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La evolución del cráneo humano I



Capítulo 1

Problemas en la determinación de la edad de los cráneos
A
NTES de los más recientes desarrollos de las técnicas de datación mediante materiales radiactivos, había fundamentalmente solo dos métodos para evaluar la edad de un fósil. El primero era el nivel geológico en el que se encontraba el espécimen. El segundo, de aplicación más en particular a los fósiles humanos, era su apariencia general: si eran simiescos y «primitivos», o si eran esencialmente como el hombre moderno. Estos dos criterios siguen aplicándose muy generalmente, por cuanto la mayor parte de los restos más antiguos del hombre primitivo están completamente fosilizados, y no se puede emplear con ellos el método de datación mediante carbono 14.
Pero ha sido cosa reconocida durante mucho tiempo que si se disponen los restos fósiles del hombre primitivo según su grado de primitivismo, se verá que el orden contradice las series ordenadas en base a la antigüedad establecida por los niveles en los que se han encontrado. Esto llevó a Franz Weidenreich a formular la siguiente regla:[1]
«Al proceder a la determinación del carácter de una forma fósil determinada y de su puesto especial en la línea de la evolución humana, solo se deberían tener en cuenta sus rasgos morfológicos como base decisoria: ni la situación del emplazamiento donde fue recuperado, ni la naturaleza geológica del yacimiento en el que estaba sepultado tienen importancia.»
Más recientemente, Leigh van Valen,[2], del Comité sobre Biología Evolutiva en la Universidad de Chicago, en su reseña de Evolutionary Biology de Theodosius Dobzhansky et al., observa que «tres de los contribuyentes (todos ellos paleontólogos) concluían que la posición estratigráfica es totalmente irrelevante para la determinación de la filogenia, y casi dicen que no hay ningún taxón conocido que derive de ningún otro ...» Desde luego parece una temeridad que los proponentes de un génesis africano para el Homo sapiens sigan poniendo los comienzos del hombre más y más atrás en base a la edad estimada de los estratos en los que se están encontrando los fósiles.
Ahora bien, el punto de vista que sostenía Weidenreich se había hecho necesario porque, si lo leemos de cualquier otra forma, el registro fósil había comenzado a no tener sentido evolutivo. Por una parte teníamos tipos modernos en niveles más antiguos que aquellos en los que se encontraban sus supuestos antecesores; y por otra parte, en algunos de los niveles más tardíos aparecían tipos primitivos que «pertenecían» al mismo comienzo de la serie. Así, Robert Braidwood había escrito:[3]
«Hay uno o dos hallazgos tempranos de tipos modernos que necesitamos para poder actualizarnos. Como el de Piltdown, hubo otro hallazgo cuestionable hace mucho tiempo en Inglaterra. Se trataba de un cráneo y un esqueleto (muy fragmentado), descubierto en Galley Hill en gravas del segundo período interglacial. Los huesos parecían casi demasiado modernos para ser tan antiguos, porque la época es la intermedia entre la segunda y tercera grandes glaciaciones de la Edad Glacial (hace alrededor de 275.000 años). Pero en 1953 aparecieron huesos de un cráneo premoderno similar en gravas de la misma era geológica en Swanscombe, Inglaterra. También apareció un cráneo igualmente temprano aunque algo de apariencia algo menos moderna en Steinheim, Alemania. De modo que parece cosa bastante cierta que ya hace mucho tiempo existía un tipo de hombre parcialmente moderno. De hecho, estos hombres vivieron incluso antes que el principal grupo Neanderthal.»
Teniendo en cuenta que el lector tendrá una buena idea en general de los puntos de vista aceptados en antropología acerca del hombre fósil, y que términos como el Hombre de Neanderthal le son algo familiares, pero que es posible que no tenga una exacta imagen mental de la secuencia en la que generalmente se ordenan estos tipos, podrá servir de ayuda dar un breve resumen de la situación tal como los antropólogos la veían hasta recientemente.
