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El Origen de las Naciones V: Aquel círculo en expansión



Capítulo 5

El círculo en expansión

P
ARECE IMPROBABLE, incluso admitiendo todas las posibles discontinuidades en el texto que algunos están persuadidos que tienen que existir, que se pueda empujar hacia atrás la fecha del Diluvio y con ella la fecha de los acontecimientos bosquejados en esta Tabla de las Naciones, más allá de unos pocos miles de años a.C. Como mucho, estos acontecimientos difícilmente pueden haber ocurrido hace mucho más de 6000 años —y, personalmente, me parece que 4500 años está más cerca de la verdad. En este caso nos vemos obligados a concluir que, excepto por los que vivieron entre Adán y Noé y fueron destruidos por el diluvio, y cuyos restos creo que es probable que nunca se encuentren, todos los hombres fósiles, todos los pueblos prehistóricos, todas las comunidades primitivas extintas o vivientes, y todas las civilizaciones desde entonces, se tienen que englobar dentro de este lapso de unos pocos miles de años. Y, así de entrada, esta propuesta puede parecer totalmente absurda.
Sin embargo, en este capítulo espero poder demostrar que hay líneas probatorias de considerable fuerza en apoyo de la anterior proposición. Al exponer esto, surgirán toda clase de objeciones en la mente del lector que tenga algún conocimiento extenso de las actuales perspectivas de la antropología física. Se hace un intento en discurrir acerca de algunas de estas objeciones en otros artículos Doorway: «Fossil Man and the Genesis Record [El hombre fósil y el registro del Génesis]», «Primitive Cultures: Their Historical Origins [Las culturas primitivas: sus orígenes históricos]»; «Longevity in Antiquity and Its Bearing on Chronology [La longevidad en la antigüedad y sus consecuencias para la cronología]», y «The Supposed Evolution of the Human Skull [la supuesta evolución del cráneo humano]». Sin embargo, algunos problemas permanecen sin resolver. Con todo, no hay necesidad de resolver todos los problemas antes de presentar una postura alternativa.
Es nuestra posición que Noé y su esposa y familia fueron verdaderas personas, los únicos supervivientes de un cataclismo principal, cuyo mayor efecto fue borrar la antigua civilización que se había desarrollado desde Adán hasta aquel tiempo. Cuando el Arca tocó tierra, quedaron ocho personas vivas en el mundo, ni una más. Tocando tierra en alguna parte de Armenia, comenzaron a extenderse al irse multiplicando, aunque por un tiempo mantuvieron una tradición cultural homogénea. La pauta familiar inicial, originada por la existencia en el grupo de tres hijos y sus esposas, dio origen con el transcurso del tiempo a tres distintos grupos raciales que, según su linaje patriarcal, son más propiamente designados como jafetitas, camitas y semitas, pero en terminología moderna serían representados por el pueblo semita (hebreos, árabes y naciones antiguas como los babilonios, asirios, etc.), los camitas mongoloides y negroides, y los jafetitas caucasoides.
Al principio se mantuvieron juntos. Pero en el decurso de un siglo, más o menos, se disgregaron en pequeños grupos, y posteriormente algunos de la familia de Sem, la mayoría de la familia de Cam y unos pocos de la familia de Jafet llegaron del este a la llanura de Mesopotamia (Génesis 11:29). Aquí parece, por las evidencias tratadas en otros artículos, que la familia de Cam, que había llegado a ser políticamente dominante, inició un movimiento para impedir una mayor dispersión proponiendo la edificación de un monumento como punto visible de reunión en la llanura, con lo que se atrajo un juicio que llevó a una dispersión forzada y rápida de la misma por toda la tierra.
Esta circunstancia explica que en cada parte del mundo donde Jafet ha migrado posteriormente ha ido siempre precedido por Cam —lo cual se aplica a cada continente. En tiempos prehistóricos esto siempre resulta cierto, con los restos fósiles más antiguos mostrando rasgos negroides o mongoloides, mientras que los que siguieron no son así. Es cosa cierta que en tiempos protohistóricos todos los avances culturales que lograron los pioneros camitas tendieron a ser absorbidos por los sucesores jafetitas. El registro de la extensión más relajada de Jafet por la tierra ha quedado manchado por la destrucción tanto de la cultura como de sus creadores camitas siempre que los jafetitas llegaron con la suficiente fuerza para conseguir el dominio. Esto sucedió en el Valle del Indo, sucedió en América Central, sucedió con las tribus indias de América del Norte, sucedió en Australia, y solo la superioridad numérica ha preservado a África hasta ahora de la misma suerte. La deuda de Jafet para con Cam por su contribución pionera en el dominio del medio ambiente se explora ampliamente y documenta en el artículo Doorway nº 43, «The Technology of Hamitic People [La tecnología del pueblo camita]», parte IV del volumen Noah´s Three Sons, y su complementario, el artículo 28, Parte I del mismo volumen, «The Part Played by Shem, Ham, and Japheth in Subsequent World History [El papel de Sem, Cam y Jafet en la posterior historia mundial]». No repetiremos aquí dichos argumentos.
Ahora bien, a pesar de los descubrimientos en Sudáfrica en años recientes, sigue siendo verdad que tanto si hablamos del hombre fósil como de antiguas civilizaciones, de pueblos coetáneos o nativos, o de la actual población del mundo, resulta que todas las líneas migratorias que pueden seguirse todavía en la actualidad irradian desde el Oriente Medio.
La pauta es como sigue. A lo largo de cada ruta migratoria se encuentran asentamientos, cada uno de los cuales difiere ligeramente del que le precedió y del que le sigue. Como regla general, la dirección del movimiento tiende a evidenciarse por una pérdida gradual de artefactos culturales, que siguen en uso más atrás en la línea, pero que o bien desaparecen del todo más adelante en la línea, o son copiados de una forma burda o meramente representados en imágenes o en folklore. Cuando irradian diversas líneas a partir de un solo centro, la imagen que se presenta es más o menos una serie de círculos cada vez más amplios de asentamientos, donde cada uno va compartiendo menos y menos de los artefactos culturales originales que persisten en el centro. Al mismo tiempo aparecen artículos completamente nuevos, que están pensados para satisfacer nuevas necesidades que no se encuentran en el centro. Cuanto más uno se aleja del centro siguiendo estas rutas migratorias, tanto más nuevos y singulares serán los artículos que será probable encontrar y que no sean compartidos por otras líneas, pero quedan algunas reminiscencias de unos pocos vínculos particularmente importantes o útiles con la patria original. Si uno entra en un asentamiento sin un conocimiento previo de la dirección desde la que llegaron los colonos, uno no puede estar seguro de la manera en que tengan que remontarse las relaciones. Sin embargo, hay por lo general algún fragmento probatorio que permite a uno separar los artefactos que han sido introducidos de aquellos que se han desarrollado en el lugar. Esto es particularmente así siempre que aparecen artículos complejos que exigen materiales no disponibles en la localidad. A veces la evidencia es de segunda mano, como cuando se encuentra un artículo que es evidentemente una copia, y hay algo en su construcción que lo demuestra. Por ejemplo, ciertas vasijas de cerámica minoica son claramente copias de prototipos metálicos, tanto por la forma que adoptan como por su ornamentación.[138] Allí donde las asas de cerámica de estas vasijas se unen con el cuerpo de las mismas, hay pequeños botones de barro cocido que no sirven a ninguna función, pero que son un evidente intento de copiar los roblones que en el pasado fijaban las asas metálicas al cuerpo metálico del prototipo. Estos prototipos aparecen en Asia Menor, y queda por ello demostrado de qué manera se tiene que seguir la línea migratoria, porque es inconcebible que la vasija de cerámica con sus pequeños botones de barro cocido diese al metalúrgico la idea acerca de dónde poner los roblones.
En las más antiguas migraciones que, si nos dejamos guiar por la cronología de las Escrituras, tienen que haber sido bastante rápidas, fue inevitable que se diese una tendencia más marcada hacia la pérdida de artículos culturales comunes al centro según uno se va desplazando, en lugar de hacia la obtención de nuevos artículos.[139] Con ello el nivel general de la cultura descendería, aunque las tradiciones orales, los rituales y las creencias religiosas cambiarían más lentamente. A su tiempo, después que un grupo humano suficientemente grande hubiera permanecido en algún lugar, surgiría un nuevo «centro» con muchas de las antiguas tradiciones preservadas pero con algunas de nuevas establecidas con suficiente vigor para enviar nuevas oleadas de influencias tanto más adelante como atrás a lo largo de la línea de migración.
Juntamente con estas pérdidas culturales en la inicial expansión de los pueblos camitas habría una cierta degradación física. No es solo que en muchos casos la gente tiende a no estar preparada para los rigores de la vida pionera y a degradarse culturalmente como consecuencia de ello, sino que el alimento mismo es a menudo muy insuficiente o inapropiado, y sus cuerpos tampoco se desarrollan de forma normal. Como Dawson ha observado,[140] cuanto más cultivado es un inmigrante al llegar, tanto más gravemente queda obstaculizado y propenso a sufrir cuando se le privan las amenidades familiares de su vida anterior. Esto, por ejemplo, lo han observado los que han estudiado los efectos de la dieta sobre el cráneo humano, y este tema se trata con cierto detalle en «The Supposed Evolution of the Human Skull [La supuesta evolución del cráneo humano» (contenida en el volumen 2 de Doorway Papers Series); y, con respecto a la cultura, en «Primitive Cultures: Their Historical Origins [Las culturas primitivas—sus orígenes históricos]» (también en el vol. 2).
El establecimiento ocasional de lo que se pudiera designar como centros culturales «provinciales» a lo largo de las diversas rutas migratorias ha complicado enormemente la pauta de relaciones en los tiempos protohistóricos, pero la evidencia que existe, incluso con lo exigua que es en ocasiones, da un fuerte apoyo a la Cuna de la Humanidad en el Oriente Medio, desde donde salieron sucesivas oleadas de pioneros que no eran indoeuropeos ni semitas. Se trataba de pioneros camitas, bien de tipo mongoloide o negroide con algunas mezclas, que abrieron caminos y nuevos territorios en todas las partes habitables de la tierra, y que finalmente establecieron una forma de vida en cada localidad que en cada nivel básico hacía un uso máximo de las materias primas y de los recursos de aquella localidad. Los jafetitas los siguieron, edificando sobre este fundamento y aprovechando esta tecnología básica a fin de levantar con el tiempo una civilización más elevada, a veces desplazando totalmente a los camitas, a veces educando a sus maestros en otras formas y luego retirándose, y a veces absorbiéndolos de forma que ambas líneas raciales quedaron fundidas en una.
