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El Origen de las Naciones: Tablas genealógicas


INTRODUCCIÓN

S
ON TAN GRANDES las dificultades para dilucidar, en esta etapa tardía de la historia humana, los orígenes y las relaciones de las diversas razas de la humanidad, que muchos abrigarían dudas de que ni siquiera valga la pena intentarlo en absoluto. Incluso un examen superficial de un volumen como Races of Europe, de Coon[1], revelará en el acto que la mezcla racial ya ha avanzado hasta tal punto que en casi cualquier lugar del mundo se pueden encontrar individuos o grupos humanos representativos de todas las líneas raciales o subraciales actualmente reconocidas, entremezclados de forma general. Proponer, frente a esta evidencia, que mediante la Tabla de las Naciones en Génesis se puedan exponer los orígenes, relaciones y pautas de dispersión de estas líneas raciales, parece a primera vista absurdo.
Sin duda alguna, se nos acusará de una excesiva simplificación. Pero en cierto sentido esto puede constituir una ventaja en este caso, porque permite que se ignoren ciertos factores que llevan a complicaciones y se puede evitar quedar completamente abrumados por los detalles, lo que permite exponer una alternativa inteligible a las actuales teorías etnológicas, que creo que explica mejor la distinción tanto de los restos fósiles del hombre prehistórico como también de los actuales grupos raciales. Así, existe una cierta justificación para presentar el bosquejo sumamente simplificado que aparece en este artículo.
Una segunda observación que desearía resaltar es que, en esta clase de investigación, lo que constituye evidencia en favor, o prueba virtual, de una tesis, depende mucho de la inclinación del lector. ¡Demostrar que la tierra es plana exigiría un gran peso de evidencia! Más aun, la mayoría de las personas pensarían que ninguna cantidad de evidencia sería suficiente. Pero confirmar que la tierra es redonda demandaría bien poca evidencia. Así, que un ítem de prueba se considere como convincente o no depende a menudo no tanto de su peso intrínseco, sino de si sirve de apoyo a la opinión comúnmente aceptada.
Creo que cualquiera que acepte las Escrituras como la piedra de toque de la Verdad, incluso cuando sus llanas declaraciones parezcan contradichas por los hallazgos razonablemente seguros de la investigación secular, no demandará la misma clase de prueba para que tenga peso. Si los hijos de Jafet son, como propondremos, la población de Europa (y de parte del norte de la India, etc.) como se implica en Génesis 10, entonces una ligera evidencia confirmadora tenderá a decidir la cuestión para los que ya lo creen, en tanto que ninguna cantidad de evidencia decidirá la cuestión para los que simplemente no lo acepten. De modo similar, para los que estén persuadidos de que la Tabla de las Naciones de Génesis 10 es verdaderamente inclusiva, las razas de color deben lógicamente quedar incluidas, y en alguna parte de la misma encontraremos a los antecesores de los grupos humanos designados como negros, cobrizos y amarillos. La cuestión es si esta clase de inclusividad queda implicada en las palabras del versículo 32: «de éstos se esparcieron las naciones en la tierra después del diluvio». En la interpretación de pasajes como este, tiende a haber una divergencia entre los que dan gran importancia a las palabras propias de las Escrituras y a sus implicaciones, y los que atribuyen mucha menos importancia a las palabras mismas y que por ello no examinan las implicaciones con mucha seriedad. Estos últimos tienden a sentir suspicacias siempre que los primeros permiten que las implicaciones jueguen un gran papel en su interpretación. La cuestión, planteada de forma más amplia, es: ¿Espera Dios que busquemos implicaciones y que las desarrollemos lógicamente cuando están ausentes las declaraciones concretas que deben ser mucho más preferibles y que decidirían la cuestión?
Tocante a esto, hay unas palabras muy a propósito del doctor Blunt en su célebre libro Undesigned Coincidences in the Old and New Testament [Coincidencias inopinadas en el Antiguo y Nuevo Testamento]. Después de observar con toda razón con qué presteza se inmiscuye la imaginación cuando hay implicaciones a la vista y de qué manera tan bien dispuesta rompe todos los límites y se vuelve muy visionaria, él argumenta sin embargo de manera intensa en favor de la amplia y activa investigación de las implicaciones en las Escrituras. Dice él:[2]
Este es un buen principio, porque tiene la anuencia de nuestro mismo Señor, que reprocha a los saduceos porno conocer [énfasis del autor] aquellas Escrituras que habían recibido, por cuanto no habían deducido [énfasis del autor] la doctrina del estado futuro en base a las palabras de Moisés, «Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob», aunque la doctrina estaba allí si tan solo la hubieran buscado.
Este argumento está bien fundamentado, y, como añade en el siguiente párrafo, «las pruebas de esto mismo son innumerables». Luego pasa a ilustrar su argumento con un cierto detalle. Pero su ilustración inicial es particularmente idónea porque en tanto que es perfectamente cierto que evidentemente la implicación de las palabras de Moisés era en este caso de una importancia profunda, los eruditos de los tiempos de nuestro Señor —que por cierto no carecían de devoción— adoptaron probablemente la misma actitud más bien escéptica dominante en la actualidad acerca de estas cuestiones, y probablemente hubieran tachado esta idea como absurda si alguien aparte del mismo Señor la hubiera propuesto. Ellos no creían en la resurrección, y por ello no hubieran aceptado una inferencia de esta clase en base a las palabras de Moisés. Y sospecho que en nuestra determinación a desalentar del abuso de la imaginación en la interpretación de las Escrituras (determinación que es bien apropiada, creo yo), nos hemos privado sin embargo de muchos conocimientos.
Así, este artículo trata de demostrar:
(1) que la distribución geográfica de los restos fósiles es de una naturaleza tal que queda explicada de la manera más lógica tratándolos como representantes marginales de una amplia y en parte forzada dispersión de pueblos procedentes de una sola población en crecimiento establecida en un punto más o menos central a todos los mismos, enviando oleadas sucesivas de migraciones, donde cada una de estas oleadas impulsaba a la anterior hacia la periferia;
(2) que los especímenes más degradados son aquellos representantes de este movimiento general que fue echado a las áreas menos hospitalarias, donde padecieron una degeneración física como consecuencia de las circunstancias en las que se vieron obligados a vivir;
(3) que la extraordinaria variabilidad física de sus restos resulta de que formaban parte de pequeños grupos humanos aislados y muy consanguíneos; mientras que las semejanzas culturales que vinculan a incluso los más dispersos de entre ellos indican un origen común de todos;
(4) que lo que es cierto del hombre fósil es igualmente cierto de las sociedades primitivas extintas y presentes;
(5) que todas estas poblaciones inicialmente dispersadas proceden de un grupo básico —la familia camita de Génesis 10;
(6) que fueron posteriormente desplazadas por indoeuropeos (esto es, los jafetitas), que sin embargo heredaron o adoptaron su tecnología, sobre la que se desarrollaron, y así consiguieron ventaja en cada área geográfica en la que se extendieron;
(7) que a lo largo de estos desplazamientos, tanto en tiempos prehistóricos como históricos, nunca hubo seres humanos que no pertenecieran a la familia de Noé y sus descendientes;
(8) y finalmente, que esta tesis queda fortalecida por la evidencia de la historia, que demuestra que las migraciones siempre han exhibido la tendencia a seguir estas pautas, que han ido frecuentemente acompañadas de ejemplos de degeneración tanto a nivel individual como de tribus enteras, y que generalmente resulta en el establecimiento de una dinámica general de relaciones culturales que son paralelas con las que la arqueología ha revelado en la antigüedad.
Con respecto a Génesis 10, a mi parecer la etnología moderna muestra una tendencia más bien constante hacia su confirmación. Sin embargo, no veo razón alguna para esperar que la etnología vaya a buscar nunca avanzar usando como base esta Tabla como fundamento de trabajo. Pero tengo todas las razones para creer que cuando sepamos suficiente, veremos que nunca ha habido necesidad de avergonzarnos de confiar en ella como guía del pasado. Solo tenemos que dar tiempo al tiempo.