Se cree que durante la edad glacial, los períodos alternativos fríos y cálidos contemplaron la aparición y desaparición de diversos tipos de hombre fósil. Algunos eran tipos de clima frío, otros, de clima cálido. De este modo se explican las oleadas que aparecieron y desaparecieron.
Naturalmente, estas oleadas son solo una suposición. Los restos reales conocidos son muy pequeños, pero se supone que estos hallazgos que tenemos representan solo una pequeña proporción de la población en cualquier período determinado. El Hombre de Neanderthal vivía en cuevas, y en la imaginación popular pasó a representar el tipo del hombre de las cavernas, encorvado, simiesco, de frente pequeña, y no muy inteligente; no obstante, fabricaba herramientas, y era por ello verdaderamente humano. Es debatible si se extinguió con la llegada del hombre moderno (Cromagnon), o si bien quedó absorbido en esta nueva raza que le desplazó. Pero mucho antes de la aparición del Hombre de Neanderthal, otros tipos más primitivos, como los especímenes del lejano oriente representados por el Pithecanthropus erectus y el Sinanthropus, etc., habían estado merodeando solo para desaparecer con el tiempo. De modo que aunque el Hombre de Neanderthal era suficientemente primitivo (sobre todo según se le reconstruye con el propósito de exhibirle en museos), era bien avanzado en comparación con los que le habían precedido por miles de años, y su cráneo era mucho mayor.
Así, este era un orden dispuesto de forma muy limpia. Desafortunadamente, como ya se ha mencionado, siguieron surgiendo restos fósiles, que procedían de niveles anteriores a aquellos en los que solía encontrarse el Neanderthal, pero estos restos, en lugar de ser más primitivos (como lo demandaba el sistema), eran realmente de apariencia muy moderna —de hecho, prácticamente no se podían distinguir de los actuales tipos europeos. Evidentemente, fueron desplazados de alguna manera, y, debido a que no concordaban, se les dejó de lado «para consideración posterior». Pero esta tendencia persistía, y de vez en cuando seguían surgiendo adicionales especímenes fuera de orden. Sin embargo, las circunstancias eran siempre tales que el descubridor, cuando se le cuestionaba, nunca podía convencer completamente a los expertos de que realmente había encontrado el espécimen en los niveles que decía. En algunos casos, el hallazgo había tenido lugar cuando el excavador estaba totalmente solo y carecía por tanto de otros testigos.
Pero, por fin, en el verano de 1947, la Srta. Germaine Henri-Martin sacó a luz de una cueva en Fontechevade, cerca del pueblo de Montbrun, en Francia, un fósil de forma moderna procedente de un nivel bien inferior al correspondiente al Hombre de Neanderthal.[4] Todas las circunstancias de este hallazgo garantizaron su aceptación por parte de los antropólogos de forma universal. De hecho, los huesos procedían de un nivel no perturbado cerrado debajo de una gruesa capa de estalagmitas que a su vez subyacía al nivel Neanderthal en esta área. Nunca podría argumentarse en contra de la validez de este hallazgo. Aquí, el hombre moderno precedía a su antes supuesto antecesor.
El Profesor G. Heberer ha publicado un breve e instructivo sumario del estado actual de nuestro conocimiento del Homo sapiens.[5] En primer lugar, sabemos que los tipos modernos fueron coetáneos del Hombre de Neanderthal; segundo, que los dos tipos aparecen a veces entremezclados en un solo depósito; y, finalmente, antes de la aparición del Hombre de Neanderthal existieron hombres más parecidos al hombre moderno que los Neanderthales.
A lo que esto se reduce realmente es que en lugar de una serie bien ordenada de especímenes fósiles que van de tipos muy primitivos a totalmente modernos, nos encontramos de hecho que la evidencia no apoya un sistema así. Algunos de los niveles más inferiores nos presentan restos fósiles que para todo propósito son de apariencia totalmente moderna, mientras que algunos de los niveles más recientes arrojan especímenes que se ajustan bien a la imagen preconcebida de lo que se supone que debieron parecer los representantes más antiguos del hombre. Naturalmente, había existido la tendencia a dejar de lado estos especímenes anómalos, cuestionando que los niveles en los que se habían encontrado se hubieran comunicado correctamente —hasta Fontchevade.