Hasta ahora hemos estado tratando los grandes rasgos. Ahora pasaremos a un examen más detallado de la evidencia de que (a) la dispersión del hombre tuvo lugar desde un centro en alguna parte del Oriente Medio, y (b) que los que formaron la vanguardia eran de linaje camita.
Antes que se propusiera un origen evolutivo para el hombre, había un acuerdo general de que la Cuna de la Humanidad estaba en Asia Menor, o al menos en el Oriente Medio. Cualquier evidencia de tipos primitivos en el mundo, fuesen vivientes o fósiles, se consideraba prueba de que el hombre se había ido degradando al apartarse del lugar del Paraíso. Cuando el Evolucionismo capturó la imaginación de los antropólogos, los restos fósiles primitivos fueron inmediatamente considerados como prueba de que los primeros hombres no estaban constitucionalmente muy apartados de los simios. Pero se presentaba un problema, y era que los supuestos antecesores del hombre moderno parecían siempre aparecer en los lugares que no debían. Se seguía haciendo la suposición de que el Oriente Medio era el hogar del hombre, y por ello que estos tipos fósiles primitivos, que aparecían en todas partes menos en esta región, parecían totalmente fuera de lugar. Osborn, en su obra Men of the Old Stone Age, intentó explicar esta anomalía argumentando que se trataba de migrantes.[141] Él expresó su convicción de que tanto los habitantes humanos como animales de Europa, por ejemplo, habían migrado hacia allí en grandes oleadas procedentes de Asia y de África. Pero escribió que era probable que la fuente de las oleadas migratorias fuese Asia, siendo el norte de África solo el camino de paso. Esta era su posición en 1915, y cuando apareció en 1936 una tercera edición de su famoso libro, había modificado solo de manera ligera sus puntos de vista originales. Tenía un mapa del Viejo Mundo con esta nota al pie: «A través de esta dilatada era se tiene que considerar a Europa Occidental como una península rodeada de mar por todas partes y extendiéndose hacia al oeste como prolongación de la gran masa de tierras de Europa oriental y Asia —que fue el principal escenario de la evolución, tanto de la vida animal como de la humana».
Sin embargo, en 1930, y en contra de las expectativas, el profesor H. J. Fleure tuvo que admitir:[142]
No se han descubierto trazas claras de los hombres y culturas de la última parte de la Vieja Edad de Piedra (conocida en Europa como las fases auriñaciense, solutrense y magdaleniense) en las tierras altas centrales de Asia.
 La situación era fundamentalmente la misma cuando W. Koppers observó en 1952:[143]
Es cosa digna de resaltar que hasta ahora todos los hombres fósiles que se han encontrado en Europa, el Lejano Oriente y África, esto es, en regiones marginales de Asia que son de lo menos probable que hayan constituido la cuna de la raza humana. No conocemos ningunos restos del Asia central donde la mayoría de los eruditos que se han ocupado acerca del origen del hombre situarían las razas más tempranas.
 Es cierto que actualmente se han encontrado algunos hombres fósiles en el Oriente Medio, pero bien lejos de hablar en contra de esta área como el centro de posteriores migraciones, me parecen que hablan de forma indirecta —y por ello con tanta mayor fuerza— a favor de ella. Volveremos a esto más adelante.
El profesor Griffith Taylor de la Universidad de Toronto, hablando con referencia a movimientos migratorios en general, tanto en tiempos prehistóricos como históricos, escribió:[144]
Aparece una serie de regiones en las Indias Orientales y en Australasia que está dispuesta de forma que los más primitivos son los que aparecen más alejados de Asia, y los más avanzados más cerca de Asia. Esta distribución alrededor de Asia aparece cierta en las demás «penínsulas» [esto es, África y Europa, ACC], y es de fundamental importancia a la hora de tratar acerca de la evolución y de la situación etnológica de los pueblos de que se trate. . . .
     Sea cual sea la región que consideremos, África, Europa, Australia o América, encontramos que las principales migraciones han procedido siempre de Asia.
Después de tratar con algunos de los índices que emplea para establecer posibles relaciones entre grupos en diferentes áreas geográficas, observa:[145]
¿Cómo puede alguien explicar la estrecha semejanza entre tipos tan distanciados como los que se exponen aquí? Solo la expansión de zonas raciales a partir de una tierra-cuna común [énfasis suyo] puede explicar estas afinidades biológicas.
Y a continuación, cuando trata acerca de la etnología africana, observa:[146]
El primer punto de interés al estudiar la distribución de los pueblos africanos es que se mantiene la misma regla que hemos observado en los pueblos de Australasia. Los grupos más primitivos se hallan en las regiones más distantes de Asia, o, lo que es equivalente, en las regiones más inaccesibles. ...
     Dadas estas condiciones, parece lógico suponer que las zonas raciales solo pueden haber sido resultado de que pueblos similares se extendieran como ondas procedentes de un origen común. Esta tierra-cuna debería encontrarse aproximadamente entre las dos «penínsulas», y todas las indicaciones (incluyendo la distribución racial de la India) señalan a una región de evolución máxima no lejos del Turkestán. No es improbable que el factor tiempo fuese similar en la expansión de todos estos pueblos.
 De un modo similar, Dorothy Garrod escribió:[147]
Se está haciendo más y más claro que no es en Europa que tenemos que buscar los orígenes de los diversos pueblos paleolíticos que invadieron con éxito el oeste. ... La clasificación de De Mortillet, por tanto, soloregistra el orden de llegada [mi énfasis, ACC] al Occidente de una serie de culturas, cada una de las cuales se originó y probablemente pasó la mayor parte de su existencia en algún otro lugar.
 V. G. Childe también escribió en este sentido:[148]
Nuestro conocimiento de la arqueología de Europa y del Antiguo Oriente ha fortalecido enormemente la posición de los orientalistas. Es cosa cierta que ahora podemos seguir provincias interconectadas de manera continua a lo largo de las cuales las culturas se observan distribuidas regularmente en zonas de grados descendientes alrededor de los centros de civilizaciones urbanas en el Antiguo Oriente. Esta zonación es la mejor prueba posible del postulado de difusión que mantienen los orientalistas.
 Al escribir acerca de la posible cuna del Homo sapiens, Henry Field da una reseña muy esquemática de los principales hallazgos del hombre fósil (hasta la fecha, en 1932), incluyendo hallazgos de Pequín, Kenia, Java, Heidelberg, (Piltdown), y Rhodesia (la actual Zimbabwe —N. del T.), y luego da un mapa donde las localiza; y luego observa:[149]
No me parece probable que ninguna de estas localidades pudiera haber sido el punto original desde el que migrasen los primeros hombres. Las distancias, combinadas con muchas barreras geográficas, tenderían a hacer insostenible una teoría de esta naturaleza. Sugiero que una región más o menos equidistante de los bordes exteriores de Europa, Asia y África puede haber sido desde luego el centro en el que tuvo lugar el desarrollo.
 Es cierto que estas declaraciones fueron escritas antes de los recientes descubrimientos en Sudáfrica, o en el Lejano Oriente en Chou-kou-tien, o en el Nuevo Mundo. De los hallazgos en Sudáfrica es poco lo que se puede decir de cierto, y no hay unanimidad acerca de su verdadera trascendencia. Los hallazgos en Chou-kou-tien, como intentaremos exponer, en realidad prestan apoyo a la tesis que presentamos aquí, y de manera interesante. En cuanto al Nuevo Mundo, nadie jamás ha propuesto que fuese la Cuna de la Humanidad. Así, el Oriente Medio sigue reteniendo la prioridad como el probable original Hogar del Hombre. Sin embargo, por lo que se refiere a dataciones, se tiene que admitir que ninguna autoridad con su reputación en juego propondría que este hogar se remonta a fecha tan reciente como la de nuestras cuentas de solo 4500 años. El problema del tiempo persiste y de momento no tenemos respuesta al mismo, pero podemos pasar a explorar las líneas de evidencia que en todos los demás respectos apoyan la tesis enunciada con anterioridad en este capítulo.
Parte de esta evidencia, cosa curiosa, es el hecho de la diversidad de los tipos físicos que se encuentra dentro de lo que parecen haber constituido familias unidas. Esto ha sido causa de alguna sorpresa, y sin embargo queda explicado si se acepta una dispersión desde un centro. Hace algunos años, W. D. Matthew hizo la siguiente observación:[150]
Sean cuales fueren las agencias que se asignen como causa de evolución en una raza, debería ser al principio más progresiva en este momento de la dispersión original, y seguirá este proceso en aquel punto como respuesta a cualquier estímulo que la causó originalmente, y que se expandirá en sucesivas oleadas migratorias, siendo cada oleada superior a la precedente. En cualquier punto de tiempo, por ello, las etapas más avanzadas estarán más cerca del centro de dispersión, y las etapas más conservadoras serán las más alejadas del mismo.


Fig. 3.   Emplazamientos aproximados de los restos fósiles o de pueblos primitivos que se mencionan en este volumen.



Se deben hacer algunos comentarios acerca de esta observación, porque conlleva importantes implicaciones. Lebzelter[151] observó que «donde el hombre vive en grandes conglomeraciones, la raza (esto es, la forma física) tiende a ser estable mientras que la cultura se vuelve especializada; allí donde vive en pequeños grupos aislados, la cultura es estable pero evolucionan razas especializadas». Según Lebzelter, esta es la razón de que la diferenciación racial fuese relativamente destacable en las etapas primitivas de la historia del hombre. La explicación de este hecho es bien clara. En una población muy pequeña y con una estrecha consanguinidad, los genes para caracteres singulares tienen mucha mayor probabilidad de expresarse de modo homocigótico, de modo que tales caracteres aparecen en la población con una mayor frecuencia, y tienden a perpetuarse. Por otra parte, una población tan pequeña puede tener una existencia tan precaria que el margen de supervivencia sea demasiado pequeño para alentar o permitir la expresión de diversidades culturales. Así, el tipo físico es variante pero va acompañado de conformidad cultural, mientras que en una comunidad grande y bien establecida, comienza a aparecer una norma física como característica de aquella población, pero la seguridad resultante de los números permite un mayor juego de la divergencia cultural.