Capítulo 1


La Tabla de las Naciones: Un documento singular

A
 CIERTAS personas las fascinan las genealogías. A cualquiera que haya estudiado la historia de forma amplia y profunda, sirven a un propósito similar al de los mapas para los que han viajado amplia y profundamente por un país. El historiador examina las genealogías como el viajero examina sus mapas. Las unas y los otros proporcionan conocimientos de relaciones y una especie de marco estructural donde identificar mucho de lo que ha capturado la imaginación. Como observó Kalisch,[3] «La más antigua historiografía se compone casi totalmente de genealogías; con la mayor frecuencia constituyen el medio para explicar la relación y el linaje de tribus y naciones», con la inserción, donde sea apropiado, de breves notas históricas como las que tienen que ver con Nimrod y Peleg en Génesis 10. También los mapas tienen estas pequeñas «notas».
Aunque las genealogías de la Biblia suelen ser tratadas con mucho menos respeto que las secciones más estrictamente narrativas, son sin embargo dignas de un cuidadoso estudio, y se verá que proporcionan inesperadas «claves para la Sagrada Escritura». Y Génesis 10, «la Tabla de las Naciones», no es una excepción.
Pero las opiniones han diferido enormemente acerca de su valor como documento histórico. Su valor en otros respectos, por ejemplo, como indicación de lo intensamente consciente que era su autor de la verdadera hermandad del hombre —lo que es una circunstancia sumamente excepcional en su propia época—, se admite de forma universal. En contraste a esto, el desacuerdo acerca de su valor histórico no se limita a escritores liberales enfrentados a evangélicos, sino que existe de una manera igualmente clara entre escritores dentro de estos campos opuestos. Para exponer dos opiniones representativas de entre las filas de académicos muy liberales de hace medio siglo, podemos citar a Driver, que escribió:[4]
Así, es evidente que la Tabla de las Naciones no contiene ninguna clasificación científica de las razas de la humanidad. Y no solo esto, sino que no ofrece ningún relato históricamente cierto del origen de las razas de la humanidad.

Y en contraste a esto, tenemos la opinión del muy famoso Profesor Kautzsch de Halle que escribió:[5]
La llamada Tabla de las Naciones permanece, según todos los resultados de las exploraciones de los monumentos, como un documento etnográfico original de primera categoría e insustituible.
Sin embargo, la divergencia de opinión entre los evangélicos tiende a manifestarse no acerca de la historicidad de esta antigua Tabla, sino más bien acerca de su inclusividad. La cuestión que se suscita es si debemos o no comprender que la Escritura quiere comunicarnos que esta genealogía nos proporciona los nombres de los progenitores de toda la población humana del mundo, incluyendo los grupos raciales negroides y mongoloides; o si nos proporciona solo una declaración resumida de las relaciones de aquellas naciones que el escritor conocía personalmente o por rumores. Al mismo tiempo, hay poco desacuerdo entre los evangélicos acerca del hecho fundamental de que todos los hombres, sin excepción, deben ser seguidos en último término hasta Adán.
En este capítulo se propone considerar la Tabla como un todo con respeto a su valor, importancia y singularidad entre los registros similares de la antigüedad, y examinar su estructura y su fecha.
Esto irá seguido en el segundo capítulo por un cuidadoso examen de una rama de la raza, los jafetitas, con el propósito de exponer cuán razonable resulta este registro allí donde tenemos suficiente información para valorarlo de forma detallada. La suposición que se puede hacer de forma apropiada en base a este estudio es que el resto de la Tabla resultaría ser igualmente auténtica e iluminadora de la historia etnológica, si tuviésemos disponible la misma cantidad de información detallada acerca de la identidad de los nombres que aparecen que la que tenemos de la familia de Jafet.
En el tercer capítulo exploraremos la evidencia procedente de la literatura coetánea que de forma no intencionada apoya las implicaciones de la Escritura: esto es, que como todos los pueblos del mundo derivan de la familia de Noé, allí donde encontramos grupos humanos en el mundo tienen que haber emigrado en último término del lugar de donde se dice que el Arca se posó en tierra, y que esta presuposición se debe aplicar igualmente al hombre histórico que al prehistórico. En otras palabras, aquí tenemos la Cuna de la Humanidad y aquí tenemos el punto focal de toda la posterior dispersión de todos aquellos que pertenecen a la especie Homo sapiens.
Nuestra conclusión es que esta Tabla de las Naciones es un documento singular y de un incalculable valor que hace una afirmación justificable de inclusión de toda la raza humana, y que nos proporciona atisbos de las relaciones de los grupos humanos más tempranos conocidos, y que nos serían totalmente desconocidas si careciésemos de Génesis 10.
Valor intrínseco y concepto subyacente de la Tabla
Las opiniones acerca del valor de esta Tabla varían enormemente. En 1906, James Thomas, en lo que él califica de investigación crítica,[6] dice simplemente: ¡«Es cosa cierta que toda la lista carece de valor alguno»! El célebre S. R. Driver no es tan negativo en sus pronunciamientos, pero el efecto final de sus palabras es muy similar. En su comentario sobre Génesis dice:[7]
El propósito de esta Tabla es en parte el de exponer cómo los hebreos suponían que las principales naciones que conocían se relacionaban entre sí, y en parte el de asignar a Israel, de forma particular, su lugar entre ellas ...
     Los nombres no deben tomarse en ningún caso como si fuesen los de personas reales ...
     El verdadero origen de las naciones que se enumeran aquí, que pertenecen en muchos casos a tipos raciales totalmente diferentes —semitas, arios, hititas, egipcios— tiene que remontarse a eras prehistóricas remotas de las que podemos tener la seguridad de que no se podrían haber preservado ni los más débiles recuerdos para el tiempo en que se escribió este capítulo. Las naciones y las tribus existían: y posteriormente se propusieron antecesores imaginarios con el propósito de exhibir de forma gráfica las relaciones que se les suponía entre ellas.

