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El sentido magnético es más complejo que simples fragmentos de hierro

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Muchos seres vivos carentes de relación, desde las bacterias hasta las aves, tienen diminutas partículas de magnetita en sus organismos. Durante muchos años, los biólogos han dado por supuesto que estos diminutos fragmentos de hierro magnetizado eran la clave para comprender el sentido geomagnético en los organismos migratorios: las células detectan el par de estos cristales férricos cuando se alinean hacia el norte, como diminutas agujas de una brújula. Pero esta teoría podría ser sólo una parte de la verdad. La verdadera clave podría estar en proteínas que responden con átomos intrínsecos de hierro en sus estructuras. Al menos esta es la hipótesis de trabajo que esta actualmente cobrando mayor popularidad.

Los criptocromos son proteínas fotosensibles en la retina que responden a la luz azul o verde. Se cree que como respuesta forman pares de radicales libres, quizá interaccionando con proteínas ricas en hierro. Esto vincularía la magnetorrecepción con la visión y con los ritmos circadianos, que también involucran a los criptocromos. Kenneth J. Lohmann, que durante mucho tiempo ha estado estudiando la navegación magnética en las tortugas marinas, se sintió atraído por la hipótesis propuesta por físicos chinos en la revista Nature Materials el pasado mes de enero. Como observamos el pasado mes de noviembre cuando se difundió el descubrimiento, ellos proponían que el mecanismo buscado durante tanto tiempo es «una biobrújula de proteínas magnéticas» involucrando criptocromos y una proteína que contiene hierro llamada MagR.

En el mismo número de Nature Materials, Lohmann describía hasta lo «frustrante y difícil» que fue descubrir el secreto compartido por unos seres tan diversos como las tortugas marinas, aves, moluscos e insectos. La resolución del debate entre la hipótesis de los criptocromos y la hipótesis más ortodoxa de la magnetita ha sido difícil, porque los campos magnéticos atraviesan el cuerpo y no están localizados en un órgano específico.

«Tratar de localizar una pequeña cantidad de estructuras submicroscpópicas de apariencia desconocida, esparcidas por el cuerpo de un animal en lugares desconocidos, es un problema descomunal», dice. La nueva hipótesis de los criptocromos es prometedora, pero Lohmann hace esta advertencia:

... el supuesto magnetorreceptor ha sido identificado mayormente sobre la base de la teoría, de la genómica, de la bioquímica y del modelado tridimensional de la estructura proteínica. Los genes de pichones para la MagR y los criptocromos se expresaron en bacterias y se encontró que las proteínas resultantes se copurificaban. Este es desde luego un primer paso importante, pero que dicho complejo realmente exista en ningún animal, y mucho menos si funciona como un magnetorreceptor, queda por saber. También, quedan por elucidar al menos dos elementos cruciales del actual modelo. El primero es si y de qué manera los criptocromos interaccionan con la MagR para mediar los efectos fotodependientes. El segundo involucra la cuestión fundamental de la transducción —cómo el supuesto magnetorreceptor convierte un estímulo en señales eléctricas que puedan ser interpretadas por neuronas. [Énfasis añadido.]

Un equipo de físicos teóricos en Oxford ha añadido ahora su respaldo al modelo de los criptocromos. Desafortunadamente, su artículo de marzo de 2016 en Proceedings of the National Academy of Sciences no satisface ninguno de los dos elementos cruciales de Lohmann. Pero, si están en lo cierto, la magnetorrecepción pone a los animales en la línea pionera de la comprensión humana de la mecánica cuántica. Así lo explica la American Physical Society:

Una explicación [de que la interferencia de radiofrecuencias perturba el sentido magnético de las aves] es que el ruido electromagnético tiene efectos a nivel cuántico sobre el comportamiento de los criptocromos. Esto sugiere que los pares de radicales en los criptocromos preservan su coherencia cuántica durante mucho más tiempo de lo que hasta ahora se creía posible. Este descubrimiento podría tener unas implicaciones más amplias para los físicos que tienen la esperanza de extender la coherencia para una más eficiente computación cuántica.

El hecho de que estén considerando una aplicación biomimética implica que los físicos no sabían que la coherencia cuántica pudiera durar tanto tiempo. ¡Las aves saben más de mecánica cuántica que los expertos humanos! Dice el artículo:

... el pico que se considera aquí es innegablemente un efecto cuántico, que surge de una mezcla de estados asociados con cruces evitados de los niveles de energía, y que no es capturado por la teoría semiclásica. En este sentido, la magnetorrecepción de pares de radicales puede ser más un fenómeno cuántico de lo que hasta ahora se había pensado.

