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Mecanismos de la evolución: ¿Una lucha absurda por la supervivencia?




Introducción

Según la teoría de la evolución (transformista), los seres vivos han debido su existencia a la casualidad, y se han desarrollado como consecuencia de meros efectos concurrentes. Aproximadamente hace unos 3,8oo millones de años, cuando, se dice, no existían organismos vivos sobre la tierra, los primeros organismos unicelulares procariontes (prokaryotes) surgieron. A través del tiempo, surgieron otras células más complejas, llamadas eucariontes (eukaryotes) y así los organismos pluricelulares pudieron existir. En otras palabras, según el darwinismo, las fuerzas de la naturaleza construyeron a partir de la simple materia inanimada, elementos y diseños altamente complejos e impecables.

Al evaluar esta afirmación, uno debería considerar primero si tales fuerzas existen realmente en la naturaleza. Más explícitamente, ¿son estos realmente mecanismos naturales y que pueden llevar a cabo una “evolución”, según el escenario darwiniano?

El modelo neo darwinista, el cual tomaremos como la principal corriente en la actualización de la teoría evolucionista (transformista), dice que la vida fue posible mediante dos mecanismos: la selección natural y la mutación. La teoría básicamente sostiene que la selección natural y la mutación son dos mecanismos complementarios. El origen de las modificaciones evolucionistas yace en mutaciones aleatorias que toman lugar en las estructuras genéticas de los seres vivos. Los rasgos obtenidos a través de mutaciones son escogidos por el mecanismo de la selección natural, y por estos medios es que los seres vivos evolucionan. Sin embargo, cuando miramos más detenidamente en esta teoría, encontramos que no existe tal mecanismo evolucionista (transformista). Tampoco observamos que la selección natural ni las mutaciones puedan causar que las diferentes especies evolucionen (se transformen) de una especie a otra, y la afirmación de que sí pueden, es totalmente infundada.

¿Una lucha absurda por la supervivencia?

La conjetura esencial de la teoría de la selección natural sostiene que existe una feroz batalla por la supervivencia en la naturaleza, y que cada ser viviente sólo ve por sí mismo. En la época en que Darwin propuso esta teoría, las ideas de Thomas Malthus, el británico de la teoría económica clásica, fueron una muy importante influencia en él. Malthus sostenía que los seres humanos estaban sumergidos en una inevitable y constante batalla por la supervivencia, basando sus observaciones en el supuesto hecho de que la población, y por lo tanto sus necesidades de recursos alimenticios, se incrementa geométricamente, mientras que los recursos alimenticios sólo se incrementan aritméticamente. El resultado es que el tamaño de la población está inevitablemente controlada por factores ambientales, como la hambruna y las enfermedades. Darwin adaptó la visión malthusiana de la feroz lucha por la supervivencia entre los seres humanos al total de la naturaleza, y afirmó que la “selección natural” es consecuencia de esta lucha.


Darwin había sido influenciado por Thomas Malthus cuando desarrolló su tesis de la batalla por la supervivencia. Pero las observaciones y experimentos suministrados por Malthus eran erróneos.


Sin embargo, estudios posteriores revelaron que no existía tal cosa como una lucha por la supervivencia en la naturaleza y como lo había propuesto Darwin. Como resultado de una extensiva investigación en grupos de animales, efectuada en las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado, el zoólogo británico V. C. Wynne-Edwards, concluyó que los seres vivos equilibran sus poblaciones de una forma muy interesante, la cual previene la competencia por la comida. Los grupos de animales manejan sus poblaciones sobre la base de sus recursos alimenticios. En otras palabras, los animales controlan su número de población, no por medio de una feroz competencia, como Darwin sugirió, sino limitando su reproducción. [8]


Incluso las plantas exhibían ejemplos de control de población, lo cual invalidaba la sugerencia de Darwin de que la selección implicaba competencia. Las observaciones del botánico A. D. Bradshaw indicaron que durante su reproducción, las plantas se comportaban de acuerdo a la “densidad” de lo ya plantado o germinado, y limitando su reproducción si el área ya estaba muy saturada por otras plantas [9]. Por otro lado, se observaron ejemplos de auto sacrificio en animales como hormigas y abejas, mostrando así, algo completamente opuesto a la lucha darwinista por la supervivencia.

[Nota del traductor: es necesario apuntar y precisar que lo dicho por Malthus respecto a la población y los recursos alimenticios es falso, pues desde que él realizó esta proposición, en realidad la población humana ha crecido 38 veces, mientras que la producción alimenticia ha crecido 133 veces. Si hoy observamos altos precios y cierta escasez de alimentos, tan sólo es por un control sin escrúpulos de la oferta de alimentos para mantenerlos a un precio constante y no porque realmente no exista una producción capaz de satisfacer a una gran densidad de población. Por lo que el control de densidad poblacional también se vuelve algo altamente cuestionable.]

En años recientes, la investigación ha descubierto más respecto a este auto sacrificio, incluso en las bacterias, en estos seres sin cerebro o sistema nervioso, totalmente desprovistos de alguna capacidad de pensamiento, mueren por voluntad para salvar a otras bacterias cuando son invadidas por virus [10].


Estos ejemplos seguramente invalidarían la conjetura básica de la selección natural y su lucha absoluta por la supervivencia. Es verdad que existe competencia en la naturaleza, sin embargo, existen claros ejemplos de auto sacrificio y solidaridad también.


REFERENCIAS
[8] V. C. Wynne-Edwards, “Self Regulating Systems in Populations of Animals, Science, vol. 147, 26 March 1965, pp. 1543-1548; V. C. Wynne-Edwards, Evolution Through Group Selection, London, 1986.
[9] A. D. Bradshaw, “Evolutionary significance of phenotypic plasticity in plants,” Advances in Genetics, vol. 13, pp. 115-155; cited in Lee Spetner, Not By Chance!: Shattering the Modern Theory of Evolution, The Judaica Press, Inc., New York, 1997, pp. 16-17.
[10] Andy Coghlan “Suicide Squad”, New Scientist, 10 July 1999.

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