     Un ejemplo exactamente paralelo, aunque no tan elaborado, es el que nos dan los antiguos griegos. El nombre general de los griegos era helenos, y sus principales subdivisiones eran los dorios, los eolios, los jonios y los aqueos; y con ello los griegos remontaban su linaje hasta un antecesor supuestamente epónimo Heleno, que tuvo tres hijos, Doro y Eolo, los supuestos antecesores de los dorios y de los eolios, y Juto, que tuvo dos hijos, Ión y Aqueo, de quienes se supone que descendieron los jonios y los aqueos, respectivamente. 
Este extracto de la obra de Driver suscita diversas cuestiones. Para empezar, a la vista del respeto constantemente creciente que se está otorgando a las antiguas tradiciones, bien podría ser que el paralelismo que este erudito autor ha propuesto con bastante cinismo, bien lejos de ser un testimonio en contra de la Tabla, podría ser en realidad un testimonio en su favor. La contraparte griega puede que no sea en absoluto un invento de algún historiador antiguo, sino una declaración de hecho. A fin de cuentas, la gente no suele inventarse antecesores. Los nombres de los progenitores son de gran importancia para cualquier pueblo que tenga poca o ninguna historia escrita, porque estos nombres son los puntos de amarre sobre los que fijan los grandes acontecimientos de su pasado.
Driver adopta una suposición adicional igualmente injustificada: que el recopilador de esta Tabla estaba escribiendo una especie de historia ficticia con la intención deliberada de dar a su propia nación, los israelitas, una antigüedad igual a la de las grandes naciones a su alrededor. Por cuanto, como veremos, la Tabla no da en absoluto ninguna evidencia de haber sido escrita con propósitos propagandísticos, Driver parece estar leyendo en el registro más de lo que se puede justificar. Se trata más bien de erigir un hombre de paja para poderlo derribar con verbosidad erudita.
Una tercera cuestión —y esta tiene gran importancia— es que Driver supone que la única fuente de información que tenía el escritor era su propia fértil imaginación y las tradiciones de su tiempo —ignorando totalmente la posibilidad de que Dios hubiera cuidado de forma providencial que toda la información necesaria para recopilar esta Tabla quedase preservada por uno u otro medio. Uno solo tiene que hacer lo que a fin de cuentas es una suposición razonable para un cristiano, esto es, que Dios tuviera un propósito específico para incluir una Tabla de Naciones en este punto en la redacción de la Sagrada Escrit ura. Y al menos una parte de este propósito queda bien evidente, y se examinará más adelante.
Pero la opinión de Driver acerca del valor y de la importancia de este documento no fue compartida por escritores posteriores que vivieron el tiempo suficiente para ser testigos de la enorme expansión de nuestro conocimiento de la historia del Medio Oriente, en parte como resultado de estudios lingüísticos, y más recientemente todavía gracias a descubrimientos de antropólogos físicos, que están recuperando algunas importantes líneas de migraciones en tiempos «prehistóricos».
Antes de pasar a considerar estos hallazgos, puede que valga la pena observar que el valor de un documento puede cambiar con el paso del tiempo, de modo que no se hace más valioso o menos valioso, sino más bien valioso de una forma totalmente nueva. Hay un sentido en el que Génesis 10 retiene su singular valía como el primer documento en proclamar la unidad del Hombre, así como la Carta Magna fue el primer documento en proclamar la igualdad del Hombre. Decir, como dijo Thomas, que este documento carece de valor, revela una extraordinaria estrechez de miras, al hacer la suposición de que el único valor que puede tener un documento es su empleo como fuente de información para el historiador. La veracidad histórica es una clase de valor, pero hay además otros valores.
Sin embargo, no se debería suponer ni por un momento, con esta declaración, que estamos cediendo acerca de la historicidad de este capítulo a fin de establecer su valor sobre otra base. El hecho es, tal como trataremos de exponer, que siempre que sus declaraciones pueden ser puestas a prueba de forma suficiente, Génesis 10 resulta completamente exacto —y ello a menudo allí donde, en el pasado, se había considerado como más equivocado. Este proceso de constante vindicación ha servido para establecer para el mismo una segunda clase de valor, esto es, que lo mismo que cualquier otra sección de la Escritura que ha sido igualmente desafiada y luego vindicada por la investigación, contribuye ahora como testimonio de la fiabilidad de estas antiguas secciones de Génesis, sobre cuya veracidad depende tanto de nuestra fe.
Además, es muy difícil concebir el registro de Génesis, que conduce el hilo de la historia desde Adán hasta las épocas dotadas de documentos monumentales, sin alguna especie de Tabla para exponer lo sucedido con la familia de Noé, y cómo se llegó a poblar el resto del mundo después del diluvio, además del Medio Oriente. Así, la Tabla pasa a formar una parte esencial de la Escritura en sus secciones más tempranas, no meramente para dar satisfacción a nuestra natural curiosidad, sino para establecer el hecho de que todos los hombres son de una sola sangre, descendencia del primer Adán, y susceptibles de redención por la sangre de un Hombre, el Segundo Adán.
Así, la Tabla sirve a tres propósitos. Proporciona un capítulo esencial en la documentación temprana de Génesis, dando una visión global de lo sucedido al expandirse la población por el mundo. Une toda la raza humana en una sola familia sin dar la menor sugerencia de que ninguna rama particular de esta familia tenga preeminencia sobre otra —un logro descollante. Finalmente, como documento puramente histórico, proporciona atisbos de las relaciones entre grupos humanos que solo en la actualidad se están pudiendo obtener por otros medios, con lo que añade su testimonio a la fiabilidad del registro de Génesis.
Acerca del primero de estos logros, Dillmann tuvo esto que decir:[8]
Egipcios y fenicios, asirios y babilonios, e incluso los indios y persas, tenían una cierta medida de conocimiento geográfico y etnológico antes que comenzase una investigación más estrictamente científica entre los pueblos clásicos. De algunos de estos, como los egipcios, asirios, babilonios y persas, nos han llegado exploraciones o enumeraciones de los pueblos que les eran conocidos, e intentos de elaboración de mapas, en los memoriales escritos que han dejado en pos de ellos. Pero, como regla, por lo general no se presentaba mucha atención a los extranjeros, a no ser que hubiera intereses nacionales y comerciales en juego. A menudo se les despreciaba como meros bárbaros, y en ningún caso se les incluía con las naciones más cultas en una unidad superior.
     Con nuestro texto sucede lo contrario. Aquí se da consideración a muchos con los que los israelitas no tenían ninguna clase de relación específica. . . .
Estamos tan familiarizados con la idea de la fraternidad del hombre que la damos por descontada como un concepto aceptado por todas las razas en todos los tiempos a través de la historia. Ocasionalmente observamos en nosotros mismos una cierta vacilación respecto a acordar a otras naciones que no comparten nuestros valores culturales la plenitud de condición humana que acordamos a miembros de nuestra propia sociedad. Pero estos sentimientos se suelen esconder tanto como es posible, porque lo apropiado, en la actualidad, es apoyar la heroica suposición de que «todos los hombres son iguales». Pero hay ocasiones en las que podemos dar rienda suelta a nuestros verdaderos sentimientos acerca de este extremo, como, por ejemplo, en caso de guerra. Si el escritor del décimo capítulo de Génesis era hebreo, es probable que en su caso los cananeos fuesen una subsección particularmente menospreciada y degradada de la raza humana, y que la tendencia hubiera sido la de ponerlos en una situación muy baja de la escala. Tenemos una analogía en la posición que los Nazis atribuyeron al pueblo judío. Para muchos alemanes de la era Nazi, los judíos no eran realmente seres humanos en absoluto. Por ello, es tanto más de resaltar que en esta Tabla de las Naciones los cananeos reciben una posición en el linaje del hombre junto a los descendientes de Eber, entre los que se encuentra el pueblo judío.
En su comentario, Kalisch observa que incluso la maldición sobre Canaán parece haber quedado olvidada, siendo que no aparece ni una sola insinuación en el registro para recordarla al lector. Al contrario, no hay ninguna otra tribu enumerada con un mayor detalle que la de Canaán (versículos 15-19). Como dice este erudito escritor: «Nada perturba la armonía de esta magna genealogía».[9]
A la vista de todo esto, es más bien cosa extraordinaria que Driver considere este documento como, característicamente, una pieza de propaganda judía.