En el Simposio de Biología Cuantitativa de Cold Spring Harbor en 1950, dedicado al tema de El Origen y la Evolución del Hombre, T. D. Stewart presentó un artículo que trataba acerca de este problema, y en el que citaba a Henri Vallois, una autoridad europea sobre este último hallazgo:[6]
«El interés del descubrimiento de Fontchevade es que clarifica el problema. En contraste con los anteriores hallazgos de restos humanos aquí tenemos, en efecto, un espécimen bien datado y descubierto en un contexto estratigráfico que no permite discusión; es la primera vez que se ha descubierto en Europa bajo tales condiciones a un hombre ciertamente no Neanderthal aunque anterior a los Neanderthales. Ahora bien, este tipo ... tomando todos sus rasgos en conjunto, se alinea con la forma de Swanscombe ...
     »Es hasta este punto que queda clarificado el problema: durante y antes del último período interglacial existieron en Europa y probablemente en otros lugares hombres con rasgos craneanos menos “primitivos” que los del período cultural posterior más avanzado—el hombre de Neanderthal de la Edad Mousteriense.
 
No solo encontramos esta clase de inversión en la que lo moderno precede a lo antiguo al aparecer demasiado pronto en los estratos geológicos, sino que también encontramos lo opuesto, cuando especímenes muy primitivos aparecen en los estratos geológicos más recientes. Así, el hombre de Rhodesia, el cráneo del cual se ilustra en la Fig. 3 (d), y que, como observa correctamente A. L. Kroeber, es más primitivo que el Neanderthal,[7] y sin embargo procede de un depósito de una cueva en Broken Hill, en el norte de Rhodesia, de fecha desconocida, pero que según Alfred Romer es «no improbablemente del Pleistoceno posterior» y que por ello pertenece al período más reciente.[8] Por una razón parecida los simios antropomorfos sudafricanos descubiertos por Dart y Broom, y designados como Australopitecinos, son rechazados por algunas de las mejores autoridades como posibles antecesores del hombre porque también éstos proceden de niveles geológicos que son demasiado recientes del Pleistoceno.[9]
A riesgo de hacerme aburrido por repetitivo, se tiene que observar una vez más que la dependencia en la morfología para establecer la secuencia correcta para una secuencia de fósiles había parecido el único curso razonable. El hecho es que se estaba encontrando al hombre moderno en rocas más antiguas que aquellas en las que aparecían sus antecesores. Esto hacía al hombre más antiguo que sus antecesores, lo que es ridículo. Pero esto solo es ridículo si insistimos en que las formas más primitivas son sus antecesores. La teoría evolucionista exige que sea así, y por consiguiente tiene que disponer la serie según la morfología, esto es, según la apariencia física.
Por otra parte, depender de los detalles morfológicos puede ser igualmente engañoso. Una de las mejores autoridades en Inglaterra, el Profesor S. Zuckerman, resalta que estos rasgos pueden ser el resultado de factores que no tienen nada que ver con la edad geológica ni con la supuesta relación del fósil con formas animales anteriores. Zuckerman lo expresó así:[10]
«Algunos estudiosos pretenden, o más bien dan implícitamente por supuesto, que las relaciones filéticas de una serie de especímenes se pueden definir claramente a partir de una valoración de las semejanzas y diferencias morfológicas incluso cuando la evidencia fósil es endeble y geológicamente no continua. Otros estudiosos, que a la luz del moderno conocimiento genético están desde luego sobre una base más firme, observan que varios genes o varios patrones genéticos pueden tener idénticos efectos fenotípicos, y que cuando tratamos con un material fósil limitado o relativamente limitado, la correspondencia de rasgos morfológicos individuales, o de grupos de rasgos, no necesariamente implica identidad genética y relación filética.»
