrimientos se remontan a la década de 1970, hace más de 40 años, pero se mantuvieron «por debajo del radar» porque nadie estaba esperando tejidos blandos; estaba fuera del ámbito de sus posibilidades. Segundo, los fósiles parecen haber sido sepultados por una gran inundación de modo que múltiples capas aplastaron rápidamente estos seres y eliminaron toda presencia de oxígeno, impidiendo que las bacterias se introdujeran en los animales sepultados —y sin embargo, desde que esos estratos quedaron expuestos, deberían haber quedado sometidos a las fuerzas destructoras durante un lapso de tiempo significativo. Tercero, cuando las pruebas resultaron concluyentes, la primera reacción que tuvieron fue: «¡Imposible”» El buzón de Ma comenzó a llenarse de correos electrónicos en el espacio de media hora de la publicación, donde se le instruía acerca de lo que es posible y de lo que no lo es, como si ella no debiera creer a sus propios ojos.
Cuarto, y lo más interesante, es que los evolucionistas no pueden ver o tolerar una refutación de la estructura de su visión del mundo. Para cualquier científico racional que comprende las capacidades destructoras de la bioturbación, del oxígeno y de las bacterias para perturbar los fósiles, ¡debería ser claramente imposible creer que un tejido fósil pueda sobrevivir durante 520 millones de años! Incluso unos pocos miles de años de conservación causarían asombro. Entonces, ¿qué hacen con los datos? Sencillamente, incorporan la anomalía en su sistema de creencias. Es como el chiste acerca de aquel hombre que creía que estaba muerto. Su médico le preguntó: «A ver, ¿acaso sangran los muertos?» El hombre respondió: «No, claro, los muertos no sangran» —a lo que el médico lo pinchó con una aguja, y los dos contemplaron que salía sangre. «¡Pues qué cosas!» —exclamó el paciente mental: «¡Resulta que los muertos sí que sangran!» Podríamos acabar este chiste con una historia acerca de cómo el paciente emprendió luego publicar un artículo de investigación sobre las exudaciones hematológicas de muertos andantes, publicado por las correspondientes revistas del consenso científico.
Es esta clase de reacción la que observamos aquí. Estos datos se enfrentan a todo lo que creen esos evolucionistas. Para empezar, ¡el tejido carbonizado no puede mantenerse en el mismo lugar durante cientos de millones de años! Esto debería ser evidente. Segundo, los fósiles muestran la misma estructura neural que los artrópodos vivos, de modo que, ¿dónde está la evolución en todo este tiempo? Razonando a partir de principios bien aceptados de la filosofía de la ciencia, la evolución darwinista y el tiempo geológico profundo quedan refutados por incluso uno solo de esos especímenes. Pero, ¿qué hacen los evolucionistas? Primero, lo dejan de lado Luego, dicen que es imposible. Finalmente, se entusiasman acerca de lo que estos fósiles pueden enseñarles acerca de «la evolución del cerebro de los artrópodos». Es fácil ver cómo hay motivo para frustrarse con el llamado «consenso científico».
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