Así, al mismo principio podríamos esperar encontrar en el área central una medida de diversidad física y de uniformidad cultural; y en cada centro secundario o provincial en sus etapas iniciales aparecería la misma situación. La diversidad física a esperar en base a lo expuesto quedaría aun más exagerada, como ahora se sabe, por el hecho (solo reconocido en época relativamente reciente) de que cuando cualquier especie establecida entra en un nuevo ambiente da en el acto expresión a una nueva y mayor capacidad de diversificación. Hace muchos años, Sir William Dawson observó este fenómeno en la biología de las plantas y de los animales.[152] En base al estudio de moluscos y otros fósiles posteriores al Plioceno, llegó a la conclusión de que «las nuevas especies tienden a variar hasta el mayor grado de sus posibles límites, y luego a permanecer estacionarios durante un tiempo indefinido». Una explicación de esto la propuso recientemente Colin H. Selby en Christian Graduate.[153] Esta circunstancia fue también objeto de una observación de Charles Brues,[154] que añade que «la variabilidad de formas es ligera una vez que la población es grande, pero al principio es rápida y extensa en el caso de muchos insectos para los que tenemos los datos necesarios». Adolph Schultz hizo adicionales observaciones acerca de este punto al tratar acerca de poblaciones de primates en el Simposio en Cold Springs Harbor en 1950.[155]
De modo que en realidad tenemos tres factores, todos los cuales se encuentran todavía funcionales en las poblaciones vivientes, y que deben haber contribuido a la marcada variabilidad en los restos fósiles primitivos, en particular cuando se encuentran varios especímenes en un único emplazamiento, como en Chou-kou-tien, por ejemplo, o en Obercassel, o en el Monte Carmelo.
Estos factores se pueden recapitular del siguiente modo: (a) Una nueva especie es más variable cuando aparece por primera vez; (b) Una población pequeña es más variable que una de grande; (c) Cuando una especie o unos pocos miembros de la misma pasan a un nuevo medio ambiente, vuelven a aparecer amplias variedades que solo se estabilizan con el tiempo. A estos tres puntos se debería añadir un cuarto, esto es, que las pequeñas poblaciones tienen propensión a ser muy conservadoras en su cultura, con lo que mantienen una gran identidad aunque estén muy extendidas geográficamente.
Los restos fósiles ofrecen un constante testimonio de la realidad de estos factores, pero esto solo tiene significado si damos por supuesto que una pequeña población comenzó en el centro y, al quedar firmemente establecida allí, envió sucesivas oleadas de migraciones que generalmente estaban compuestas de muy pocas personas en cada grupo individual, y que a su vez establecieron una sucesión adicional de centros, repitiéndose el proceso una y otra vez hasta que el hombre primitivo quedó esparcido por todas las regiones habitables del mundo. Al principio, cada nuevo centro exhibió una gran diversidad de tipos físicos, pero al multiplicarse se llegó a una mayor uniformidad con el paso del tiempo. Allí donde un centro subsidiario de este tipo quedó extinguido antes de lograrse esta uniformidad, pero donde sus restos quedaron preservados, la diversidad quedó, por así decirlo, retenida para nuestro examen. Al mismo tiempo, en áreas marginales donde los individuos o las familias sufrieron un desplazamiento por la acción de los que los seguían, las circunstancias se combinaron con frecuencia para degradarlos físicamente, de modo que el hombre fósil manifiesta una tendencia a exhibir una forma embrutecida —pero ello debido a razones secundarias. Por una parte, en las primeras etapas de estas migraciones la uniformidad cultural sería no solo la regla en cada grupo, sino necesariamente la regla también en todos los grupos. Y esto también se ha encontrado como cierto hasta un grado extraordinario. Desde luego, y siguiendo la regla acabada de enunciar, sería de esperar que los grupos más primitivos —aquellos que habían sido empujados hasta los círculos más alejados— exhibiesen la mayor uniformidad cultural, de modo que no sería sorprendente encontrar esta identidad en áreas tan periféricas como el Nuevo Mundo, Europa, Australia, Sudáfrica, etc., y esto es precisamente lo que se ha observado.
Unas líneas de evidencia que exploraremos algo más adelante nos llevan a la conclusión de que no deberíamos explorar estas áreas marginales, tanto respecto a coetáneos primitivos como a restos fósiles, en pos de una perspectiva de las etapas iniciales de la posición cultural del hombre. Es precisamente en estas áreas marginales donde no las encontraremos. La lógica de este argumento fue a la vez evidente para y llanamente rechazada por E. A. Hooten, que observó:[156]
La adopción de un principio como este demandaría la conclusión de que aquellos lugares donde uno encuentra formas primitivas de cualquier orden de animal son precisamente los lugares donde estos animales no pudieran haberse originado. ...
     Pero este es el principio de lucus a non lucendo, esto es, de encontrar luz donde uno no debiera, y que llevado a su extremo lógico nos llevaría a buscar la cuna del hombre en aquella área donde no hay trazas del hombre antiguo y de ninguno de sus precursores primates [mi énfasis, ACC].
 William Howells ha escrito con cierta extensión acerca de que, en sus palabras, «todas las huellas visibles llevan fuera de Asia».[157] Luego examina la situación respecto a las líneas migratorias emprendidas por los «blancos» y supone que al principio estuvieron atrincherados en el sudoeste de Asia «aparentemente con los Neandertales al norte y oeste de ellos». Él propone que en tanto que la mayoría de ellos penetraron tanto en Europa como en África del Norte, algunos de ellos pueden haberse desplazado hacia el este a través del Asia central y hacia el interior de China, lo que podría dar explicación de los ainu y de los polinesios. Él cree que la situación con respecto a los mongoloides es bastante clara, siendo que el origen de ellos estuvo más o menos en la misma área que la de los «blancos», desde donde poblaron el Este. Los pueblos de tez oscura son, en sus palabras «un rompecabezas mucho más formidable». Cree él que los aborígenes australianos se pueden remontar hasta la India, con alguna evidencia de ellos quizá en la Arabia meridional. Es de suponer que los negros africanos deben también haber derivado del Oriente Medio, quizá llegando a África por el Cuerno, y por ello también por vía de Arabia. Sin embargo, hay un número de pueblos de piel negra que parecen esparcidos aquí y allá de una manera que él denomina como «el enigma culminante», una de cuyas características principales es la peculiar relación entre los negros y los negritos. De estos últimos, dice lo siguiente:[158]
Se les localiza entre los negros en la selva del Congo, y aparecen en el límite oriental de Asia (las islas Andaman, la península de Malaca, probablemente la India, y posiblemente en el pasado en el sur de China), en las Filipinas y en Nueva Guinea, y quizá en Australia, con probables trazas en Borneo, las Célebes y diversas islas de Melanesia.
     Todas estas son áreas de «refugio», e inhóspitas selvas remotas que los pigmeos han ocupado evidentemente cuando pueblos más poderosos llegaron posteriormente a las mismas regiones ...
     Hay diversas cosas que se hacen patentes en base a estos hechos. Los negritos deben haber migrado desde un punto común. ... Y es imposible suponer que su punto de origen estuviera en cualquier extremo de su ámbito. ... Es mucho más probable que procediesen de un punto medio, que es Asia.
 Así, hay una medida muy amplia de acuerdo acerca de que las líneas migratorias irradian no desde un punto en alguna parte en África, Europa o el Lejano Oriente, sino de un área geográfica que debe asociarse estrechamente con aquella parte del mundo en la que no solo la Escritura parece decir que el hombre comenzó a poblar físicamente el mundo después del Diluvio, sino también donde comenzó culturalmente. Contemplando la difusión de la civilización tal como hemos contemplado la difusión de la humanidad, está claro que las líneas siguen el mismo curso. La diferencia esencial, si estamos observando las secuencias cronológicas actuales, es que en tanto que se mantiene que la dispersión de la humanidad tuvo lugar hace cientos y cientos de miles de años, la dispersión de la civilización es un acontecimiento que ha tenido lugar casi dentro de los tiempos históricos.
Uno podría postular que aquellos cuya migración tuvo lugar hace cientos de miles de años y cuyos restos nos proporcionan el hombre fósil y las culturas prehistóricas (auriñaciense, etc.) constituían una especie; y que los que iniciaron la cultura básica en la región del Oriente Medio —el momento clave de todas las culturas históricas subsiguientes en el mundo— constituían otra especie. Algunos han propuesto provisionalmente un concepto como éste contemplando al Hombre de Neanderthal como una especie o subespecie más antigua que quedó eliminada con la aparición del llamado «hombre moderno».[159] La asociación de los Neanderthales con modernos en los hallazgos del Monte Carmelo parece chocar con este concepto.[160] Y, desde luego, hay en la actualidad un acuerdo muy extendido acerca de que, con la excepción de los hallazgos más recientes de Sudáfrica, todos los fósiles de los hombres prehistóricos, primitivos y modernos, forman una sola especie, Homo sapiens.
Ralph Linton contemplaba las variedades de hombre reveladas por los hallazgos de fósiles como debidas a factores que ya hemos bosquejado. Tal como él lo expresó:[161]
Si estamos en lo cierto en nuestra creencia de que todos los hombres existentes pertenecen a una sola especie, el hombre primitivo debe haber sido una forma generalizada con potencialidades para evolucionar a todas las variedades que conocemos en la actualidad. Además, parece probable que esta forma generalizada se extendió ampliamente y de forma rápida, y que en el transcurso de unos pocos miles de años de su aparición, pequeños grupos de individuos estaban esparcidos por la mayor parte del Viejo Mundo.
     Estos grupos se encontrarían en muchos medios diferentes, y las peculiaridades físicas que fuesen ventajosas para uno de ellos carecerían de importancia o serían en la práctica perjudiciales para otro. Además, debido al relativo aislamiento de estos grupos y a sus circunstancias habituales de relaciones de estrecha consanguinidad, cualquier mutación favorable o al menos no dañina bajo aquellas circunstancias particulares tendría la mayor probabilidad de extenderse a todos los miembros del grupo.
     Parece bien posible dar cuenta de todas las variaciones conocidas en nuestra especie sobre esta base, sin invocar la teoría de una pequeña cantidad de variedades distintas.