Hay otra cuestión que vale la pena mencionar. Cuando una civilización alcanza un nivel muy elevado de desarrollo, puede llegarse a un más claro reconocimiento de que todos los hombres son hermanos de sangre. Sin embargo, en una comunidad pequeña y estrechamente relacionada que está luchando por establecerse, puede haber la tendencia a una actitud muy diferente. Entre los pueblos más primitivos existe el hábito de referirse a sí mismos (en su propia lengua, naturalmente) como «verdaderos hombres», y de referirse a todos los demás mediante algún término que claramente les niega el derecho a la condición humana. Así, los Naskapi se designan a sí mismos «Neneot», que significa «personas de verdad». Los Chukchee dicen que su nombre significa «hombres reales». Los hotentotes se llaman «Joi-Joi», que significa «hombres hombres». Los yaganes de la Tierra del Fuego (un lugar bien remoto) dicen que su nombre significa «hombres por excelencia». Los andamanes, pueblo que parece carecer incluso de los rudimentos de una ley, se refieren a sí mismos como los «Ong», que significa «Hombres». Todos estos grupos humanos se reservan estos términos solo para sí mismos. Es una señal de un estado cultural decadente cuando se adopta esta actitud, pero, a la inversa, cuando un pueblo adopta la actitud opuesta, se trata posiblemente de una señal de un estado cultural elevado. Así, cuando cualquier pueblo alcanza una etapa de desarrollo intelectual en la que concibe claramente que todos los hombres están relacionados de tal modo que les asegura la igualdad como seres humanos, entonces asume una cultura elevada, aunque los mecanismos de su civilización puedan dar la apariencia de una etapa baja de desarrollo. A partir de esto deberíamos inferir lógicamente que el escritor de Génesis era una persona con una elevada cultura. Desde luego, me parece que solo con un elevado concepto de Dios sería posible tal concepción del hombre, y por ello Génesis 10 parece constituir un testimonio de un orden muy elevado de fe religiosa. En último análisis, uno se podría plantear si es posible en absoluto mantener un verdadero concepto de la igualdad del hombre sin tener también un verdadero concepto de la naturaleza de Dios. Lo primero deriva directamente de lo último. La única base para atribuir a todos los hombres un mismo nivel de dignidad es el formidable hecho de que todas las almas tienen el mismo valor para Dios. Desde luego, no tienen el mismo valor para la sociedad.
Excepto si el patrón fundamental de referencia es el valor que Dios asigna a las personas, es totalmente irreal hablar de que todos los hombres son iguales. Consideremos el borracho que se revuelca en el fango, y que ensucia el aire con su verborrea soez, que confunde a sus hijos, que destruye su vida familiar, que ofende a sus amigos y perturba a todo su círculo social —¿cómo se puede decir que este hombre tiene el mismo valor que, por ejemplo, una columna de la comunidad, lleno de bondad hacia el prójimo? Evidentemente, aquí no hay igualdad alguna si la base de la valoración es la del hombre respecto al hombre, o del hombre respecto a su ámbito social.
Cualquier sociedad que valore a sus miembros por el valor que tenga hacia ella misma no está atribuyendo valor alguno a la persona individual, sino solo a sus funciones. Cuando estas funciones dejan de servir a un propósito útil, el hombre deja de tener ningún valor. Esta era la filosofía de Nietzsche —y la de Hitler. Es la filosofía lógica de todo aquel que contempla al hombre aparte de Dios. Es nuestra moderna filosofía de la educación, que destaca la capacidad personal y la tecnología, y que alienta a los hombres a hacer más que a ser. En contra de esta tendencia del hombre natural a «devaluarse» a la vez que supone que se está exaltando a sí mismo, la Biblia no podía hacer otra cosa que establecer en términos claros estos dos hechos complementarios: que Dios está interesado igualmente en todos los hombres, y que todos los hombres pertenecen a una familia, singularmente relacionada a través de Adán con el mismo Dios. El argumento, expuesto de esta forma, es un argumento también en favor de la inclusividad de la Tabla de Génesis 10. A no ser que sea inclusiva, a no ser que en último término tengamos aquí a la vista a toda la humanidad, y no solo aquellas naciones que resultaban conocidas por Israel, sería un capítulo fuera de contexto. A no ser que el propósito sea el de incluir a toda la raza humana, el propósito del capítulo queda en entredicho, y el mensaje de la Biblia queda incompleto. En tal caso nos quedamos solo con Hechos 17:26, que en esta cuestión, aunque da certidumbre a nuestros corazones, no ilumina nuestras mentes acerca del hecho al que se refiere.
Hay también un aspecto negativo en la cuestión de la autenticidad de este documento histórico. Si esta Tabla hubiera sido elaborada con propósitos de propaganda (para establecer la posición de Israel como de igual dignidad aunque sin compartir algunas de las glorias de las naciones alrededor) o si hubiera sido meramente obra de algún primitivo historiador que hubiera creado sus propios datos permitiéndose ciertas libertades, entonces es casi seguro que se hubiera manipulado de manera que se expusieran no solo la elevada posición de sus propios antecesores, sino la muy baja posición de los de sus enemigos. Con respecto a la primera tendencia, uno solo tiene que leer libros modernos de historia para discernir con qué facilidad se nos pueden presentar personajes de muy poco peso de forma que nos hagan enorgullecer de nuestra identidad nacional. En realidad, hay bien poca historia escrita que no sea en parte propaganda, aunque el autor mismo a menudo no sea consciente de ello. La cantidad de «primacías» que pretenden algunos historiadores nacionales para sus compatriotas es bastante asombrosa, y por lo general queda clara la nacionalidad a la que pertenece el autor mismo. En total contraste a lo dicho, sería difícil demostrar con certidumbre la nacionalidad del autor de Génesis 10. Suponemos que era hebreo, pero si se emplea la cantidad de atención que presta a cualquier linaje particular que menciona como clave de su identidad, pudiera haberse tratado de un jafetita, de un cananeo o incluso de un árabe. Esto es digno de mención y demuestra un gran freno de parte del autor, la clase de freno que sugiere la mano de Dios sobre él.
Con respecto a la segunda tendencia, el menosprecio de los enemigos propios, este capítulo hubiera sido desde luego una maravillosa ocasión para poner en su sitio a los aborrecidos amalecitas. Pero los amalecitas no son ni siquiera mencionados. Naturalmente, se podría argumentar que los amalecitas ni siquiera existían para la época de la redacción de este capítulo, suposición que yo considero como sumamente probable. Si este es el caso, se trata de un documento muy temprano, no tardío como Driver quisiera hacernos creer. En todo caso, el autor hubiera podido tratar de forma semejante a los cananeos.
Un aspecto adicional del tono de esta Tabla es la modestia de sus afirmaciones cronológicas. En tanto que los babilonios y los egipcios, en los «paralelos» que nos han llegado, extienden sus genealogías hasta extremos absolutamente increíbles —ocupando en algunos casos cientos de miles de años—, en Génesis 10 no aparecen estas pretensiones ni por implicación. La impresión que se tiene al leer este capítulo es que la expansión de la población fue bien rápida. Desde luego, todo resulta muy razonable. Este rasgo de la Tabla lo expone sucintamente de manera muy capaz Taylor Lewis, que observa:[10]
¿Cómo llegó esta cronología hebrea a presentar un ejemplo tal de modestia en comparación con las desorbitadas pretensiones de antigüedad hechas por todas las demás naciones? Sin duda alguna, los judíos tenían, como hombres, un orgullo nacional parecido, lo que les habría llevado a exagerar su edad sobre la tierra, y a darse miles y decenas de miles de años. ¿A qué se debe que esta nación cuyos registros se remontan a la mayor antigüedad es la que da la cuenta más baja de todas?
     La única respuesta es que mientras que otras naciones fueron abandonadas a sus imaginaciones sin freno, esta extraña nación de Israel quedó bajo una conducción providencial en esta cuestión. Un freno divino los retuvo de esta insensatez. Una santa reserva, procedente de una constante conciencia de la guía divina, les hizo sentir que «nosotros somos de ayer», mientras que la inspiración que controlaba directamente a sus historiadores les enseñó que el hombre había estado solo un breve tiempo sobre la tierra.
     Ellos tenían el mismo motivo que los demás para exagerar su cronología nacional; que no lo hayan hecho es una de las más poderosas evidencias de la autoridad divina de sus Escrituras.
En realidad, aquellos «paralelos» que existen en otras literaturas de la antigüedad no solo carecen completamente de la sobriedad de Génesis 10, sino que deben su existencia más bien al deseo de registrar conquistas notables que al de exponer ninguna filosofía filantrópica. Como bien ha dicho Leupold,[11]
Ninguna nación de la antigüedad tiene nada que ofrecer que tenga un paralelismo real con esta Tabla de las Naciones. Las listas babilonia y egipcia que parecen paralelas son meramente unos registros de naciones vencidas en guerra. Consiguientemente, el espíritu que impulsó la elaboración de estas listas es el completamente contrario al que aparece en la lista bíblica.
 Estos registros no pueden en realidad considerarse en absoluto como «paralelos». Como lo observó Marcus Dods:[12] «Esta Tabla etnográfica no es solo la descripción más antigua y fiable de las diversas naciones y de los diferentes pueblos, sino que no tiene paralelo alguno en su intento de exponer las relaciones entre sí de todas las razas de la tierra».