Para aquellos lectores a los que algunos de estos términos no resulte familiar, lo que Zuckerman viene a decir es que no hay justificación para disponer una serie de especímenes simplemente porque parezca que pudieran estar relacionados así, en particular cuando los niveles geológicos de los que proceden son de una edad incierta. Porque, como él observa, la genética moderna ha demostrado que pueden surgir especies sin relación entre ellas con formas de estructura muy similar, de modo que la mera semejanza no es garantía de que los especímenes tengan nada en común genéticamente. La morfología puede ser totalmente engañosa. Volveremos a esta cuestión más adelante.
Hasta qué punto esta dependencia de la apariencia física puede distorsionar las interpretaciones de un académico capacitado queda bien ilustrado en el caso de la interpretación realizada por Weidenreich acerca de ciertos especímenes del Lejano Oriente. Refiriéndose a esto, Wilhelm Koppers de Viena observa cómo Weidenreich estableció un orden cronológico de restos de homínidos comenzando con el cráneo del Hombre de Piltdown, que ahora que la mandíbula falsa ha quedado a descubierto, parece ser un fósil genuino de una edad geológica temprana. Luego estableció una serie morfológica de restos de homínidos en la que acaba con el Hombre de Piltdown porque el cráneo, aunque es antiguo, es de apariencia muy moderna. Koppers no dice cómo se concilian ambas cosas.[11]
En los primeros tiempos de la antropología, esta clase de problemas no se daba nunca. Porque, por lo que al público se refiere, los hallazgos se ajustaban ciertamente dentro de una serie perfecta. Sin embargo, esta apariencia se había conseguido a menudo mediante el sencillo expediente de eliminar del registro todos aquellos cráneos que no se ajustasen a la serie. Se puede volver a citar a Koppers en relación con esto:[12]
«Al gran público le interesará saber que, en el mismo contexto, el distinguido antropólogo Broom reconoce con franqueza que los restos tipo Sapiens procedentes de épocas tempranas han manifestado una extraña tendencia a desaparecer. Cita él los descubrimientos realizados en Ipswich en 1855 y en Abbeville en 1863 como ejemplos especiales, y ofrece la siguiente explicación: “Durante la segunda mitad del siglo diecinueve cada cráneo humano aparentemente temprano que se encontraba, si no era simiesco, era desacreditado, sin importar lo buenas que pareciesen ser sus credenciales”.»
Así, con el paso del tiempo la situación se ha hecho más y más incómoda, al ir apareciendo fósiles que ni se pueden ocultar al público, ni introducir en las series de manera razonable. En la actualidad cada nuevo hallazgo parece suscitar más problemas de los que resuelve. Es evidente que hay una premisa básica que falla por alguna parte. Esta premisa es que las formas humanas se tienen que derivar de formas animales y que por ello se tienen que proporcionar formas de transición. La escala de tiempo se reajusta de forma correspondiente para que concuerde con la supuesta escala de desarrollo evolutivo. Supongamos que dejamos que los niveles en los que se encuentran los fósiles hablen por sí mismos en cada caso, ¿hay entonces alguna otra explicación para esta peculiar mezcla de formas, para esta contradicción morfológica de la teoría evolucionista?
A la vista de todo lo que se ha dicho hasta ahora, se hace evidente que de los dos sistemas para establecer qué fósiles en cualquier serie son los más antiguos, el único válido es volver a la supuesta edad geológica en la que se encontró cada fósil. Aunque puede haber un cierto desacuerdo respecto a la edad exacta en cualquier caso dado, es probable que el orden general quede bien establecido. Pero si se hace así, se pierde del todo la serie bien gradada. ¿Cómo podemos entonces explicar aquellas formas que parecen tan primitivas y que aunque se encuentren en el orden inverso, en muchos respectos se aproximan tanto al tipo ideal de «eslabón perdido»?

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