En el número de abril de 2008 de la revista Nature, un artículo
de Philip Ball explica cómo, desde su punto de vista, la ciencia
moderna comenzó en el “siglo XII... varios cientos de años antes que lo
que hemos imaginado”, mediante un rompimiento con la teología del
cristianismo medieval, que emergía de la oscuridad de la Edad Media. En
sus palabras, “los arquitectos de esta nueva filosofía [una cosmovisión
naturalista] intentaron reconciliar su perspectiva con el penetrante
sentimiento religioso de la Edad Media. Pero, al hacerlo, abrieron el
cisma entre la fe y la razón que, desde entonces, se ha agrandado hasta
llegar a una sima”. Luego describe esta tensión creciente describiendo
varios aportes científicos hechos en los días previos al Iluminismo y
cómo fueron resistidos por las instituciones religiosas.
Cerca del final de su artículo, Ball sostiene:
“Progresivamente, se encontró que este conocimiento tenía un poder
explicativo tal que, más que racionalizar la teología, competía con
ella. La fisura consiguiente entre la fe y la razón han dejado ahora a
las religiones tradicionales en una situación tan comprometida que
corren el riesgo de ser desplazadas por variedades más ingenuas y
dogmáticas”.
No me siento calificado para discutir el cuadro que pinta Ball, excepto
para decir que, basado en mi impresión a partir de la lectura de obras
de algunos historiadores de la ciencia, como Stanley Jaki en The Savior of Science, Rodney Stark en The Victory of Reason o Alister McGrath en Science & Religion: An Introduction, el cristianismo aportó mucho más a la revolución científica que lo que él le atribuye.
Independientemente de cómo pueda finalizar ese argumento, hay otro
camino que me gustaría seguir aquí. Suponga que Ball tiene razón y la
verdadera ciencia comenzó cuando los pensadores medievales pudieron
liberarse de las cadenas de una cosmovisión teísta para seguir una
cosmovisión naturalista. Entonces, me parece justo preguntar, como lo ha
hecho Ken Samples en su artículo “La histórica alianza entre el cristianismo y la ciencia”, si
una cosmovisión naturalista brinda los supuestos necesarios para
sostener un esfuerzo científico continuo. ¿O acaso esos primeros
científicos, al igual que los científicos hoy, están usando los
supuestos de una cosmovisión teísta?
Según el naturalismo, el mundo es producto de procesos ciegos y sin
propósito. Nosotros, junto con nuestra capacidad de razonamiento, somos
finalmente el resultado de un accidente. Entonces, ¿cómo explica el
naturalismo cosas como el método científico, los supuestos acerca de la
uniformidad de una naturaleza regida por leyes, o el razonamiento
abstracto y las leyes de la lógica? ¿Cómo podemos tener alguna confianza
en nuestros procesos de razonamiento si la mente es un mero accidente
de la naturaleza? En palabras de C. S. Lewis tomadas de su colección de artículos God in the Dock:
“No veo ninguna razón para creer que un accidente pueda darme una
descripción correcta de todos los demás accidentes. Es como esperar que
la forma accidental que toma la salpicadura cuando uno vuelca una jarra
de leche me dé una descripción correcta de cómo está hecha la jarra y
por qué se volcó”.
El físico teórico agnóstico y autor popular Paul Davies es más sincero
que la mayoría al reconocer el papel que juega una cosmovisión teísta en
la ciencia (según se lo cita aquí):
“La gente da por sentado que el mundo físico es ordenado e inteligible.
El orden subyacente en la naturaleza –las leyes de la física– se aceptan
simplemente como algo dado, como hechos brutos. Nadie pregunta de dónde
vinieron; al menos, no lo hacen cuando están con ciertas personas. Sin
embargo, aun el científico más ateo acepta como un acto de fe que el
universo no es absurdo, que existe una base racional para la existencia
física que se manifiesta en un orden en forma de leyes de la naturaleza
que es, al menos en parte, comprensible para nosotros. Así que la
ciencia sólo puede seguir adelante si el científico adopta una
cosmovisión esencialmente teológica”.
Al final, debemos responder la pregunta planteada por Ken Samples, “¿Es
más razonable creer que el universo vino a existir de la nada mediante
la nada o que, como dice la Biblia: ‘En el principio creó Dios los
cielos y la tierra’?”.
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