La estructura y el propósito de la Tabla

La estructura de las cosas está normalmente relacionada con el propósito al que tienen la intención de servir. Esto es de aplicación en el diseño en ingeniería, y es de aplicación a la fisiología. También es de aplicación a la literatura, trátese de novela, poesía, documentos legales o historia. Es también de aplicación a Génesis 10. Este documento tiene más de un propósito, pero está construido de forma que todos sus propósitos quedan servidos igualmente bien debido a la sencillez de su concepto.
El método, naturalmente, es presentar una serie de nombres, bien de individuos, bien de tribus enteras, o incluso de lugares, como si fuesen «personas» relacionadas por parentesco. Esto se hace de una manera simple y directa, siguiéndose diversas líneas por varias generaciones, con un comentario aquí y allá para proporcionar información adicional. Como consecuencia de la forma particular en que se ha desarrollado nuestro sentido de la «precisión» en la cultura de Occidente, encontramos difícil aceptar la idea de que si un hombre fundó una ciudad o una tribu, que este agregado de personas pueda con todo ser resumido en la persona del fundador, de modo que se les pueda designar con la misma propiedad como su descendencia. Así, en el versículo 15 se menciona inicialmente a Sidón como primogénito de Canaán, mientras que, para el versículo 19, Sidón es evidentemente la ciudad de este nombre. De manera similar, a Canaán se le menciona en el versículo 6 como hijo de Cam y posteriormente, en el versículo 16, como padre de diversas tribus que, desde luego, en el versículo 18, son designadas como sus familias. En los siguientes versículos el nombre hace referencia al territorio que ocupó, que se define geográficamente. Los occidentales consideramos esto como un uso muy libre del término «hijo», pero es la simplicidad misma cuando se trata de establecer los orígenes. Como lo expresó Dillmann:[13]
En la descripción que se hace de esta idea fundamental de la relación de todos los pueblos y hombres, cada pueblo en particular es concebido como una unidad que se resume en la influencia de su antecesor y que queda impregnada de la misma.
 Aunque Dillmann no desarrolla la implicación de su observación tocante a la persistencia del carácter de un individuo en sus descendientes, de modo que la observación aparece casi como una observación casual, en la consideración del propósito de la genealogía (en lo que se refiere a su estructura) será bueno desarrollar algo más esta implicación antes de volver a un examen más detallado de la estructura misma.
El centro de interés aquí es que hay un sentido en el que el carácter de un antecesor puede, por un breve tiempo, y ocasionalmente por mucho tiempo, influir en los caracteres de sus descendientes. Sir Francis Galton,[14] entre otros, fue de los primeros en aplicar el análisis estadístico a datos sociológicos en un intento por demostrar la existencia del genio hereditario. No está claro en la actualidad si tales rasgos están relacionados genéticamente o si son resultado de circunstancias; por ejemplo, un famoso abogado puede inclinar a sus hijos a seguir en sus pasos y puede dotarlos de una ventaja por su asociación con ellos, por su influencia en el mundo, y por su acumulación de medios y de ayudas técnicas. Lo mismo puede suceder en la práctica de la medicina. De forma parecida, las circunstancias pueden resultar en un prolongado linaje de grandes actores. Es posible que en el ámbito de la capacidad artística se dé una mayor medida de influencia genética.
La idea de que un «padre» determina en un grado significativo el carácter de sus descendientes durante varias generaciones subyace a cierta clase de declaraciones que aparecen tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Jesús se refirió a sus más acerbos enemigos como a «hijos del diablo» o «hijos de Belial», rechazando enfáticamente la pretensión de ellos de ser «hijos de Abraham». El término mismo de «hijos de Israel» vino a significar algo más que ser meros descendientes de Jacob. El Señor se refirió a Natanael como un «verdadero israelita», haciendo referencia a su carácter, no a su linaje. En este contexto, es importante prevenirse contra la suposición de que los «hijos» de un antecesor solo perpetuarán los elementos indeseables de su carácter. Creo que la historia demuestra que existe lo que se denomina un «carácter nacional»,[15] que aparece de manera clara al principio en un individuo solitario, y que reaparece en sus hijos y nietos con una intensidad suficiente para resultar en la formación de una pauta de conducta generalizada que después tiende a reforzarse y a perpetuarse al extenderse la familia de tribu a nación. Allí donde aparentan existir diferencias en el carácter nacional, no se implica con ello que haya una superioridad intrínseca de una clase sobre otra. Estamos argumentando acerca de la existencia de diferencias, no de superioridades. En conjunto, todos nos parecemos mucho. Esto es de importancia fundamental.
La posibilidad de que esta idea no sea extraña a las Escrituras ya la observó el doctor R. F. Grau, que comentó, ya hace más de 80 años:[16]
El propósito del documento que estamos considerando es no tanto el de llamar la atención mediante estos nombres a tres personas individuales (Sem, Cam, Jafet) y distinguirlos entre sí, como observar las características de las tres razas y de sus respectivas tendencias naturales.
 En la actualidad es costumbre dividir la población del mundo en tres líneas raciales: los caucásicos (esencialmente, el hombre blanco), los negroides y los mongoloides. Es sumamente difícil definir de forma eficaz las características distintivas de cualquiera de estas tres, aunque pudiera parecer de otro modo. Los negroides se suponen negros, pero los aborígenes australianos no son negroides, aunque son igual de negros. El cabello negro lacio, los ojos castaños «inclinados», el pliegue epicántico y otros rasgos comúnmente aceptados como característicamente mongoloides, se pueden observar con frecuencia en personas clasificadas como caucásicas. Repitámoslo: aunque todo el mundo cree que es fácil distinguir entre los tres grupos —y en la mayoría de los casos es así—, es prácticamente imposible escribir una descripción a toda prueba que delimite la pertenencia de qué tribu o nación dentro de qué grupo. Sin embargo, hay una forma en que se podría hacer —especialmente si limitamos nuestra perspectiva a un período muy anterior de la historia, en el que la mezcla racial no habría ido muy lejos—, y es la de seguir a los representantes verdaderos más antiguos de cada tribu hasta sus antecesores conocidos y establecer mediante alguna clase de árbol genealógico las relaciones de estos antecesores. Contemplado bajo esta luz, el método de Génesis 10 es probablemente la única forma válida de proceder.
En esta Tabla nos encontramos una vez más con tres grupos humanos, los descendientes de Sem, Cam y Jafet. Pero estos tres grupos no se corresponden con la actual clasificación de las razas, porque en esta Tabla se hace evidente que los negroides y los mongoloides quedan clasificados como una familia, y que la trilogía queda reconstituida al establecer a los pueblos semitas como una clase en sí misma. De modo que tenemos a los jafetitas, que para nuestros propósitos pueden ser identificados fácilmente con los caucásicos, indoeuropeos u hombre blanco; los camitas, que incluyen las ramas negroide y mongoloide, esto es, las llamadas razas de color; y los semitas, que comprenden tanto el pueblo hebreo (antiguo y moderno) como los árabes y unas pocas naciones que fueron poderosas en el pasado, como los asirios y babilonios. Este es un bosquejo muy apresurado, pero servirá por el momento hasta que pasemos a examinar los detalles de la Tabla de forma más específica.