 Contemplados bajo esta luz, los especímenes fósiles degradados que se encuentran en regiones marginales no se deberían tratar ni como experimentos evolutivos «fallidos» hacia la producción del verdadero Homo sapiens, ni como fases «exitosas» pero solo parcialmente completas, o eslabones, entre los simios y los hombres. Lo cierto es que, como Griffith Taylor estaba dispuesto a admitir,[162] «la situación de eslabones “perdidos” como elPithecanthropus en Java, etc., parecía tener poco que ver con la cuestión de la tierra cuna de la humanidad». De hecho, hubiera podido decir lo mismo acerca de la cuestión de los orígenes humanos. Y concluye: «Se trata casi ciertamente de ejemplos de un ... tipo que ha sido empujado fuera a los márgenes».
Así, la manera en que uno estudia o contempla estos restos fósiles está muy afectada por la forma que uno tenga de pensar, si lo hace en términos de procesos biológicos o históricos. El profesor A. Portmann de Viena observó:[163]
Una misma pieza de evidencia adoptará aspectos totalmente diferentes según el ángulo —paleontológico o histórico— desde el que la observemos. La veremos bien como un eslabón en una de las muchas series evolutivas que el paleontólogo intenta establecer, o como algo vinculado con acciones y desarrollos de la historia remota que difícilmente podemos esperar reconstruir. Permítaseme decir claramente que por mi parte no tengo la más ligera duda de que los restos del hombre primitivo que nosotros conocemos deberían ser todos juzgados desde criterios históricos.
 Esta misma aproximación hacia el significado del hombre fósil ha sido seguida con cierto detalle por Wilhelm Koppers, que piensa que «el primitivismo en el sentido de una mayor proximidad del hombre a la bestia» puede en ocasiones ser «resultado de un desarrollo secundario».[164] Él cree que sería mucho más lógico «evolucionar» el Hombre de Neanderthal desde el Hombre Moderno que el Hombre Moderno desde el Hombre de Neanderthal. Él mantiene que el Neanderthal era un tipo especializado y más primitivo, pero más tardío que el hombre moderno, al menos por lo que se refiere a Europa.
Una autoridad tan grande como Franz von Weidenreich[165] estaba también preparada para admitir de manera inequívoca: «No se ha descubierto hasta la fecha ningún tipo de hombre fósil cuyos rasgos característicos no se puedan seguir de vuelta al hombre moderno» [mi énfasis]. Esto concuerda con la opinión de Griffith Taylor,[166]que observó: «Desde luego, se está acumulando la evidencia de que los pueblos paleolíticos de Europa estaban mucho más relacionados con las razas que ahora viven en la periferia de las regiones euroafricanas de lo que se admitía previamente». Hace muchos años, Sir William Dawson exploró este mismo tema y lo expuso hasta cierta extensión en su obra, hermosamente redactada pero casi completamente ignorada, Fossil man and Their Modern Representatives. Aunque hubo un tiempo en el que la unidad del hombre fue puesta en cuestión, vemos que no lo fue por todos.
En la actualidad, se nos asegura desde casi todos los lados que la raza humana es, como dice la Escritura, «de una sangre», una unidad que comprende al hombre antiguo y moderno, al primitivo y civilizado, al fósil y al coetáneo. Esto lo afirman Ernst Mayr,[167] Melville Herskovits,[168] W. M. Krogman,[169] Leslie White,[170] A. V. Carlson,[171] Robert Redfield,[172] y desde luego la misma UNESCO.[173] En el Simpsio de Cold Springs Harbor sobre «Quantitative Biology [Biología cuantitativa]» celebrado en 1950, T. D. Stewart,[174] en un artículo titulado «Earliest Representatives of Homo Sapiens [Los más antiguos representantes del Homo sapiens]», expresó sus conclusiones en las siguientes palabras, «Por ello, lo mismo que Dobzhansky, no veo actualmente razón alguna para suponer que haya existido más que una sola especie de homínidos en cualquier nivel temporal en el Pleistoceno». Alfred Romer[175] observó, en un comentario acerca de la colección de hallazgos fósiles procedentes de Palestina (Mugharet-et-Tabun, y Mugharet-es-Skuhl), «En tanto que ciertos de los cráneos son desde luego Neanderthales, otros exhiben en un grado variable numerosos rasgos neantrópicos (esto es, del “hombre moderno”)». Subsiguientemente, identifica tales cráneos neantrópicos como pertenecientes al tipo general Cro-Magnon en Europa —un tipo humano que parece haber sido un espécimen físico espléndido. Propone más adelante que el grupo humano del Monte Carmelo «se puede considerar como debido a hibridación de la raza dominante (hombre de Cro-Magnon) con sus humildes predecesores (hombre de Neanderthal)». Así, la imagen que una vez tuvimos de medios hombres simiescos andando en una postura encorvada, que hubieran precedido a la llegada del Hombre «verdadero», ha cambiado totalmente con la acumulación de evidencias. Ahora se sabe que estas criaturas pretendidamente encorvadas andaban totalmente erguidas,[176] que su capacidad craneana excedía por lo general a la del hombre europeo moderno (en caso de que esto signifique algo), y que vivían colindantes con la raza más desarrollada (hablando físicamente) que el mundo haya visto probablemente en toda su historia.
Como un ejemplo extraordinario de la inmensa variabilidad que puede mostrar una población temprana, pequeña y aislada, no hay nada mejor que referirnos a los hallazgos en Chou-kou-tien en China,[177] en la misma localidad en la que se encontró el Hombre de Pequín. Estos restos fósiles procedieron de lo que ahora se conoce como la Cueva Superior, y pertenecen a siete individuos que parecen ser miembros de una familia: un anciano que se considera como mayor de 60 años, un hombre más joven, dos mujeres relativamente jóvenes, un adolescente, un niño de cinco años, y un recién nacido. Junto con ellos se encontraron utensilios, ornamentos y miles de fragmentos de animales.
El estudio de estos restos ha desvelado algunos hechos sumamente interesantes. El más importante en el presente contexto es que, a juzgar por la forma craneana, en esta familia tenemos a un representante del Hombre de Neanderthal, una mujer «melanesia» que nos recuerda a los ainu, un tipo mongol, y otro que es bastante semejante a la mujer esquimal actual. Al comentar estos hallazgos, Weidenreich expresó su asombro ante la gama de variabilidad:[178]
Lo sorprendente no es la aparición de tipos paleolíticos del hombre moderno que se parecen a tipos raciales de la actualidad, sino su aparición conjunta en un sitio e incluso en el seno de una sola familia, considerando que estos tipos se encuentran en la actualidad asentados en regiones remotas entre sí.
     Formas semejantes a la del «Viejo», como se le ha llamado, se han encontrado en el Paleolítico Superior, Europa occidental y África del norte; las que se parecen estrechamente al tipo melanesio, en el neolítico de Indochina, entre los cráneos antiguos procedentes de la Cueva de Lagoa Santa en Brasil, y en la población melanesia actual; los que se parecen estrechamente al tipo esquimal aparecen entre los amerindios precolombinos de México y otros lugares en Norteamérica, y entre los esquimales en el oeste de Groenlandia en la actualidad.
 Luego Weidenreich procede a observar que el crisol de mezcla de razas del Chou-kou-tien paleolítico «no está solo».[179] En Obercassel, en el valle del Rin, se encontraron dos esqueletos, uno de un varón viejo y otro de una mujer más joven, en un sepulcro de alrededor del mismo período que el yacimiento funerario en Chou-kou-tien. Dice él: «Los cráneos son de apariencia tan diferente que uno no vacilaría en asignarlos a dos razas si procediesen de localidades separadas». Tan confusa es la imagen que ahora aparece que observa:[180]
Los antropólogos físicos se encuentran en un callejón sin salida por lo que respecta a la definición y a la extensión de las razas humanas individuales y su historia. ...
     Pero uno no puede echar a un lado todo un problema debido a que hayan fracasado los métodos aplicados y aceptados como históricamente intocables.
 Con todo, esta extraordinaria variabilidad permite el establecimiento de líneas de relación que parecen entrecruzarse en todas las direcciones como una densa red de evidencia de que estos restos fósiles pertenecen mayormente a una sola familia.
Griffith Taylor vincula entre sí a los melanesios, negros y amerindios.[181] Esta misma autoridad propone una relación entre el Hombre de Java y el Hombre de Rhodesia.[182] Relaciona también a ciertas tribus suizas que parecen constituir una bolsa de un antiguo grupo racial con la gente del norte de China, los sudaneses, los bosquimanos de Sudáfrica y los aetas de Filipinas.[183] También relacionaría el cráneo de Prednost con la población auriñaciense y con los australoides.[184] Macgowan[185] y Montagu[186] están convencidos de que las poblaciones aborígenes de América Central y del Sur contienen un elemento negroide así como australoide. Se admite casi universalmente que el Hombre de Grimaldi era negroide aunque sus restos se encuentran en Europa,[187] y lo cierto es que el tipo negroide está tan extendido que incluso el Pithecanthropus erectus fue identificado como negroide por Buyssens.[188]
Huxley mantenía que la raza Neanderthal debe estar estrechamente relacionada con los aborígenes australianos, en particular los de la provincia de Victoria;[189] y otras autoridades mantienen que el mismo grupo humano australiano debe ser relacionado con la famosa raza de Canstadt.[190] Alfred Romer relaciona el hombre de Solo de Java con el hombre de Rhodesia de África.[191] Hrdlicka relaciona de manera similar el cráneo de Olduvay con la mujer de La Quina, La Chapelle y otros especímenes de linaje básicamente africano,[192] y sostiene que también se tienen que relacionar con las razas indias, esquimales y australianas. Incluso de la mandíbula de Mauer se cree que es de tipo esquimal.[193]
No podemos hacer nada mejor que recapitular esta imagen general citando a Sir William Dawson que, muy por delante de su época, escribía en 1874:[194]
¿Qué relación exacta tienen estos europeos primitivos entre sí? Solo podemos decir que todos parecen indicar una estirpe básica, y que dicha estirpe está vinculada con la línea camita del norte de Asia que tiene sus ramas externas hasta el día de hoy tanto en América como en Europa.
 Aunque es perfectamente cierto que la tesis que presentamos aquí tiene, por lo que respecta a la cronología, todo el peso de la opinión científica en su contra, es también perfectamente cierto que la interpretación de los datos que hemos dado concuerda de una manera maravillosa, y, desde luego, hubieran permitido predecir tanto la existencia de unas relaciones físicas ampliamente esparcidas así como una excepcional variabilidad entre los miembros de cualquier familia. Además de estas vinculaciones fisiológicas, existen, naturalmente, muchas vinculaciones culturales. Como un ejemplo aislado el pintado de los huesos de los difuntos con ocre rojo, una costumbre que hasta no hace mucho era practicada por los amerindios, se ha observado en los yacimientos funerarios prehistóricos en casi cada parte del mundo. Es cosa cierta que una costumbre así difícilmente hubiera surgido de forma independiente en todas partes, en base a alguna suposición de que «las mentes humanas funcionan en todas partes de una manera muy semejante ...». Parece mucho más razonable suponer que esta costumbre se esparció con las gentes que la llevaron consigo al irradiar rápidamente a partir de algún punto central.