Por razones no relacionadas con investigación real de laboratorio, el físico principal, Peter Hore de Oxford, introduce la teoría de Darwin en la discusión. «Los físicos se sienten entusiasmados por la idea de que la coherencia cuántica podría no solo aparecer en una célula viva, sino también haber sido optimizada por evolución», dice. «Hay una posibilidad de que haya lecciones que aprender acerca de cómo preservar la coherencia durante largos períodos de tiempo». Aquí está cómo el equipo de Oxford inserta la especulación evolucionista en su artículo:
  • ... la brújula podría haber sido optimizada por evolución. ...
  • Concluimos que hay un amplio espacio para que una brújula de pares de radicales basados en criptocromos evolucionase con una precisión direccional suficiente para explicar el comportamiento de la navegación de las aves migratorias tanto en laboratorio como en libertad.
  •  ... las mutaciones al azar en la secuencia de la proteína ... pudo haber proporcionado a la evolución el espacio para optimizar la precisión de la brújula.
  • ... esta es otra propiedad [tiempo de relajación del espín] que podría haber sido optimizada por evolución. ... Debido a que el pico sólo emerge cuando el tiempo de coherencia excede a 1 μs, su presencia podría explicar por qué pudiera haber evolucionado la relajación lenta.
Todos estos comentarios son superfluos por lo que hace a la investigación. Los autores no proporcionan prueba alguna de mutaciones específicas beneficiosas que apareciesen por azar y fuesen consiguientemente seleccionadas, ni de cómo apareció la brújula en un principio para que luego pudiera ser «optimizada» por procesos al azar. Los comentarios quedan todos atenuados por suposiciones: «pudo haber sido optimizada», «pudiera haber evolucionado». Lohman observa que la MagR está «evolutivamente conservada», permitiendo «una especie de estructura de detección magnética universal que se puede adaptar para propósitos diferentes por parte de animales diferentes». ¿Sirve de algo decir que una estructura con un propósito «se puede adaptar» por parte de todas clases de animales sin relación? ¿Cuántos milagros del azar fueron necesarios para ello?

Mucho más productiva para la investigación es la razón por la que abordaron el problema en primer lugar. Aquí tenemos lo que ellos describen como significativo:

Cada año, miles de millones de aves vuelan miles de kilómetros desde sus territorios de apareamiento hasta sus territorios de hibernación, ayudados por una extraordinaria capacidad de detectar la dirección del campo magnético de la Tierra. Se cree que el mecanismo detector biofísico en el corazón de esta brújula se apoya en reacciones químicas sensibles al magnetismo y dependientes de la luz en proteínas de criptocromo en el ojo. Hasta ahora ningún modelo teórico ha podido explicar la precisión <5 b="">con la que las aves migratorias pueden detectar el vector del campo geomagnético. Aquí, usando simulaciones por computadora, exponemos que unas coherencias de espín de larga duración de mecánica cuántica en modelos realistas de criptocromos pueden proporcionar la precisión necesaria. Se identifican las propiedades estructurales y dinámicas moleculares cruciales.

La precisión, el mecanismo, y la extraordinaria capacidad de las aves motivaron esta investigación. Fue el diseño, no la evolución, lo que les impulsó a comprenderlo.

Para migrar con éxito a lo largo de grandes distancias, no es suficiente con simplemente distinguir entre norte y sur (o entre dirigirse a los polos frente a dirigirse al ecuador). Por ejemplo, se realizó mediante satélite el seguimiento de una aguja colipinta o becasina de cola barrada (Limosa lapponica baueri) volando desde Alaska hasta Nueva Zelanda en un vuelo único de 11.000 kilómetros sin parada atravesando el Océano Pacífico. Un error direccional de más de unos pocos grados podría haber sido fatal. Debido a que la brújula magnética parece ser la fuerza dominante de la información direccional, y la única brújula disponible de noche bajo un cielo cubierto (pero no completamente oscuro), las aves migratorias deben poder determinar su dirección de vuelo con una alta precisión usando su brújula magnética. Unos estudios han demostrado que las aves cantoras migratorias pueden detectar el eje de las líneas de campo magnéticas con una precisión superior a 5°.

El comunicado noticioso, por cierto, comienza mencionando a uno de los campeones del documentario de Illustra, Flight: The Genius of Birds.

Cada año, el Charrán ártico viaja más de 64.000 kilómetros, migrando casi de polo a polo, y de vuelta. Otras aves hacen viajes similares (aunque más cortos) en busca de climas más cálidos. ¿Cómo lo hacen estas aves para viajar distancias tan grandes cuando nosotros necesitamos un mapa para poder llegar a la ciudad de al lado?

La siguiente película en la serie Design of Life de Illustra, Living Waters, incluye una lista de dos docenas de animales, incluyendo aves, reptiles, mamíferos, insectos y peces que puedan navegar mediante el campo magnético de la tierra. ¿Cómo podría la evolución explicar esas observaciones empíricas? Como lo observa Tim Standish, hay una mejor explicación.

La selección natural darwinista es ciega. No sabe que se haya llegado a una solución en algún otro organismo.

No puede pensar: «¡Maravilloso, el salmón ha conseguido esta elegante solución para el problema? ¿Por qué no evolucionamos hacia allí en las tortugas?» Esta no es una explicación posible.

En cambio, no es en absoluto sorprendente observar que un agente inteligente conozca una solución a un problema, y que aplique esta misma solución bajo diferentes circunstancias, una y otra vez, y otra, y otra. Esto es lo que vemos hacer a la inteligencia. Y no es lo que esperaríamos en un proceso no guiado.

Como se desprende de los trabajos actuales, una causa capaz de proporcionar a la navegación de las aves, de las tortugas marinas y de los salmones una precisión de mecánica cuántica apunta a una inteligencia de un nivel sumamente elevado.

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