Ahora bien, es mi firme creencia que Dios ha dotado a estos tres grupos —a los que desde ahora designaremos normalmente como jafetitas, camitas y semitas— de ciertas capacidades y aptitudes que, cuando han sido ejercitadas de forma apropiada, han aportado una singular contribución en el desarrollo histórico total de la humanidad, y que cuando han podido tener una expresión plena de cooperación a lo largo de una sola época, han llevado invariablemente a la emergencia de una elevada civilización.
Este tema ha sido explorado hasta cierto punto por este autor, y fue la base de una tesis aceptada de doctorado.[17] Se presenta de una forma bosquejada en la Parte 1 del volumen Noah’s Three Sons, «Shem, Ham, and Japheth in Subsequent World History [Sem, Cam y Jafet en la posterior historia universal]», y en un aspecto crítico del mismo se examina con un cierto detalle en la Parte IV, «The Technology of Hamitic People [La tecnología de los pueblos camitas]».
Expresada de forma sucinta, mi tesis es como sigue: que la humanidad, considerada tanto a nivel de individuos como a nivel de especie Homo sapiens, tiene una constitución que busca satisfacción en tres direcciones:[18] en lo físico, en lo intelectual y en lo espiritual. Hay personas que viven casi solo para lo físico; a menudo nos referimos a ellos como «los que viven para comer». Hay personas que viven casi enteramente en el ámbito intelectual, y que se perderán una comida para comprar un libro. Hay personas para las que las cosas del espíritu son completamente prioritarias. Estas personas a menudo se separan en un «retiro» permanente, y durante una gran parte de la historia del cristianismo han constituido una clase. La mayoría de nosotros vivimos probablemente en estos tres ámbitos con un énfasis aproximadamente igual, dependiendo de las circunstancias del momento.
Una exploración de la historia con este pensamiento en mente, aplicado a naciones o a razas y no a individuos, revela que los jafetitas han originado los grandes sistemas filosóficos; los pueblos semitas los grandes sistemas religiosos, verdaderos o falsos; y, por sorprendente que pueda parecer para los que no están familiarizados con la evidencia, los camitas han proporcionado al mundo la base de casi cada avance tecnológico. Este no es el momento ni el lugar para intentar demostrar esta tesis, porque ya se ha emprendido en los dos artículos que se mencionan más arriba. La magnitud de la evidencia de ello es desde luego notable, aunque lo es tanto más porque solo en años recientes se ha llegado a reconocer hasta cierto punto la deuda que tiene contraída el hombre blanco con el hombre de color. Se están haciendo constantemente nuevos descubrimientos como resultado de la continua investigación sobre el origen de las invenciones, y dichos descubrimientos respaldan la observación que aquí se hace y ello de formas totalmente inesperadas.
Cuando la inclinación a la filosofía, que se originó con los griegos y arios y que fue sucesivamente elaborada por el hombre occidental, se unió finalmente al genio técnico de los pueblos camitas en África, Asia y el Nuevo Mundo, surgió el moderno fenómeno de la Ciencia, unión que fructificó prodigiosamente. Pero la tendencia, cuando la unión de estos dos factores es más fructífera, es que aparezca una especie de civilización deshumanizada. El verdadero y necesario componente espiritual fue proporcionado inicialmente por los semitas, y posteriormente por su descendiente espiritual directo, la iglesia cristiana. Sin este componente espiritual la civilización corre peligro de aniquilar al hombre como individuo con valor propio. Sin la contribución camita, la contribución jafética no llevaba a ninguna parte —como en Grecia. Sin la contribución de Jafet, la contribución de Cam se estancaba en el mismo momento en que los problemas prácticos inmediatos de supervivencia quedaban resueltos de manera suficiente. Esta clase de estancamiento puede ilustrarse con la historia de algunas de las grandes naciones de la antigüedad, como los egipcios. Estas interacciones se examinan en otros artículos, pero el punto importante que se debe resaltar en este contexto es que las diversas contribuciones de las varias naciones y tribus no aparecen como contribuciones realizadas por ninguna «familia» a no ser que uno tenga la clave de estas relaciones de familia, clave que nos proporciona Génesis 10. Dada esta clave, y admitiendo que se trata de un registro histórico fidedigno, estos tres componentes para una elevada civilización —el tecnológico, el intelectual y el espiritual— se ven repentinamente bajo una nueva luz cuando se llega a conocer qué grupo humano particular aportó la contribución más fundamental en cada área. La morada de Jafet en las tiendas de Sem, es decir, la ocupación por parte de Jafet de una posición que originalmente pertenecía a Sem; el quitar un reino a este último para darlo al primero, todas estas frases bíblicas asumen un nuevo sentido. En breve, Génesis 10, al dividir a toda la raza en tres familias de una forma que no se ajusta a los conceptos modernos de agrupamientos raciales, no queda por ello desacreditado, sino que resulta fundamentado en un conocimiento mucho más claro del marco histórico. A mi modo de ver, no hay duda alguna de que cuando contemplamos la historia como Dios la contempla en su totalidad y al final del tiempo, descubriremos que esta Tabla constituía una clave fundamental para su significado; y, vale la pena insistir en ello, sirve a este propósito debido a que tiene una estructura que no concuerda con los modernos intentos de redefinir las interrelaciones de los pueblos del mundo.
Ahora será oportuno hacer algunas reflexiones acerca de los aspectos más mecánicos de su estructura. En primer lugar, se puede observar que la división de la humanidad en tres familias básicas no se derivó de tradiciones que mantuviesen las naciones vecinas de Israel o dentro de su ámbito, porque estas naciones no poseían ninguna tradición en este sentido. Los egipcios se distinguían de los demás pueblos sobre la base del color, y clasificaban a los asiáticos como amarillos, a los libios como blancos, y a los negros como tales.[19] Pero en esta Tabla de Naciones los llamados pueblos de color no se distinguen entre sí (por ejemplo, los negros de los amarillos), sino que se clasifican, si mi comprensión del texto es correcta, dentro de un solo grupo familiar. Y aunque es cierto que el nombre de Cam, que significa «oscuro», puede tener referencia al color de la piel —igual que la palabra «Jafet» puede referirse a una persona de piel clara—, este principio no se mantiene de forma global, porque al menos algunos de los descendientes de Cam eran de piel clara. Desde luego, según Dillmann, en tiempos antiguos existían etíopes de piel clara junto con los más conocidos etíopes de piel negra.[20] No hay indicación alguna de que los hititas fuesen negros, y este es probablemente el caso de los descendientes de Sidón, etc. En cambio, los cananeos y los sumerios (ambos descendientes de Cam) se referían a sí mismos como hombres «de cabeza negra»[21] —designación que parece tener que ver más probablemente con el color de la piel que el del pelo, porque de todos modos casi todos los pueblos de esta región tienen el cabello negro, y ello dejaría sin sentido una distinción por el color del cabello.