Esto nos lleva una vez más a la cuestión de la posición geográfica de esta Cuna de la Humanidad. Se está acumulando a diario la evidencia de que, como ser culto, el lugar del origen del hombre estuvo en alguna parte del Oriente Medio. Ninguna otra región del mundo es tan susceptible de haber sido el Hogar del Hombre, si por hombrecomprendemos algo más que meramente un simio inteligente. Vavilov[195] y otros[196] han observado en repetidas ocasiones que la gran mayoría de las plantas cultivadas del mundo, especialmente los cereales, remontan sus orígenes a esta región. Henry Field observa:[197]
Es posible que Irán resulte haber sido uno de los jardines de infancia del Homo sapiens. Durante los períodos Paleolítico Medio o Superior el clima, la flora y la fauna de la meseta iraniana constituyeron un medio idóneo para la ocupación humana. Es cosa cierta que Ellsworth Huntington ha postulado que durante los tiempos del Pleistoceno posterior el sur de Irán fue la única [énfasis suyo] región en la que la temperatura y humedad eran ideales, no solo para la concepción y fertilidad humanas, sino también para la supervivencia.
 Se han hecho muchas especulaciones acerca de las rutas emprendidas por los caucasoides, negroides y mongoloides, al irse poblando el mundo con las sucesivas oleadas de migraciones. Howells,[198] Braidwood,[199]Taylor,[200] Goldenweiser,[201] Engberg,[202] Weidenreich,[203] Cole[204] y otros[205] han afrontado el problema o han expresado opiniones basadas en el estudio de restos fósiles; y, naturalmente, la obra de Coon Races of Europe trata mayormente del mismo problema.[206] Ninguna de estas especulaciones puede establecer realmente cómo se originó el hombre, pero casi todas ellas hacen la misma presuposición básica de que Asia occidental es su hogar original como criatura de cultura. Desde este centro uno puede seguir los movimientos de una temprana migración negroide seguida de pueblos caucasoides hacia Europa. Indudablemente, desde esta misma región salieron hacia Oriente y el Nuevo Mundo oleadas sucesivas de pueblos mongoloides. En África, Wendell Phillips,[207]después de estudiar las relaciones de diversas tribus africanas, concluyó que ya existía la evidencia que hacía posible derivar algunas de las tribus a partir de una sola estirpe racial (en particular los pigmeos de la selva de Ituri y los bosquimanos del desierto de Kalahari), que en un momento determinado debió haber poblado una mayor porción del continente africano solo para retirarse a regiones más inhóspitas al llegar posteriores tribus negroides al país. El profesor H. J. Fleure mantenía que se debían discernir evidencias de una naturaleza semejante hacia el norte y nordeste de Asia y más allá hacia el Nuevo Mundo mediante un estudio en el cambio de formas de las cabezas en los restos fósiles.[208] Siempre que la tradición está clara acerca de esta cuestión, apunta invariablemente en la misma dirección y cuenta la misma historia.
Así, concluimos que de la familia de Noé han surgido todos los pueblos del mundo —prehistóricos, protohistóricos e históricos. Y los acontecimientos descritos en relación con Génesis 10 y las declaraciones proféticas de Noé con respecto al futuro de sus tres hijos se combinan juntamente para proporcionarnos el registro más razonable de la primitiva historia de la humanidad, historia que, si se comprende correctamente, no nos demanda en absoluto que creamos que el hombre comenzó con la estatura de un simio y que solo llegó a un estado civilizado después de una prolongadísima historia evolutiva.
En suma, entonces, lo que hemos tratado de exponer en este capítulo es lo que sigue:

(1) La distribución geográfica de los restos fósiles es de tal naturaleza que se explican de la forma más lógica tratándolos como representantes marginales de una amplia dispersión, en parte forzada, a partir de una única población que se estaba multiplicando en un punto más o menos central a todos ellos, y que envió sucesivas oleadas de emigrantes, cada oleada impulsando la anterior más hacia la periferia;
(2) Los especímenes más degradados son aquellos representantes de este movimiento general que fueron empujados a las áreas más inhóspitas, donde sufrieron una degeneración física como consecuencia de las circunstancias en las que se vieron forzados a vivir;
(3) La extraordinaria variabilidad física de los restos fósiles resulta de que los movimientos tuvieron lugar en pequeños grupos aislados y fuertemente consanguíneos; pero las semejanzas culturales que vinculan entre sí incluso a los más dispersos entre ellos indican un origen común para todos;
(4) Lo que he dicho que es cierto del hombre fósil es igualmente cierto de las sociedades primitivas coetáneas así como de las que están ahora extintas;
(5) Todas las poblaciones inicialmente dispersas pertenecen a una estirpe básica —la familia camita de Génesis 10;
(6) Los colonos camitas iniciales fueron posteriormente desplazados o aplastados por los indoeuropeos (es decir, jafetitas), que sin embargo heredaron o adoptaron, y edificaron de manera extensiva sobre la tecnología camita, y que con ello consiguieron una ventaja en cada área geográfica en la que se esparcieron;
(7) A lo largo de los grandes movimientos de pueblos, tanto en tiempos prehistóricos como históricos, nunca hubo ningunos seres humanos que no perteneciesen a la familia de Noé y sus descendientes;
(8) Finalmente, esta tesis queda fortalecida por la evidencia de la historia que expone que las migraciones siempre han mostrado la tendencia a seguir esta pauta, que ha ido frecuentemente acompañada de ejemplos de degeneración tanto de los individuos como de tribus enteras, resultando generalmente en el establecimiento de una pauta general de relaciones culturales paralelas con las que ha revelado la arqueología.
El capítulo 10 de Génesis se encuentra entre dos pasajes de la Escritura con los que está relacionado de tal manera que arroja luz sobre ambos. En el primero, Génesis 9:20–27, se nos da un atisbo de la relación existente de los descendientes de los tres hijos de Noé a lo largo de la historia subsiguiente, donde Cam hace gran servicio, Jafet es ensanchado, y el lugar de responsabilidad originalmente dado a Sem es asignado finalmente a Jafet. No se nos dice aquí cual es la naturaleza del servicio de Cam, ni cómo Jafet sería ensanchado, ni qué posición especial iba Sem finalmente a ceder a su hermano. En el segundo pasaje, Génesis 11:1–9, se nos dice que los hombres hablaban un único lenguaje hasta que se propuso un plan que llevó a una espectacular dispersión de los planificadores sobre toda la tierra.
En el centro se levanta Génesis 10, que nos proporciona unas claves vitales para la comprensión de estas cosas, donde se nos dice exactamente quiénes eran los descendientes de cada uno de estos tres hijos. Con esta clave, y con el conocimiento de la historia que tenemos en la actualidad, podemos ver la relevancia de ambos pasajes. Ahora comprendemos de qué manera Cam llegó a ser siervo de sus hermanos, de qué manera la extensión de Jafet sobre la tierra se podía designar más como un ensanchamiento que como una dispersión, y en qué circunstancias Sem ha cedido su posición de especial privilegio y responsabilidad a Jafet. No podríamos haber percibido plenamente cómo se habían cumplido estas declaraciones proféticas sin nuestro conocimiento de quiénes entre las naciones eran camitas, y cuáles eran jafetitas. Y este conocimiento lo derivamos enteramente de Génesis 10.
Además, la verdadera relevancia de los acontecimientos que rodearon y siguieron del plan frustrado de edificar la Torre de Babel también se nos escaparía excepto por el conocimiento de que fueron los descendientes de Cam los que pagaron la pena. Esta pena los llevó a ser esparcidos muy tempranamente y los forzó al papel de pioneros para abrir el mundo para la habitación humana, servicio que cumplieron con un éxito notable, pero con un coste inicial no pequeño para sí mismos.
Además, si consideramos cuidadosamente esta cuestión, percibiremos también la gran sabiduría de Dios que, con el fin de preservar y perfeccionar Su revelación de Sí mismo, nunca permitió a los semitas alejarse mucho del centro cultural original, a fin de preparar una rama de la familia para que llevase su Luz al mundo tan pronto como el mundo estuviera preparado para recibirla. Porque es un principio reconocido por nuestro Señor en el Nuevo Testamento, cuando alimentó a las multitudes a la vez que les predicaba, que la verdad espiritual no es bien comprendida por aquellos cuyas fuerzas están totalmente ocupadas en tratar de sobrevivir.
Así, allí donde Cam fue como pionero y abrió el mundo a la ocupación humana, Jafet siguió de manera más pausada para consolidar y hacer más seguro el «dominio» inicial conseguido de esta manera. Y entonces —y solo entonces— estuvo el mundo capacitado y preparado para recibir la Luz que iba a alumbrar a los gentiles y a cubrir la tierra con el conocimiento de Dios como las aguas cubren el mar.
Nota sobre el tiempo que tomaron las migraciones primitivas.
Kenneth Macgowan expone que con respecto a la «Cuna del Hombre» en el Medio Oriente, el asentamiento más distante es el que se encuentra en el extremo más meridional de América del Sur, aproximadamente a unos 24.000 kilómetros de camino. ¿Cuánto tiempo se precisaría para tal viaje? Dice que se ha estimado que los hombres hubieran podido cubrir los 6000 kilómetros desde Harbin, en Manchuria, hasta la isla de Vancouver, en un tiempo tan breve como 90 años (Early Man in the New World, Macmillan, 1950, p. 3 y mapa en la p. 4).
     ¿Y qué acerca del resto de la distancia en dirección al sur? Dice Alfred Kidder: «Una pauta de caza basada primariamente en caza mayor hubiera conducido al hombre a la zona meridional de América del Sur sin necesitar en aquel tiempo una gran adaptación localizada. Se hubiera podido realizar con una relativa rapidez, en tanto que hubiera camellos, caballos, perezosos y elefantes disponibles. Todas las indicaciones señalan a la realidad de que efectivamente fue así». (Appraisal of Anthropology Today, University of Chicago Press, 1953, p. 46.)


Notas y observaciones
[1] Coon, C. S., Races of Europe, Macmillan, Nueva York, 1939, 739 páginas, índice.