Fig. 1. Las probables rutas de las migraciones al poblarse el mundo al principio.


Soy consciente, sin embargo, de que es costumbre en las reconstrucciones basadas en restos esqueletales representar a los sumerios como cualquier cosa menos negroides. Pero esto no puede presentarse en contra de nuestra teoría, porque, como ya hemos observado con respecto a los aborígenes australianos, no todos los pueblos de piel negra son de rasgos negroides, y si dependiésemos solo de los restos esqueletales de estos aborígenes, sin representantes vivientes para ilustrarnos, no tendríamos forma alguna de saber que eran de piel negra. Lo mismo se puede aplicar a los sumerios y a los cananeos. Hay poca duda de que el pueblo sumerio y el de la cultura del Valle del Indo estaban emparentados.[22] Las descripciones del pueblo del Valle del Indo en la antigua literatura aria indican que eran de tipo negroide.[23] La famosa «Niña Bailarina» del Valle del Indo es desde luego negroide, y es igualmente evidente que los genes para la piel negra siguen formando un componente mayoritario en el fondo genético de la actual población india. En su obra Races of Europe,[24] Coon tiene una sección con materiales descriptivos dedicada casi íntegramente a los muchos tipos raciales que han contribuido a la actual población europea. Al referirse a los gitanos y a los mediterráneos de piel olivácea, incluye dos fotografías de un joven con una apariencia claramente «negroide», y comenta así:
De mucha mayor antigüedad fuera de la India tenemos el tipo mediterráneo de piel olivácea [en la foto, casi negra], de ojos negros y pelo lacio que aparece con cierta frecuencia en el Irán meridional y por las costas del Golfo Pérsico. Este joven marinero de Kuwait servirá de ejemplo. El origen y la filiación de este tipo todavía no se han explicado del todo.
 Cosa interesante, una ilustración adicional del sur de Arabia muestra a un joven que, según dice Coon, «excepto por el color claro de la piel no expuesta ... podría pasar por un aborigen australiano». El uso de la palabra «no expuesta» me hizo pensar inevitablemente en la reacción de Cam ante su padre desnudo. Porque si Cam era totalmente oscuro, puede haber pensado que su padre también lo era, y su sorpresa al descubrir que no era así pudo haberle hecho olvidar su deber filial. En todo caso, está claro que en esta área del mundo, que en el pasado había estado ocupada por los sumerios, sigue habiendo en la población evidencias «inexplicables» de un componente de piel muy oscura. Todas estas líneas de evidencia apoyan la postura de que los sumerios pueden haber sido un pueblo de piel negra.
Estas tres familias no se distribuyen tampoco sobre la base del lenguaje. Una vez más, es perfectamente cierto que los hijos de Jafet, en cuanto han dado origen a los indoeuropeos, parecen pertenecer a una sola familia lingüística. Lo mismo se podría decir de los semitas. Pero cuando llegamos a los descendientes de Cam nos encontramos con dificultades, porque parece que en tiempos históricos los cananeos, filisteos y muchos cusitas hablaban lenguas semitas, mientras que los hititas (también camitas, a través de Het) pueden haber hablado una lengua indoeuropea. El problema con la evidencia lingüística en este caso es que realmente aparece en una época histórica demasiado tardía para ser decisiva.
Se ha sugerido que la disposición de la Tabla fue dictada sobre bases geográficas: por ejemplo, que los hijos de Jafet se extendieron en una dirección —más o menos hacia el norte y el oeste—, mientras que los hijos de Cam tendieron hacia el sur y el este, y los hijos de Sem se mantuvieron más cerca del centro. Sin embargo, esto convertiría al documento en algo así como una declaración profética, porque una dispersión así no tuvo lugar hasta un tiempo posterior —a no ser, naturalmente, que se asigne a este documento una fecha tardía, extremo este que se considerará más adelante. Hay evidencia de que el escritor sabía solo que algunos de los descendientes de Cam habían entrado en África, que una gran parte de los descendientes de Sem se habían asentado en Arabia, y que Jafet no estaba todavía muy hacia el norte, aunque se estaba extendiendo por las riberas del Mar Negro y el Mediterráneo. De hecho, la descripción que se da indica un Cus muy cercano, lo que no es el caso cuando se encuentra posteriormente a Cus en Etiopía. Así, aunque la Tabla reconoce, como así debía ser, que ya había sucedido una cierta dispersión en la que los miembros de cada familia habían migrado en una dirección más o menos parecida, este conocimiento no formaba la base el fundamento de la triple división, sino que más bien procedía de ella.
En tanto que el escritor admite que su genealogía emplea no meramente los nombres de personas, sino también de lugares y familias, y que incluso hace a veces uso del lenguaje como guía, parece bastante claro que la estructura de su Tabla depende en último término de una verdadera comprensión de las relaciones originales de los padres fundadores de cada línea con sus descendientes más notables y entre sí. A mi modo de ver, la misma estructura de la Tabla predica esta clase de conocimiento de los hechos. No se puede explicar sobre ninguna otra base la circunstancia de que durante siglos ciertas declaraciones hayan parecido claramente contrarias a la evidencia, y que solo al hacerse una mayor luz ha resultado que la Tabla ha demostrado ser perfectamente correcta cuando ha sido sometida a una prueba apropiada.
El uso de un árbol genealógico que no demande servilmente que solo se incluyan personas individuales, sino que permite la inclusión de ciudades que fundaron, de tribus en las que se desarrollaron, y de distritos que ocuparon, proporciona un método simple, directo y conciso para establecer el Origen de las Naciones.
La Fecha de la Tabla

Llegamos, por fin, a la cuestión de la fecha de este documento. Ya habrá quedado claro que, en nuestra opinión, no es en absoluto «tardía» en el sentido en que los Altos Críticos han comprendido el término. Si fue redactada muchos siglos después de los acontecimientos que se describen, ha evitado anacronismos y ciertos errores, lo que haría de ella una pieza maestra de la falsificación. El supuesto falsificador ha evitado tan cuidadosamente esta clase de errores que parece mucho más simple y razonable suponerlo coetáneo de los acontecimientos terminales que describe en el capítulo.
Entre las líneas de prueba que respaldan poderosamente una fecha temprana para este documento, las siguientes tienen gran peso: (1) el pequeño desarrollo de los pueblos jaféticos, (2) la posición de Cus a la cabeza de la familia camita, (3) la mención de Sidón pero no de Tiro, (4) la referencia a Sodoma y a Gomorra como todavía existentes, (5) la gran cantidad de espacio dado a los joctanitas, (6) la interrupción de la línea hebrea en Peleg, y (7) la ausencia de cualquier referencia por nombre a Jerusalén.
Consideremos estos puntos por orden.