[2] Blunt, J. J., Undesigned Coincidences in the Old and New Testament, Murray, Londres, 1869, p. 6.
[3] Kalisch, M. M., A Historical and Critical Commentary on the Old Testament, Longmans, Brown, Green, Londres, 1858, p. 235.
[4] Driver, S. R., The Book of Genesis, Westminster Commentaries, 3rd. edition, Methuen, Londres, 1904, p. 114.
[5] Kautzsch, Prof., citado por James Orr, «The Early Narratives of Genesis», en The Fundamentals, vol. 1, Biola Press, 1917, p. 234.
[6] Thomas, James, Genesis and Exodus as History, Swan Sonnenschein 1906, p. 144.
[7] Driver, S. R., The Book of Genesis, Westminster Commentaries, 3rd. edition, Methuen, Londres, 1904, p. 112.
[8] Dillmann, A., Genesis: Critically and Exegetically Expounded, vol. 1, T. and T. Clark, Edimburgo, 1897, p. 314.
[9] Kalisch, M. M. A Historical and Critical Commentary on the Old Testament, Longmans, Brown, Green, Londres, 1858, p. 234.
[10] Lewis, Taylor, en J. P. Lange, Commentary on Genesis, Zondervan, Grand Rapids , Michigan, sin fecha, p. 357.
[11] Leupold, H. C., Exposition of Genesis, Wartburg Press, Columbus, Ohio, 1942, p. 358.
[12] Dods, Marcus, Genesis, Clark, Edimburgo, sin fecha, p. 45.
[13] Dillmann, A., Genesis: Critically and Exegetically Expounded, vol.1, T. and T. Clark, Edimburgo, 1897, vol. 1, p. 315.
[14] Galton, Sir Francis, Hereditary Genius, Watts, Londres, 1950, 379 páginas.
[15] Carácter nacional: cp., por ejemplo, Hamilton Fyfe, The Illusion of National Character (Watts, Londres, 1946, 157 páginas) con muchos estudios antropológicos de pueblos tribales (de Margaret Mead, por ejemplo) y de naciones modernas (p. ej., de Ruth Benedict sobre los japoneses).
[16] Grau, R. F., The Goal of the Human Race, Simpkin, Marshall, etc., Londres, 1892, p. 115.
[17] Custance, A. C., «Does Science Transcend Culture?», tesis doctoral presentada en la Universidad de Ottawa, 1958, 253 págs., ilustrada.
[18] Hugh Dryden escribió, «La vida del hombre en su plenitud es una trinidad de actividad —física, mental y espiritual. El hombre debe cultivar las tres para no tener un desarrollo imperfecto» («The Scientist in Contemporary Life», Science, vol.120, 1954, p. 1054). De forma similar, Viktor E. Frankl de Viena escribió, «El hombre vive en tres dimensiones: la somática (física o corporal), la mental, y la espiritual» (Digest of Neurology and Psychiatry, Institute of Living, Hartford, Connecticut, vol. 1, 1940, p. 22).
[19] Dillmann, Genesis: Critically and Exegetically Expounded, T. & T. Clark, Edimburgo, 1897, vol. 1, p. 318.
[20] Dillmann, ibid., p. 319.
[21] Los cananeos: en el Prisma de Senaquerib los sumerios, según Samuel Kramer, (From the Tablets of Sumer, Falcon's Wing Press, 1956, p. 60). El Código de Hammurabi (transcripción de Deimel, R. 24, linea 11) también se refiere a ellos como «los de cabeza negra».
[22] Véase, por ejemplo, V. G. Childe, «India and the West Before Darius», Antiquity, vol.13, 1939, p. 5ss.
[23] Piggott, S., Prehistoric India, Pelican Books, 1950, p. 261.
[24] Coon, C. S., Races of Europe, Macmillan, 1939, 739 pp., ilustrado.
[25] Ramsay, Sir William, Asianic Elements in Greek Civilization, Murray, Londres, 1927.
[26] Custance, Arthur, «Archaeological Confirmations of Genesis», Parte IV en Hidden Things of God's Revelation,vol. 7 de la serie Doorway Papers publicada por Zondervan en 1977. Artículo nº 39 de la serie original de Doorway Papers publicada por el autor, aparecido en 1963.
[27] BIBLIOGRAFÍA GENERAL
Enciclopedias — Las siguientes enciclopedias bíblicas contienen valiosa información acerca de la Tabla como un todo, o acerca de los personajes que se mencionan:
International Standard Bible Encyclopedia, editada por James Orr, 5 vols., Chicago, Howard-Severance, 1915, bajo «Table of Nations».
Imperial Bible Dictionary, editado por P. Fairbairn, 2 vols. Londres, Blackie and Son, 1866, bajo los nombres individuales.
Popular and Critical Bible Dictionary, editado por S. Fallows, 3 vols., Chicago, Howard-Severance, 1912, bajo los nombres individuales.
Murray's Illustrated Bible Dictionary, editado por W. C. Piercy,1 vol., Londres, Murray, 1908, bajo los nombres individuales.
A Dictionary of the Bible, editado por J. D. Davis, Philadelphia, Westminster Press, 1931, bajo los nombres individuales.
Bible Cyclopedia, A. R. Fausset, Toronto, Funk and Wagnalls, sin fecha, bajo los nombres individuales.
Cyclopedia of Biblical Literature, John Kitto, 2 vols., Edimburgo, Adam and Charles Black, 1845, bajo los nombres individuales.
Obras que tratan específicamente acerca de la Tabla:
Josefo, Antigüedades de los Judíos, Libro 1. Capítulo 6.
Rawlinson, George, The Origin of Nations, Scribner, New York, 1878, 272 pages.
Rouse, Martin L., «The Bible Pedigree of the Nations of the World», Pt. 1, Transactions of the Victoria Institute, vol. 38, 1906, p. 123-153; y «The Pedigree of the Nations», Pt. 2, Transactions of the Victoria Institute, vol.39, 1907, p. 83-101.
Sayce, A. H., The Races of the Old Testament, Londres, Religious Tract Society, 1893, 180 pages.
Se encontrará una útil información en los lugares apropiados en comentarios y ediciones del texto hebreo por Bullinger, Cook, Dillmann, Dod, Driver, Ellicott, Gray y Adams, Greenwood, Jamieson, Kalisch, Lange, Leupold, Lloyd, Schrader, Skinner, Snaith, Spurrel, Whitelaw.
Obras de arqueología como las de George Barton, J. P. Free, M. R. Unger, T. G. Pinches, R. D. Wilson, y A. H. Sayce.
[28] Skinner, John, A Critical and Exegetical Commentary on Genesis, Edimburgo, T. & T. Clark, 1930, p. 196.
[29] Aristófanes, Las Nubes, Traducción de Roger al inglés, línea 998.
[30] See J. H. Titcomb, «Ethnic Testimonies to the Pentateuch», Transactions of the Victoria Institute, vol. 6, 1872, p. 249-253.
[31] Homero, La Ilíada, traducción de Luis Segala y Estalella, Canto XV, 184.
[32] Dods, M., The Book of Genesis, Edimburgo, Clark, sin fecha, p. 43.
[33] Wright, Charles, The Book of Genesis in Hebrew, Londres, Williams and Norgate, 1859, p. 35.
[34] Herodoto (Libro I, cap. 8) da una interesante historia (con moraleja) de cómo Giges llegó a ser rey de Lidia.
[35] Skinner, John, A Critical and Exegetical Commentary on Genesis, Edimburgo, T.& T. Clark, 1930, p. 196.
[36] Eusebio, Chronicon (versión armenia), editado por I. B. Aucher, vol. 1, p. 95 (Gimmeri-Cappadocians) y vol. 2, p. 12 (Gomer, «de quien los capadocios»).
[37] Josefo, F., Antigüedades de los Judíos, Libro I, Capítulo 6.
[38] Vincent, B., Haydn's Dictionary of Dates, Londres, Ward, Lock, and Bowden, 21ª edición, 1895, p. 455.
[39] Farrar, F. W., Life and Works of St. Paul, vol. 1, Londres, Cassell, p. 466.
[40] Kalisch, M. M., A Historical and Critical Commentary of the Old Testament, Longmans, Brown, Green, Londres, 1858, p.236.
[41] Sayce, A. H., The Races of the Old Testament, Londres, Religious Tract Society, 1893, 180 páginas.
[42] Maspero, Sir G.C.C., History of the Ancient Peoples of the Classic East, vol.3 en The Passing of the Empires, SPCK (Society for the Propagation of Christian Knowledge), 1900, p. 343.
[43] Sayce, A. H., bajo «Askenaz» en Murray's Illustrated Bible Dictionary, Londres, Murray, 1908.
[44] Rawlinson, G., The Origin of Nations, Nueva York, Scribner, 1878, p. 181.
[45] Hertz, J. H., The Pentateuch and Haftorahs: Genesis, Oxford, Oxford University Press, 1929, p. 88, nota 3.
[46] Rawlinson, G., The Origin of Nations, New York, Scribner, 1878, p. 182.
[47] Josefo, F., Antigüedades de los Judíos, Libro 1, Capítulo 6, sección 1.
[48] Sobre esto, consultar M. L. Rouse, «Bible Pedigree of the Nations of the World», Transactions of the Victoria Institute, vol. 38, 1906, p. 149.
[49] Estrabón, I:i:10, y I:iii:21 y XI:viii:4.
[50] Acerca de todo este aspecto del problema, véase también Martin L. Rouse, «Bible Pedigree of the Nations of the World», Transactions of the Victoria Institute, vol. 38, 1906, p. 149-150.
[51] Smith, J. Pye, «Dispersion of Nations», Popular and Critical Bible Commentary, vol. 2, edited by S. Fallows, Chicago, Howard-Severance, 1912, p. 1213.
[52] Conder, C. R., «Riphath», Murrays' Illustrated Bible Dictionary, Londres, Murray, 1908, p. 749.
[53] Tradición armenia: véase Historia Armenae, Moses Chorenensis, Londres, 1736, 1.4, sección 9-11.
[54] Estrabón, XI:xvii:9.
[55] Herodoto, VII. 40.
[56] Josefo, F., Antigüedades de los Judíos, Libro 1, Cap. 6, sección I.
[57] Schultz, F. W., «Gomer», Religious Encyclopedia, vol. 2, editeda por Philip Schaff, Nueva York, Funk and Wagnalls, 1883, p. 889.