(1) El pequeño desarrollo de los pueblos jaféticos. Los descendientes de Jafet fueron grandes colonizadores y exploradores que se extendieron alrededor del Mediterráneo y al norte en Europa, y hacia el este a Persia y el Valle del Indo en una fecha bastante temprana. Pero esta Tabla los contempla asentándose solo en Asia Menor y a lo largo de la línea costera inmediata del Mediterráneo.
Además, se hace mención de Javán, a quien indudablemente se deben remontar los jonios, pero no encontramos mención alguna de aqueos ni de dorios asociados con él, ni de frigios con Askenaz. Sin embargo, uno solo tendría que avanzar el marco temporal unos pocos siglos para hacer inconcebibles estas omisiones. Por ejemplo, según Sir William Ramsay,[25] Homero, que escribió alrededor del 820 a.C. o incluso antes (Sayce mantiene la fecha de 1000 a.C.), desarrolló un amontonamiento de cosas viejas y nuevas cuando presentó a Ascanio como aliado de Príamo y Troya y como enemigo de los aqueos. O bien el autor de Génesis 10 desconocía los acontecimientos posteriores porque vivió antes de ellos, o bien tuvo un cuidado extraordinario para evitar la más ligera indicación de anacronismo. Por ejemplo, implica que Javán, hijo de Jafet, habitó en Asia Menor y en las tierras costeras de Grecia en tiempos muy tempranos. Sin embargo, no existe, me parece a mí, ninguna traza de estos antiguos jonios durante los tiempos «históricos» de Grecia e Israel, sino solo la supervivencia del nombre en uno de los estados griegos.
(2) La posición de Cus a la cabeza de la familia camítica. Ha sido costumbre asignar esta Tabla a una fecha tan tardía como el siglo sexto a.C. Pero ningún escritor de esta época se habría referido a ninguna parte de Babilonia como tierra de Cus, porque para este entonces Cus se empleaba exclusivamente para una región bien diferente, esto es, Etiopía. Si el escritor hubiera estado intentando hacer pasar una pieza de historia-ficción, habría desde luego añadido como paréntesis que no se estaba refiriendo a Etiopía en su contexto coetáneo. Por lo que se ve, no previó ni la más ligera confusión en la mente del lector, por cuanto el Cus etiópico no existía entonces.
(3) La mención de Sidón, pero no de Tiro. La omisión de Tiro entre los estados de Palestina es muy significativa, porque se presta atención a mencionar otras comunidades parecidas, como Gerar y Gaza entre otras.
Tiro tuvo una historia bastante dramática. Fundada alrededor del siglo 13 a.C., para el siglo 10 era el gran emporio comercial bajo Hiram. En el siglo 8 a.C. cayó bajo el poder de Asiria, fue asediada por los babilonios en el siglo sexto, y finalmente cayó bajo los persas en el 588 a.C. En el 332 a.C. fue otra vez totalmente sometida por Alejandro en una campaña clásica que forma parte del tema de otro artículo de la serie Doorway. [26]
En otras palabras, a partir del siglo 13, esta ciudad-estado produjo un gran impacto en el mundo, mientras que Sidón tuvo una importancia relativamente menor. Lo cierto es que los profetas que fueron en cualquier sentido coetáneos con Tiro dedicaron mucho tiempo a denunciarla (cp. Ezequiel 27, por ejemplo). Las dos ciudades, Tiro y Sidón, se mencionaban constantemente juntas, y en este orden —y Arvad (que también es mencionada en la Tabla) quedó eclipsada hasta la insignificancia ante el esplendor de Tiro.
La omisión de Tiro en esta temprana etnografía hebrea implica de forma clara que no había ascendido todavía a ninguna posición destacada —si es que existía en absoluto. Esto indica de cierto que al menos esta sección de la Tabla fue redactada antes que Hiram la llevase a la cima en el siglo 10 a.C.
(4) La referencia a Sodoma y a Gomorra como todavía existentes. A la vista de la espectacular destrucción de estas dos ciudades de la llanura del Jordán, es inconcebible que un escritor posterior las mencionase como existentes en aquel tiempo y que no hiciera ningún intento por informar al lector de lo que les había sucedido con posterioridad. Es, desde luego, más fácil creer que estaba escribiendo antes de su total desaparición, acontecimiento éste que antedata con mucho a Hiram de Tiro, y que se debe asignar probablemente a algún tiempo alrededor del siglo 17 a.C.
(5) El gran espacio que se dedica a los joctanitas. Si alguien fuese a recoger libros antiguos de historia acerca de la colonización de Norteamérica por el Hombre Blanco y de sus constantes relaciones en comercio y en guerra con las tribus indias americanas, uno encontraría continuamente nombres tribales como los ojibwas, hurones, senecas, crees, mohawks y cherokees. Pero los lectores actuales solo reconocerían unos pocos de estos nombres. Uno sospecha que los joctanitas fueron de forma análoga un grupo humano a la vez numeroso e importante en la antigua historia del Oriente Medio, particularmente en la historia de Arabia. Pero al cabo de unos pocos siglos, como mucho, alguna circunstancia había o bien reducido a muchos de ellos a una posición tribal insignificante, o los había unido de modo que sus existencias tribales individuales habían quedado diluidas. Si un escritor judío del siglo 6 a.C. hubiera reunido una lista de nombres como esta (incluso si los hubiera podido recobrar con alguna certidumbre), es probable que sus palabras hubieran ejercido bien poco impacto para sus lectores, para los que no hubieran significado mucho. En cambio, en un tiempo mucho más temprano, hubiera sido análoga a los escritos más antiguos en América, de los jesuitas, por ejemplo, o de Catlin. Que tiene una base histórica genuina se hace evidente por los nombres de los distritos o ciudades de Arabia que parecen ser claramente recuerdos de asentamientos mucho más anteriores. Cuando uno contrasta el detalle de esta sección (versículos 6–20) con la escasa información que se da acerca de la línea de Sem a través de Peleg, es difícil argumentar de forma convincente que la Tabla fuese una pieza de propaganda judía para favorecer sus propios antecedentes.
(6) La interrupción de la línea hebrea en Peleg. A la vista de la gran importancia asignada a la persona de Abraham como padre de pueblo judío, es ciertamente extraordinario que un escritor que pretenda presentar un relato del origen de las naciones, un escritor, recordemos, que se supone que es judío, haya descuidado totalmente indicar dónde se originó Abraham. Considerando que Abraham, sea como sea que se considere, tiene que haber sido una figura de una cierta importancia, siendo bien conocido antes de la destrucción de Sodoma y de Gomorra, la única conclusión que se puede extraer de esto es que el escritor no conocía su existencia debido a que todavía no vivía, o a que todavía no había alcanzado una posición destacada.
Esta impresión queda más reforzada al considerar que aunque Palestina se trata con un cierto detalle, con las ciudades y los territorios claramente delineados, hay una total ausencia de mención de los hebreos. Si el objeto de la Tabla era proporcionar al pueblo judío una prueba de una antigüedad tan impresionante como la de las naciones más destacadas a su alrededor como los egipcios (Mizraim, versículo 6), y Asiria (Asur, versículo 22), ¿no hubiera aparecido alguna mención de las glorias de su propia nación bajo Salomón?
(7) Y esto nos lleva a una observación final, esto es, la referencia a los jebuseos sin ninguna mención de la ciudad bajo el nombre más familiar de Jerusalén. Esta Tabla se ocupa de los nombres de los individuos, de las ciudades que fundaron, de las tribus a las que dieron origen y de los territorios en los que se asentaron. De estas categorías, los nombres de ciudades forman una parte muy destacada. Pero, en tanto que se hace mención de los jebuseos, su capital no se designa de forma específica, y la circunstancia que rodeó su cambio de nombre para convertirse en Jerusalén no recibe mención alguna. Esto sería análogo a una historia de la antigua Inglaterra en la que el autor, a la vez que menciona muchos asentamientos importantes, no haga mención de Londres ni de Winchester. Un historiador canadiense que hubiera vivido antes de la formación del Canadá Superior, si hiciera alguna referencia a un asentamiento en la desembocadura del río Humber en Ontario, pero sin ninguna mención del «Fangoso York», sería considerado como muy antiguo para el estándar canadiense. Si hubiera mencionado de pasada que a la gente de este asentamiento se la conocía como los «fangosos de York», habría razón para situarlo en una fecha de alrededor de 1800. Sin embargo, si no hiciese ninguna mención parentética de que la ciudad de York fue designada posteriormente con el nombre de Toronto, uno podría todavía suponer que desconocía esto y que había muerto antes que se realizase el cambio de nombre. Este sería particularmente el caso si a la vez hubiera hecho referencia meticulosa a otras poblaciones y ciudades importantes en la temprana historia del Canadá.
Me parece que la ausencia total de cualquier referencia directa aquí a una ciudad conocida específicamente como Jebús, e incluso de forma más importante a la misma ciudad como Jerusalén, constituye una clara indicación de que el escritor vivió solo el tiempo suficiente para completar un registro de acontecimientos exactamente como aparecen en esta antigua Tabla. Como muy tarde, si los anteriores argumentos tienen algún peso, no puede haber vivido hasta mucho más allá del siglo 20 o 19 a.C.

Pasamos en el siguiente capítulo a estudiar ciertas secciones representativas de esta Tabla etnográfica a fin de exponer hasta qué punto puede servirnos como guía de la historia antigua, por cuanto proporciona información y vínculos vitales que no tenemos disponibles de ninguna otra manera en nuestro actual estado de conocimientos.

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