[58] Chamberlain, A. G., «The Eskimo Race and Language», Canadian Institute, vol. 6, 3ª serie, 1887-1888, p. 326.
[59] Lloyd, J., An Analysis of the First Eleven Chapters of the Book of Genesis, Londres, Samuel Bagster & Sons, 1869, p. 114.g
[60] Conder, C. R., en un comentario acerca de un artículo de T. G. Pinches, «Notes on Some Recent Discoveries in Assyriology», Transactions of the Victoria Institute, vol. 26, 1897, p. 180.
[61] Sayce, A. H. The Races of the Old Testament, Londres, Religious Tract Society, 1893, p. 45.
[62] Marco Polo, Travels of Marco Polo, Nueva York, Library Publications, sin fecha, p. 87.
[63] Lamento haber extraviado la fuente de esta observación. Apareció en un artículo en Transactions of the Victoria Institute.
[64] Bochart, «Gog and Magog», Chambers Encyclopedia, Londres, Chambers, 1868, vol. 4, p. 813.
[65] Behistun Inscriptions: Records of the Past, Londres, Bagster, 1873, vol.1, p. 111, párr. 1, sección 6. En el original, Mada aparece en las traducciones en inglés como Media.
[66] Spurrell, G. J., Notes on the Book of Genesis, Oxford, Clarendon Press, 1896, p. 97.
[67] Keary, C. F., Outlines of Primitive Belief Among the Indo-European Races, Nueva York, Scribner's Sons, 1882, p. 163ss.
[68] Rawlinson, G., The Origin of Nations, Nueva York, Scribner, 1878, p. 173.
[69] Sayce, A. H., The Higher Criticism and the Verdict of the Monuments, Londres, S.P.C.K., (Society for the Propagation of Christian Knowledge), 1895, p. 20.
[70] Larned, J. N., A New Larned History, Springfield, Massachusetts, Nichols, 1923, vol. 6, p. 4636.
[71] Rawlinson, G., op. cit., ref. 42, p. 184.
[72] Josefo, F., Antigüedades de los Judíos, Libro 1, Cap. 6, sección 1.
[73] Skinner., J., op. cit., ref. 28, p. 198.
[74] Driver , S. R., op. cit., ref. 4, p. 116.
[75] Harris, Zellig S., «Ras Sharma: Canaanite Civilization and Language», Annual Report Smithsonian Institute, 1937, p. 485. Véase también R. J. Forbes, Metallurgy in Antiquity, Leiden, Brill, 1950, p. 346.
[76] Sayce, A. H., The Races of the Old Testament, Londres, Religious Tract Society, 1893, p. 47.
[77] Los cartagineses cananeos: Véase el artículo «Phoenicia and the Phoenicians», Popular and Critical Bible Encyclopedia, Chicago, Howard-Severance, vol. 2, 1912, p. 1342, al final de la sección 5.
[78] Así Jerónimo en su obra Sobre Jeremías X, 9; y desde él Bochart y muchos otros. [Esta postura se apoya en el pasaje donde se habla de naves para ir a Tarsis en Ezion-Geber. Pero esta es una expresión que se puede utilizar sencillamente para designar a una clase de naves de gran porte para largas travesias, «de la clase de Tarsis», análoga a nuestro moderno término «trasatlántico», usado para buques transoceánicos de pasajeros, aunque naveguen en océanos diferentes del Atlántico. (N. del T.)]
[79] Kalisch, M. M., A Historical and Critical Commentary on the Old Testament, Longmans, Brown, Green, Londres, 1858, p. 243.
[80] Cook, F. C., The Holy Bible with Explanations and Critical Commentary, Londres, Murray, vol. 1, 1871, p. 85.
[81] Bochart: citado por J. Lloyd, Analysis of the First Eleven Chapters of Genesis, Londres, Bagster, 1869, p. 117, nota.
[82] Herodoto, Libro 1, cap. 163.
[83] Josefo, F., Antigüedades de los Judíos, Libro 1, cap. 6, sección 1.
[84] Greenwood, George, The Book of Genesis: An Authentic Record, Londres, Church Printing Co., vol. 2, 1904, p. 29.
[85] Rawlinson, G., The Origin of Nations, Nueva York, Scribner, 1878, p. 173.
[86] Josefo, F., Antigüedades de los Judíos, Libro 1, cap. 6, sección 1.
[87] Forbes, R. J., Metallurgy in Antiquity, Leiden, NL, Brill, 1950, p. 280.
[88] Schrader, E., The Cuneiform Inscriptions and the Old Testament, Londres, Williams and Norgate, 1885, p. 64.
[89] Sayce, A. H., The Races of the Old Testament, Londres, Religious Tract Society, 1893, p. 48.
[90] Jenofonte, Anabasis, Libro V, cap.5, sección 1.
[91] Smith, R. Payne, Commentary on Genesis, editado por Ellicott, Zondervan, Grand Rapids, sin fecha, p. 149.
[92] «Getae»: Everyman's Encyclopedia, Londres, Dent, vol. 6, p. 1913.
[93] Rawlinson, G., The Origin of Nations, Nueva York, Scribner, 1878, p. 174.
[94] Rawlinson, G., The Origin of Nations, Nueva York, Scribner, 1878, p. 178.
[95] Custance, A. C., «A Christian World View», Parte V en Noah's Three Sons, vol. 1 en The Doorway Papers Series, Grand Rapids, Zondervan Pub. House, 1975; artículo originalmente publicado por el autor como monografía independiente, Doorway Papers, número 29, 1968.
[96] Custance, Arthur, «The Confusion of Languages», Parte V en Time and Eternity, vol. 6 en The Doorway Papers Series; artículo originalmente publicado por el autor como monografía independiente, Doorway Papers, número 8, 1961. Hay versión en castellano, también publicada en línea en http://www.sedin.org/doorway/08-confusion.html
[97] Jervis, J. J-W., Genesis Elucidated, Bagster, Londres, 1872, p. 167.
[98] Yorubas: véase K. C. Murray, «Nigerian Bronzes: Work from Ife», Antiquity, Inglaterra, Mar., 1941, p. 76.
[99] Conder, C. R., «The Canaanites», Transactions of the Victoria Institute, Londres, vol. 24, 1890, p. 51.
[100] Los chinos emplearon cohetes como armas por primera vez, y los llamaron «Alsichem Al-Jatai» o «Flechas Chinas». Véase Willey Ley, «Rockets», en Scientific American, mayo de 1949, p. 31.
[101] Needham, J., Science and Civilization in China, Cambridge, 1954, vol. 1, respecto a los caballos, pp. 81, 83, etc., respecto al fundido del hierro, pp. 1, 235, etc.
[102] Los hititas indoeuropeos: Véase por ejemplo O. G. Gurney, The Hittites, Pelican Books, Londres, 1952, cap. 6, p. 117. Y vea la conclusión de George Barton, Archaeology and the Bible, American Sunday School Union, Philadelphia, 6ª edition, 1933, p. 92ss.
[103] Barton, George, ibid., pp. 90, 91.
[104] Boscawen, W. St. Chad, The Bible and the Monuments, Eyre and Spottiswoode, Londres, 1896, p. 64.
[105] Perry, W. J., The Growth of Civilization, Pelican Books, Londres, 1937, p. 125.
[106] Dillmann, A., Genesis: Critically and Exegetically Expounded, T, & T. Clark, Edimburgo, 1897, vol. 1, p. 367.
[107] Inglis, J., Notes on the Book of Genesis, Gall and Inglis, Londres, 1877, p.89, footnote to verse 28.
[108] Fausset, A. R., «Sinim», Bible Cyclopedia: Critical and Expository, Funk and Wagnalls, Londres, sin fecha, p. 655.
[109] Arriano: citado por C. A. Gordon, «Notes on the Ethnology and Ancient Chronology of China»,' Transactions of the Victoria Institute, Londres, vol. 23, 1889, p. 170.
[110] Taylor, Griffith, Environment, Race and Migration, Universidad de Toronto, 1945, p. 256. Véase también E. A. Hooten, Apes, Men and Morons, Putnam's Sons, Londres, 1937, p. 185.
[111] Ciudad: Eisler, R., «Loan Words in Semitic Languages Meaning “Town”,» Antiquity, Dec., 1939, pp. 449ss.
[112] Rouse, M. L., «Bible Pedgree of the Nations of the World», Transactions of the Victoria Institute, vol. 38, 1906, p. 93.
[113] Herodoto, Historia, Libro I, XCIV.
[114] Whatmough, Joshua, en una reseña de «The Foundations of Roman Italy», Antiquity, vol.11, 1937, p. 363.
[115] Bloch, Raymond, «The Etruscans», Scientific American, febrero de 1962, p. 87.
[116] Parry, E. St. John, «On Some Points Connected With the Early History of Rome», Canadian Journal, abril de 1854, p. 219.
[117] Fiesel, Eva, «The Inscriptions on the Etruscan Bulla», American Journal of Archaeology, junio de 1935, p.196.
[118] MacIvor, D. R., «The Etruscans», Antiquity, junio de 1927, p. 162.
[119] «Basques»: Everyman's Encyclopedia, vol. 5, Dent, Londres, 1913, p. 544.
[120] Taylor, Isaac, «On the Etruscan Languages», Transactions of the Victoria Institute, Londres, vol. 10, 1876, p. 179-206.
[121] Brown, R., nota especial sobre «The Etruscans», Transactions of the Victoria Institute, Londres, vol. 14, 1881, p. 352-354.
[122] Rawlinson, G., The Origin of Nations, Scribners, Nueva York, 1878, p. 123.
[123] Layard, A. H., Discoveries in the Ruins of Babylon and Nineveh, Murray, Londres, 1853, p. 189.
[124] «Saturnalia»: Smith's Dictionary of Greek and Roman Antiquities, vol. 2, Murray, Londres, 3ª edición, 1901, p. 600.
[125] Pinches, T. G., «Notes Upon Some of the Recent Discoveries in the Realm of Assyriology with Special Reference to the Private Life of the Babylonians», Transactions of the Victoria Institute, Londres, vol. 26, 1892, p. 139.
[126] Driver. S. R., The Book of Genesis, Westminster Commentaries, Methuen, Londres, 1904, 3ª edición, p. 128.
[127] Esto fue observado primero por E. A. Speiser en sus excavaciones en Tepe Gawra en 1927 y comunicado enAnnual of the American Schools of Oriental Research, vol. 9, 1929, p. 22.
[128] Childe, V. G., What Happened in History, Pelican Books, 1948, p. 81.
[129] Childe, V. G., New Light on the Most Ancient East, Kegan Paul, Londres, 1935, pp. 133, 136, y 145-146.
[130] Mallowen, M. E. L., «A Mesopotamian Trilogy», Antiquity, junio de 1939, p. 161.
[131] Speiser, E. A., Mesopotamian Origins, Philadelphia, 1930.
[132] Thompson, Campbell, en Man, Royal Anthropological Institute, vol. xxiii, 1923, p. 81.
[133] Munro, J. A. R., «Pelasgians and lonians» en una comunicación en el American Journal of Archaeology, Abr.-Junio, 1935, p. 265.
[134] Jamieson, R., Commentary Critical, Experimental and Practical on the Old and New Testament, vol. 1, Genesis-Dueteronomy, Collins, Glasgow, 1871, p.118. Hay traducción al castellano.
[135] Lange, Peter, Commentay on Genesis, Zondervan, sin fecha, p. 350.
[136] Custance, Arthur, Doorway Paper No. 56, «When the Earth was Divided». No incluido en la serie The DoorwayPapers.
[137] Rawlinson, G., The Origin of Nations, Scribners, Nueva York, 1878, p. 209
[138] Acerca de esto, véase J. D. S. Pendlebury, The Archaeology of Crete, Methuen, Londres, 1939, p. 68 y V. G. Childe, Dawn of European Civilization, Kegan Paul, 5ª edición, 1950, p. 19.
[139] Perry, W. J., The Growth of Civilization, Pelican, 1937, p. 123.
[140] Dawson, Sir William, 'I'he Story of the Earth and Man, Hodder and Stoughton, London, 1903, p. 390.
[141] Osborn, H. F., Men of the Old Stone Age, Nueva York, 1936, pp. 19ss.
[142] Fleure, H. J., The Races of Mankind, Benn, Londres, 1930, p. 45.
[143] Koppers, W., Primitive Man and His World Picture, Sheed and Ward, Nueva York, 1952, p. 239.
[144] Taylor, Griffith, Environment, Race and Migration, University of Toronto Press, 1945, p. 8
[145] Ibid., p. 67.
[146] Ibid., pp. 120, 121.
[147] Garrod, Dorothy, «Nova et Vetera: A Plea for a New Method in Paleolithic Archaeology», Proceedings of the Prehistoric Society of East Anglia, vol.5, p. 261.
[148] Childe, V. G., Dawn of European Civilization, Kegan Paul, Londres, 3ª edición, 1939. En la edición de 1957, Childe invita a sus lectores a observar que ha modificado su orientación «dogmática» un poco, pero sigue concluyendo al final de su obra (p. 342), «la primacía del Oriente permanece incólume».
[149] Field, Henry, «The Cradle of Homo Sapiens», American Journal of Archaeology, Oct.-Dec., 1932, p. 427.
[150] Matthew, W. D., «Climate and Evolution», Annals of the New York Academy of Science, vol. 24, 1914, p. 80.
[151] Lebzelter: citado por W. Koppers en su obra Primitive Man, p. 220. Sus puntos de vista fueron sustentados por LeGros Clark, JRAI (Journal of the Royal Archaeological Institute), vol. 88, Parte 2, Julio-Dic. 1958, p. 133.
[152] Dawson, Sir William, The Story of the Earth, Hodder and Stoughton, Londres, 1903, p. 360.
[153] Selby, Colin H., en una «Research Note [Nota de investigación]», en Christian Graduate, IVF, Londres, 1956, p. 99.
[154] Brues, Charles, «Contribution of Entomology to Theoretical Biology», Scientific Monthly, Feb., 1947, pp. 123ss., citado en p. 130.
[155] Schultz, Adolph, «The Origin and Evolution of Man», Cold Springs Harbor Symposium on Quantitative Biology, 1950, p. 50.
[156] Hooten, E. A., «Where Did Man Originate?» Antiquity, junio de 1927, p. 149.
[157] Howells, Wm., Mankind So Far, Doubleday Doran, 1945, pp. 295ss.
[158] Ibid., pp. 29S, 299.
[159] Weidenreich, Franz von, Palaeontologia Sinica, serie completa nº 127, 1943, p. 276; y véase F. Gaynor Evans en Science, julio de 1945, pp. 16, 17.
[160] Romer, Alfred, Man and the Vertebrates, University of Chicago Press, 1948, pp. 219, 221.
[161] Linton, Ralph, The Study of Man, edición del estudiante, Appleton, Nueva York, 1936, p. 26.
[162] Taylor, Griffith, Environment, Race and Migration, University of Toronto, 1945, p. 282.
[163] Portmann, A., «Das Ursprungsproblem», Eranos-Yahrbuch, 1947, p. 11.
[164] Koppers, W., Primitive Man and His World Picture, Sheed and Ward, Nueva York, 1952, pp. 220, 224.
[165] Weidenreich, Franz von, Apes, Giants and Man, University of Chicago Press, 1948, p. 2.
[166] Taylor, Griffith, Environment, Race and Migration, University of Toronto, 1945, pp. 46, 47.
[167] Mayr, Ernst, «The Taxonomic Categories in Fossil Hominids», Cold Springs Harbor Symposium, vol. 15, 1950, p. 117.
[168] Herskovits, Melville, Man and His Works, Knopf, Nueva York, 1950, p. 103.
[169] Krogman, W. M., «What We Do Not Krow About Race», Scientific Monthly, agosto de 1943, p. 97, y posteriormente, abril de 1948, p. 317.
[170] White, Leslie, «Man's Control over Civilization: An Anthropocentric Illusion», Scientific Monthly, marzo de 1948, p. 238.
[171] Carlson, A. V., en su discurso de jubilación como Presidente de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, Science, vol.103, 1946, p. 380.
[172] Redfield, Robert, «What We Do Know About Race», Scientific Monthly, Sept., 1943, p. 193.
[173] UNESCO: Borrador provisional: emitido el 21 de mayo de 1952 en ManRoyal Anthropological Institute, June, 1952, p. 90.
[174] Stewart, T. D., «Earliest Representatives of Homo sapiens», Cold Springs Harbor Symposium, vol. 15, 1950, p. 105.
[175] Romer, Alfred, Man and the Vertebrates, University of Chicago Press, 1948, pp. 219, 221.
[176] Neanderthal erguido: comunicado por primera vez por Sergio Sergi en Science, suplemento 90, 1939, p. 13; contrástese con M. C. Cole, The Story of Man, Chicago, 1940, portadilla frente a la p. 13; y obsérvese que la reconstrucción de Cole de un Neanderthal encorvado, para consumo popular, apareció un año después de la comunicación en Science.
[177] Para un útil informe preliminar, véase «Homo sapiens at Choukoutien [el Homo sapiens en Chou-kou-tien]», News and Notes, Antiquity, June, 1939, p. 242.
[178] Weidenreich, F., Apes, Giants, and Man., University of Chicago Press, 1948, p. 87.
[179] Ibid., p. 88.
[180] Ibid.
[181] Taylor, Griffith, Environment, Race and Migration, University of Toronto, 1945, p. 11.
[182] Ibid., p.60. su argumento aquí se fundamenta en la morfología de la cabeza, que él considera concluyente.
[183] Ibid., p. 67. Opina él que solo una «tierra-cuna común» puede realmente explicar esta situación.
[184] Ibid., p. 134.
[185] Macgowan, K, Early Man in the New World, Macmillan, Nueva York, 1950, p. 26.
[186] Montagu, Ashley, Introduction to Physical Anthropology, Thomas, Springfield, Illinois, 1947, p. 113.
[187] Weidenreich, Franz, Apes, Giants, and Man, University of Chicago Press, 1948, p. 88.
[188] Buyssens, Paul, Les Trois Races de Europe et du Monde, Brussels, 1936. Véase G. Grant McCurdy, American Journal of Archaeology, ene.-mar., 1937, p. 154.
[189] Huxley, Thormas, citado por D. Garth Whitney, «Primeval Man in Belgiurn», Transactions of the Victoria Institute, vol. 40, 1908, p. 38.
[190] Según Whitney, véase nota anterior, p. 38.
[191] Romer, Alfred, Man and the Vertebrates, University of Chicago Press, 1948, p. 223.
[192] Hrdlicka, Ales, «Skeletal Remains of Early Man», Smithsonian Institute, colecciones misceláneas, vol. 83, 1930, p. 342ss.
[193] Ibid., p.98. Y véase William S. Laughton, «Eskimos and Aleuts: Their Origins and Evolution», Science, vol. 142, 1963, p. 639, 642.
[194] Dawson, Sir William, «Primitive Man», Transactions of the Victoria Institute, Londres, vol. 8, 1874, p. 60-61.
[195] Vavilov, N. I., «Asia, the Source of species», AsiaFeb., 1937 p. 113.
[196] Cp. Harlan, J. R., «New World Crop Plants in Asia Minor», Scientific Monthly, Feb., 1951, p. 87.
[197] Field, Henry, «The Iranian Plateau Race», Asia, abril de 1940, p. 217.
[198] Howells, Wm., Mankind So Far, Doubleday Doran, Nueva York, 1945, pp. 192, 203, 209, 228, 234, 238, 247, 289 y 290.
[199] Braidwood, Robert, Prehistoric Man, Natural History Museum, Chicago, 1948, pp. 96, 106.
[200] Taylor, Griffith, Environment, Races and Migration, University of Toronto, 1945, pp. 88, 115, 123, 164 y 268.
[201] Goldenweiser, Alexander, Anthropology, Crofts, Nueva York, 1945, pp. 427, 492.
[202] Engberg, Martin, Dawn of Civilization, University of Knowledge Series, Chicago, 1938, p. 154.
[203] Weidenreich, Franz von, Apes, Giants, and Man, University of Chicago Press, 1948, p. 65.
[204] Cole, M. C., The Story of Man, University of Knowledge Series, Chicago, 1940.
[205] Véase, por ejemplo, Boule, M. y H. V. Vallois, Fossil Man, Dryden Press, Nueva York, 1957, pp. 516-522, una evaluación de diversas posturas.
[206] Coon, C. S., The Races of Europe, Macmillan, 1939, véase especialmente el capítulo 5.
[207] Phillips, Wendell, «Further African Studies», Scientific Monthly, marzo de 1950, p. 175.
[208] Fleure, H. J., The Races of Mankind, Benn, London, 1930, pp. 43, 44.

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